viernes, 27 de mayo de 2022

Ascensión del Señor, 29 mayo 2022.-


Primera Lectura:
del libro de los Hechos de los Apóstoles 1: 1-11
Salmo Responsorial
, del salmo 46: Entre voces de júbilo, Dios asciende a su trono. Aleluya.
Segunda Lectura:
del libro de los hebreos 9:24-28, 10: 19-23
Evangelio:
Lucas 24: 46-53

Atinadamente decimos de Jesús: “Salió como un héroe, contento, como un héroe, a recorrer su camino”; hoy lo vemos culminarlo para entrar en la Gloria.  Un día volverá a cumplir lo que nos ha prometido: “Padre, quiero que donde Yo esté, estén también los que me has confiado”.  En incontables ocasiones hemos reflexionado que es imprescindible que donde esté la Cabeza, ahí deberán estar los miembros y comprendemos la ilación lógica: permanecer unidos e ir alimentando la esperanza cierta, desde la experiencia vivida de seguir a Cristo aquí en la tierra para llegar, como Él, a la Gloria del Padre. No nos quedemos mirando al cielo, el trabajo está aquí.

San Lucas, en el inicio del libro de los Hechos, narra, someramente, el último adiós de Jesús. En un resumen magnífico, le recuerda a Teófilo y en él a nosotros “todo lo que Jesús hizo y enseñó hasta el día en que ascendió al cielo”; quizá no en ese momento, pero sí después, habrán recordado los discípulos, sus palabras: “Salí del Padre y vuelvo al Padre”. Este recordar será obra del Espíritu Santo, porque aun en esos postreros instantes, todavía no se les había abierto la mente y preguntaban ansiosos, ajenos a la magnitud del misterio y con el anhelo, no tan oculto, de gozar de un triunfo tangible, terreno: “Señor, ¿ahora sí vas a restablecer la soberanía de Israel?” Jesús los conoce y nos conoce: necesitamos mirar a través del velo de la fe; Jesús no se desespera; su respuesta los deja en la misma situación: “A ustedes no les toca conocer el tiempo y hora que el Padre ha determinado con su autoridad; pero el Espíritu Santo cuando descienda sobre ustedes, los llenará de fortaleza y serán mis testigos hasta los últimos rincones de la tierra.”  ¡Cuánto por corregir en la visión y en la misión! Para aprender a dar pasos firmes en el suelo, tener los ojos fijos en el cielo. Solamente así entonaremos, conscientes, el canto de júbilo: “Dios asciende a su trono. Aleluya”.

Antes de partir, Jesús les recuerda lo que ha sido su vida, su misión, lo que lo ha hecho, en toda la plenitud de la palabra: “El Hijo amado del Padre”: la entrega total por los que ama: su pasión, su muerte, su resurrección, en Él se realiza la plenitud de la Revelación; de Predicador se convierte en Predicado. No es una doctrina abstracta la que hemos de dar a conocer sus discípulos, es su Persona viva, la que ha de llenar los corazones de fe y de esperanza.

Únicamente Él puede decir con toda verdad: “me voy pero me quedo”; estoy junto al Padre pero también junto a cada uno de ustedes, mediante la Fuerza que ya han recibido desde lo alto: El Espíritu que vivifica.

Junto con los Apóstoles, recibamos la bendición de Jesús e imitemos su modo de permanecer unidos, en oración, alabando a Dios. ¡Ahí está la luz que ilumina y fortalece!

viernes, 20 de mayo de 2022

6° de Pascua, 21 mayo 2022.-


Primera Lectura:
Hechos de los Apóstoles 15: 1-2, 22-29

Salmo Responsorial, del salmo 66: Que te alaben, Señor, todos los pueblos. Aleluya.
Segunda Lectura: del libro del Apocalipsis 21: 10-14, 22-23

Evangelio: Juan 14: 23-29.
 

El canto debe proseguir, su eco debe resonar hasta los últimos rincones del universo: “¡El Señor, ha redimido a su pueblo!” Cantamos en Iglesia, en comunidad, en convivencia, en verdadera consolación, en actitud de espera porque Jesús nos anuncia la venida del Espíritu Santo, nos asegura la participación, misteriosa pero real, en la vida Trinitaria, nos describe la Nueva Jerusalén que ya ha comenzado a construir, ¡Cómo no vamos a unirnos en la alabanza e invitar a todos los pueblos a adherirse a ella! 

