viernes, 28 de abril de 2023

4°. Pascua, 30 abril 2023.-


Primera Lectura:
del libro de los Hechos de los Apóstoles 2, 14. 36-41
Salmo Responsorial, del salmo 22: El Señor es mi Pastor, nada me falta.

Segunda Lectura: de la primera carta del apóstol Pedro 2, 20-25
Evangelio: Juan 10: 1-10

Toda la liturgia de hoy está enfocada para que encontremos y escuchemos la voz del Buen Pastor. “El Buen Pastor da la vida por sus ovejas”. No nos quedemos en la comparación que probablemente ahora no nos diga mucho: el rebaño y el pastor, vayamos más adentro: Cristo Puerta, Cristo Guía, Cristo Vida.

La oración que elevamos a nuestro Padre ya nos pone en la ruta: “guíanos a la felicidad eterna del Reino de tu Hijo, para que el pequeño rebaño llegue seguro a donde ya está su Pastor resucitado.”   Seguir a Cristo es encaminarnos al Reino, ¿puede importarnos algo más?

Pedro, inspirado por el Espíritu, sigue adelante en su arenga y echa en cara a Israel su desvío y trata de convencer a todos, que Jesús es “el Señor”. El Espíritu de verdad actúa: “sus palabras les llegaron al corazón”. ¿Llegan al nuestro de manera que repitamos la pregunta que le hicieron?: “¿Qué tenemos que hacer?”. La respuesta está vigente: “Conviértanse en el nombre del Señor Jesucristo, se les perdonarán los pecados y recibirán el Espíritu Santo”. La promesa de Dios es promesa que se cumple y abarca a todos los hombres. “Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la Verdad,” esa verdad que nos “pondrá a salvo de este mundo corrompido”.  Es el mensaje del mismo Jesús, es el Espíritu que inspira, que conmueve, que convierte. ¿Nos consideramos parte integrante de la Comunidad de la Iglesia?, ¿actuamos como aquellos que recibieron así esta realidad e hicieron crecer a la primitiva comunidad?

Si acaso la inseguridad del camino nos asalta, tenemos la respuesta en el Salmo: “El Señor es mi Pastor, nada me puede faltar”. Quien tiene a Dios y es tenido por Él, lo tiene todo. Ciertamente habrá “cañadas obscuras, hambre y sed”, todo se resolverá, porque “su vara y su cayado nos dan seguridad”.  La petición que hicimos, se convierte en deseo ardiente: “Viviré en la casa del Señor por años sin término". 

Para llegar a la meta es necesario caminar, y en ese camino encontraremos, si de veras seguimos a Jesús: incomprensiones, calumnias, dificultades, desprecios…, Él, sin merecerlos, ya nos enseñó el modo de superarlos. “Con su muerte saldó la deuda que nos condenaba.” “Se ha convertido en Pastor y guardián de nuestras vidas.”  Dejemos que esta realidad nos transforme, no permitamos que nuestros interiores se “habitúen” a lo grandioso del Amor que Dios nos tiene y oremos, convencidos, para que seamos atentos a su voz, que la reconozcamos en medio de tanto ruido, que encontremos y traspasemos la puerta que Jesús nos abre para la Vida, no cualquier puerta, sino la de la “Vida en abundancia”.

Nos habla por nuestro nombre, ni se equivoca ni se olvida. ¿Lo escuchamos pronunciarnos, invitarnos, guiarnos, iluminarnos, alimentarnos? Como con los discípulos de Emaús persiste en alcanzarnos, en interesarse por nuestros pensamientos, en dialogar para que despejemos nuestras dudas y desahoguemos nuestros corazones. Sinceramente no podemos dejar nuestra respuesta al aire, seríamos unos desagradecidos e inconscientes. ¡Contamos con el Espíritu para no serlo!


viernes, 21 de abril de 2023

3° Pascua, 23 abril 2023.-


Primera Lectura:
del libro de los Hechos de los Apóstoles 2: 14, 22-33
Salmo Responsorial, del salmo 15: Enséñanos, Señor, el camino de la vida. Aleluya.
Segunda Lectura: de la primera carta del apóstol Pedro 1: 17-21
Evangelio: Lucas 24: 13-35.

