sábado, 31 de diciembre de 2022

Santa María Madre de Dios, 1° enero 2023.-


Primera Lectura:
del libro de los Números 6: 22-27
Salmo Responsorial, del salmo 66:
Te piedad de nosotros, Señor, bendícenos.
Segunda Lectura: de la carta del apóstol Pablo a los gálatas 4: 4-7

Evangelio: Lucas 2: 16-21.
 

¿Costumbre, rutina? ¡Aguardamos el 1º de Enero para decir a voces: ¡Feliz Año Nuevo!, si detenemos por un momento el paso y el pensamiento, captamos que “lo nuevo” es cada instante y lo grandioso de la novedad es que, al fijarnos en el tiempo, comprendemos que en sí mismo, mirando el segundero del reloj, “no es, es y deja de ser”, en un paso rítmico e interminable que recorre, acompasado, carátulas y vidas, como un algo que se va, se va y no retorna. 

¿Qué novedad es ésta, que no es; esa a la que apenas miro y ya se ha ido? La que señala el camino que acaba y no termina, la que nos hace conscientes de estar viviendo entre la trama del espacio y aquello que llamamos tiempo, magnitudes que estrechan la visión y por lo mismo  invitan a romperla porque el latido sigue, porque el horizonte de la esperanza se abre en infinito y urge, no a acelerar el paso, no podemos, ya que él mismo nos lleva hasta el final concreto, desconocido en sí, pero seguro en el encuentro cuando se rompan, en silencio, lo que llamábamos el espacio y el tiempo y comencemos, sin otra referencia externa, a vivir la intensidad total, fuera de miedos, de distancia y relojes, el hacia dónde, que el Señor imprimió, desde el principio, en lo profundo del ser de cada uno. Ésta es la novedad: ¡ya estamos viviendo la Eternidad! 

La “bendición de Dios” nos acompaña, “hace resplandecer su rostro sobre nosotros, nos mira con benevolencia y nos concede la paz”. ¿Qué mejor augurio podemos desear para el año que inicia? El mismo Señor nos enseña a invocar su nombre. 

“La plenitud de los tiempos”, no hace referencia temporal, indica la maduración progresiva de la historia que ha alcanzado la plenitud necesaria para que Dios, en Cristo, por María, } traiga hasta nosotros la filiación divina, en un hermano, en un hombre cuyo nombre nos salva y enaltece: Jesús, el Salvador, Hijo de Dios e Hijo de María. Jesús por Quien y en Quien podemos llamar a Dios ¡Padre!, y ser herederos del Reino que ¡ya está entre nosotros! 

Seamos como los pastores: corramos y encontremos a María a José y al Niño y salgamos, con una nueva luz, a proclamar que la salvación ha llegado; ese es el distintivo del cristiano: contemplar, llenarse de Dios en Cristo y en María y promulgar con alegría que ya no somos esclavos sino hijos. 

Imitemos también a María, la creyente, la fiel y obediente, la que se da tiempo y da tiempo a Dios “guardando y meditando todas estas maravillas en su corazón”, la discípula excelsa que escucha y pone en práctica la Palabra de Dios. 

Antiguamente se celebraba en este día El Santo nombre de Jesús: “El Señor salva”, hoy están unidas las dos festividades: la circuncisión, momento en que se imponía el nombre al nuevo miembro de la comunidad judía, que abarca ahora a la comunidad humana, y la de María, Madre de Dios al haber dado a luz, con la fuerza del Espíritu Santo, al Hijo Unigénito de Dios. Vuelve a relucir la Buena Nueva: “hemos sido transladados de las tinieblas a su luz admirable”.

viernes, 23 de diciembre de 2022

Natividad del Señor, 25 diciembre 2022.-


Primera Lectura: de
l libro del profeta Isaías 9: 1-3
Salmo Responsorial, del salmo 95
: Hoy nos ha nacido el Salvador.
Segunda Lectura: de la primera carta del apóstol Pablo a Tito 2: 11-14
Evangelio: Lucas 2: 1-14.
 

¡El tiempo se ha cumplido! “Tú eres mi Hijo, hoy te engendré Yo”. Luz, Vida, Esperanza, Camino, Verdad, Paz, Guía y podríamos continuar sin parar, enumerando los atributos-realidades que no son de Cristo, son Cristo mismo.

Aun cuando no lo confiese, la humanidad entera está hambrienta de luz y de verdad, de fraternidad, de gozo, paz y serenidad. 

El misterio de la interioridad del hombre dejará de serlo cuando aceptemos el misterio de Dios hecho Hombre que esta noche se nos hace patente y nos invita a recorrer el camino de regreso a las manos del Padre; entonces dejaremos de ser misterio para nosotros al sumergirnos, inundados de su luz, en el misterio de Dios.

Para cosechar necesitamos haber sembrado, para repartir el botín, debimos haber vencido. Cristo nos provee de semilla abundante, de armas imbatibles para la lucha “que no es contra hombres de carne y hueso, sino contra las estratagemas del diablo, contra los jefes que dominan las tinieblas, contra las fuerzas espirituales del mal”. Revistámonos con ellas: “el cinturón de la verdad, la coraza de la honradez, bien calzados y dispuestos a dar la noticia de la paz, embrazado el escudo de la fe que nos permitirá apagar las flechas incendiarias del enemigo; el casco de salvación y la espada del Espíritu, es decir la Palabra de Dios” (Ef. 6: 12-17), solamente así conseguiremos que su Humanidad engrandezca la nuestra.

