martes, 25 de septiembre de 2012

26º Ordinario, 30 septiembre 2012

Primera Lectura: del libro de los Números 11: 25-29
Salmo Responsorial, del salmo 18: Los mandamientos del Señor alegran el corazón.
Segunda Lectura: de la carta del apóstol Santiago 5: 1-6
Aclamación: Tu palabra, Señor, es la verdad; santifícanos en la verdad.
Evangelio: Marcos 9: 38-43, 45, 47-48.

¡Qué bien cuadra con Dios ese potencial condicional: “podrías hacer recaer sobre nosotros tu ira”!; y con nosotros la causal: “porque hemos pecado y desobedecido”. Volvemos a la Fuente de Bondad, y la adversativa nos consuela: “pero haz honor a tu nombre, trátanos conforme a tu misericordia”. Consideramos nuestra realidad, como creaturas y nos envuelve el miedo, con toda razón; volvemos la mirada al Padre y regresa la tranquilidad. No abusemos del Amor y del tiempo; el primero, así con mayúsculas, dura siempre, el segundo, lo sabemos, terminará algún día. Prosiguiendo con el tema del proyecto de vida, nos preguntamos sobre el fin y oramos para vivir comprometidos: “que no desfallezcamos en la lucha para conseguir el Reino prometido”. 

¿Quién, sino el Espíritu, podrá ayudarnos a mirar con claridad, aun a profetizar sin pronunciar palabra, a proyectar y repartir, a manos y corazón llenos, la constante presencia de Dios en nuestro mundo? Con Él, aprenderemos a cortar las envidias, a conjuntar esfuerzos por el bien de los hombres, a ser universales, delicados, cuidadosos, a percibir que no basta encerrar nuestro ser en la propia conciencia, “aunque no nos acuse” (1ª. Jn. 3: 20), sino a pensar en los demás, en cuantos nos rodean, para evitar cualquier ocasión de escándalo o tropiezo.

El Salmo nos alerta, ¿es cierto que la conciencia no me acusa?, ¿qué tan laxa la tengo? ¿Puede un ser consciente engañarse a sí mismo? No en balde rogamos al Señor: “¿Quién no falta, Señor, sin advertirlo? De mis pecados ocultos, líbrame Señor”.

Ya hemos hecho la prueba, repitámosla: “Tus mandatos, Señor, alegran el corazón”.   Su resumen nos guía: “Amarás al Señor sobre todas las cosas y a tu prójimo como a ti mismo” (Mc. 12: 31). Absoluto sólo hay Uno, todo lo creado es relativo; absolutizar una creatura, la que sea, es desviar el camino sin medir consecuencias; es dejarnos encandilar por una estrella y olvidarnos del Sol. El clamor de aquellos que hemos postergado nos ensordecerá. Ojalá no recordemos, demasiado tarde, lo que advierte el Apóstol Santiago, en 2: 13: “En el juicio no habrá misericordia para quien actuó sin misericordia”. 

¿Cuántas veces habremos oído la Palabra?, ¿nos ha santificado en la verdad? Jesús, el nuevo Moisés, acorde siempre a la acción liberadora, reubica a sus discípulos: “El Espíritu, como el viento, sopla donde quiere y va donde quiere”, (Jn. 3 8), déjenlo obrar, Él une, no divide; ni Yo tengo la exclusiva, he venido a repartirlo para que todos se salven. Por otra parte, ¡piensen!: “Todo aquel que no está contra nosotros, está a nuestro favor”. 

¿Hemos entendido el contenido del Reino, aun cuando no lo haya explicitado como tal en palabras, Jesucristo, pero sí en sus obras? “Que los hombres reconozcan a Dios como Padre y se amen como hermanos”.

¿Pueden tus manos, con obras de injusticia; tus pies, por caminos obscuros y egoístas; tus ojos, con miradas turbias de avaricia y de malos deseos, herir a tus hermanos? ¡Córtatelos! No físicamente, nada remediarías. Ve al fondo de tus intenciones y purifícalas.

¡El Reino vale más que todas las posesiones de la tierra!, lo contrario será  la frustración total y sin salida.

viernes, 21 de septiembre de 2012

25° ordinario, 23 septiembre 2012.

