martes, 29 de septiembre de 2009

27º Ordinario, 4 Octubre 2009

Primera Lectura: Génesis 2: 18-24
Salmo127: Dichoso el que teme al Señor
Segunda Lectura: Carta a los Hebreos 2: 9-11
Evangelio: Marcos 10: 2-16.

En la antífona de entrada, Esther ha decidido presentarse ante el rey Asuero, sin haber sido llamada, sabe que se expone a morir, pero está dispuesta a todo por el bien de su pueblo perseguido; antes, ora, ayuna y pone toda su confianza en Dios: “Todo depende de tu voluntad, Señor, y nadie puede resistirse a ella. Tú eres el Señor del universo”. Ella vive lo que reconocemos en la oración: “Tú que nos concedes más de lo que merecemos y esperamos”, en verdad, ¿qué podemos merecer si todo lo hemos recibido?, por eso continuamos: “Danos aquellas gracias que necesitamos y no hemos sabido pedirte”.

Algo sabemos, y por eso insistimos: Ilumina los corazones de todos los hombres para que comprendamos tu Palabra, tu Proyecto, la huella del Amor que has puesto en nuestros corazones y descubramos que tu Gracias es eficaz y vivamos con ella: “No está bien que el hombre esté solo”, nos has formado según la realidad de tu Ser, que es Comunicación; que cada hombre, como Adán redivivo, busque el rostro que repita el suyo, que al pasar revista a los seres sin escuchar un corazón presente, encuentre la respuesta, a su lado, sonriente: “Ésta sí es hueso de mis huesos y carne de mi carne”, no es posesión, es compañera, es vida, es esperanza que acompasa y guía, es realidad que resume todos los anhelos de saber que los pasos toman un ritmo nuevo, de dos en uno, el caminar seguro; de un “yo” hacia otro “yo” en “tú” ya convertido, hasta el pleno nosotros, de tal manera unidos que rige en firmes trazos el futuro.

Sin esta convicción alimentada por la fe, no hay lazo que perdure; los ojos se desvían, la carne se estremece y la ilusión se apaga. En cambio, con tu Voz y Presencia resonando en lo íntimo, se mantendrá encendido el ¡Sí!, pronunciado al unísono: “te acepto porque te amo”, amor que supera altibajos sensibles, circunstancias adversas, disgustos momentáneos, ofuscaciones que nublan la alegría del encuentro primero, para esbozar de nuevo el grito del asombro al escuchar el “tú”, mi “yo”, pronunciado con un labios estrenados; sólo así entenderemos y vivirán coherentes su vocación, los que así la encontraron, a la luz del proyecto venido desde Ti: “Lo que Dios ha unido que nada ni nadie lo separe”.

Te pedimos, Señor, que cuides y despiertes la conciencia de nuestra creaturidad y le indiques el camino a seguir. Señor respetas y amas a tu propia creación y en nosotros los hombres, lo que más nos asemeja a Ti: la libertad; pero no permaneces impasible ante nuestros desvíos; constantemente nos sale al encuentro tu amor inacabable porque somos tu imagen. Que cada ser humano refleje su origen y su meta, que comprenda, que busque y que encuentre en la comunicación sincera y en la entrega sin límites, la identificación con Jesús “autor y guía de nuestra santificación”, el camino que lleve a la hermandad perfecta.

Contigo, viviendo en nuestro interior, no cabrán excusas ni pretextos, resplandecerá la sencillez del niño, nacido transparente, sin dobleces, sin miradas esquivas, con la sonrisa entera porque sabe qué mano lo acaricia y lo bendice.

Te pedimos, otra vez, la abundancia de tu Gracia para saber amarnos mutuamente y sentir que tu Amor, que eres Tú mismo, va llegando en nosotros a la plenitud.

martes, 22 de septiembre de 2009

26º ordinario, 27 septiembre 2009

Primera Lectura: Números 11: 25-29
Salmo 18: Los mandamientos del Señor alegran el corazón.
Segunda Lectura: De la carta del aposto Santiago 5: 1-6
Evangelio: Marcos 9, 38-43, 45, 47-48.