¡Increíble: ¡un Niño “ha quebrantado el yugo que nos esclavizaba”! ¿No es absurdo, una vez libres, regresar a las ataduras? Abramos ojos y oídos para escuchar al “consejero admirable, a Dios poderoso, al Padre amoroso, al Príncipe” que viene a reinar “en la justicia y el derecho para siempre”; ofrezcámosle como trono inicial, la interioridad de nuestro ser. 

Hoy todo ha de ser canto, alegría y regocijo porque “nos ha nacido el Salvador”. Viene el que ES la Gracia, con Él aprenderemos a vivir en constante religación con Dios, a renunciar a los deseos mundanos, a ser sobrios, justos y fieles a Dios, a practicar el bien. Verdaderamente no tenemos excusa si actuamos de otra forma.

Hagámonos, como dice San Ignacio en la contemplación del Nacimiento, “esclavitos indignos” y extasiémonos mirando a las personas, escuchando sus palabras, rumiando en nuestros corazones la grandiosidad en la pequeñez, el incomprensible silencio de “Aquel por quien fueron hechas todas las cosas, y sin Él nada existiría de cuanto existe”. (Jn.1: 3). Pidamos que entre con toda su fuerza y rompa nuestra ansia loca de tener sin tenerlo a Él. Verdaderamente “nos enriqueció con su pobreza”. 

No podemos menos de unirnos al coro de todo el universo para entonar el Himno de la Gloria, de la Alegría, de la Paz porque Dios en su Hijo Jesucristo, hermano nuestro, ha rehecho nuestros corazones, nuestros ideales y orientado hacia Él nuestras vidas. 

 


sábado, 17 de diciembre de 2022

4°. Adviento, 18 diciembre 2022.-


Primera Lectura:
del libro del profeta Isaías 7: 10-14
Salmo Responsorial, del salmo 23: Ya llega el Señor, el Rey de la Gloria.
Segunda Lectura: de la carta del apóstol Pablo a los romanos 1:1-7
Evangelio:
Mateo 1: 18-24. 

Toda la Creación se une en asombro, en expectativa, en esperanza: “Destilen, cielos, el rocío, y que las nubes lluevan al Justo; que la tierra se abra y haga germinal al Salvador”, unámonos a esta petición y preparémonos a recibir la caricia del rocío, de la lluvia y a recibir de la tierra el Fruto Nuevo. 

Más gozosos que la creación, somos los que “hemos conocido por el anuncio del ángel la encarnación del Hijo de Dios, para que lleguemos – siguiendo sus pasos, su mirada, sus preferencias, que sobrepasan todo entendimiento humano -, por su pasión y su cruz, a la gloria de la resurrección”. 

La petición condensa cuanto hemos meditado durante el tiempo de Adviento: nuestra Patria nos aguarda y el único Camino es Jesucristo, Mediador, desde su Naturaleza Divina que lo constituye en “Emmanuel”, Dios con nosotros, y su naturaleza Humana, verdadero hombre “del linaje de David”, en esa misteriosa y maravillosa unión en una sola Persona Divina, cuyos méritos son infinitos y por ello capaces de salvar a todos los hombres. 

En la primera lectura, Isaías se opone a que Ajaz haga alianza con Asiria para defenderse de Damasco y Samaria, pues la única Alianza sólida es con Yahvé; es el mismo Dios quien invita al rey, y, en él a nosotros, a confiar, a renunciar a la seguridad aparente y lanzarse y lanzarnos, dejarse y dejarnos en sus manos, como Él se ha puesto en las nuestras a pesar de cómo lo tratamos y lo relegamos al olvido. La confirmación de que su amor es verdad, viene en la profecía: “El Señor mismo les dará una señal. He aquí que la virgen concebirá y dará a luz un hijo y le pondrán el nombre de Emmanuel”. Desde la más antigua tradición cristiana este oráculo tiene un horizonte profético profundo, que se va haciendo patente a las generaciones sucesivas; la garantía de la continuidad dinástica tiene su razón de ser en el heredero mesiánico; la salvación sigue gravitando hacia El Salvador. 

Esta aplicación la expresa con toda claridad Pablo, todo es Gracia, fundada en Jesucristo, a fin de que todos los pueblos acepten la fe para gloria de su nombre; “entre ellos se encuentran ustedes, llamados a pertenecer a Cristo Jesús; en Él la paz de Dios, nuestro Padre”. 

Dios espera nuestra cooperación en el misterio de la salvación, tal como lo hicieron María y José. La aceptación por la fe, el ¡sí! al plan de Dios, sin pedir más explicaciones. El fiat de María. La justicia de José que vive “el santo temor de Dios”, piadoso, profundamente religioso, que confía más en María que en sí mismo y experimenta lo que muchas veces habría cantado: “El Señor está siempre cerca de sus fieles”, le hace superar el estupor, lo incomprensible y crecer en la certeza de que lo bueno para todos los hombres, es “estar junto a Dios”.  Imitemos a María y José en ese estar junto a Cristo y que nos enseñen a disponernos, como ellos, a seguir la voluntad de Dios con toda fidelidad.

sábado, 10 de diciembre de 2022

3º Adviento, 11 diciembre 2022.--.


