miércoles, 23 de junio de 2010

13º Ord., 27 junio 2010.

Primera Lectura: del primer libro de los Reyes 19: 16b, 19-21
Salmo Responsorial, del salmo 15: Enséñame, Señor, el camino de la vida.
Segunda Lectura: de la carta del apóstol San Pablo a los Gálatas 5: 1, 13-18
Evangelio: Lucas 9: 51-62.

En estos días hemos escuchado muchos aplausos que coreaban acciones aguerridas, audaces, valientes, efectivas de los jugadores en el campeonato de futbol; destellos, instantes que ya se han esfumado. La alegría de unos contrastaba con la tristeza y la derrota de otros; momentos de euforia, gritos de entusiasmo que se fueron apagando con el correr del tiempo en el reloj. Los aplausos, signos de aprobación más los merece quien más brilla, por ello la antífona de entrada nos invita a “aplaudir al Señor, a aclamarlo con gritos de júbilo”, porque sus obras no son pasajeras, permanecen, iluminan el camino de la verdad y alejan nuestras mentes y nuestros corazones del error, ¡vaya que merece todo reconocimiento, gratitud, aplauso y alabanza!; pero no bastan esas expresiones, y menos cuando se trata de Él, necesitamos que su gracia nos prepare para escuchar la llamada y nos ayude a responder a ella, para superar los lazos que pudieran detenernos. ¡Qué importante clarificar de Quién viene el llamamiento, y a qué llama y envía!

En la primera lectura el Señor indica a Elías: “Unge a Eliseo, para que sea profeta en lugar tuyo”. El profeta usa un signo al cubrir con su manto a Eliseo; el significado: “tomar posesión de su persona y asociarlo a la misión profética”. Lo que en el Evangelio no concede Jesús, lo concede Elías: “Déjame dar a mis padres el beso de despedida y te seguiré”. Acción que en el fondo nos permite ver, primero el acto de piedad que prepara la ruptura total con el pasado y lo confirma con el sacrificio de la yunta y la quema del arado, “luego se levantó, siguió a Elías y se puso a su servicio”. Emprendió de verdad “el camino de la vida”; camino que nunca fue –ni es fácil-, pero “llena de gozo y alegría junto al Señor”.

Toda respuesta es libre, Dios nos ha dado lo que más nos asemeja a Él: “poder decir ¡sí!” Cuánto por reflexionar en lo que nos dice Pablo: “Vivan de acuerdo con las exigencias del Espíritu”. Es la razón que da razón a la “libertad de”, la que rompe las barreras del egoísmo, de las pasiones desordenadas, y actuar con la “libertad para” cumplir con el mandamiento siempre nuevo: “Ama a tu prójimo como a ti mismo”, amor que es compromiso de servicio, amor que es radicalidad en la entrega, amor que no puede contentarse con prescripciones legales, amor que sigue al que es el Amor Encarnado.

Jesús, ¿hasta cuándo lo aceptaremos en plenitud?, es el ejemplo vivo de quien es fiel al ¡sí! Sabe que “se acercaba el tiempo en que tenia que salir de este mundo”, y toma “la firme determinación de emprender el viaje”. La “subida” implica la muerte como paso previo a la glorificación. Deja muy claro lo que es seguirlo. Él no quiere más seguidores, sino seguidores más comprometidos, que no aduzcan excusas ni pretextos por más lógicos que pudieran parecer al “yo”.

Renuncias a las seguridades materiales: “ni dónde reclinar la cabeza”; a los afectos más lícitos: “Deja que los muertos entierren a sus muertos”, el Reino es trabajar por una vida más humana y no podemos retrasar la decisión. Una vez emprendido el camino, no hay sitio para nostalgias que nos anclen en el pasado: “El que empuña el arado y mira hacia atrás, no sirve para el Reino de Dios”. El proyecto del Reino está en presente pero mira siempre adelante, sin dedicación y confianza, jamás aparecerá la audacia. El que inspiró el deseo de comenzar, dará lo necesario para terminarlo.