Continúa la alegría de la Pascua. La Resurrección del Señor nos hace aclamarlo, cantarle, darle gracias y esto será grato a sus ojos si proviene de corazones renovados en los que bullen el gozo y la esperanza. Pedimos al Señor que nuestros labios no encuentren trabas.

Pedro y los discípulos ya vivían fuertemente el impulso del espíritu Santo; los ánimos apocados y temerosos han desaparecido y florece, impetuoso, el viento que llegó de arriba. Pedro lleva a cabo el encargo de ser testigo de lo que es el núcleo del cristianismo: “Jesús, acreditado por Dios en obras y palabras, al que ustedes, israelitas, crucificaron, ha resucitado”.

Por eso se alegró el corazón de David, por eso se alegran nuestros corazones; no podía ser abandonado a la muerte el que es el autor de la vida, “recibió del Padre el Espíritu Santo y lo ha comunicado, como ustedes lo están viendo y oyendo.”   ¡Cómo necesitamos que cuantos nos rodean, puedan ver y oír lo que realiza ese mismo Espíritu en nosotros! ¡Él sigue presente, pero, en ocasiones le amarramos las alas, impedimos que su gracia actúe en el mundo, no permitimos que haga patente el triunfo logrado ya por Cristo sobre el mal, el pecado y la muerte!

El Salmo, orado conscientemente, ávidamente, hará, como lo hizo Jesús con los discípulos caminantes, que “se nos abran los ojos y lo reconozcamos”.  De verdad, Señor, ansiamos que nos “enseñes el camino de la vida”, ese camino que nos aparte de “la estéril manera de vivir”; ese que nos haga aquilatar el precio que pagaste por nosotros, redimidos “no con oro ni plata, sino con tu sangre preciosa.”  ¡Qué valioso soy, qué valioso es cada ser humano! ¿Crezco en esta conciencia al tratarlos? ¿Caigo en la cuenta de la dignidad que Cristo ha recuperado para cada uno de nosotros? ¿Preparo, cada día, el encuentro con los demás para mirar en ellos a Cristo? Como Pedro y los discípulos, ¿crezco en la Fe en el Padre, precisamente a través de Cristo y es Él la semilla cierta de mi propia resurrección? ¡Cuántas preguntas surgen y cómo cobra sentido lo pedido en el Aleluya: “Que comprendamos las Escrituras; enciende nuestros corazones”!

Parece que uno de los peregrinos que se dirigían a la aldea distante unos 11 Km., era el mismo evangelista Lucas; acompañémoslos, escuchemos sus lamentos, miremos sus ojos cegados por la tristeza y la desesperanza. ¿No nos pasa lo mismo al acercarse Jesús? Tenemos horizontes estrechos, y eso nos impide “reconocerlo”. Mucho de bueno podemos aprender de ellos, al menos iban hablando “de lo sucedido”, Jesús aún estaba en ellos, pero no lo comprendían.  Él nos sale al paso en lo cotidiano, nos alcanza en la vida, se interesa por nuestras pesadumbres, invita al diálogo, brinda amistad, con delicadeza, pero sin rodeos, reprende, sacude e ilumina: “¡Insensatos, duros de corazón para creer!”, y comienza a ilustrarlos a través del recorrido por las Escrituras, desde Moisés y los Profetas, hasta llegar a su propia entrega para “así entrar en su gloria”.  Lenta transformación de los interiores al contacto con la Palabra de Dios. la paz los fue inundando. El momento del reconocimiento lo tenemos a la mano: “En el partir el pan”.  Es la fuerza del Espíritu, el mismo Cristo que actúa y convierte: “Con razón nuestro corazón ardía cuando nos explicaba las Escrituras”.  Poco antes Jesús había aceptado la invitación, pero fijémonos bien en lo que dice el Evangelio: “Entró para quedarse con ellos.”  Y se ha quedado de la misma forma con nosotros. Con qué velocidad recorrieron el camino de regreso para hacer, como Jesús, partícipes del gozo a los compañeros. ¡Mucho para pensar!

viernes, 14 de abril de 2023

2° de Pascua, 16 abril 2023.-


Primera Lectura:
del libro de los Hechos de los Apóstoles 2: 42-47
Salmo Responsorial, del salmo 117: La misericordia del Señor es eterna, Aleluya.
Segunda Lectura: de la primera carta del apóstol Pedro 1: 3-9
Evangelio: Juan ; 20: 19-31.