Primera Lectura:
del libro del profeta Isaías 35: 1-6, 10
Salmo Responsorial, del salmo 145:
Ven, Señor, a salvarnos.
Segunda Lectura: de la carta del apóstol Santiago 5: 7-10

Evangelio; Mateo. 11: 1-11.
 

¡Alegría, Alegría!, repetida, multiplicada, inacabable porque viene del Señor. Esperar al que viene a liberarnos del pecado, del desierto, del cansancio, esperanza que anima y que  reanima.

Ya meditábamos el domingo pasado que la esperanza es el lapso que va de la ilusión a la consecución; la vivimos repetidamente: las fiestas de familia, las bodas, los bautizos, los 15 años…, todos los aniversarios que van adornando nuestro caminar, rompen lo cansino del desierto, hacen florecer los sueños, adivinan oasis llenos de  agua, de sombra, de palmeras donde recuperar las fuerzas y alimentar los ojos para mirar más claro el horizonte y divisar, de lejos, la llegada.  “Volver a casa, rescatados, vestidos de júbilo, con el gozo y la dicha por escolta; dejadas atrás penas y  aflicciones”. 

Imagen colorida, apropiada a nuestro ser sensible, que se queda en pálido reflejo de lo que el Señor, en persona, viene a darnos, ¡cuántas veces lo hemos oído y repetido!: ¡la salvación total!

Nos preparamos a celebrar el inicio histórico de esta salvación, ¡cómo no vamos rezumar alegría! Jesús nace y crecerá, preparando el cumplimiento total de lo profetizado por Isaías: “Se iluminarán los ojos de los ciegos y los oídos de los sordos se abrirán. Saltará como un venado el cojo y la lengua del mudo cantará”. Todo lo que aqueja a nuestra humanidad pecadora, está en vías de sanación; comienza con lo que palpamos, con aquello que percibimos de inmediato, pero penetra más adentro, en palabras del mismo Jesús, más allá de lo externo, “a los pobres se les anuncia el Evangelio. Dichoso aquel que no se sienta defraudado por mí”. 

Guiados por Santiago, “seamos pacientes hasta la venida del Señor, sean como el labrados que aguarda las lluvias tempranas y las tardías, mantengan el ánimo, porque la venida del Señor está cerca”. Es conveniente repetirlo, pues el conocer se trueca en entender cuando es querido: Jesús ya vino, sigue viniendo en cada inspiración, en cada llamada a la conciencia, en cada clamor, en toda relación humana…, y volverá: “Miren que el juez está a la puerta”, pero no teman aunque sea “vengador y justiciero, viene ya para salvarnos”. Para lanzar lejos el temor, “no murmuren los unos de los otros”, reaparece la necesidad de acogernos, de querernos, de ser “hombres y mujeres para los demás”, del tratar a cada uno como hijo de Dios.

Juan, “el más grande nacido entre los hijos de mujer”, encerrado en la cárcel,  en su duda, envía mensajeros, pues la imagen de Jesús no concuerda con la que él esperaba: Mesías glorioso, victorioso, liberador del yugo romano, el anunciado por las Escrituras. Juan y nosotros tenemos que corregirla, y lo haremos si nos acercamos a Jesús y contemplamos sus acciones, su mensaje, su acercamiento a los desvalidos, la Buena Nueva de la conversión que trastoca todas las expectativas terrenas; ya lo vimos en la comparación de la realeza de David con la de Cristo. En la obscuridad de la celda, se hizo la luz para el Bautista: ¡Es Él, seguro que es Él, el Mesías, no hay que esperar a otro! Su convicción lo llevó hasta entregar la vida.

Señor, que te anunciemos en la verdad, en la humildad y en la austeridad, sólo así los hombres comprenderemos a lo que estamos llamados: “el más pequeño en el reino de los cielos es más grande que Juan el Bautista”. Todos, a participar de tu misma Vida.

viernes, 25 de noviembre de 2022

1° de Adviento, 27 noviembre 2022.-



Primera Lectura:
del libro del profeta Isaías 2: 1-5
Salmo Responsorial, del salmo 121: Vayamos con alegría al encuentro del Señor.
Segunda Lectura: de la carta del apóstol Pablo a los romanos 13: 11-14
Evangelio: Mateo 24: 37-44 

Adviento: ¡que llega! En actitud de cumplidos centinelas que aguardan, no al enemigo, sino al Amigo; conciencia del ser creaturas dentro de la historia y de que Cristo Jesús también quiso compartir nuestro ser histórico; llegó en la humildad de nuestra condición para elevarnos a ser hijos de Dios, ya llegará, ¡cualquier día!, revestido de la Gloria de Dios. Ahora nos advierte que estemos vigilando. Esa venida no es, ni puede ser motivo de angustia para quienes, por su gracia, nos gloriamos de creer en Él; regreso que trae esperanza, paz y triunfo, a condición de que nos encuentre “despiertos, vestidos de luz, lejos de las obras de las tinieblas, como quien vive en pleno día”, claramente: “revestidos de Cristo que impedirá que demos ocasión a los malos deseos”. 

