Primera
Lectura: del libro de los Hechos de los Apóstoles 6: 1-7
Salmo
Responsorial, del salmo 32: El Señor cuida de aquellos que lo temen.
Segunda
Lectura: de la primera carta del apóstol Pedro 2: 4-9
Evangelio:
Juan 14: 1-12.
¡Qué
insistencia de parte del Espíritu a través de la Liturgia, para que abramos lo
más grande posible, nuestros ojos y nuestro corazón, para que nos solacemos en
las maravillas de la Creación, para que no cese nuestra boca de reconocer las
maravillas del Señor! La velocidad en la que vivimos, por la que nos hemos
dejado arrastrar, nos impide los momentos de interiorización, de silencio, de
asombro, de gratitud. ¿Nos hemos acostumbrado a ver sin “mirar”, a vivir lo
inmediato como si nos fuera debido y no como regalo de nuestro Padre, a vagar
sin rumbo?
En la
oración persistimos, de otra forma, en lo pedido el domingo anterior: “que llegue tu pequeño rebaño, a donde ya
está su Pastor resucitado”. Hoy: que
su mirada de amor, sentido y consentido, nos mantenga y acreciente en la fe,
para que “quienes creemos en Cristo, vivamos
renovados, demos abundantes frutos y alcancemos la vida eterna. Reinsistencia
en lo que perdura, en lo que llena de paz, en lo que conduce a lo que debe ser,
diario, nuestro único horizonte, como le decíamos en el Salmo hace ocho días: “Vivir en la casa del Señor por años sin
término.”
La primera
lectura nos hace ver que en toda comunidad, al fin y al cabo formada por seres
humanos, aparecen ciertas disensiones, envidias, malentendidos; la solución
debe ser la misma: “Piensen, oren, disciernan, bajo la Luz del Espíritu Santo”.
¡Con qué increíble familiaridad, con qué convicción oran, creen y actúan
buscando siempre lo mejor para que el Reino, la Iglesia, crezcan! Ejemplo a
imitar urgentemente: la importancia de la colaboración de todos, como “piedras vivas”, para la construcción
del templo espiritual. Asistimos al nacimiento del diaconado, del servicio
material que resonará en el espiritual: los diáconos, que significa servidores,
son elegido de en medio de la comunidad, pero fijémonos en sus características:
“honrados, llenos del Espíritu Santo y de
sabiduría”, y volvemos al punto crucial: El Espíritu Santo es quien
prosigue la obra de Cristo. ¿Qué tan dispuestos estamos para esta elección-misión?
La Iglesia somos todos, o existe una colaboración activa, o seremos “piedras
muertas”. Hay muchas cosas que no pueden realizar los Pastores, sean obispos,
párrocos, sacerdotes o religiosas, es imprescindible que cada fiel se sienta
comprometido con el Cuerpo de Cristo, con los demás, con el trabajo parroquial,
con la promoción de la evangelización, con una sólida preparación. ¿Captamos lo
importante que es nuestra respuesta?
Vamos
juntos hacia el Padre, el único Camino es Jesucristo quien, gracias a las
inquietudes y dudas de Felipe y Tomás, nos descubre su identidad con el Padre y
nos anima a seguirlo para llegar a “la
casa del Padre donde hay muchas habitaciones que ya nos tiene preparadas, para
que donde Él está, estemos también nosotros.” Confirmamos la meta de nuestro caminar: la
trascendencia y la felicidad sin límites, sin sobresaltos, sin temores, porque
quien tiene a Dios y es tenido por Él , lo tiene todo.
Oremos al
Espíritu Santo para que reafirme nuestra fe en el Padre, en Cristo y en Él
mismo, no tanto para hacer “cosas
mayores”, sino para mantenernos en la fidelidad y en el amor prácticos,
constantes y crecientes.