viernes, 20 de marzo de 2015

5° Cuaresma, 22 Marzo, 2015..



Primera Lectura: del libro del profeta  Jeremías 31: 31-34
Salmo Responsorial, del Salmo 50: Crea en mí, Señor, un corazón puro.
Segunda Lectura: de la carta a los hebreos.5: 7-9
Aclamación: El que quiera servirme, que me siga, para que donde Yo esté, también esté mi servidor.
Evangelio: Juan 12: 20-33.

“Señor, hazme justicia. Defiende mi causa; Tú eres mi Dios y mi defensa”. ¿Alguien nos condena para pedir justicia?, ¿alguien nos persigue para pedir defensa? ¡Ciertamente sí!

Hay enemigos al descubierto, que atacan impunemente, confiados en su fuerza y su poder,  en la amplitud de sus tentáculos que llegan a nuestra propia casa y la inundan de ideas e incitaciones que proponen, por una parte, que todo es fácil de conquistar sin esfuerzo, sin sacrificio, sin compromiso; y por otra, si no lo conseguimos, que es lícita la violencia, el odio, la trampa y la rapiña, la mentira e incluso el homicidio. Basta hojear el periódico o escuchar las noticias: ejecuciones, asesinatos, robos, enfrentamientos entre naciones, guerras, desavenencias, ausencia de hermandad y comprensión. Deducimos, con tristeza: ¡el mal sigue triunfando! Permanecemos tranquilos porque parecería que no nos ha afectado; pero la realidad es otra. Va minando los valores, la fidelidad, la convicción, la trascendencia, la dignidad del ser humano. Nos gritan, desde los cuatro puntos cardinales, que Dios no es necesario, que es patraña molesta, que sojuzga y limita, que para ser libres hemos de lanzarlo ¡a la basura!

Hay otros, aún más peligrosos: los que llevamos dentro: egoísmo, liviandad, cerrazón, soberbia, autosuficiencia, subjetivismo presuntuoso que nos nublan los ojos, peor aún, el corazón. “Defiéndeme, Señor, de mí mismo”. Si no eres Tú “mi Dios y mi defensa”, sucumbirá mi fe; ya lo he vivido; tu Alianza se me ha roto desde dentro, como a los israelitas.

¡Cumple en mí y en los que amo, la promesa que hiciste! “Pon tu ley en lo más profundo de las mentes, grábala en los corazón, que reconozcamos que Tú eres nuestro Dios y nosotros tu pueblo”. ¡Que llegue pronto el día en que todos, desde el más pequeños hasta el mayor, te conozcamos!  Por eso te pedimos en el Salmo: “Crea en mí, crea en nosotros, un corazón nuevo”, semejante al de Cristo “que a pesar de ser Hijo, aprendió a obedecer”. Su angustia y su grito, son genuinos, humanos, piden vida, igual que nuestros gritos. ¿Los oíste? Sin duda, y con su muerte nos diste Nueva Vida, la Salvación que dura, la que saldó la deuda, la que nos encamina, seguros, a tu encuentro.

Más que gritar, aprender a mirar. Conviértenos en puentes que lleven a Jesús, como Andrés y Felipe que condujeron a aquellos griegos a la Fuente, “porque te conocían”.

Regresa a nuestras mentes esa necesidad de escucha, de guardar la Palabra y “rumiarla en el corazón” a ejemplo de María. “Si el grano de trigo no muere, queda infecundo, pero si muere da mucho fruto”.  Vuelve la paradoja, la realidad a la que la carne se resiste: “morir para vivir”. No se trata del éxito a los ojos del mundo, del “parecer” que tanto nos predican ejemplos incontables y anuncios insidiosos, sino del “hombre nuevo”, el que da fruto a los ojos de Dios.

Sabemos de memoria tu sentencia: “El que se ama a sí mismo, se pierde; el que se aborrece a sí mismo en este mundo, se asegura para la vida eterna”. ¡Cuánto enemigo llevo conmigo! ¿Despreciarme?, lo acertado es justipreciar los seres y a mí mismo; usarlos con respeto sin perder la mirada al Infinito.

