sábado, 26 de febrero de 2022

8°. Ordinario, 27 febrero 2022.-


Primera Lectura:
del libro de la Sirácide (Eclesiastés) 27: 5-8
Salmo Responsorial,
del salmo 91: Es bueno darte gracias, Señor.

Segunda Lectura:
de la primera carta del apóstol Pablo a los corintios 15: 54-58
Evangelio:
Lucas 6: 39-45.
 

Recordamos con agradecimiento, la mirada cariñosa de Dios: “me salvó porque me ama”, y, seguros bajo su cobijo, le pedimos que el mundo, la iglesia, nosotros, sintamos y reconozcamos cómo nos guía para que todos le sirvamos con tranquilidad. 

La lectura del Libro del Eclesiástico nos cala y nos describe, verdaderamente con Sabiduría; las comparaciones parecen calcadas de nuestra realidad: desde el cernidor que cuela y solamente  deja pasar lo bueno; al  horno que lustra la vasija, hasta el fruto que muestra la calidad del árbol y llega a la prueba fundamental: la palabra que descubre intenciones y corazón del hombre, verdadera radiografía del ser; escuchando conocemos más que con los ojos;  oportuna invitación; regresando a nosotros, ¿qué proyectamos  de nuestro interior cuando hablamos?, ojalá estemos siempre enhiestos como palmeras, como árboles en todo tiempo florecidos y cuyos frutos jamás escasean, como luz nacida desde dentro que comunica, con su sola presencia, entusiasmo, constancia y alegría. 

Pablo, en el fragmento que hemos leído de la carta a los Corintios, nos recuerda que todo lo sensible  es pasajero; quiere librarnos del temor de la muerte y reafirmar en nosotros lo que somos: ciudadanos del cielo con túnica de eternidad; ¿dónde quedó el aguijón que amenazaba?; naturalmente brota el reconocimiento: “Gracias a Dios que nos ha dado la victoria por nuestro Señor Jesucristo”; además, “nuestras fatigas no quedarán sin recompensa”…, conoce bien que somos convenencieros y nos acepta. 

Las reflexione en el Evangelio continúan en el camino de la Sabiduría: ciego que guía va al abismo; discípulo realista y por eso humilde; viga que impide ver, ya no la paja, sino al hermano entero… ¡fuera hipocresía!, y hundiremos nuestras raíces en el único río de la vida, daremos frutos buenos y duraderos, no por nosotros mismos, que ya nos conocemos a grandes ratos estériles, sino en el Señor que siembra, riega y cuida lo que desea cosechar de nuestros corazones.

sábado, 19 de febrero de 2022

7°. Ordinario, 20 febrero 2022.-


Primera Lectura:
del primer libro del profeta Samuel 26: 2, 7-9, 12-13, 22-23
Salmo Responsorial, del salmo 102:
El Señor es compasivo y misericordioso.
Segunda Lectura: de la primera carta del apóstol Pablo a los corintios 15: 45-49

Evangelio:
Lucas 6: 27-38.

Cantar, expresión de alegría y más aún cuando el motivo es tan profundo: “El bien que el Señor nos ha hecho”. Como dijimos en el Salmo, porque: “El Señor es compasivo y misericordioso”. Mirándolo a Él, recordando paso a paso cómo nos trata, nos cuida, nos aparta del peligro, no lleva cuenta de las culpas, nos hace sentir su amor y su ternura para que reavivemos la realidad de ser sus hijos, para que mirándonos así, nuestra verdadera ansiedad sea vivir según su voluntad.

Liturgia de lecturas y mensaje revolucionarios que sobrepasan cualquier proceso lógico, que mueven los cimientos desde lo más profundo y nos muestran, en la práctica diaria, el modo de vivir lo escuchado la semana pasada: Las Bienaventuranzas.

Somos fáciles para discurrir y recorrer, sin tropiezos, el camino de la racionalización, ahí, donde las ideas ni duelen ni comprometen al quedarse encerradas en una ideología idealista, sin duda entusiasmarte, pero estéril. Eso de ¡perdonar gratuitamente, de superar la oportunidad de venganza, que consideramos justa, porque surge de nuestra dignidad herida! Eso, no puede marchar acorde con nuestros sentimientos, con lo que llamamos “autoestima”. ¿Permanecer impasible ante una ofensa? Sería desdecirme de mi ser de hombre…, podríamos aumentar, casi sin límites, “las razones” que justificaran una reacción violenta y dejaran satisfecho nuestro ego.

Por eso nos estruja y desconcierta el mensaje nuclear de estas lecturas: “Amen a sus enemigos, hagan el bien a los que los aborrecen, bendigan a los que los maldicen, y oren por quienes los difaman.”  Realidad al alcance del hombre que ama a Dios, que actúa conforme al dictado de un corazón que mira siempre arriba; muchos siglos antes de que Jesús nos lo dijera, David lo realizó, “razones” las tenía, la oportunidad está presente, pero “no quise actuar contra el ungido del Señor”. 