El domingo pasado nos decía claramente el Señor: “Los escucharé en cualquier tribulación en que me llamen”, y haciéndole caso le suplicamos que “no nos trate como merecen nuestros pecados”, que gracias a “su perdón y misericordia, no desfallezcamos en la lucha por obtener el cielo”, ese cielo que no es más que la eternidad junto a Él, poder “mirarlo cara a cara”. ¿Cómo veremos “la cara de Dios”?, no lo sé, pero si Él lo promete como nos dice por san Pablo en 1ª Cor 13: 12, tenemos fe en que su Palabra es Verdad. Ella nos fortalecerá y no permitirá que desfallezcamos en el camino, nos animará para continuar esforzándonos de modo que nada terreno nos impida proseguir, ni riquezas que deslumbran, ni lujos inútiles aun cuando agraden, ni oro ni plata ni vestidos, y menos aún desviarnos por la senda de la injusticia y la opresión; nos recordará constantemente que “la apariencia de este mundo es pasajera” (1ª Cor. 7: 31), entonces ¿qué creatura puede emular la grandeza del Señor?, Él permanece para siempre, ¿nos expondremos, insensatamente, a perderlo y a perdernos?

La primera lectura y el Evangelio dejan en claro que “la palabra de Dios no está encadenada” (2ª Tim. 2: 9). Moisés se ha quejado, no puede él solo cargar con el pueblo y pide a Dios ayuda, el Señor responde conforme a lo prometido: “en cualquier tribulación en que me llamen, los escucharé”. Hemos de preguntarnos, una vez más, qué tanto llamamos al Señor, qué tanto confiamos en la eficacia de su promesa y en la prontitud de su respuesta. “Tomó del espíritu de Moisés, -que es el Espíritu que el mismo Dios le había concedido- y lo dio a los setenta ancianos”. Dos de los elegidos no acudieron a la cita, sin embargo el Espíritu se mueve, su Sabiduría “siendo una sola, todo lo puede; sin cambiar en nada, renueva el universo, y, entrando en las almas buenas de cada generación, va haciendo amigos de Dios y profetas; pues Dios ama a quienes conviven con la Sabiduría. Alcanza con vigor de extremo a extremo y gobierna el universo con acierto”, (Sab. 7: 27ss) y se posó también sobre los ausentes que “comenzaron a profetizar”. La visión de Moisés, envuelta en gratitud, apacigua el celo exclusivista de Josué, porque es la visión de Dios: “Ojalá que todo el pueblo de Dios fuera profeta y descendiera sobre todos ellos el Espíritu del Señor”.

Jesús no puede proceder de manera diferente, tiene y Es el mismo Espíritu de Dios Trinitario que “no tiene acepción de personas” (Rom. 2: 11), es universal, delicado, respetuoso y profundamente visionario, por eso responde a Juan, que “sigue pensando según los hombres y no según Dios”: “no se lo prohíban…, todo aquel que no está contra nosotros, está a nuestro favor”. Quien intenta liberar a cualquier hombre del mal y le ayuda a reencontrar su propia dignidad, está trabajando por el Reino, aunque no lo sepa. La conciencia de este gozo crece porque está renaciendo, por caminos insospechados, una humanidad nueva. La exclusividad de la verdad no es nuestra, es del Absoluto y Él la reparte para el bien común. A nosotros nos toca vivirla con intensidad, con coherencia, con armonía ejemplar, de modo que no haya en nuestras vidas ninguna ocasión de escándalo que pueda lesionar la fe de los sencillos. “Córtate la mano, el pie, sácate el ojo”, no se refieren a una acción física, sino a la purificación de nuestras intenciones que conduzcan nuestras obras, porque nuestra eternidad y la de los que nos rodean, está en juego. La llegada al Reino vale más que todos los bienes de la tierra.

martes, 15 de septiembre de 2009

25° ordinario, 20 septiembre 2009.

Primera Lectura: Del libro de la Sababiduría 2: 12, 17-20
Salmo 53: El Señor es quien me ayuda.
Segunda Lectura: Del libro del apóstol Santiago 3: 16, 4: 3
Evangelio: Marcos 9: 30-37

“Yo soy la salvación de mi pueblo…, los escucharé en cualquier tribulación en que me llamaren”. Al sentirnos inmersos en una realidad social tan alejada de la conciencia de pertenecer a Dios, ¿no es la hora precisa, urgente, para orar, pedir, confiar, llamar, insistir, y descubrir que de verdad nos escucha? Cuánto debemos sopesar las últimas palabras del apóstol Santiago: “Si no alcanzan es porque no se lo piden a Dios. O si piden y no reciben, es porque piden mal”.

¿Cuánto ha crecido nuestra confianza en la oración?, ¿cuánto ha crecido aquella semilla de la Fe recibida, gratuitamente, en el Bautismo? “La fe, creyendo, crece”, dice Santo Tomás de Aquino. Pero, ¿en qué “dios” creemos?, ¿nos comportamos como los idólatras ante figuras que “tienen ojos y no ven, tienen oídos y no oyen, tienen pies y no caminan, tienen boca y no hablan”?, (Salmo 135), si nuestra concepción es tan plana, tan material, tan simplemente humana, entendemos que no pueda escucharnos ni tampoco podamos escucharlo, ni para qué esforzarnos en amar lo que es insensible, frío e impasible. En cambio si la fe es auténtica, producirá frutos de paz, de solidez, de increíble resistencia ante las adversidades que acosan al “justo”, porque está llena de “la sabiduría de Dios”, del Dios verdadero que nos manifiesta, por mil caminos, que “mira por nosotros”.