Isaías, viviendo en tiempos aciagos del exilio, probablemente no pronuncia esta visión profética, más bien fueron sus sucesores, el segundo o tercer Isaías, pero, sin duda él participa del sueño de paz universal, de unión de todos los pueblos, de la conjunción final de todos los hombres en una sola familia que sube, jubilosa, “al monte del Señor, a la casa del Dios de Jacob, a Sión, de donde parten las indicaciones para caminar por sus sendas”.  La concreción del fruto es el anhelo de todo hombre que busca la verdad: “El encuentro jubiloso con el árbitro de todas las naciones”, porque ha puesto los medios: “no espadas sino arados, no lanzas sino podaderas, no guerra sino fraternidad consciente”. Este será el único modo de caminar “a la luz del Señor”. Así tendrá sentido el cántico: “Vayamos con alegría al encuentro del Señor”.

Los domingos anteriores han preparado nuestras mentes y nuestros corazones, han iluminado la realidad de nuestra realidad: “somos peregrinos, vamos de pasada”, “no tenemos aquí ciudad permanente”,   entendemos que cada instante nos acerca, preparémoslo o no, a ese “encuentro”, ojalá ardientemente deseado, él será la culminación de todos los esfuerzos, para que la Gracia que nos obtuvo y sigue ofreciendo el Señor Jesús, no quede estéril, sino que dé frutos abundantes que perduren por toda la eternidad. 

Jesús Maestro, propone como una dinámica del espejo; sabe que sus oyentes conocen la Escritura y, con toda probabilidad, han reflexionado sobre los sucesos vividos en el seno de la familia, alguna muerte de un pariente, quizá un robo, y de ahí nos hace brincar hasta la trascendencia, para que dejemos que los signos de los tiempos toquen el interior y nos proyecten, lo más conscientemente, hasta el fin del camino. 

¿Por qué la insistencia de su parte?, porque no nos atrae pensar en que un día, “el menos pensado”, nos presentaremos ante “el Árbitro de las naciones, el Juez de pueblos numerosos”. Con cierta frecuencia, al menos yo, imagino que ese día está lejos, y más lo pensarán los más jóvenes; atendiendo al ejemplo que trae a la memoria el Señor: “Así como sucedió en tiempos de Noé…”, todo seguía igual, “comían, bebían, se casaban, - dejaban que la vida transcurriera sin preocupaciones, sin mirar hacia dentro – hasta el día en entró en el arca…”; de dos durmiendo o en la molienda, “uno tomado, otro dejado”…, ¿quién?, ¿cuándo?, ¿seré el elegido?..., Y completando: ¿vigilo mi casa como lo que soy: “morada de Dios”, o permito el saqueo?

Él nos conoce y por ello nos advierte: “Estén preparados”, y nosotros le pedimos: “¡Despiértanos del sueño, Señor! Que advirtamos, más a fondo el significado del signo que eres Tú: “La Salvación está más cerca”, queremos crecer en el creer y actuar en consonancia.

viernes, 18 de noviembre de 2022

Festividad de Cristo Rey. 20 noviembre, 2022.


Primera Lectura:
del segundo libro del profeta Samuel 5: 1-3
Salmo Responsorial,
del salmo 121: Vayamos con alegría al encuentro del Señor.

Segunda Lectura:
de la primera carta del apóstol Pablo a los colosenses 1: 12-20
Evangelio:
Lucas 23: 35-43.

Es el domingo de la paradoja que confunde nuestros deseos e intereses, nuestras perspectivas, pero que, iluminados, desde la visión de Cristo, nos ayuda a comprender la magnitud del Amor del Padre, que, por nosotros, se ha hecho palpable en la entrega total del Hijo. 

En la Antífona de Entrada encontramos siete reconocimientos que, sólo pueden atribuirse al Cordero Inmolado; el siete como símbolo de plenitud y nos abre el Reino junto al Padre. No lo captaron ni las autoridades, ni el pueblo, ni siquiera sus discípulos, nosotros aún nos vemos envueltos en la penumbra del misterio, y por eso pedimos: “que toda creatura, liberada de la esclavitud, sirva a su majestad y la alabe eternamente.”  ¡Limpia los ojos del corazón para que veamos! 

David, es profecía y figura del Mesías, elegido por Dios, rey y pastor, conquistador de Jerusalén, unificador del reino del norte y del sur, pero no deja de ser una realeza terrena con todos los límites y debilidades del ser humano. La de Cristo es de orden divino y trascendente, y se realiza en la medida en la que, quienes lo queremos reconocer, nos alejemos del desorden, del mal y del pecado.  Cristo, Ungido, nos participa de esa unción para que seamos “Pueblo elegido, sacerdocio real, nación consagrada, pueblo de su propiedad.”   La luz aparece y por eso cantamos: “Vayamos con alegría al encuentro del Señor”. 

Que crezca esa luz y nos permita penetrar la profundidad del himno que entona San Pablo: “Aquel que es el primogénito de toda creatura, Fundamento de todo, donde se asienta cuanto tiene consistencia, Cabeza de la Iglesia, Primogénito de entre los muertos, Reconciliador de todos por medio de su Sangre.”  La paradoja endereza nuestras mentes, nos abre el horizonte, aunque nos sacuda con violencia, complementa lo escuchado en los domingos anteriores: “Morir para vivir.” 