Primera Lectura: del libro de la Sabiduría 2: 12, 17-20
Salmo Responsorial, del salmo 53: El Señor es quien me ayuda.
Segunda Lectura: de la carta del apóstol Santiago 3: 16, 4: 3
Aclamación: Dios nos ha llamado, por medio del Evangelio, a participar de la gloria de nuestro Señor Jesucristo.
Evangelio: Marcos 9: 30-37.

La liturgia de este domingo nos propone un magnífico espacio para que analicemos cuál es el proyecto de vida que nos hemos trazado.

La antífona de entrada da la pauta:”Yo soy la salvación de mi pueblo, dice el Señor”. Él es el inicio y la finalización de todo y cualquier proyecto. “En Él vivimos, nos movemos y somos”, desde nuestra realidad de creaturas, de hijos, no encontraremos nada que más nos humanice y divinice, que orientar deseos y realizaciones hacia Él; la confianza nos acompaña: “Los escucharé en cualquier tribulación y seré siempre su Dios”.

Hablando con la realidad entre las manos, confesamos, sin tener que pensarlo mucho, que no ha sido siempre esa nuestra actitud, que nuestro proyecto ha marginado al Señor, si no teórica, sí prácticamente. Él nos habla de diversas maneras, por la conciencia, por su Palabra, por los acontecimientos, por la ejemplaridad de los hombres y mujeres justos que han permanecido fieles al compromiso; pero nuestra respuesta, en ocasiones se asemeja al pensamiento y a las acciones que nos describe el Libro de la Sabiduría: los justos nos molestan, su sola presencia nos afecta, porque, sin violencia, nos hacen entrar en nosotros mismos para buscar cómo sacudirnos “a aquellos que reprochan nuestras acciones y se oponen a lo que hacemos”. Quizá no lleguemos a ponerles una trampa pero sí los tildamos de locos e inadaptados, con eso parecería que aquietamos la conciencia para proseguir encerrados en vanos deseos e ilusiones. Detengámonos y escuchemos la oración silenciosa de los que esperan en Dios: “Hay Alguien que mira por nosotros”. ¡Qué precioso don encontrarnos en la vida con personas así! ¡Qué gran aventura pedirle al Señor que lo seamos para los demás! ¿No es éste el proyecto que nos llevará, como flecha al centro del blanco, superando, por la velocidad de la convicción, cualquier ráfaga que intente desviarnos?

Vivimos en una sociedad de constante cambio de actitudes, de “valores que no lo son”, que pone todo su empeño en el éxito, en el poder, en el “parecer”, en la moda, sí son cambios pero que no afinan la dirección que hemos recibido como seres humanos “elegidos para reproducir la imagen de Aquel que es el Primogénito de toda creatura, Cristo Jesús” 

Santiago nos delinea perfectamente: “donde hay rivalidades, ahí hay desorden y toda clase de obras malas…, luchas, envidias, guerras, ambiciones…” Los justos, en cambio, “con la sabiduría de Dios, son amantes de la paz, comprensivos, llenos de misericordia y buenos frutos, imparciales y sinceros”. Balanza concreta ante los ojos, ¿hacia dónde se inclinan los platillos? Un elemento más para aquilatar nuestro proyecto de vida.

Jesús, en el Evangelio que hemos escuchado, abre su corazón a los discípulos y a nosotros. Se percibe su angustia y a la vez la seguridad de su esperanza: sufrirá, pero resucitará. Palabra directa, ejemplo acabado del “justo que ha puesto su confianza en Dios que salva”. Los discípulos oyen, pero no entienden, están enfrascados en “miniproyectos”: “¿Quién será el más importante entre ellos?” También ellos necesitan corregir su proyecto de vida a pesar de convivir, tan de cerca, con la misma Vida. Por lo menos la vergüenza, de haber ignorado los sentimientos de Cristo, los hace callar.

Jesús nos vuelve a abrir su corazón, nos redescubre el camino, confirma la certeza del proyecto que quiere realizar en nosotros: “Si alguno quiere ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos”. ¡Qué cambio de mentalidad, qué actitud,   corroborada con los actos! “El Hijo del hombre no ha venido a ser servido sino a servir y a dar la vida para la salvación de todos”.