La lectura de Hechos de los Apóstoles nos pone ante los ojos la realidad de la Iglesia, de esa Comunidad constituida por hombres, como nosotros, con diversidad de sentimientos, de expectativas, de visión, a veces aun de encerramiento intelectual y afectivo; pero con una diferencia que tiene que motivarnos a la reflexión, a la confrontación, a la clarificación, ¡nunca solos ni apoyados exclusivamente en motivos inmediatos!; sino en la oración, la consulta, el discernimiento y la apertura a la diversidad que no rompa la unidad con fáciles concesiones, sino que consolide la que Cristo fundó y que sólo se mantendrá y crecerá con y por la acción del Espíritu, “Señor y dador de vida”.  El conflicto se resuelve en conexión con la Inspiración que actúa, mediante la fe y la experiencia de la “sensación” de Dios en el desarrollo de la vida: “El Espíritu Santo y nosotros hemos decidido no imponerles más cargas que las estrictamente necesarias”. ¡Qué ejemplo de humanidad y trascendencia hermanadas en la comprensión! Claridad de decisión que no procede nada más del “saber” humano, que “imita” a Dios en el conocimiento de los hombres, en la universalidad de la Salvación, que deja en claro que el Nuevo Camino, es precisamente Nuevo y no un agregado a la Antigua Alianza. Ya escuchábamos el domingo pasado: “Ahora Yo voy a hacer nuevas todas las cosas”. La Iglesia, y nosotros con ella, necesitamos aprender que Dios no es “nuestra exclusiva”, que Es el Siempre Mayor y su creatividad no tiene límites.  

El Apocalipsis nos transporta a una visión inimaginable para nosotros; visión de Fe y de Esperanza, visión de novedad y permanencia, visión de luz y claridad que tiene como centro a Jesús, el Cordero que todo lo une, a cuantos vivieron sinceramente la Antigua Alianza, representados en los doce ancianos que hacen actuales a las doce tribus de Israel y a los doce Apóstoles que significan a cuantos creemos en la Alianza Nueva y Eterna. “Cristo, la piedra angular, sobre quien se construye todo lo nuevo y duradero”. 

El mismo Jesús, en su sermón de despedida, insiste, continuando lo iniciado el domingo pasado, en lo único que perdura: El amor y las lógicas consecuencias de quien ama: “cumplir su palabra”.  

¡Qué maravillas nos promete: ¡ser morada de Dios, vivir de la vida de Dios! “Mi Padre lo amará y vendremos a él y haremos en él nuestra morada” Me pregunto a mí mismo si de verdad creo en esta delicadeza de Dios: ¿Dignarse vivir en mí! Y toda vía más: no sólo es el Padre, ¡es la Trinidad que desea habitar en mí! ¿Quiero saber de Dios, encontrarme con la plenitud del conocer, sin resabios de duda o de ignorancia? Jesús Camino, me muestra el camino: “El Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre – revelación del Dios Comunidad -, les enseñará todo  cuanto les he dicho”. ¡Cómo lo necesitamos para recordar las Bienaventuranzas, el desasimiento de las creaturas, el amor universal, la conciencia de trascendencia, el perdón, la resurrección y la vida eterna! Esta es “la paz que nos ha dejado”, ¿la aceptamos y queremos vivirla? 

viernes, 13 de mayo de 2022

5º de Pascua, 15 mayo 2022.-


Primera Lectura:
del libro de los Hechos de los Apóstoles 14: 21-27
Salmo Responsorial, del salmo 144: Bendeciré al Señor eternamente. Aleluya.
Segunda Lectura: de libro del Apocalipsis.21: 1-5
Evangelio: Juan 13: 31-35.

La alegría de la Pascua, nacida y alimentada por la fe en Cristo Resucitado, tiene un dinamismo muy especial: nos ha devuelto la mirada hacia el Padre, aunque de la parte de Él nunca se había perdido, pero ahora reabre abre el horizonte de la Esperanza, primero, la del profundo gozo de sentirnos libres, al aceptarnos creaturas e hijos, y después la herencia eterna.