La Voz que glorifica, enciende nuestros ánimos, nos sitúa en la esperanza firme de tu triunfo: “Ha llegado la hora en que el príncipe de este mundo será arrojado fuera”. Victoria sobre la muerte con tu Muerte. En el madero, ¡locura pertinaz!, está la vida.

Desde tu Cruz, Señor, abrázanos con fuerza, sólo en ella morirá nuestro egoísmo.

viernes, 13 de marzo de 2015

4° Cuaresma, 15 marzo 2015.



Primera Lectura: del segundo libro de las Crónicas 36: 14-16, 19-23
Salmo Responsorial, del salmo 136: Tu recuerdo, Señor, es mi alegría.
Segunda Lectura: de la carta del apóstol Pablo a los efesios 2: 4-10
Aclamación: Tanto amó Dios al mundo, que le entregó a su Hijo único, para que todo el que crea en El tenga vida eterna.
Evangelio: Juan  3: 14-21.

A mitad de tiempo de oración y penitencia, la liturgia inserta el Domingo de la Alegría: “Alégrate, Jerusalén, y todos ustedes los que la aman, reúnanse…, quedarán saciados con la abundancia de sus consuelos”. Alegría fundamental, profunda, alentadora: la razón: “Dios nos ama” y nos ama no porque lo merezcamos, no porque lo amemos como deberíamos, más bien hemos hecho todo lo posible por alejarnos de Él, por alejarlo de nosotros, sino porque “Dios es Amor”. Nos creó para mirarse en nosotros, para que lo miráramos en los otros, para que lo miráramos en nuestro corazón.

Una vez más, su Palabra, por los profetas, por los acontecimientos, por su propio Hijo, nos echa en cara la desechara que hemos perpetrado en el mundo que nos dio, en la ruptura de esas relaciones fraternas y por haber dejado en el olvido la verdadera Piedad, esa virtud que nos une íntimamente a Él. 

Un padre y menos aún Nuestro Padre, no puede desear nada malo para sus hijos, pero sí le interesa que recapacitemos y que volvamos a Él por uno o por otro camino: el del desgarramiento por las desgracias o el del reconocimiento de su Amor, de su Paciencia, de su Bondad, de su llamado constante “porque tiene compasión de su pueblo y quiere preservar su santuario”. Lo inesperado, ocurre: “El Señor inspiró a Ciro, rey de los persas” y ¡ojalá nos diera escuchar de todos los jefes de los pueblos, palabras semejantes!: “Todo aquel que pertenezca al Pueblo del Señor, que parta a reedificar su Santuario”. No violencia, sino hermandad; no separatismo sino solidaridad. ¡Volver a construir el mundo, volver a construir nuestros corazones! 

Es verdad: “estábamos muertos por nuestros pecados, pero Él nos dio la vida por Cristo y en Cristo”. La alegría de hoy y de siempre, tiene un fundamento sólido: “la misericordia y la compasión de Dios; no nuestros méritos sino su gratuidad”. En nuestras vidas, sin duda, hemos meditado en el contenido de la Fe: es un don recibido que busca “un encuentro personal con el Dador del don”. ¿Qué mejor momento para activarla? Si acaso la sentimos desfallecida, rogar humildemente: “¡Creo, Señor, dame Tú la fe que me falta!” 

El don se hace palpable, Cristo nos lo revela, abre la intimidad del Padre y nos enseña en Sí mismo, ese amor inabarcable: “Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna”.  Dios no se contenta con darnos mil muestras de amor y de ternura, Él toca los extremos, nos da lo más preciado: ¡A Su Hijo! La alegría y la confianza están de nuestro lado, porque Cristo  “no ha venido a condenar sino a salvar”. 

Miremos hacia arriba y encontraremos no al signo que curaba sino al Hijo de Dios, al Justo traspasado que espera que a su Luz actuemos todos, y en Él nos convirtamos en serie interminable de escalones por los que el mundo y los hombres, volvamos a nuestro Principio;  allá, en donde la Alegría será completa.      

viernes, 6 de marzo de 2015

3o. Cuaresma, 8 marzo, 2015.


