Primera
Lectura:
del libro del profeta Isaías 49: 14-15
Salmo Responsorial, del salmo 61: Sólo en Dios he puesto mi
confianza.
Segunda
Lectura:
de la primera carta del apóstol Pablo a los corintios 4: 1-5
Aclamación: La palabra de
Dios es viva y eficaz y descubre los pensamientos e intenciones del corazón.
Evangelio: Mateo 6: 24-34.
En múltiples ocasiones hemos
reflexionado en que la única razón que pudo “mover” a Dios a crearnos, fue y
sigue siendo el Amor; “nos libra y nos
salva porque nos ama”, como hemos escuchado en la antífona de entrada. “El Amor es difusivo de sí mismo”, y la
prueba la tenemos al alcance de la mano, de la mente, del corazón, de todos los
acontecimientos, aun cuando, de momento, algunos nos desconcierten, pero si los
consideramos con atención, “todo redunda
en bien de los que aman a Dios”, Él se encuentra, de corazón, en cada cosa,
roguemos para poder descubrirlo y constatar que la Conservación es la Creación continuada. Esta
visión de fe experimentada, nos impulsará a vivir conforme a la voluntad del
Señor, consolidará nuestros pasos en los caminos de justicia de paz, esa Paz
que vino a entregarnos y sin la que nos será imposible comprendernos y
comprender el mundo que vivimos.
Mirando la realidad actual, fácilmente
llega a nuestros labios la queja que subía de los de los israelitas en el
exilio: “El Señor nos ha abandonado, el
Señor nos tiene en el olvido”; o el lloroso gemido de impotencia expresado
en el Salmo 13: “¿Hasta cuándo, Señor,
hasta cuándo?”…, la ternura maternal de Dios nos responde por boca del
profeta: “¿Puede acaso una madre
olvidarse de su creatura hasta dejar de enternecerse por el hijo de sus
entrañas? Aunque hubiese una madre que se olvidara Yo nunca me olvidaré de ti”.
Es el Señor mismo el que nos habla, es su cobijo, su preocupación, su cariño el
que nos hace cambiar la mirada, el que da ánimos, el que nos sostiene en
cualquier adversidad. Dios Padre y Madre, cuidadoso y preocupado de todas sus
creaturas, “Poderoso defensor en el
peligro”; si estamos convencidos, habrá brotado, de manera espontánea, el
canto del Salmo: “Sólo en Dios he puesto
mi confianza”. De ser sincera esta actitud, las consecuencias se seguirán
como río que fluye: “Servidores de
Cristo, del Reino, y administradores fieles de los misterios de Dios”. Sin
vana presunción, sabiéndonos en sus manos, aguardaremos, serenos, a “que saque lo que está oculto, ponga de
manifiesto nuestras intenciones y nos dé, -no como premio, que a jornal de
gloria no hay trabajo grande, sino porque es Bueno-, “la alabanza que merezcamos”.
El Evangelio de hoy nos
suena provocador, su aplicación casi irreal, ¿confiar en Dios, en su cuidado
por nosotros, en medio de una lucha cruel por la supervivencia?, ¿le
interesamos más que los pájaros y las flores?, ni sufren ni se afanan, nosotros
tenemos que buscar el sustento diario, prever el futuro, trabajar para ahorrar,
utilizar las herramientas internas y externas que nos ha proporcionado para
poder subsistir, ¿de qué tiempo disponemos para preocuparnos por el Reino y su
Justicia? La brújula apunta al norte, Jesús nos orienta a la trascendencia que
supera las preocupaciones de cada día. Dos veces nos recuerda la realidad de
Dios como Padre, y nos indica la imposibilidad de vivir divididos y, consecuentemente,
la necesidad de dar a toda realidad su dimensión exacta; no condena las
riquezas, pero nos advierte del peligro de cambiar la Roca de apoyo: “No pueden servir a Dios y a las riquezas”.
La Opción
Fundamental está clara, lo que se nos dificulta es el paso
concreto y sostenido.
¡Señor, necesitamos de tu Luz y de tu
Gracia para decidir, con valentía y con fe, la meta que nos confirme en tu
Amor!