domingo, 29 de octubre de 2017

30º Ordinario, 29 octubre 2017.-



Primera Lectura: del libro del Éxodo 22: 20-26
Salmo Responsorial, del salmo 17: Tú, Señor, eres mi refugio.
Segunda Lectura: de la primera carta del apóstol Pablo a los tesalonicenses 1: 5-10
Aclamación: El que me ama cumplirá mi palabra y mi Padre lo amara y haremos en él nuestra morada, dice el Señor.
Evangelio: Mateo 22: 34-40.

¿Buscamos señales que nos confirmen la rectitud del camino en que andamos?, la Antífona de entrada las enciende: “Alegría porque buscamos al Señor”; si alguno se retrasa, surge el imperativo que endereza: “Busquen la ayuda del Señor, busquen continuamente su presencia”. Tres veces nos urge el verbo a movernos, porque quedándonos cómodamente acomodados nada llegará de manera mágica.  El encuentro con Dios es conjunción de dos Personas, Él nos busca desde siempre, no cesa de hacerse encontradizo, somos nosotros los que nos mostramos remisos y retrasamos “la alegría” que proclamamos desear tanto. ¿Tememos, acaso, tratar de ser lo que queremos ser?, repitamos con corazón consciente, la petición que juntos expresamos en la oración: “Aumenta en nosotros la fe, la esperanza y la caridad…”, actitudes, virtudes, disposiciones verticales que facilitan, desde nosotros, ese encuentro con Dios, con esas fuerzas “cumpliremos con amor sus mandatos” y llegaremos, gozosos, al único final que colme nuestro ser: a Dios mismo en el Reino de los cielos.

Amar a Dios en tono abstracto, está siempre al alcance, sin esfuerzo, vamos llenando la vida con ilusiones bellas; ¡qué fácil es soñar sin que los pies se cansen, sin que el sudor cubra la frente, sin que los huesos crujan, sin fatiga en la mente, sin movernos del sitio en que soñamos!

El verdadero amor, el que desciende y asciende en vertical, si no se muestra activo en forma horizontal, es falso y vano; busquemos en nosotros las señales que arriba pretendíamos: escuchemos al Señor: “No hagas sufrir ni oprimas al extranjero, no explotes a las viudas ni a los huérfanos…”, los he tomado a mi cuidado y “cuando clamen a mí, Yo escucharé, porque soy misericordioso”. Aleja de tu vida abusos, usuras y despojos; haz visible tu amor, ayuda a ser y a crecer, ilumina sus vidas como Yo he iluminado la tuya; te convertí en “mis manos” para alargar mis dones, ¡no las cruces!

En la carta de Pablo vemos las concreciones: los tesalonicenses fueron fuente que regó con su fe y con sus actos las provincias romanas de la Grecia y fueron difusores de la Palabra y de la Vida, su ejemplo convenció y dirigió los pasos vacilantes hasta el encuentro con el Dios vivo; la esperanza los mantuvo despiertos, preparados para la resurrección.

¡Rompamos al fariseo que traemos dentro, no hagamos al Señor preguntas necias, esas, cuyas respuestas sabemos de memoria! No indaguemos, con cara de inocencia, para obtener la mejor calificación. “¿Cuál es el principal mandamiento?”, porque no son 631 como en el Libro de la Alianza, sólo son 10, que Jesús, paciente y comprensivo, nos reduce a dos, que todos conocemos, que los “teólogos de la Ley”, habrían explicado muchas veces, el “shema Israel”, que repetían mínimo dos veces al día: “El Señor nuestro Dios es el único Señor; amarás al Señor tu Dios, con todo el corazón” , como está en Deuteronomio 6: 4-5. Pero Jesús completa con el otro precepto, por tantos olvidado, incluidos nosotros: “El segundo es semejante a éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. (Lev. 19: 18). Nos parece escuchar lo que dijo en otra ocasión: “haz esto y vivirás”, porque “en estos dos mandamientos están sostenidos toda la Ley y los Profetas”. ¡La señal luminosa está encendida, no queramos quedarnos en tinieblas!