Con Él y desde Él recibiremos “el temple y valor” necesarios para ser testigos de la verdad y la justicia al precio que sea. Empeño nada fácil, y me atrevo a decir, menos aún ahora, pues nos exponemos a ser tildados de “extraños, raros y antisociales”, contrarios a “los valores” que deshumanizan y dominan las mentalidades y actitudes que nos rodean: poder, sexo, dinero, parecer; mentalidades que “usan” a las personas en vez de acogerlas con cariño, con entrega, con ansias de comunicarles vida y horizontes que les hagan sentir su dignidad.

No estamos muy lejos de aquella incomprensión que mostraron los discípulos, los cercanos, los que llevaban tiempo de convivir con Jesús, los que creían conocerlo pero lo encerraron en una idea preconcebida y totalmente nacida de perspectivas personales; seguían y seguimos “pensando según los hombres y no según Dios”.

Vivamos la escena, metámonos en ella, actuemos sinceramente: Jesús los lleva –y nos lleva- aparte, quiere que lo conozcamos, que al aceptarlo nos encaminemos al Padre, que le permitamos entrar en el corazón, en la mente y lo proyectemos en las obras. ¡Con qué atención y sin pestañear siquiera, escuchamos las confidencias de un amigo, su grito de apoyo y comprensión; guardamos silencio respetuoso o preguntamos, con delicadeza, lo no comprendido! Jesús deja entrever su interior, anuncia, por segunda vez, lo que le espera; es algo muy superior a los enfrentamientos que ha tenido con los escribas y fariseos, a la ocasión en que quisieron despeñarlo, a las preguntas capciosas con que lo han acosado, habla del sufrimiento y de la Pasión, de la muerte, y vuelve a anunciar la Resurrección. Los discípulos –nosotros- dejamos pasar de largo lo importante: la angustia del otro, se enfrascan -nos enfrascamos- en trivialidades, no entienden ni entendemos y para evitar la consecuencia de la verdad, seguimos teniendo miedo de pedir explicaciones”. ¿Nos hemos dejado tocar por esa comunicación, casi en secreto?, ¿han y hemos intentado “tener los mismos sentimientos que Cristo Jesús”, como nos pide San Pablo en Filipenses 2: 5? ¿De qué discuten los discípulos?, no los juzguemos, comencemos por analizarnos a nosotros mismos y descubramos lo que Jesús ya nos había enseñado: “De lo que hay en el corazón, habla la boca”, (Lc. 6: 45). Que al menos la vergüenza de haberlo relegado nos deje mudos. “¿Quién es el mayor?”, la respuesta llega acompañada del ejemplo: “Si alguno quiere ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos”. El niño, el transparente, el sin dobles intenciones, el marginado, el olvidado, el que refleja mi presencia, el que es como Yo que vivo pendiente de la voluntad del Padre. Entonces se nos abrirán los ojos y me encontrarán en él y al encontrarme, encontrarán al Padre.

¿Esperamos mayor claridad en el camino a seguir?, por ello hemos pedido: “Concédenos descubrirte y amarte en nuestros hermanos para alcanzar la vida eterna”.

miércoles, 9 de septiembre de 2009

24° Ordinario, 13 Septiembre, 2009.

Primera Lectura: Isaías 50: 5-9;
Salmo114: Caminaré en la presencia del Señor
Segunda Lectura: Carta del Apostol Santiago 2: 14-18;
Evangelio: Marcos: 8: 27-35

Hay páginas difíciles en el Evangelio, las conocemos y quisiéramos borrarlas: esas que hablan de sacrificio, de Pasión y de Muerte…, sigamos leyendo y encontraremos el triunfo final: la Resurrección.

Isaías en el tercer cántico del Siervo Sufriente, nos ayuda a preparar una seria confrontación con nuestro corazón, nuestras ideas y nuestra vida. ¿Qué modelo de Mesías esperamos?, ¿el fácil, el acomodaticio, el triunfador, el que no sacuda las interioridades y permita contemplar un paisaje florido, llano, sin cuestas, sin dificultades, ni sinsabores, ni sacrificios?