Primera Lectura: del libro del Éxodo 20, 1-17
Salmo Responsorial, del salmo 19: Tú tienes, Señor, palabras de vida eterna.
Segunda Lectura: de la primera carta del apóstol Pablo a los corintios 1, 22-25
Aclamación: Tanto amó Dios al mundo, que le entregó a su Hijo único, para que todo el que crea en El tenga vida eterna.
Evangelio: Juan 2, 13-25

“Infúndenos, Señor, un Espíritu nuevo”. Lo prometiste cuando revelaras tu santidad y ya la has manifestado en Jesucristo. ¿Por qué no sentimos el viento de sus alas en nosotros? Sin tu Espíritu, ¿cómo nos sentimos?  Progresamos, es cierto, pero de una manera chata, obscura y egoísta. Nos gloriamos de los triunfos técnicos y científicos, pero, ¿dónde han quedado el pensamiento, la religiosidad, los valores? Fincamos nuestro triunfo en la investigación y en el poder, en una comunicación inacabable de datos, cifras, estadísticas y predicciones  con la que creemos dominar el mundo, y en vez de ser “Señores”, celosos cuidadores del ser y de los seres, nos hemos convertido en “amos” esclavizantes y soberbios.

Dudo mucho que aceptes como realidad lo que preponemos en la petición que te elevamos: ¿“ayuno, oración y misericordia como remedio del pecado”? ¿Es que en verdad “reconocemos nuestras miserias y nos agobian nuestras culpas”?  Si lo confesáramos en serio, seríamos otros a tus ojos y a los nuestros porque de inmediato nos sentiríamos “reconfortados con tu amor”. No es esta la humanidad que Tú quisiste, hemos roto tus planes; no hemos obedecido tus mandatos, tus leyes y preceptos y nos hemos encerrados como ostras, creyendo que la perla allá escondida, era en sí misma suficiente. ¿Capacidad?, nos la has dado a torrentes. Repartes con mano generosa para hacernos capaces de construir un mundo nuevo. Tu Palabra alumbra cada día, marca las mojoneras del único camino, “es vida eterna”.

Para guiar a tu Pueblo, y, con él a nosotros, entregas el Decálogo: síntesis que todo lo contiene: en verticalidad: filial adoración; en horizontalidad: fraternidad activa; en interioridad: aceptación consciente, nada queda al acaso, Tú todo lo previste, nos dejaste a nosotros la respuesta; pero sin Ti no la daremos ni personal ni colectivamente.

¿Otra nueva propuesta sin quedar marginada la primera? Sonó y sigue sonando a locura inconcebible. Ni aunque venga de Ti y se haya hecho en Cristo realidad palpable, eso de Cruz y Muerte, nos aterra, no cabe en nuestras mentes, nos repugna, por eso nos unimos al clamor del “escándalo”: ¿Cómo puede ser Dios fuerte en la debilidad? Va contra toda regla de la lógica humana: ¡lo débil no puede sostenerse! Lógica que en Cristo se nos quiebra y con Él comienza a brotar la nueva.

Nos pedías “conversión”, ahora vislumbramos el modo: audacia y reciedumbre, “¡quiten todo de aquí y no conviertan en mercado la casa de mi Padre!”. Casa que es todo el mundo, y cada hombre. ¡Qué limpieza conlleva ser “morada de Dios”!
 La novedad del Espíritu que supera lo externo: oro, ropajes, edificios, ofrendas y holocaustos, que exige “odres nuevos para el vino nuevo”, que ante la indignación de aquellos que confían en los ritos, ofrece el propio ser en sacrificio: “Destruyan este templo y en tres días lo reedificaré”. Anuncio que libera, que rompe las cadenas y confirma en su restauración, la nuestra.

Los discípulos tardaron en llegar, pero llegaron. A la luz de la Resurrección, se hizo luz en sus mentes: “El celo de tu casa me devora” y creyeron en Jesús y en la Escritura.

No nos tardemos más. No es que el Señor “aguarde demasiado”, nos conoce muy bien: “No necesita que nade le descubra lo que es el hombre, porque Él sabe lo que hay en el hombre”.  Pidámosle que se encuentre a Sí mismo adentro cuando nos escudriñe.

domingo, 1 de marzo de 2015

2° Cuaresma, 1º Marzo, 2015.

