Salmo Responsorial, del salmo 18: Los mandamientos del Señor alegran el corazón.
Segunda Lectura: de la carta del apóstol Santiago 5: 1-6Aclamación: Tu palabra, Señor, es la verdad; santifícanos en la verdad.
Evangelio: Marcos 9: 38-43, 45, 47-48.
¡Qué bien
cuadra con Dios ese potencial condicional: “podrías hacer recaer sobre nosotros tu ira”!; y con
nosotros la causal: “porque hemos pecado y desobedecido”. Volvemos a la Fuente
de Bondad, y la adversativa nos consuela: “pero haz honor a tu nombre, trátanos conforme a tu misericordia”.
Consideramos nuestra realidad, como creaturas y nos envuelve el miedo,
con toda razón; volvemos la mirada al Padre y regresa la tranquilidad.
No abusemos del Amor y del tiempo; el primero, así con mayúsculas,
dura siempre, el segundo, lo sabemos, terminará algún día. Prosiguiendo
con el tema del proyecto de vida, nos preguntamos sobre el fin y oramos
para vivir comprometidos: “que no desfallezcamos en la lucha para conseguir el Reino prometido”.
¿Quién, sino
el Espíritu, podrá ayudarnos a mirar con claridad, aun a profetizar
sin pronunciar palabra, a proyectar y repartir, a manos y corazón llenos,
la constante presencia de Dios en nuestro mundo? Con Él, aprenderemos
a cortar las envidias, a conjuntar esfuerzos por el bien de los hombres,
a ser universales, delicados, cuidadosos, a percibir que no basta encerrar
nuestro ser en la propia conciencia, “aunque no nos acuse” (1ª. Jn. 3: 20), sino a pensar en
los demás, en cuantos nos rodean, para evitar cualquier ocasión de
escándalo o tropiezo.
El Salmo nos
alerta, ¿es cierto que la conciencia no me acusa?, ¿qué tan
laxa la tengo? ¿Puede un ser consciente engañarse a sí mismo?
No en balde rogamos al Señor: “¿Quién no falta, Señor, sin advertirlo? De mis pecados ocultos,
líbrame Señor”.
Ya hemos hecho la prueba, repitámosla: “Tus mandatos, Señor, alegran el corazón”.
Su resumen nos guía: “Amarás al Señor sobre todas las cosas y a tu prójimo como a
ti mismo” (Mc. 12: 31). Absoluto sólo hay Uno, todo lo creado
es relativo; absolutizar una creatura, la que sea, es desviar el camino
sin medir consecuencias; es dejarnos encandilar por una estrella y olvidarnos
del Sol. El clamor de aquellos que hemos postergado nos ensordecerá.
Ojalá no recordemos, demasiado tarde, lo que advierte el Apóstol Santiago,
en 2: 13: “En
el juicio no habrá misericordia para quien actuó sin misericordia”.
¿Cuántas veces
habremos oído la Palabra?, ¿nos ha santificado en la verdad? Jesús, el nuevo
Moisés, acorde siempre a la acción liberadora, reubica a sus discípulos: “El Espíritu,
como el viento, sopla donde quiere y va donde quiere”, (Jn.
3 8), déjenlo obrar, Él une, no divide; ni Yo tengo la exclusiva,
he venido a repartirlo para que todos se salven. Por otra parte, ¡piensen!: “Todo aquel que
no está contra nosotros, está a nuestro favor”.
¿Hemos entendido
el contenido del Reino, aun cuando no lo haya explicitado como tal en
palabras, Jesucristo, pero sí en sus obras? “Que los hombres
reconozcan a Dios como Padre y se amen como hermanos”.
¿Pueden tus
manos, con obras de injusticia; tus pies, por caminos obscuros y egoístas;
tus ojos, con miradas turbias de avaricia y de malos deseos, herir a
tus hermanos? ¡Córtatelos! No físicamente, nada remediarías. Ve
al fondo de tus intenciones y purifícalas.
¡El Reino vale
más que todas las posesiones de la tierra!, lo contrario será
la frustración total y sin salida.