sábado, 29 de agosto de 2015

22° Ordinario, 30 agosto 2015



Primera Lectura: del libro del Deuteronomio 4: 1-2, 6-8
Salmo Responsorial, del salmo 14: ¿Quién será grato a tus ojos, Señor?
Segunda Lectura: de la carta del apóstol Santiago 1: 17-18,21-22,17
Aclamación: Por su propia voluntad, el Padre nos engendró por medio del Evangelio, para que fuéramos, en cierto modo, primicias de sus creaturas
Evangelio: Marcos 7: 1-8, 14-15, 21-23.

Invocar a Dios y ser escuchado, no son dos acciones separadas; su amor nos responde de inmediato, no precisamente conforme a lo que solicitamos, sino según lo que necesitamos. Ya nos lo advertía San Agustín: “cuando oramos, si no obtenemos lo que pedimos es o bien porque pedimos mal o bien porque pedimos lo que no nos conviene”

De lo que sí podemos estar completamente seguros es, que si buscamos su Amor, lo encontraremos en seguida, o mejor: él nos encontrará a nosotros, nos llenará con su Gracia y así podremos perseverar.

Intentemos “dejar a Dios ser Dios”, Él nos mostrará el camino para vivir la verdadera religión, para re-ligarnos con Él. “Hemos hecho la prueba y hemos visto qué bueno es el Señor”. Sabemos que está con nosotros, ahora urge preguntarnos si nosotros estamos con Él. La vía para saberlo es fácil: tenemos su Palabra y al considerar el lenguaje hebreo, “palabra y hecho” van tan unidas que es imposible escuchar la palabra sin que ésta impulse a la acción, al grado que quien no realice lo oído, da muestra cierta de  no haber escuchado la palabra.

En el Deuteronomio, Moisés, heraldo de Yahvé, cierra toda escapatoria: “Escucha, Israel, los mandatos y preceptos que te enseño para que los pongas en práctica y vivas en paz”. Los Mandamientos son Sabiduría de Dios, no quites ni añadas nada. Son sabiduría práctica, envuelven la vida del hombre y trascienden toda historia y toda época. Palabras que siguen siendo vida para Israel y para toda comunidad humana. Podemos recitar de memoria los Diez Mandamientos, los hemos escuchado, ahora, con honestidad, preguntémonos si son realidad en nuestras vidas.

¿Se nos aplica, con todas sus consecuencias, el Salmo que hemos recordado? “¿Quién será grato a tus ojos, Señor?” Aquel que cumple, que es honrado, justo, no desprestigia ni hace mal al prójimo, presta sin usura, no acepta sobornos y ayuda al inocente. “éste es agradable a los ojos de Dios”. La Palabra ha surtido su efecto, se ha convertido en acción. Re-ligado con Dios, sirviendo al prójimo, llega a ser “primicia de las creaturas”. Lograr este ritmo de vida, no es voluntarismo descarnado, es Gracia y, como nos recuerda Santiago: “Todo don perfecto viene de arriba, del Padre de las luces”.

“Engendrados por medio del Evangelio”, no convirtamos nuestro interior en monstruo informe. Con una conciencia iluminada por la fe, con un Cristo vivo allá dentro: conocido, amado e imitado, pondremos toda ley humana donde debe de estar: al servicio de la Palabra divina y nunca como subterfugio que nos desvíe de la autenticidad y nos haga sentirnos “contentos” con las apariencias, con el “cumplimiento” partido (cumplo y miento).