Abrir el corazón a la alegría, a la gratitud, porque Dios nos ha llamado al Reino. No por nuestros méritos, nos preguntaríamos: ¿cuáles?, los que mira el Señor, ¿encontraría alguno que mereciera lo que nos promete? Es su Misericordia la que nos ilumina, levanta en vuelo y asegura que la Fe en Él vale la pena; por ella superamos todas las adversidades y nos sentimos consolidados por el triple don ya recibido  “el Espíritu que nos da Nueva Vida” y “la Sangre que nos redime”; profundizar en estos regalos bastaría para meditar y prolongar nuestra acción de gracias sin cesar e intentar recrear las actitudes de la primitiva comunidad cristiana, que, aun cuando algo idealizada, proyecta los frutos palpables de una Resurrección vivida y compartida: “constancia en escuchar la Palabra”, porque solamente conociendo el Bien podemos amarlo, tratar de hacerlo nuestro con raíces profundas, “como árboles plantados cerca del torrente, que dan fruto abundante” (Ez. 47: 12). “La comunión fraterna”, precisamente la que reinstaura las relaciones que el pecado rompió, la que se abre universalmente a todos los hombres, aunque nos suene a utopía, la que Dios escribió en los corazones de todo y cada ser humano. “La fracción del pan”, la Eucaristía como centro de la auténtica vida cristiana, la que alimenta y da cohesión más allá de las limitaciones de lengua, raza o nación, y nos permite, si lo dejamos, ser asimilados por Cristo. “La oración”, personal y familiar, la que conjunta a los amigos en el Señor, la que reconoce las carencias, pero sabe dónde y a Quién acudir para remediarlas. Por eso causaban admiración, asombro, deseo de participar en ese género de vida. Sin individualismo egoísta, aceptando los sacrificios que suponía “tenerlo todo en común para que nadie pasara necesidad”. ¡Ese es el ideal, realizable desde la presencia del Espíritu que nos ha dejado Jesús! El reto está en presente, ¿no podríamos iniciar su realización, al menos, en el seno familiar e irlo extendiendo a cuanto podamos? Brotará, espontanea, la alegría que contagia y da vida a la vida.

El Salmo nos recuerda al Señor de la misericordia; desde Él nos sabemos edificados “en la Piedra que desecharon los constructores y Es la Piedra angular”, ningún torrente, ninguna avenida de las aguas, ningún viento impetuoso podrá destruir esa casa. “Sabemos en Quién hemos puesto nuestra confianza” (2ª. Tim. 1: 12). San Pedro sobreabunda en el tema de la Fe y la Esperanza: el Señor está con nosotros y nosotros queremos estar con Él para rebosar de alegría porque de Él viene la salvación.

Jesús Resucitado “regresa a buscar lo que estaba perdido”, a los que “estaban con las puertas cerradas”, es Consolador, es Paz, es seguridad que supera toda expectativa que, ni por asomo, pudiera imaginar la mente humana; sigue ofreciéndonos esa Paz, esa reconciliación, los fundamentos para que realicemos su anhelo, su proyecto, el fruto maduro de su entrega hasta la muerte: la comunidad de creyentes que se transformen en testigos de su vida, de su permanencia entre nosotros, por el Espíritu que ha comunicado a la Iglesia.

Tomás pide pruebas y la delicadeza de Jesús se las ofrece: “Aquí están mis manos…, aquí está mi costado, no sigas dudando, sino cree”. Al discípulo, desde su turbación, se le abren los ojos de la fe y va más allá de lo que mira: “Señor mío y Dios mío”.

Pidamos a Jesús que también a nosotros nos ilumine para reconocerlo en la creación, en los hermanos, en la Eucaristía y confesemos igualmente: “Señor mío y Dios mío”. 

sábado, 8 de abril de 2023

Resurrección, 9 abril 2023.-


Primera Lectura:
del libro de los Hechos de los Apóstoles: 10: 34, 37-43;
Salmo Responsorial, del salmo 117: ¡Aleluya, aleluya!
Segunda Lectura: de la carta del apóstol Pablo a los colosenses 3: 1-4
Evangelio: Juan 20: 1-9.
 