Fue y sigue siendo posible ir más allá de lo heredado del primer Adán, lo puramente humano, y ascender a lo “vivificado por el Espíritu” que nos trajo Cristo. Semejantes al primero, necesariamente, llamados a imitar al Segundo, libremente. “Tierra en carne de cielo”.

Jesús, Maestro, con preguntas que atinan en el centro, describe nuestro andar cotidiano, el natural, el fácil y asequible: amar a los que nos aman, prestar con la seguridad de recibir a tiempo lo prestado, tratar bien a los que nos tratan con respeto…, eso también lo hacen los pecadores…, y vuelve el torbellino que nos cimbra: “Ustedes en cambio, amen a sus enemigos, hagan el bien y presten sin esperar recompensa”. La visión supera lo terrestre: “Así tendrán un gran premio”, pero más importante es lo que añade: “serán hijos del Altísimo” ¿No es esto lo que anhelamos: “no nada más llamarnos sino ser en verdad hijos de Dios”? 

El final del discurso nos hace comprender que nos comprende: ¡Somos tan interesados! “No juzguen, no condenen, perdonen”, todo esto revertirá en nuestro bien: “No serán juzgados, ni condenados, al contrario, serán perdonados”. 

Día a día pueden ejercitar la misericordia, la donación, la fraternidad y nada de ello quedará infructuoso: “Recibirán una medida sacudida, apretada y rebosante en los pliegues de su túnica”. 

Su última lección, breve, concisa, trascendente, tendría que acompañarnos toda la vida: “Con la misma medida con que midan, serán medidos”. Nuestro actuar es nuestra firma, es nuestro yo en presente que escribe entre los hombres, la medida que nos mida.


viernes, 11 de febrero de 2022

6°. Ordinario, 13 febrero 2022.-


Primera Lectura:
del libro del profeta Jeremías 17: 5-8
Salmo Responsorial, del salmo  1:
Dichoso el hombre que confía en el Señor.
Segunda Lectura: de la primera carta del apóstol Pablo a los corintios 15: 12, 16-20

Evangelio: Lucas 6: 17, 20-26.
 

Hablar de Dios, nos dice San Agustín, sólo con mucho respeto y por analogías, ¿cómo expresar al inexpresable? Dios no es ni roca ni fortaleza inexpugnable, ni baluarte, pero ¡cómo nos sentimos seguros al profundizar en el hondo sentido del contenido de tales comparaciones! Él es tranquilidad, seguridad y guía; con enorme confianza le pedimos: Tú, Señor, “Prometiste venir y morar en los corazones rectos y sinceros”, ven a nuestro interior, transfórmalo de tal forma que “nos haga dignos de esa presencia tuya”. 

Si estás de corazón en cada cosa, con cuánta mayor razón en cada ser humano. ¡Vivir la realidad de tu presencia en mí, de mi presencia en Ti, me dará la fuerza necesaria para ser constante en el esfuerzo! 

Jeremías nos habla en presente, no es una voz lejana dirigida sólo al Pueblo de Israel; la Palabra de Dios traspasa las edades, los tiempos y los sitios, es universal y nos pide que consideremos la realidad del paralelismo: “Maldito el hombre que confía en el hombre, y en él pone su fuerza y aparta del Señor su corazón”, será excluido de la promesa, se quedará estéril, será infeliz porque su fundamento es endeble. En cambio: “Bendito el que confía en el Señor y en Él pone su confianza”. 

Viene a continuación la comparación que, sensiblemente, nos ilustra con la feracidad de la naturaleza, “será como árbol plantado junto al agua, que hunde en la corriente sus raíces, que da fruto a su tiempo y nunca se marchita”; convirtámonos en hombres “que ponen su confianza en el Señor”y vivamos el gozo intenso al saber, que Tú estás en nosotros y nosotros contigo. 

San Pablo nos sitúa en el centro de la Revelación que ha culminado en Cristo: la Resurrección. Procede a base de absurdos condicionales: “Si los muertos no resucitan, tampoco Cristo resucitó. Si Cristo no resucitó, vana es nuestra fe. Si nuestra esperanza en Cristo se redujera tan sólo a las cosas de esta vida, seríamos los más infelices de los hombres. Pero no es así, Cristo resucitó como primicia de todos los muertos.” Misterio pascual, alegría que corona toda la entrega de Jesús y que nos envuelve, no en una esperanza utópica, sino en la certeza de que con Él daremos frutos eternos. Así entenderemos y superaremos lo que va en contra de nuestra visión inmediatista: persecución e insulto, maldición y rechazo, porque nos habremos aventurado a tomar en serio el Evangelio; saborearemos desde ahora, la recompensa sin medida: nuestros nombres escritos en el libro de la Vida. 