¿Qué sale de nuestro interior? ¿Qué llena nuestro corazón, qué guía nuestras intenciones, nuestras convicciones?  Volvamos a la autenticidad, al gozo del ideal de ser “yo mismo” y no otro; realidad y no máscara. Lo fácil y deslumbrante, lo exitoso, es pasajero, en cambio la “Palabra de Dios es viva y eficaz, más tajante que espada de dos filos que penetra hasta la médula de los huesos”.  Pidámosle al Señor que de veras nos parta, que deje al descubierto nuestro ser para que se oree, se purifique y crezca según su Voluntad.

viernes, 21 de agosto de 2015

21º Ordinario, 23 agosto 2015



Primera Lectura: del libro del profeta Josué: 24: 1-2,15-17, 18
Salmo esponsorial, del salmo 33: Haz la prueba y verás qué bueno es el Señor.R
Segunda Lectura: de la carta del apóstol Pablo a los efesios 5: 21-32
Aclamación: Tus palabras, Señor, son espíritu y vida. Tú tienes palabras de vida eterna.
Evangelio: Juan 6:55, 60-69.

¡Qué paz y seguridad sentimos cuando elevamos confiadamente nuestra súplica a Dios! En medio de tanta turbulencia y desasosiego, entre guerras, mítines, voces alteradas, en medio del desconcierto, ¿qué anhelamos los seres humanos?

Retorna el deseo del domingo anterior: La Paz. ¿Puede haber paz entre los hombres, entre nosotros, que parecería que no la buscamos o que vamos por caminos diferentes? Al darnos cuenta de ello y ante la incapacidad egoísta que nos caracteriza, acudimos a Aquel que “puede darnos un mismo sentir y un mismo querer”. Como la condición es ardua, proseguimos nuestra súplica: solamente Tú puedes hacer “que amemos lo que nos mandas y anhelemos lo que nos prometes” ¡Derramados hacia fuera, cuando la felicidad está dentro! El amor es cuestión de elección y el anhelo, de visión trascendente que, lo adivinamos, pedirá decisión para lograr el Bien Mayor.

Elegir es renunciar a todo lo demás. La proposición de Josué en la primera lectura, lo deja en claro: “Si no les agrada servir al Señor, sigan aquí y ahora a quién quieren servir…, en cuanto a mí toca, mi familia y yo serviremos al Señor”. El patriarca, consciente y coherente, sirve de ejemplo: abandona los ídolos, los caprichos, las seguridades y su compromiso es total de tal forma que hace recordar al pueblo “Quién es el Señor, Quién los sacó de Egipto”. La respuesta, al menos en ese momento, surge espontánea: “Lejos de nosotros abandonar al Señor”. Reconocer es recordar, iluminar para decidir. ¡Cuánto necesitamos tener presente lo que el Señor ha hecho por cada uno, para solidificar la decisión de servirlo!

Por tercer domingo consecutivo el Salmo nos invita “a hacer la prueba y ver qué bueno es el Señor”, la insistencia del Espíritu no es casualidad; ahí está actuando para que “amemos lo que nos manda y anhelemos lo que nos promete”.

En el fragmento de la Carta a los Efesios, San Pablo presenta la importancia de una elección de estado de vida; elección que no está dictada por el capricho o las circunstancias sino por la fe creyente, por la imitación de Cristo que se entregó a sí mismo para presentar a la Iglesia “sin mancha ni arruga ni nada semejante sino santa e inmaculada”. Si cada matrimonio: fuera reflejo de la unión de Cristo con la Iglesia y de la Iglesia con Cristo, sería muy diferente nuestra sociedad. ¿No está, de nuevo, insistiendo el Espíritu?

Jesús finaliza el discurso del Pan de Vida; sus palabras son tajantes, definitivas, directas. Los oyentes “se escandalizan: duras son estas palabras, ¿quién podrá soportarlas?”  Y muchos lo abandonaron. La elección de los que se fueron es la más fácil: huir la confrontación, impedir la entrada “del Espíritu y la Vida”. Eso exigiría muchos cambios y no están dispuestos.