La sencillez del niño, la transparencia que brota de la inocencia, son el sello final para evaluar la validez de nuestro proyecto de apertura, de universalidad, de profunda fe: en cada ser humano, aun en el más pequeño, encontramos a Jesús y al Padre.

miércoles, 12 de septiembre de 2012

24° Ordinario, 16 Septiembre, 2012.

Primera Lectura: del libro del profeta Isaías 50: 5-9
Salmo Responsorial, del salmo 114: Caminaré en la presencia del Señor.
Segunda Lectura: de la carta del apóstol Santiago 2: 14-18
Aclamación: No permita Dios que yo me gloríe en algo que no sea la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por el cual el mundo está crucificado para mí y yo para el mundo.
Evangelio: Marcos 8: 27-35.

“Tus palabras, Señor, son espíritu y vida”, y podemos preguntarnos si todas las aceptamos desde esa perspectiva. Hay palabras en el Evangelio, en las Escrituras, que no nos agrada escuchar y por sobre la reacción emotiva que ciertamente nos estremece, nos volvemos al Señor para decirle: “Concede la paz a los que esperamos en Ti, cumple las palabras de los profetas”.

De la experiencia en su misericordia y en su amor, obtendremos las fuerzas para poder servirle, según nos lo va revelando Jesús en sus dichos y hechos, que, lo constatamos a cada paso, no van acordes a nuestros deseos e ilusiones. ¿No guardamos, allá, muy dentro, la imagen de un Mesías glorioso, triunfador, amoldable a los criterios del éxito, del aplauso y del esplendor? Decimos “conocerlo y amarlo”, pero al compararlo con Su propia realidad, vemos que lo hemos reducido a nuestra medida y la talla le queda chica, ahí no cabe Cristo.

El Cántico del Siervo sufriente que evoca la primera lectura, vuelve a estremecernos, se nos rompen los sueños fáciles y las imágenes nos dan miedo. Olvidamos, demasiado pronto, el renglón inicial: “El Señor me ha hecho oír sus palabras y yo no he opuesto resistencia, ni me he echado para atrás”. La descripción que sigue nos transporta a lo vivido por Cristo en su Pasión. Ni el Profeta, ni Pedro, ni los discípulos conocían el final, nosotros sí. Momentos difíciles que iluminan la verdadera fe si los meditamos con pausa, si seguimos el ritmo, si nos adentramos en el fruto increíble de “haber escuchado la Palabra: El Señor me ayuda, por eso no quedaré confundido. Cercano está el que me hará justicia, ¿quién luchará contra mí? ¿Quién me acusa? Que se me enfrente. El Señor es mi ayuda, ¿quién se atreverá a condenarme?” El precio es alto, pero la victoria es segura. Rumiando en el corazón, como María, algo llegaremos a entender para expresar, sinceros, en el Salmo: “Caminaré en la presencia del Señor”.

En este caminar van de la mano la Fe y las obras, el ser hombre y cristiano sin división alguna, todo entero, en cualquier parte, a todas horas, abierto a todo hermano, alejados los ojos de la posible recompensa y fijo el corazón en paso firme que da la convicción.

La fidelidad pondrá, con gran sorpresa, en nuestros labios, el grito de San Pablo: “No permita Dios que me gloríe en algo que no sea la Cruz de nuestro Señor Jesucristo, por el cual el mundo está crucificado para mí y yo para el mundo”.

Ya no vacilaremos ante la pregunta que nos hace Jesús, desde aquel tiempo: “¿Quién dice la gente que soy Yo?” No buscaremos subterfugios, ni pretextos, ni escudos que impidan adentrarnos en nuestro propio yo, aduciendo opiniones extrañas que no nos comprometan. El Señor nos ha dado lo que sus allegados no tenían: Conocer el final del camino, el triunfo inobjetable de su Resurrección, las ocultas veredas que los desconcertaban y, que a pesar del tiempo, aún nos desconciertan pero que son el sello de Aquel “que escuchó las palabras y no se resistió”.

La confesión de Pedro, sincera y explosiva, no se mantuvo acorde con las obras; temió las consecuencias e intentó disuadir a Jesús. La Pasión y la muerte hacían añicos los aires de grandeza: ¡Ese no es el Mesías al que yo me adhería! Jesús, al reprenderlo nos reprende, ¿cuánto existe en nosotros de oposición al Reino?

