viernes, 22 de marzo de 2019

3er domingo de Cuaresma


Primera Lectura: del libro del Éxodo 3: 1-8,13-15
Salmo Responsorial, del salmo 102: El Señor es compasivo y misericordioso.
Segunda Lectura: de la primera carta del apóstol Pablo a los corintios 10: 1-6, 10-12
Aclamación: Conviértanse, dice el Señor, porque ya está cerca el Reino de los cielos.
Evangelio: Lucas 13: 1-9.

“Mírame, Dios mío y ten piedad de mí”; la soledad y la aflicción nos empujan a la desolación, a la tristeza, al obscurecimiento del horizonte… ¿Qué nos responde el Señor, no qué nos respondería, sino en presente, ahora, en nuestro momento concreto? “Conozco sus sufrimientos, he oído sus quejas…, he descendido para librarlos”.

Dios es “fuego que transforma pero no consume”, necesitamos acercarnos para que su llama nos abrase, darnos la oportunidad, aun cuando fuera por mera curiosidad, para que el misterio nos invada, para escuchar y aprender el nombre de Dios: “Yo Soy”. Aquel “que Es, que Era y que Vendrá”, (Apoc. 1: 8), sale a nuestro encuentro; una vez más constatamos que la iniciativa parte de Él, que el llamamiento y la misión vienen de Él, que es un Dios presente, cercano, que acompaña, guía e instruye. Para escucharlo necesitamos quitarnos “las sandalias”, ésta es la verdadera humildad y el reconocimiento de nuestra creaturidad, despojarnos de todo lo que pueda impedir su actuar, su elección, verdaderamente, “dejar a Dios ser Dios”, sin tratar de imponerle nuestro paso, nuestra limitación, nuestro temor; dejarle expresarse desde nuestros balbuceos, y confiar en que su grandeza nos hará capaces de lo que considerábamos imposible desde nuestra perspectiva.

Moisés se había considerado liberador, confió en sus propias fuerzas y fracasó; huyó y olvidó los primeros impulsos, pero el Señor Dios le hace recordar y le confiere, desde el fuego, la fuerza para que lleve a cabo la misión que había soñado; la ilusión del hombre se ha trocado en acción de Dios. ¡Aceptar, libre y confiadamente, ser portadores de la libertad que el Señor ofrece, sin detenernos a pensar en las dificultades y oposiciones que, propios y extraños, levanten contra nosotros! Repetirnos íntimamente: “No teman Yo estoy con ustedes”.

En el Evangelio, Jesús nos hace reflexionar sobre dos realidades trágicas, históricas: la represión brutal de Herodes y el derrumbamiento de la torre de Siloé; el mal no puede provenir de Dios, Él no castiga, sí nos advierte de las consecuencias, tanto de las que provienen de la libertad errada del hombre, como de la violencia desatada de la naturaleza. Nos hace comprender que “las cosas suceden”, pero afina y orienta lo que nuestra lógica hubiera deducido equivocadamente: “¿Piensan que lo sucedido a los galileos o a los 18 que perecieron en Siloé, fue por ser más pecadores que el resto que habitaba en Jerusalén? Ciertamente que no; y si ustedes no se arrepienten, perecerán de manera semejante.” Nuestros actos y decisiones van delineando nuestro camino, lo externo, lejos de nuestro alcance, vuelve a presentarse como “signo” que hemos de discernir. A los afectados por terremotos y atentados violentos, no podemos considerarlos “más pecadores”; mirarnos en el espejo y volvamos a escuchar la invitación: “Arrepiéntete y cree en el Evangelio”.

La otra realidad: ¡ya somos higuera plantada en el campo de Dios!, no basta con producir frondoso follaje, el Dueño busca frutos y frutos que perduren; aún es tiempo y más con tal intercesor, Jesús, que intercede constantemente ante el Padre: “No la cortes, aflojaré la tierra, la abonaré para ver si da fruto. Si no, el próximo año la cortaré”. ¡No sabemos ni el día ni la hora; sí sabemos que el camino ya está trazado hacia la eternidad! ¡Señor Jesús, contigo podremos dar frutos!