¡Cómo habrá luchado Jesús para superar la última tentación, repetida tres veces: “¡A otros ha salvado, que se salve a sí mismo, si es el Mesías de Dios!“. Los soldados se burlan mientras le ofrecen el brebaje: “¡Sálvate a Ti mismo!”.  “Sálvate a ti y a nosotros”, grita uno de los ladrones. 

¡Qué fácil hubiera sido, para Él, bajarse de la Cruz! ¡Al darles gusto, hubieran creído en Él!, pero ese no era el camino, no era esa la Voluntad del Padre, y Jesús ya la había aceptado: “No se haga mi voluntad sino la tuya.”   ¡Qué difícil, aceptar este Reino tan diferente a los que conocemos! Sin lujo, sin poder, sin ejército, sino a través de una muerte cruel, deshonrosa, como fracaso de un desdichado… Este es nuestro “Camino, Verdad y Vida,  oímos, meditamos y sabemos pero allá, donde las ideas no duelen. 

Una vez más te pedimos: “auméntanos la fe”, para escuchar de Ti, en el último encuentro, como eco de esperanza, desde nuestro arrepentimiento que te quiere querer: “Yo te digo que hoy estarás conmigo en el Paraíso”.  

viernes, 11 de noviembre de 2022

33º ordinario, 13 noviembre 2022.--

Primera Lectura: del libro del profeta Malaquías 3: 19-20
Salmo Responsorial, del salmo 97: Toda la tierra ha visto al Salvador
Segunda Lectura: de la segunda carta del apóstol Pablo a los tesalonicenses 3: 7-12
Evangelio: Lucas 21: 5-19. 

Celebramos el último domingo del tiempo ordinario, el próximo será la Fiesta de Cristo Rey con la q
ue finalizará el año litúrgico. 

Hace ocho días todo estaba teñido de “Vida Nueva”, del camino y llegada a la Patria; nada importó a los jóvenes perder los miembros y la vida porque la seguridad de la Resurrección ya la sentían internamente; esta certeza los fortaleció.

El Señor Jesús, único Puente para llegar al Padre, nos lo mostró como ES: “Dios de vivos”, y San Pablo nos exhortó a que permitamos que el Señor dirija nuestros corazones “para amar y para esperar, pacientemente, su venida.

Hoy, Jeremías, en la antífona de entrada, nos prepara para que con ánimo aquietado, miremos hacia la escatología y descubramos, mejor redescubramos que el Señor “tiene designios de paz, no de aflicción”, y sigamos invocándolo porque “nos escuchará y nos librará de toda esclavitud”. Ésta es la forma de preparar lo que, sin ella, sería de temer: “El día del Señor, como ardiente horno”; pero con ella: “brillará el sol de justicia que trae la salvación en sus rayos”.

De manera espontánea vuelve la pregunta que nos hicimos: ¿cómo y qué espero, no para el fin del mundo, sino para mi encuentro personal con Dios, para el fin de mi mundo, el ahora encerrado en la trama del espacio y el tiempo? Pidamos que nos atraviese, de parte a parte, la reflexión de San Juan: “En el amor no existe el temor; al contrario, el amor acabado echa fuera el temor, porque el temor anticipa el castigo, en consecuencias, quien siente temor aún no está realizado en el amor”.y nos daremos la respuesta adecuada…, si no la tenemos, aún hay tiempo para prepararla.

Las palabras de Jesús en el Evangelio, nos alertan para que continuemos analizando los “signos de los tiempos”; no es que ya estemos al final, pero parecería que la humanidad entera quisiera adelantarlo si continuamos destruyendo el planeta. ¡Cuánto egoísmo y ausencia de conciencia! ¡Cuánta soberbia y ansia de riqueza! ¿Pensamos, en serio, que lo único que nos acompañará en el último vuelo, serán las horas dedicadas a los demás? ¿Aceptamos que la valentía del testimonio a favor de Jesús y de los valores del Evangelio, nos deben causar molestias? La persecución por estar del lado de la justicia y de la verdad, será señal de que estamos bajo la Bandera de Cristo, “sin embargo, no teman, no caerá ningún cabello de la cabeza de ustedes. Si se mantienen firmes, conseguirán la vida”.

¡Señor que resuene constantemente en nosotros la Voz del Espíritu!: “Escribe: Dichosos los que mueren en el Señor; cierto, dice el Espíritu: podrán descansar de sus trabajos, pues sus obras los acompañarán” (Apoc. 14: 13).

sábado, 5 de noviembre de 2022

32 Ord. 6 noviembre 2022.-


Primera Lectura
: del segundo libro de los Macabeos 7, 1-2, 9-14
Salmo Responsorial, del salmo 16: Al despertar, Señor, contemplaré tu rostro.
Segunda Lectura: de la segunda carta del apóstol Pablo a los tesalonicenses 2: 16 – 3:5
Evangelio: Lucas 20: 27-38.