La claridad final, tajante, nos ubica: “Salvar aquí es perder allá”, la Trascendencia es la que dura, la que perdura para siempre; allá nos dirigimos.

lunes, 3 de septiembre de 2012

23° Ordinario, 9 Septiembre, 2012.

Primera Lectura: del libro del profeta Isaías 35: 4-7
Salmo Responsorial, del salmo 145: Alaba, alma mía, al Señor.
Segunda Lectura: del apóstol Santiago 2: 1-5
Aclamación: Jesús predicaba el Evangelio del Reino y curaba las enfermedades y dolencias del pueblo.
Evangelio: Marcos 7: 31-37.

El Señor hace conjunciones inconcebibles para nosotros: Justo y Bondadoso; da a cada quien lo que le corresponde, pero su Bondad excede, porque perdona nuestras culpas; por eso es Él y sólo Él, quien nos ayudará a cumplir su voluntad. ¿Podemos “merecer” la herencia eterna? Merecer en el sentido de “transacción”, ¡nunca! Recordemos lo que nos dice San Pablo: “¿Quién ha dado a Dios primero para que Él le devuelva?”, que junto con lo que nos decía Santiago el domingo pasado, se completa: “Todo don perfecto viene de arriba, del Padre de las luces”. Pidamos entender que de Dios viene la Redención, la Filiación y la consecuencia: heredar el Reino.

Isaías redunda en el mismo tema: “No teman. Aquí está su Dios, vengador y justiciero que viene a salvarlos” Paradoja pura: ¡venganza y justicia que salva! ¿Contradicción?, ¡no!, Misericordia en acción que hace ver y oír, que consolida y alienta, que riega con agua de vida y multiplica manantiales. Si hubiera algún “corazón apocado”, seguramente “cobrará ánimo”. ¡Éste es nuestro Dios que está y seguirá estando!

El Salmo nos confirma: “El Señor es fiel a su palabra” y al comprobarlo, no habrá otra reacción que la de un corazón sensato: “Alaba, alma mía al Señor”.

Alabarlo no puede quedarse en simples voces, el Apóstol Santiago nos confronta: fe y alabanza que no obra, queda estéril envuelta en la mentira. El ejemplo que pone, nos aprieta, la universalidad, sin distinciones es nuestra meta; seguir a Jesucristo que, si  hizo distinciones, fue siempre a favor de los más empobrecidos. El criterio divino: “A la viuda y al huérfano sustenta y trastorna los planes del inicuo”. La ocasión se presenta a cada paso en nuestras vidas, ¿qué dirección seguimos?

Jesús, caminante incansable, recorre las regiones “haciendo el bien”, llega a Decápolis, tierra de paganos, le llevan a un sordomudo, incapaz de escuchar la Buena Noticia de la Salvación ni de alabar a Dios. Jesús lo lleva aparte, toca los oídos con sus dedos, y le toca la lengua con saliva, “mira al cielo y suspira”, pronuncia la palabra exacta: “Effetá”, ¡Ábrete!  Se aparta con él, no quiere adulaciones. El rito es pausado, los signos comprensibles: introduce los dedos en los oídos sordos y en la lengua pasiva, sabe que el Padre lo escucha, siente con el enfermo su flaqueza y realiza el milagro: “Al momento se le abrieron los oídos y se le soltó la lengua”, este hombre ya está listo para la comunicación con Dios y con los hombres. La admiración estalla: “¡Qué bien lo hace todo! Hace oír a los sordos y hablar a los mudos”.

Superando el gozo físico de un hombre, hermano nuestro, liberado, pensemos que igual ha sucedido el día de nuestro Bautismo: la palabra, la misma “Effetá”, la explicación contiene un compromiso serio que continúa vigente: “Que a su tiempo sepas escuchar su Palabra y profesar la fe, para gloria de Dios padre”.

Oír, estudiar, orar, para comprender y anunciar las maravillas que el Señor ha realizado en nosotros. Con decisión valiente es lo que nos pide San Ignacio en los Ejercicios: “No ser sordos a su llamamiento, sino prestos y diligentes para cumplir su santísima voluntad.”   ¡Vuelve a abrirnos, Señor, los oídos y la lengua, la mente y el corazón!