Primera Lectura: del libro del profeta Isaías 62: 1-5
Salmo Resposorial, del salmo 95: Cantemos la
grandeza del Señor.
Segunda Lectura: de la primera carta del apóstol Pablo a los
coritios 12: 4-11
Aclamación: Dios nos ha
llamado, por medio del Evangelio, a participar de la gloria de nuestro Señor
Jesucristo.
Evangelio: Juan 2: 1-11.
Todavía con el sabor del amor y
del misterio que el Padre nos ha revelado en Jesucristo, comenzamos la serie de
domingos ordinarios, con la atención despierta, con la expectación constante
para seguir creciendo en la profundización del significado de todo lo que en
este tiempo de Anuncio, Navidad, Epifanía, Bautizo del Señor hemos vivido.
Ansiamos de verdad que la
antífona de entrada se vuelva realidad: “Que
se postre ante el Señor la tierra entera, que todo ser viviente alabe al
Señor”. ¿Llegará el día en que la humanidad entera aprenda a levantar los
ojos, a doblar las rodillas agradecidas por tanto bien recibido, a dejarse
guiar por el amor paterno y a comprender que solamente así transcurrirán los
días en paz y en armonía? Tú mismo lo prometes, Señor y tu palabra es
verdadera: “Por amor a mi pueblo” –
que somos todos – “haré surgir la
justicia, y la salvación brillará como antorcha”. Nuestra esperanza, espera, a pesar de vivir
largos lapsos de obscuridad y angustia. No más desolación, ni sombra de
abandono; no se trata de Ti, somos nosotros los que hemos tergiversado el
camino y damos pasos de ciego en medio de la luz, por eso deseamos escuchar tu
palabra que alumbra, entusiasma y anima: “A
ti te llamarán ´Mi complacencia´, y a tu tierra ´Desposada´”. ¿Puede haber
algo que cause más alegría que el sabernos complacencia de Dios?, ¿puede un
esposo enamorado olvidar el día de su boda? ¡Renuévanos, Señor, la memoria para
poder cantar tus grandezas y especialmente la mejor de todas: “Que nos has llamado a participar de la
gloria de nuestro Señor Jesucristo”!
El Espíritu ha derramado dones a
raudales, todos “para el bien común”,
para que, ayudándonos los unos a los otros, reencontremos el camino de la Vida,
la comunidad que supera las divisiones porque es el mismo Espíritu el que actúa
en nosotros, de Él vienen la posibilidad de la justicia y la seguridad de la
salvación. ¿Reconocemos y usamos los que nos ha dado? Pienso que sería un magnífico comienzo del
Año Nuevo.
En el Evangelio de hoy, San Juan
nos muestra, en María, un modelo de quien pone en acción los dones personales
para bien de los demás.
Jesús y María han sido invitados
a una boda; la alegría llena el recinto y parecería que nadie se ha dado cuenta
de algo que resultaría bochornoso, de algo que rompería la alegría de la
fiesta, pero… ahí está María, la mujer perspicaz, la atenta, la cuidadosa, la
que vela por todos, la silenciosamente humilde y confiada; se acerca a Jesús y
le dice: “Ya no tienen vino”. Asimila
la respuesta desconcertante de su Hijo: “Mujer,
¿qué podemos hacer tú y yo? Todavía no ha llegado mi hora”, y con el amor y
la confianza de Madre de Jesús y Madre
nuestra, Intercesora inigualable, indica a los servidores: “Hagan lo que Él les diga”. Ya escuchamos y conocemos la
consecuencia. Agua convertida en un vino mejor que el primero. Asombro de los
sirvientes que habían hecho caso a María y a Jesús, y el reproche admirado al
novio, de parte del encargado de la fiesta.
Dos actitudes deberían seguir
latiendo en nosotros: continuar escuchando a María que nos repite: “Hagan lo que Él les diga” y la mente y
el corazón abiertos de los discípulos que “creyeron
en Él”.