La pregunta de Jesús a sus discípulos nos atañe también a nosotros: “¿También ustedes quieren dejarme?” Antes de responder, ¿nos detenemos a pensar en las renuncias que implica nuestra decisión, o dejamos que brote la espontaneidad del amor, del conocimiento, de todo lo recibido, que pongan en los labios y en el corazón, la respuesta de Pedro: “Señor, ¿a Quién iremos?, Tú tienes Palabras de vida eterna”. ¡Señor haznos coherentes con la fe en Ti, danos ese mismo “sentir y querer”! 

viernes, 14 de agosto de 2015

20º. Ordinario, 16 agosto 2015


Primera Lectura: del libro de los Proverbios 9: 1-6
Salmo Responsorial, del salmo 33: Haz la prueba y verás qué bueno es el Señor.
Segunda Lectura: de la carta del apóstol Pablo a los efesios 5. 15-20
Aclamación: El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí y yo en él, dice el Señor.
Evangelio: Juan 6.51-58.

¿Dónde nos encontramos plenamente a gusto? La Antífona de  entrada nos da la respuesta como eco del salmo del domingo pasado que coincide con el de ésta liturgia: Haz la prueba y verás qué bueno es el Señor”. Si la hemos hecho, no dudaremos en lo más mínimo en la aseveración: “Un día en tu casa es más valioso que mil en cualquier parte”.

Nos afanamos, corremos, buscamos la felicidad…, palabra que apenas pronunciada, se evapora. La experiencia de San Ignacio de Loyola es aleccionadora: libros de caballería, ensoñaciones, imaginación desbordada de hechos heroicos, de honras y triunfos, de amores imposibles…, gozo fugaz que lo deja vacío y pensativo. En cambio, la providencial experiencia de Dios a través de la lectura de la Imitación de Cristo y de las vidas de los santos, le abre cauces insospechados, le inyecta un entusiasmo real que no se arredra ante los retos de ir más allá de sí mismo; la verdadera felicidad le sale al paso, le hace gustar ya “el banquete preparado para los de corazón sencillo”. La Gracia del encuentro lo conduce – y él se deja conducir – “para comer el pan y beber el vino” preparados por la Sabiduría. Comprueba vivamente que en verdad “un día en la casa del Señor, vale más que mil en cualquier otra parte”. La ignorancia se ha ido y el camino comienza; no será nada fácil, pero ahora ya sabe Quién es quien lo acompaña y a qué lo invita.

Discernimiento, necesidad de intiorización sin tregua en nuestras vidas, prudencia en cada paso “aprovechando el momento presente, porque los tiempos son malos”. La riada nos acosa y amenaza con arrastrar nuestras vidas sin dirección alguna; pero recordando el Cantar de los Cantares: “los ríos no pueden arrasar al amor”, encontramos el puntal que nos sostiene seguros en medio del torbellino; llenos del Espíritu Santo elevaremos los cantos de alabanza con un corazón agradecido; ya gozamos el encuentro con el Padre en Jesucristo el Señor.

Jesús, en el Evangelio, continúa el diálogo iniciado el domingo pasado. Su insistencia sacude: “Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo, el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que Yo les voy a dar es mi carne, para que el mundo tenga vida”. El asombro se asombra, la lógica rechina al enfrentarse y confrontar el peso de lo dicho, la duda ensombrece: “¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?” La imposibilidad copa la puerta e impide subir al nivel superior, ahí donde habitan “los de corazón sencillo”, ahí donde la fe tiene su morada, ahí donde los cuestionamientos se responden no desde la lógica, sino desde el amor y la confianza, ahí donde reina el “Amén”.

Jesús, sin inmutarse, abre aún más el horizonte: “Yo les aseguro: si no comen la carne del Hijo del Hombre y no beben su sangre, no podrán tener vida en ustedes. El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en Mí y Yo en él… y vivirá eternamente”.

No habla de símbolos, hace referencia al pan con que se hartaron; no es ilusión ni es magia, es Amor Encarnado que quiere alimentarnos, participarnos su Vida en el presente, transfigurarnos, que aprendamos “a dar pasos sin tiempo, en tiempo apenas”, que aprendamos a vivir, desde este mundo, la eternidad gozosa con Él y con el Padre.

La Mesa ya está puesta a nuestro alcance, ¿hay alguien que elija perecer de hambre?