sábado, 27 de mayo de 2017

Ascensión. Mayo 28, 2017.-



Primera Lectura: del libro de los Hechos de los Apóstoles 1: 1-11
Salmo Responsorial, del salmo 46: Entre voces de júbilo, Dios asciende a su trono. Aleluya.
Segunda Lectura: de la carta del apóstol Pablo a los efesios 1: 17-23
Aclamación: Vayan y enseñen a todas las naciones, dice el Señor, y sepan que yo estaré con ustedes todos los días hasta el fin del mundo.
Evangelio: Mateo 28: 16-20.

¡Magnífico el que, como los discípulos, “miremos al cielo”, sigamos a Cristo en su Ascensión, en la coronación de su misión, en su triunfo ganado a pulso, precisamente porque “se hizo obediente hasta la muerte y una muerte en cruz” y por ello “ha recibido un nombre sobre todo nombre y ha recibido todo poder en la tierra y en el cielo”!

Esta actitud nos confirma fuertemente en “la esperanza que nos da su llamamiento y en la rica herencia que Dios da a los que son suyos”; pero, con la mirada hacia arriba, donde “está Cristo, Cabeza de la Iglesia y de la Humanidad entera”, esperándonos, tengamos los pies en la tierra y aceptemos enrolarnos en el trabajo eclesial, en lo que fue y sigue siendo el signo de pertenencia a Cristo: “Vayan, bauticen, enseñen”.

¡No basta con mirar y admirar! El gozo de la glorificación de Jesús, no puede quedar estático y menos aún ahora que tanta gente lo desconoce, lo mantiene al margen de sus decisiones, es incapaz de cumplir sus mandamientos porque los ignoran. ¡Cuántas familias piensan que es función de los párrocos o de las catequistas, y esto si tienen, al menos, la preocupación de enviar a los hijos a la parroquia y que estos acepten! Desconexión entre lo que afirmamos creer y lo que efectivamente realizamos.

¡Cómo necesitamos pedir con San Pablo: “Que el Padre de la gloria nos conceda espíritu de sabiduría y de revelación para conocerlo”. El conocer se trueca en entender cuando es querido, y al conocer al Sumo Bien, querremos poseerlo y ser poseídos por Él y esa alegría nos hará contagiarlo, comunicarlo, esparcirlo. Superaremos la visión de los que aguardaban un reino terreno: “¿Ahora sí vas a restablecer la soberanía de Israel?”, y atenderemos mejor a la promesa vital que les hace y nos hace Jesús: “El Espíritu Santo los llenará de Fortaleza y serán mis testigos hasta los últimos rincones de la tierra.”  Su Palabra se hizo realidad y lo sigue siendo: “Yo estaré con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo”. No lo vemos físicamente, pero lo está en la Eucaristía, en la Escritura, en la Iglesia, en la conciencia, en las aspiraciones que todos sentimos por hacer un mundo mejor, más justo, más humano, más fraterno, todo él empapado en “la esperanza de la herencia”, para llegar juntos a gozar de su victoria, que ya es nuestra, y así, donde está Cristo Cabeza, estemos también nosotros, su cuerpo.

domingo, 21 de mayo de 2017

6° de Pascua. 21 de mayo de 2017.-


Primera Lectura: del libro de los Hechos de los Apóstoles 6: 5-8, 14-17}
Salmo Responsorial, del salmo 65: Las obras del Señor son admirables, Aleluya.
Segunda Lectura: de la primera carta del apóstol Pedro 3: 15-18
Aclamación: El que me ama, cumplirá mi palabra, dice el Señor; y mi Padre lo amará y vendremos a él.
Evangelio: Juan 14: 15-21.

¡Promesas que de verdad se cumplen, porque, ya lo sabemos, provienen del Señor! La invitación a anunciar la Buena Nueva hasta los últimos rincones de la tierra, sigue en presente.

Continuamos, captemos el tiempo verbal ”continuar celebrando”, significa que iniciamos y permanecemos en la misma actitud: Gozo, Alegría, Aceptación, Fe en Cristo Resucitado, “primicia de los que duermen”. Ya hemos reflexionado muchas veces que si la primicia es buena, la cosecha está asegurada, nosotros somos esa cosecha: “Cristo en su Cuerpo Místico, estará completo cuando el último hombre resucite.”

San Lucas narra que ha comenzado la “diáspora”, la dispersión, a causa de la persecución, ¡qué medios tan especiales utiliza el Señor, para que se desarrolle su mandato!: “vayan por todo el mundo y anuncien el Evangelio”.  Los seres humanos creen que con la muerte, sería el caso de la de Esteban, todo termina; mas para el Señor, es el principio de la Vida. Felipe, uno de los diáconos, llega a Samaria, predica, convence, convierte, con y por la acción que le inspira el Espíritu. Posteriormente llegan Pedro y Juan, imponen las manos y los samaritanos “reciben el Espíritu Santo”.  Una vez más: Dios entre nosotros, por Cristo en el Espíritu hace crecer a la Iglesia.

Desde lo profundo de nuestros corazones pidámosle que veamos que con su venida “renueve continuamente la faz de la tierra.”  Que llevemos a cabo lo orado en el Salmo y nos dejemos impregnar de esa presencia amorosa, inacabable de Dios: “Las obras del Señor son admirables”, y no pueden ser de otra manera.