domingo, 22 de octubre de 2017

29º Ordinario, 22 Octubre 2017.-




Primera Lectura: del libro del profeta Isaías 45: 1, 4-6
Salmo Responsorial, del salmo 95: Cantemos la grandeza del Señor.
Segunda Lectura: de la carta del apóstol pablo a los tesalonicenses 1 1-5
Aclamación: Iluminen al mundo con la luz del Evangelio reflejada en su vida.
Evangelio: Mateo 22: 15-21.
 
La Antífona de entrada hace que nos interroguemos si, en el diario caminar, ponemos las condiciones para que se realice esa causal: “Te invoco porque Tú me respondes”. ¿Oramos de tal forma que nos sintamos cobijados por el Señor? Si la respuesta es afirmativa, ya va encaminada nuestra voluntad para que, “quitando de nosotros toda afección desordenada”, seamos cera moldeable y “le sirvamos de todo corazón.”


El surco estará preparado para reconocerlo como el Único Dios, no desde un monoteísmo estático, sino alerta para admirar y admirarnos de su presencia en nuestro mundo, interno y externo.

Ciro el persa, no lo conocía; sin duda dotado de una naturaleza sensible a las mociones del Espíritu, percibió, y, lo más admirable, actuó como “ungido del Señor a quien ha tomado de la mano”, para ser instrumento de liberación para su pueblo Israel. Lo que Dios dice de Ciro, lo dice de cada ser humano, lo dice de mí: “te llamé por tu nombre, te di título de honor, aunque tú no me conocieras”. ¿No fue Él quien nos llamó a la existencia y nos dio el mejor título: “hijos de Dios”? ¿Ha habido alguien que lo conociera primero? ¿Regresamos “a Dios lo que es de Dios”? ¿Proclamamos, de palabra y de obra, que “Él es el Señor y no hay otro”? Misión y tarea que nos engrandece; aceptarla y vivirla es llegar a la plenitud, “para ser en Ti, como al principio era”.  Con esta actitud, ferviente y convencida, cobra toda su fuerza el Salmo: “Cantemos la grandeza del Señor”.

Pablo, en el escrito más antiguo del Nuevo Testamento, enaltece el sentido de Iglesia “congregados por Dios Padre y por Jesucristo, el Señor”. Además expresa el camino imperdible para vivir según Dios: “las obras que manifiestan la fe, los trabajos emprendidos por el amor, la perseverancia que da la esperanza. Todo es posible “con la fuerza del Espíritu Santo que produce abundantes frutos”. ¡Sintamos cómo el Señor “nos cuida como a la niña de sus ojos”!

En el Evangelio Jesús enfrenta, con maestría, no podía ser de otra forma, las acechanzas, las envidias, las trampas. Fariseos y herodianos, enemigos entre sí, se alían para “hacerlo caer y poder acusarlo”. Una duda, una ambigüedad de parte de Jesús, y saldrían triunfantes. Un “sí” al tributo al César, lo alinearía entre los colaboracionistas. Un “no”, entre los revolucionarios…, piensan que no tiene salida; pero nunca quisieron entender con Quién trataban.

La frase de Jesús quizá sea de las más conocidas, mas su mirada, su enseñanza van mucho más lejos. La moneda es necesaria para las transacciones pasajeras, la imagen del César en ella, intenta la absolutización de la creatura y la postergación de Dios, triste gran absurdo que nos envuelve.

¡Vayamos al interior!, no condena ni sacraliza las relaciones económicas, sino que las sitúa en el terreno que les corresponde.. La claridad reluce; la contextualización, ubica; la creaturidad, comprende: “A Dios lo que es de Dios”, y como todos somos suyos, nosotros sí que no tenemos salida.