Primera Lectura: del libro del Génesis 22: 1.2, 9-13, 15-18
Salmo Responsorial, del salmo 115
Segunda Lectura: de la carta del apóstol Pablo a los romanos 8: 31-34
Evangelio: Mateo  9: 2-10.

“Recuerda, Señor, que tu ternura y tu misericordia son eternas…” ¿Podría, Quien es todo bondad y cariño, dejarnos en el olvido? Somos nosotros quienes hemos de tenerlo presente. “Con Él a mi lado, jamás vacilaré”, es Él, no yo, “quien derrotará al enemigo”. Proclives a la dispersión, no escuchamos al que está, no solamente junto, sino dentro de nuestro ser; sabedores de ello, le pedimos: “escucharlo en su Hijo y abrir los ojos para contemplar su gloria”. 

Domingo de las paradojas del Amor. Cuando todo navega en mar tranquilo, el conocimiento, la afectividad, la ternura, parecen florecer naturalmente; pero que no se haga presente el sufrimiento, porque perdemos la pisada, nubes negras ocultan la frescura de la anterior mirada, el corazón se vuelve pensativo y amargo, la sonrisa se borra y pinta entre las cejas la interrogante indescifrable. ¿Qué sucede conmigo, con el otro o la otra?, todavía más, ¿dónde quedó el Otro que dice que me ama, me cuida y me protege? 

Es ahora el tiempo propicio, el de volver, otra vez, al silencio que habla e ilumina, de regresar a la actitud de escucha, de atención permanente, de confiar más allá, más lejos todavía. 

Abraham no imaginaba el dolor que venía; mecía entre sus brazos “la promesa hecha carne”, fruto de sus entrañas, constatación palpable de lo que fue promesa. De pronto, la Voz que lo estremece: “Abraham, Abraham”. Su respuesta es segura, resuena pronta y clara “sabe en Quién se ha confiado”: “Aquí estoy”, disponibilidad sin trabas, como la de Samuel: “Habla, Señor, que tu siervo te escucha”.  La paradoja crece, perturba el corazón y la conciencia, pero no la detiene, el hombre da el paso dolorido, de manera inmediata, incomprensible y nos muestra la realidad del que vive “colgado del Señor”. “Toma a tu hijo Isaac, al que tanto amas, vete a la región de Moira y ofrécemelo en sacrificio.”  La angustia hace achicar los huesos, al ser entero. La Fe supera todo cuestionamiento: “no te entiendo Señor, es la promesa, la que Tú me entregaste, ¿y quieres que la mate?” Al Señor no se le piden cuentas, se  escucha y ama hasta lo incomprensible. No se trata de un juego, el dolor purifica, aquilata, hace ver lo invisible: “El Señor no abandona a sus fieles”. Sabemos la secuencia, Abraham no la sabía y por ello, por su actitud confiada, nos dice la Carta a los Hebreos: “Se le apuntó en justicia. Pensaba que poderoso es Dios para levantar a los muertos.”  (11: 19), y no fue defraudado. ¿Cuántos Issacs he de sacrificar sabiendo que no detendrás mi brazo? ¡Auméntame la fe! 

Meditando un momento con San Pablo: “¿Qué podrá separarnos del Amor del Mesías?” “Si Dios está a nuestro favor, ¿quién estará en contra nuestra?”. ¿Y todavía dudamos? 

Jesús se Transfigura, nos enseña su Gloria, porque fue el Gran Escucha; es Quien resume todo, porque su vida, paso a paso, fue de agrado del Padre; otra vez el Espejo donde hemos de encontrar, rediviva en nosotros, su figura.

La Pasión y la Muerte, - vuelve la paradoja -, son camino de Resurrección y de Vida. 

No podemos permanecer en el ocio de la contemplación sin compromisos, asombrada, deleitable y gustosa. Bajemos la montaña y preparemos el diario sacrificio, aunque no lo entendamos, para resucitar. Quizá sigamos preguntando: “¿Qué querrá decir eso de resucitar de entre los muertos?”. Con Abraham respondamos, como nos pide el Padre: “Escuchando”. Ya Dios se encargará de lo que sigue.