Primera Lectura: del libro del Deuteronomio 4: 1-2,
6-8
Salmo Responsorial, del salmo 14: ¿Quién será grato
a tus ojos, Señor?
Segunda Lectura: de la carta del apóstol Santiago Santiago 1: 17-18, 21-22, 17
Aclamación: Por su propia voluntad, el Padre nos engendró por medio
del Evangelio, para que fuéramos, en cierto modo, primicias de sus
creaturas.
Evangelio: Marcos 7: 1-8, 14-15, 21-23.
Invocar
a Dios y ser escuchado, no son dos acciones separadas; su amor nos responde
de inmediato, no precisamente conforme a lo que solicitamos, sino según
lo que necesitamos. Ya nos lo advertía San Agustín: “cuando oramos,
si no obtenemos lo que pedimos es o bien porque pedimos mal o bien porque
pedimos lo que no nos conviene”
De lo
que sí podemos estar completamente seguros es, que si buscamos
su Amor, lo encontraremos en seguida, o mejor, él nos encontrará a
nosotros, nos llenará con su Gracia y así podremos perseverar.
Intentemos
“dejar a Dios ser Dios”, Él nos mostrará el camino para vivir
la verdadera religión, para re-ligarnos con Él. “Hemos hecho
la prueba y hemos visto qué bueno es el Señor”, recitábamos
en los tres domingos anteriores;
sabemos que está con nosotros, ahora urge preguntarnos si nosotros
estamos con Él. La vía para saberlo es fácil: tenemos su Palabra
y al considerar el lenguaje hebreo, “palabra y hecho” van tan unidas
que es imposible escuchar la palabra sin que ésta impulse a la acción,
al grado que quien no realice lo oído, da muestra cierta de no haber
escuchado la palabra.
En el
Deuteronomio, Moisés, heraldo de Yahvé, cierra toda escapatoria:
“Escucha, Israel, los mandatos y preceptos que te enseño para que
los pongas en práctica y vivas en paz”.
Los Mandamientos son Sabiduría de Dios, no quites ni añadas nada.
Son sabiduría práctica, envuelven la vida del hombre y trascienden
toda historia y toda época; Palabras que siguen siendo vida para Israel
y para toda comunidad humana. Podemos recitar de memoria los Diez Mandamientos,
los hemos escuchado, ahora, con honestidad, preguntémonos si son realidad
en nuestras vidas.
¿Se
nos aplica, con todas sus consecuencias, el Salmo que hemos recitado?
“¿Quién será grato a tus ojos, Señor?” Aquel que cumple,
que es honrado, justo, no desprestigia ni hace mal al prójimo, presta
sin usura, no acepta sobornos y ayuda al inocente. “éste es agradable
a los ojos de Dios”. La Palabra ha surtido su efecto, se ha convertido
en acción; el hombre re-ligado con Dios, sirviendo al prójimo, llega
a ser “primicia de las creaturas”.
Lograr este ritmo de vida, no es voluntarismo descarnado, es Gracia,
como nos recuerda Santiago: “Todo don perfecto viene de arriba,
del Padre de las luces”.
“Engendrados
por medio del Evangelio”, no convirtamos nuestro interior en monstruo
informe. Con una conciencia iluminada por la fe, con un Cristo vivo
allá dentro: conocido, amado e imitado, pondremos toda ley humana donde
debe de estar: al servicio de la Palabra divina y nunca como subterfugio
que nos desvíe de la autenticidad y nos haga sentirnos “contentos”
con las apariencias, con el “cumplimiento” partido (cumplo y miento).
¿Qué
sale de nuestro interior? ¿Quién llena nuestro corazón, quién guía
nuestras intenciones, nuestras convicciones? Volvamos a la autenticidad,
al gozo del ideal de ser “yo mismo” y no otro; realidad y no máscara.
Lo fácil y deslumbrante, lo exitoso, es pasajero, en cambio la “Palabra
de Dios es viva y eficaz, más tajante que espada de dos filos que penetra
hasta la médula de los huesos”.
Pidámosle al Señor que de veras nos parta, que deje al descubierto
nuestro ser para que se oree, se purifique y crezca según su Voluntad.