Insiste la Antífona de Entrada: Dios escuche nuestras súplicas, “¿El que hizo el oído no va a oír? Hemos de preguntarnos qué tan constante es nuestra súplica, nuestra oración, la viva presencia de Dios en nuestras vidas. Escuchamos el eco de la advertencia de Jesús: “Oren sin intermisión.” Y del Salmo: “Al despertar, contemplaré tu rostro”. Vivir en la conciencia de futuro, de trascendencia, de sabernos caminantes no hacia “otra vida” sino hacia “La Vida Otra”, de la permanencia real de nuestro ser para siempre: “Para ser como en Ti al principio era”. Recordamos el Libro de la Sabiduría: “Si algo hubieras aborrecido no lo hubieras creado. Amas a todas tus criaturas.” Señal inequívoca de su Amor por nosotros: la existencia, ¿conmueve nuestra interioridad?: ¿permanece viva la conciencia de que vamos hacia Él? 

De la primera lectura, nos fijamos en el testimonio de vida eterna: de Resurrección: los jóvenes martirizados han aprendido de labios de su madre la rectitud y la fuerza de la fe: “Tú nos arrancas la vida presente, pero el Rey del Universo nos resucitará a una vida eterna, puesto que hemos muerto por fidelidad a sus leyes.” Y el cuarto, con el que termina el relato de hoy: “Vale la pena morir a manos de los hombres, cuando se tiene la firme esperanza de que Dios nos resucitará. Tú, en cambio, no resucitarás para la vida.” Participamos de la vida divina y ésta es inmortal. Bajemos a nuestro interior y preguntémonos ¿por qué nos afanamos tanto por lo que no dura?

El Salmo nos confirma en esta fe: “Al despertarme, espero saciarme de tu vista”. Lo contemplamos con nuestros ojos. Ya lo decía Job: “Sé que mi Redentor vive y con estos ojos lo contemplaré, yo, no otro…”, (19:25-27), como contemplaron a Jesús Resucitado los Apóstoles. No sabemos cómo será el hecho mismo de la resurrección, pero sabemos que será. Y en esta fe y esperanza caminamos.

Pablo insiste en la gratuidad de la Gracia, de la Vida Eterna, por los méritos de Cristo; por Él tenemos el “consuelo eterno y una feliz esperanza” Y al final nos conforta, como él mismo se siente confortado: “Que el Señor dirija sus corazones para que amen a Dios y esperen pacientemente la venida de Cristo.”

¡Qué diferencia tan grande con los que no tienen esperanza! Los saduceos, fundamentalistas, arraigados exclusivamente en el Pentateuco, “se ríen de la resurrección” y proponen una trampa a Jesús. Aducen la Ley del Levirato (Deut. 25: 5-10), mantienen la visión inmediatista: Dar descendencia al nombre del hermano, físicamente ya que todo termina en esta tierra. Jesús responde de inmediato: “En esta vida, hombres y mujeres se casan, pero en la vida futura, los que sean juzgados dignos de ella y de la resurrección de los muertos, no se casarán ni morirán, porque serán como los ángeles e hijos de Dios, pues Él los habrá resucitado.” Será una vida verdaderamente biológica, pero de otro nivel; y se nos se presenta Cristo Primogénito de los Resucitados, “vean, un fantasma no tiene carne y huesos como ven que yo tengo…, y todavía para tranquilizarlos más: ¿tienen algo de comer?”; este salto sobrepasa nuestra lógica, pero se confirma la Fe: Él está ahí, presente, conversando, comiendo, seguramente riendo con los.

La conclusión deja mudos a los saduceos y nos pinta de certeza la esperanza, la cita es tajante: “Dios de Abrahám, Dios de Isaac, Dios de Jacob, Dios no es Dios de muertos sino de vivos, para Él todos viven.” 

Miramos nuestro interior: ¿vivimos con el Dios vivo? ¿Hacemos creíbles nuestras acciones haciendo realidad las palabras del mismo Jesús?: “El que cree en mí, aunque haya muerto vivirá.” Y, “El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna y Yo lo resucitaré el último día.” San Pablo nos anima: “Los padecimientos de esta vida no son comparables con el peso de gloria que se revelará en nosotros.”

viernes, 28 de octubre de 2022

Domingo 31° Ordinario, 30 octubre 2022.--


Primera Lectura:
del libro de la Sabiduría 11:22, 12:1
Salmo Responsorial, del salmo 144; Bendeciré al Señor, eternamente.
Segunda Lectura: de la segunda carta del apóstol Pablo a los tesalonicenses 1:11-2,2
Evangelio: Lucas 19: 1-10

Al considerar la Antífona de Entrada, nos percatamos de que el Señor no sólo no nos deja, sino que sale a nuestro encuentro constantemente. Al mirarnos a nosotros mismos, brota la súplica, precisamente porque nos conocemos, para que nos aleje de todo aquello que pudiera apartarnos de Él: criaturas, dinero, ambiente, sociedad, superficialidad, egoísmo. La respuesta de los corazones sinceros no se hace esperar. ¿Al menos procuramos tener un corazón sincero, orientado a lo que dura, a lo que proporciona la paz, o nos quedamos apesgados a lo que pensamos es la felicidad? 