“¡El Señor ha resucitado! Aleluya”. La soledad, la angustia, el sufrimiento tienen un sentido, jamás han sido ni serán lo definitivo; son realidad y misterio a la vez; son compañeros de nuestro caminar al lado de Cristo; son invitación a penetrar, con fe, a veces temblorosa y dubitante, pero que quiere ser sincera, lo que vivió con plena convicción Jesús y cuantos lo han seguido con la mirada y el ser entero clavados en Él; lo confesamos con San Pablo el Jueves Santo: “Que nuestro orgullo sea la cruz de nuestro Señor Jesucristo, porque  en Él tenemos la salvación, la vida y la resurrección, y por El hemos sido salvados y redimidos.”  (Gál. 6: 14) Quizá lo balbucimos temerosos, pero no, si miramos el presente con la seguridad del futuro pleno de certeza: “He resucitado y viviré siempre contigo; has puesto tu mano sobre mí, tu sabiduría es maravillosa.” Más allá de toda ciencia, de toda filosofía, de toda imaginación, está la realidad, la Palabra que se cumple, la promesa que llega a su plenitud: “El Hijo del hombre va a ser entregado a los gentiles, y será objeto de burlas, insultado y escupido y después de azotarlo, lo matarán y al tercer día resucitará.” (Lc. 18: 31-33) El trago amargo, verdadero, dramático, brutal, ha pasado, ahora está la victoria sobre el último enemigo que sería destruido, la muerte. (1ª. Cor. 15:25) “¿Dónde está, muerte tu victoria?, ¿dónde tu aguijón?”  (1ª. Cor. 15: 55) “Muriendo, destruyó nuestra muerte, resucitando nos dio nueva vida.”   

¡Esta es la fe que alienta y fortalece a la primitiva comunidad cristiana! Es la que nos tiene que consolidar en la Esperanza que con firmeza expresa San Pedro: “Dios ungió con el Espíritu Santo a Jesús de Nazaret y pasó haciendo el bien… Lo mataron colgándolo de la cruz, pero Dios lo resucitó al tercer día… Nosotros hemos sido testigos… Hemos comido y bebido con Él, nos mandó a predicar al pueblo y a dar testimonio de que Dios lo ha constituido Juez de vivos y muertos… El testimonio de los profetas es unánime, que cuantos creen en Él, por su medio, recibirán el perdón de sus pecados.”  ¡Ésta es nuestra fe que nos gloriamos de profesar en Cristo Jesús, Señor nuestro! Ya resucitados con Él, “busquemos  los bienes de arriba, donde está Cristo sentado a la derecha de Dios…, nuestra vida está escondida con Cristo en Dios.” ¡Hagámosla patente! Como Él, “pasemos por la vida haciendo el bien”, pensando en lo que nos espera: “la manifestación gloriosa, juntamente con Él.” 

Quien ama busca, aun lo que “humanamente parece perdido sin remedio”; ¡Busca la vida aun en la muerte! María lo hace, va al sepulcro, ve que la piedra ha sido removida, la agitación la envuelve, echa a correr y, angustiada, avisa a Pedro y a Juan: “Se han llevado al Señor y no sabemos dónde lo habrán puesto.” Estos, a toda prisa se dirigen al sepulcro; llega Juan primero pero, respetuoso, aguarda a Pedro, no obstante, se asoma y mira “los lienzos puestos en el suelo”. Llega Pedro y entran juntos, constatan lo ya visto “los lienzos en el suelo pero el sudario doblado, puesto en sitio aparte.” Entonces “vio y creyó, pues no había entendido las Escrituras según las cuales Jesús debía resucitar de entre los muertos.” 

¡Lázaro salió atado! Aquí comprende que las ataduras de la muerte han sido rotas y que ¡ésta es la verdadera Resurrección! 

Cristo vive, Cristo triunfa, Cristo aguarda a que lo busquemos. Estemos seguros de que se dejará encontrar. Está mucho más cerca de lo que imaginamos. Confiemos en que nos abrirá el entendimiento y el corazón para comunicar a todos esta certeza y demos, con nuestras vidas, nueva vida al mundo. “Ya está su mano sobre nosotros”.