Insiste San Pedro en que la convicción salga a flote: “Den razón de su esperanza a los que se la pidan”, y me permitiría añadir: aunque no nos la pidan, que al vernos superar las tribulaciones, las disensiones, los embates de quienes se resistan a creer, por nuestras obras hagamos comprender que hemos aprendido la enseñanza de Cristo, El Justo, y junto con cuantos nos rodean, lleguemos a la resurrección. Todo esto avalado con las obras, como nos pide el mismo Jesús en el Evangelio: “Si me aman, cumplirán mis mandamientos y Yo rogaré al Padre y les enviará otro Consolador, el Espíritu de la Verdad”. Ya Él mismo ha realizado su misión de consolar, de animar, de impulsar, se va al Padre, pero nos enviará “Otro” con las mismas funciones y este Espíritu, que es Dios, nos enseñará a entender lo que es la Fe: la Unidad entre el Padre y Cristo en el mismo Espíritu; esa es la manera de participar en y de la vida Trinitaria: “Estar en el Padre y estar en Cristo y ambos en nosotros”  Manifestación que, valga la redundancia, debe manifestarse, “para que el mundo crea”.

El final es grandemente esperanzador: “Al que me ama a Mí, mi Padre lo amará, y Yo también lo amaré…”  Futuro que ya es pasado y se realiza en presente: “Lo amo” ¡Dejémonos penetrar por esta realidad!: ¡Dios me ama!, y estoy seguro que cambiará nuestra vida.

miércoles, 10 de mayo de 2017

5° Pascua, 14 de mayo de 2017.-



Primera Lectura: del libro de los Hechos de los Apóstoles 6: 1-7
Salmo Responsorial, del salmo 32: Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros, como lo esperamos de ti
Segunda Lectura: de la primera carta del apóstol Pedro 2: 4-9
Aclamación: Yo soy el camino, y la verdad, y la vida --dice el Señor--; nadie va al Padre, sino por mí.
Evangelio: Juan 14: 1-12.

¡Qué insistencia de parte del Espíritu a través de la Liturgia, para que abramos lo más grande posible, nuestros ojos y nuestro corazón, para que nos solacemos en las maravillas de la Creación, para que no cese nuestra boca de reconocer las maravillas del Señor! La velocidad en la que vivimos, por la que nos hemos dejado arrastrar, nos impide los momentos de interiorización, de silencio, de asombro, de gratitud. ¿Nos hemos acostumbrado a ver sin “mirar”, a vivir lo inmediato como si nos fuera debido y no como regalo de nuestro Padre, a vagar sin rumbo?

En la oración persistimos, de otra forma, en lo pedido el domingo anterior: “que llegue tu pequeño rebaño, a donde ya está su Pastor resucitado”.  Hoy: que su mirada de amor, sentido y consentido, nos mantenga y acreciente en la fe, para que “quienes creemos en Cristo, obtengamos la verdadera libertad y la herencia eterna.”  Reinsistencia en lo que perdura, en lo que llena de paz, en lo que conduce a lo que debe ser, diario, nuestro único horizonte, como le decíamos en el Salmo hace ocho días: “Vivir en la casa del Señor por años sin término.”

La primera lectura nos hace ver que en toda comunidad, al fin y al cabo formada por seres humanos, aparecen ciertas disensiones, envidias, malentendidos; la solución debe ser la misma: “Piensen, oren, disciernan, bajo la Luz del Espíritu Santo”. ¡Con qué increíble familiaridad, con qué convicción oran, creen y actúan buscando siempre lo mejor para que el Reino, la Iglesia, crezcan! Ejemplo a imitar urgentemente: la importancia de la colaboración de todos, como “piedras vivas”, para la construcción del templo espiritual. Asistimos al nacimiento del diaconado, del servicio material y espiritual: los diáconos, que significa servidores, son elegido de en medio de la comunidad, pero fijémonos en sus características: “honrados, llenos del Espíritu Santo y de sabiduría”, y volvemos al punto crucial: El Espíritu Santo es quien prosigue la obra de Cristo. ¿Qué tan dispuestos estamos para esta elección-misión? La Iglesia somos todos, o existe una colaboración activa, o seremos “piedras muertas”. Hay muchas cosas que no pueden realizar los Pastores, sean obispos, párrocos, sacerdotes o religiosas, es imprescindible que cada fiel se sienta comprometido con el Cuerpo de Cristo, con los demás, con el trabajo parroquial, con la promoción de la evangelización, con una sólida preparación. ¿Captamos lo importante que es nuestra respuesta?

Vamos juntos hacia el Padre, el único Camino es Jesucristo quien, gracias a las inquietudes y dudas de Felipe y Tomás, nos descubre su identidad con el Padre y nos anima a seguirlo para llegar a “la casa del Padre donde hay muchas habitaciones que ya nos tiene preparadas, para que donde Él está, estemos también nosotros.”  Confirmamos la meta de nuestro caminar: la trascendencia y la felicidad sin límites, sin sobresaltos, sin temores, porque quien tiene a Dios y es tenido por Él y lo tiene todo.

Oremos al Espíritu Santo para que reafirme nuestra fe en el Padre, en Cristo y en Él mismo, no tanto para hacer “cosas mayores”, sino para mantenernos en la fidelidad y en el amor prácticos, constantes y crecientes.