El Libro de la Sabiduría nos centra en la experiencia de ser criaturas: El Señor es el hacedor de todo, el mundo entero con todas sus riquezas puestas en la balanza, pesa menos que un grano de arena. Regresamos a meditar lo relativo de las cosas, todas ellas, y redescubrimos al Absoluto. Qué ánimo tiene que embargarnos lo que dice a continuación: “Aparentas no ver los pecados de los hombres para que se arrepientan. Tú amas cuanto hiciste, no aborreces nada de cuanto has creado, pues si lo hubieras aborrecido no lo hubieras creado.” Necesitamos experimentar profundamente ese Amor eterno del Señor por cada uno de nosotros: El Señor me tiene eternamente presente, ¿cuál es mi respuesta a su cariño, a su delicadeza, a su predilección?

Mínimo, cantar, profundizar diariamente en el estribillo del Salmo: “Bendeciré al Señor eternamente.” Ya estamos en el camino de eternidad y tenemos que acostumbrar a nuestro interior a Alabar, Bendecir y Servir al Señor mientras duren nuestros pasos peregrinos para continuar haciéndolo con todos los que le han sido fieles y ya gozan de Él sin temor de perderlo.

Orar unos por otros, como nos dice San Pablo, para “que el Señor nos haga dignos de la vocación a la que hemos sido llamados… su poder, su gracia, su presencia nos asegurará en el camino directo hacia Él: siempre afianzados en el Único Mediador: Cristo Jesús.

En el Evangelio, simplemente tratemos de encontrar la mirada de Jesús, como la encontró Zaqueo: esa mirada dulce, penetrante, invitadora, comprometedora, que si lo hacemos, encontraremos la fuerza para hacer lo que hizo aquel jefe de publicanos y rico. De qué forma impulsa a superar todos los obstáculos el solo deseo “de ver a Jesús”. No le importó el que se rieran de él, sujeto con renombre, ricamente vestido, subiendo a un árbol, desenredando su manto, con tal de “ver a Jesús”. Las consecuencias las hemos escuchado, cuando el corazón sana, toda creatura, comenzando con el dinero, toma su estatura precisa ante al Absoluto.

Preparémonos siempre para ese “encuentro”, que es posible en cualquier momento y para escuchar: “Hoy ha llegado la salvación a esta casa.” El Señor nos creó muy bien hechos, no nos desaprovechemos. Pidámosle que esté constantemente presente ese deseo de verlo y de encontrarlo en cada creatura, y de manera especial en nuestros semejantes: “La realidad del rostro divino se transparenta en el rostro humano, porque cada hombre es mi hermano.” Vivir en cristiano es abrirnos a todos, es cortar de tajo toda murmuración, toda interpretación que descalifique. Sintámonos acogidos por las palabras de Jesús: “El Hijo del hombre ha venido a buscar lo que estaba perdido.” Si acaso alguna vez hemos equivocado la senda, ya sabemos donde reencontrarla.

miércoles, 19 de octubre de 2022

30° ordinario, 23 octubre 2022.-


Primera Lectura:
del libro del Eclesiástico 35: 15-17, 20-22
Salmo Responsorial, del salmo 33

Segunda Lectura: de la segunda carta del apóstol Pablo a Timoteo 4: 6-8, 16-18
Evangelio: Lucas 18: 9-14. 

¿Se alegra, con toda sinceridad, mi corazón porque busco continuamente la ayuda del Señor, porque anhelo estar en su presencia? ¿Cómo es mi trato con Dios, ha pasado a ser para mí un factor determinante, ojalá, único, a quien acudo antes de cualquier elección, a quien reconozco como mi Señor? ¿Es mi oración un monólogo o un diálogo humilde y confiado que pide la solidificación de la fe, la esperanza y el amor para enderezar el camino y seguir sus mandamientos, para agradarlo y recibir de Él la corona prometida a cuantos esperan, con amor, su venida? 

¿Cuál es la realidad, mi realidad a la que me enfrento?, esa “verdadera historia” que pide San Ignacio, la que es y como es, abierta en abanico, sin intentar solapar mi pequeñez con las minúsculas acciones, sin duda buenas, pero que distan, años luz, de lo que Él espera de mí. De ninguna manera se trata de un juicio condenatorio global, sino de que analice, con franqueza, si estoy viviendo el “cumplimiento” partido: “cumplo y miento”, o bien he profundizado en mi interior y me encuentro, sin rodeos, “pecador”. Viene a cuento lo que dice San Agustín: “pecador no es tanto el que peca, sino el que se sabe capaz de pecar”, de hacer a un lado a Dios y ponerse en el centro del propio ser hasta la acción, dictada por la intención: en la soberbia, en el apropiarse de lo que no es suyo, esgrimirlo como propio, como algo que le pertenece y que guarda, de manera larvada, el desprecio a los demás. 