Ignorar la Palabra, por dura que parezca, nos envolverá en “¡los ayes!”, por habernos dejado atrapar por las creaturas, por haber olvidado que el presente se esfuma, que las cosas se acaban, y habremos quebrado la línea trascendente al cambiarla por un gozo ilusorio. 

Bienaventuranzas, paradoja que rompe los criterios, que invita a la conversión y al seguimiento de Cristo que lloró, fue pobre, sufrió y trabajó por la paz y la reconciliación, fue perseguido y entregó su vida por servir al bien y a la justicia.  “Bienaventurado” es aquel que se aventura bien, que busca y encuentra el Camino y lo sigue. ¿Cuál es nuestra decisión? Volvamos a pedir ser hombres y mujeres “de rectitud y sinceridad de vida”. El Espíritu nos ayudará a elevar la escala de valores.

sábado, 5 de febrero de 2022

5°. Ordinario, 6 febrero 2022.-


Primera Lectura:
del libro del profeta Isaías 6: 1-2, 3-8

Salmo Responsorial, del salmo 137:
Cuando te invocamos, Señor, nos escuchaste.

Segunda Lectura: de la primera lectura del apóstol Pablo a los corintios 15: 1-11

Evangelio: Lucas 5: 1-11.
 

Se alarga, por tercer domingo la invitación universal, para reconocer al Señor como Creador; a profundizar en la realidad innegable de nuestra creaturidad engrandecida por el llamamiento del mismo Señor. 

Invitación que aguarda una respuesta, disyuntiva innegable: aceptación o rechazo; al considerar la procedencia y querer ser sensatos, nos acogemos al Señor y le pedimos que conserve y proteja lo que ya nos ha dado: ¡Ser sus hijos!, por ello nuestra esperanza es firme. 

El domingo pasado considerábamos tres ejemplos de realización de un programa concreto sin detenerse a medir consecuencias: Jeremías, Pablo, Cristo mismo. Hoy la liturgia nos ofrece tres llamamientos, tres vocaciones, tres respuestas. 

¿A quiénes llama Dios? La respuesta inmediata sería: a quienes Él quiere, la pensada detenidamente: a todos. No podemos negar que hay invitaciones especiales, y en ellas reluce la doble libertad: la de Dios y la del hombre; aparecen circunstancias especiales en las que se manifiesta el llamamiento, en ninguna hay, ni puede haber, coacción de parte de Dios, en las tres que recordamos, brilla la benignidad libérrima de Dios. Quien elige a Isaías, de estirpe sacerdotal, a Pedro, inculto pescador y a Pablo – quien dice de sí mismo “soy como un aborto, porque perseguí a la Iglesia. De verdad que en Dios no hay acepción de personas. 

El Señor ayuda a que lo descubramos, sin querer negar la posibilidad, ya que para Él todo es posible; difícilmente nos enviará un serafín con un carbón encendido para que purifique corazón y labios; tampoco presenciaremos una pesca tan inesperada y abundante, tan en contra de lo que concluye la lógica de un pescador que había pasado la noche en vano y que sabía que de día sería aún más difícil; ni aparecerá una luz celestial que nos deslumbre, ni una voz que resuene tan adentro que haga imposible la no conversión. 

Asimilamos la conciencia de “ser hombres de labios impuros”, pedimos humilde y conmovidamente a Jesús: “Apártate que soy un pecador”, y aceptamos con Pablo, “por la Gracia de Dios soy lo que soy”.  

Tres experiencias verdaderamente fuertes de la presencia de Dios a las que siguieron tres respuestas de donación total: Isaías, no duda, responde: “¡Aquí estoy, Señor, ¡envíame!”  Pedro y sus compañeros, azorados y sacudidos, dejan ver su interior con los hechos: “dejándolo todo, lo siguieron”. Pablo, sin vanas presunciones, fincado en la fuerza de Dios, acepta “haber trabajado más que todos”, pero no se lo atribuye a sí mismo: “Su Gracia no ha sido estéril en mí”.  

Dios quiso y quiere “tener necesidad de los hombres”, que seamos sus manos para distribuirlo a quienes lo necesitan, sus labios para anunciarlo en todas las lenguas del planeta, sus pies para llevar la Buena Nueva a todos los rincones de la tierra… ¡qué condescendencia de Dios: hacerse mendigo de los hombres! 

Oigamos que repite: “¿A quién enviaré? ¿Quién irá de parte mía?”. La respuesta también es Gracia, ¡pidamos no ser insensibles a esa voz! Hemos recibido la Vida para comunicarla, no la dejemos escondida.