Una Fe que va creciendo por la conciencia de pertenecer al Padre, por la admiración de cuanto ha hecho y prosigue haciendo por nosotros, nos acerca a una especial sensación de Dios; y al sentirnos protegidos por su Paternidad, no podemos menos que experimentar que nos ama, que nos quiere, que se preocupa por nosotros. Lo sabemos, lo aceptamos, un tanto intelectualmente, por eso le pedimos que esa sensación nos abrace por completo, nos envuelva, nos eleve, nos guíe para responder como verdaderos hijos. 

Así vivieron los Apóstoles, los integrantes de la Primitiva Comunidad Cristiana, Pablo y Bernabé, este estar transidos de Dios: Es un ir y venir, partir y regresar, reanimar y comunicar lo que les llena el corazón: “perseverar en la fe”; esa actitud requiere de los pasos previos a la alegría pascual, el engaño jamás podrá venir del Señor, de su mensaje, de su ejemplo, por eso recalca el par de apóstoles: “hay que pasar por muchas tribulaciones para entrar en el Reino de Dios”. Ninguna mayor de las que pasó Cristo para abrirnos el camino hasta el Padre. No dejemos que la imaginación nos torture, la capacidad de crecer y perseverar viene con Cristo. Sólido apoyo encontramos en la Carta a los Romanos: “Sostengo que los sufrimientos del tiempo presente son cosa de nada comparados con la gloria que va a revelarse reflejada en nosotros”. Impulso para compartir con la familia, con la comunidad, con los amigos, siguiendo el ejemplo que acabamos de escuchar: “reunieron a la comunidad y les contaron lo que había hecho Dios por medio de ellos”; ¡A cuántos podríamos abrirles las puertas de la fe! 

La creatividad de Dios siempre está en acción, Él no está supeditado al tiempo, somos nosotros los que concebimos ese “antes” y “después”, pero no así la realidad del Señor: “un cielo nuevo, una tierra nueva, una nueva Jerusalén, engalanada como una novia”; Dios siempre nuevo, el Dios siempre Mayor, el que ya nos ha “Bendecido eternamente” y espera que esta bendición rinda sus frutos si nosotros no se lo impedimos. “Esta es la morada de Dios con los hombres, vivirá con ellos y serán su pueblo” … Así lo vivieron los místicos, y a eso estamos llamados, a percibir hondamente la sensación de Dios hasta exclamar: “¡Sólo Dios basta!” 

El Evangelio de hoy es breve pero muy rico en contenido y cometido. Jesús acaba de realizar el Lavatorio de los pies; se queda con los once discípulos y manifiesta todo su interior (¿habrán comprendido?, ¿comprendemos ahora?); se acerca la hora final, la de la glorificación, no en el sentido mundano, sino en el que complace a Dios en la entrega sin límites, en la muerte para decirlo sin rodeos; Jesús con el corazón conmovido, les advierte que no pueden seguirlo de inmediato y como inicio de un precioso discurso de despedida, les deja y nos deja “ese mandamiento siempre nuevo”, que en esos instantes parece relucir con toda intensidad porque baja al concreto que tienen y tenemos enfrente: “Ámense los unos a los otros, - no de cualquier manera, no como a cada quien se le ocurra -, sino, como Yo los he amado”. 

¿Buscamos el signo del ser del cristiano?, Aquí está: “En esto reconocerán que son mis discípulos: en que se aman los unos a los otros”. 

Comunidad de amigos, que promueve lo que une, que cultiva la igualdad y la reciprocidad, el apoyo mutuo, donde nadie está por encima de nadie, donde se respetan las diferencias, pero se cuida la cercanía y la relación.

Pensemos, por último: de una comunidad de verdaderos amigos es difícil marcharse; de una comunidad fría, rutinaria e indiferente, la gente se va, y los que se quedan, apenas lo sienten. 

Jesús nos invita a formar la primera, imitando lo que Él mismo hizo, ¿aceptamos en la realidad de la vida práctica?...  al menos intentémoslo.