Por más que lo intente, “el Señor no se deja impresionar por apariencias…, escucha las súplicas del oprimido…, la oración del humilde – aquel que reconoce la verdad -, que atraviesa las nubes y, mientras no obtiene lo que pide, permanece sin descanso y no desiste hasta que el justo Juez le hace justicia”. Esta es la oración que oye Dios: “Señor, apiádate de mí que soy un pecador”. Sé que no habrá cambios espectaculares en mi vida, no prometo nada, me voy conociendo y he constatado que esos propósitos, hechos mil veces, yacen olvidados en papeles amarillentos, simplemente estoy aquí para que me mires como sólo Tú sabes hacerlo: con misericordia, perdón y comprensión. ¡Mírame para que alguna vez pueda mirarte! ¡Aparta de mí la tentación de “la ilusión de la inocencia”, la que me haría, como incontables veces lo ha hecho, sentirme superior ¡: Yo no soy como los demás”

Que aprenda de los que te han servido fielmente, de Pablo, que siente en todo momento que “has estado, estás y permanecerás a su lado”, para luchar bien en el combate, para continuar caminando hacia la meta, perseverante en la fe, esperanzado en recibir el premio prometido; sin enorgullecerse por sus méritos, pues sabe de dónde proviene la capacidad de pronunciar y mantener el ¡sí! del compromiso para llegar, sostenido por ti, al Reino celestial y proclamar: ¡Gloria al Único que la merece! 

¡Señor, que regrese, que regresemos, justificados, porque Te hemos reconocido como nuestro Dios y nuestro Padre, porque nos hemos reconocido pecadores, necesitados pero reanimados, seguros de tu amor y tu perdón pues ya nos has mirado y fortalecido con el Pan que da la Vida en esta Eucaristía, en ella te nos das en Jesucristo, tu Hijo y Hermano nuestro!

 

sábado, 15 de octubre de 2022

29º. Ordinario, 16 octubre 2022.-


Primera Lectura:
del libro del Éxodo 17:8-13

Salmo Responsorial, del salmo 120: El auxilio me viene del Señor, que hizo el Cielo y la Tierra.
Segunda Lectura: de la segunda carta del apóstol Pablo a Timoteo 3: 14-4:2
Evangelio: Lucas 18: 1-8. 

La invocación con que se abre la liturgia de hoy, nos descubre la ternura de Dios. ¡Cómo tenemos a nuestro alcance, si lo invocamos, la posibilidad de sentirnos, tiernamente, bajo su cuidado: “como la niña de tus ojos, bajo la sombra de tus alas”! Comparaciones que comprendemos, aun cuando Dios ni tenga ojos ni tenga alas;  el salmo las utiliza para iluminar la relación, siempre cercana del Señor, para con aquellos que “lo invocan” –lo invocamos y atendemos como Él nos atiende. Con Él y desde Él obtendremos la fortaleza y la constancia para “ser dóciles a su voluntad” y encontrar el modo de “servir con un corazón sincero”. 

Nos conocemos, o al menos pensamos que nos conocemos, y encontramos en nosotros actitudes de una autosuficiencia que a la postre nos engaña, nos defrauda y nos induce al desánimo. Al detenernos a escuchar y profundizar la Palabra de Dios, captamos que todas las lecturas invitan a la oración, a la confianza, a la perseverancia, a examinar, con mucha atención, ¿cómo está nuestra relación de intimidad con Él; cómo está la Fe activa?, esa que pedíamos, junto con los apóstoles que Jesús hiciera crecer: “¡Señor, aumenta nuestra fe!”, no desde lo cuantitativo, sino desde lo cualitativo; la que hemos recibido como   regalo, pero que necesita el cuidado y atención de nuestra parte para actuar en consonancia, la que parte desde el trato, el conocimiento, la aceptación, la que genera el compromiso…, que si no insistimos, se obscurecerá en medio de las preocupaciones que acaparan nuestra atención, nos envuelven y nos hacen olvidar lo fundamental. 

Bella imagen la de Moisés con los brazos levantados en actitud de súplica, de confianza, de la seguridad que da la conciencia de que Dios está con su Pueblo; al estar con Él, Él está con nosotros; al prescindir de Él, comienza la derrota. Momento de preguntarnos si elevamos, no solamente los brazos, sino el ser entero, hacia la altura “de donde nos viene todo auxilio”, como signo de confianza y abandono en Aquel “que protege nuestros ires y venires, ahora y para siempre” , si pedimos ayuda a los demás para que nos sostengan o volvemos a la encerrona de la estéril autosuficiencia. Una vez más encontramos en las personas del Antiguo y Nuevo Testamento que la oración es necesaria y en sí misma es eficaz en la búsqueda de orientación de nuestras vidas hacia Dios. No es nuestra palabra la primera, el Padre ya ha hablado por Su Palabra que “es útil para enseñar, para reprender, para corregir y para educar en la virtud, a fin de que el hombre esté preparado para toda obra perfecta”. En nuestra oración ya está Dios, ya está Jesús presente; conocen nuestras necesidades pero “les gusta” que las expresemos “sin desfallecer”. 

Un juez inicuo “que no teme a Dios ni respeta a los hombres”, se determina a hacer justicia “por la insistencia de la viuda”, ¡cuánto más Aquel que es la Justicia y el Amor sin límites, nos escuchará “si clamamos día y noche”! 

La última frase que pronuncia Jesús, quizá nos haga temblar, pero también adentrarnos más y más en la realidad que vivimos: “cuando venga el Hijo del Hombre, ¿encontrará fe sobre la tierra?”. Regresemos a la oración y renovemos nuestra súplica: “haz que nuestra voluntad sea dócil a la tuya y te sirvamos con corazón sincero”, firmes en Cristo Jesús.