El domingo pasado Jesús pronunció el “¡Ábranse!” a nuestros oídos y nuestra lengua, de la misma forma “hizo oír su palabra y modeló la lengua del Siervo Sufriente”. Le hizo sentir su cercana presencia, el apoyo, la comprensión y la fuerza, la seguridad para enfrentar a cualquier adversario: “El Señor es mi ayuda, ¿quién se atreverá a condenarme?”

Aunque la carne tiemble, atrevámonos a pedirle al Señor tener la experiencia de su cercanía, de ella nacerán las fuerzas necesarias para servirle sin reparos, ni reticencias, nacerá la luz que dé a luz palabras sinceras de fe y reconocimiento verdadero; porque es fácil enlazar respuestas que vengan de otros labios, de aquellos que se escudan en rumores, pero que o no lo conocen o no quieren conocerlo, y enredados con ellos, evitamos la búsqueda interior, la mirada de frente, y hacemos nuestro lo que no compromete: “Algunos dicen…”, y nuestro yo se queda al margen, contento con ideas, descripciones e imágenes más o menos cercanas; en el fondo, tememos acercarnos al misterio que se encierra en Jesús.

A pesar de la pronta respuesta de Pedro, ni él ni los demás comprenden la realidad del verdadero Mesías. De momento todo se entenebrece, el anuncio del rechazo y la muerte, provoca sobresalto, incita a buscar seguridad, la persuasión intenta, al prever consecuencias personales, que Jesús cambie el rumbo; la reacción del Señor nos parece violenta, pero su fidelidad al Padre y la conciencia concreta de haber aceptado la misión, hace vida el anuncio de Isaías: “no he opuesto resistencia ni me he echado para atrás”, completará el camino y aquello de “resucitará al tercer día”, comenzarán a entenderlo después de la Pascua y llegarán a lo profundo con el fuego del Consolador en Pentecostés. ¡Qué difícil es “no juzgar según los hombres y aprender a juzgar según Dios”! Señor, que nunca oigamos de tus labios mirándonos fijamente: “¡Apártate de Mí, Satanás!”

¡Cuánto por caminar, examinar y hacer coincidir la palabra con las obras!, que hablen menos la mente y las promesas, que suene menos la proclamación vacía y florezcan, regadas por tu Sangre, las decisiones firmes, las que, a pesar del temblor y la obscuridad que a ratos nos circundan, subrayen y confirmen “esa renuncia al yo” para abrazar la cruz, pero contigo y encontrarme, así, abrazando a todos mis hermanos.

Sé que solo no puedo, “aumenta la esperanza de los que en Ti confían, y a todos danos la paz” que orienta los pasos que van hacia el encuentro.

miércoles, 2 de septiembre de 2009

23º Ordinario, 6 septiembre 2009.

Primera Lectura: Isaías 35: 4-7;

Salmo 145: Alaba Alma mía al Señor.
Segunda Lectura: Carta de Santiago 2: 1-5;
Evangelio: Marcos 7: 31-37

El Señor es, igualmente Justo y Bondadoso, algo que nos parecería lógicamente imposible. Justo porque a cada quien le reconoce sus esfuerzos; Compasivo porque, sean las que fueren, limpia nuestras culpas. Observamos su Ser y el nuestro y comprendemos que es el Único que puede “ayudarnos a cumplir su voluntad”.

En la oración, no importa que repitamos la reflexión, le pedimos a Dios que “nos mire con amor de Padre”. ¿No puede mirar de otra forma? ¡Cuánto hemos deformado la realidad de Dios con imágenes e ideas peregrinas! Nos dice San Agustín: “Si tienes una imagen de Dios, bórrala, ese no es Dios”. La pregunta incesante se hace presente: ¿Cómo eres, Señor?, no te puedo alcanzar… La respuesta nos llega Encarnada: En Jesús se nos hace presente, tangible, visible, cercano, es Jesús quien nos enseña a ser audaces, a volar más allá de la imaginación pequeña y transitoria: “Cuando oren, digan: Padre nuestro”. (Mt. 6:9) Y el Espíritu, por labios de San Juan, nos lo confirma: “Miren qué magnífico regalo nos ha hecho el Padre: que nos llamemos hijos de Dios y además lo somos”. (1ª Jn. 3: 1) Invitación a crecer en la fe, a confiar y actuar de manera coherente: oro, pido, me arropo en el Padre, desde Él, como nos recordaba Santiago: “Provienen todos los bienes”.

Ya Isaías anunciaba la salvación total: “Ánimo, no teman; los ojos de los ciegos se iluminarán, los oídos de los sordos se abrirán, los cojos saltarán como venados y la lengua del mudo cantará”. Jesús, el Mediador convierte en realidad la profecía; al recorrer los campos de Palestina, va dejando una estela de paz, de sonrisa y cariño que vuelve al hombre a su ser primigenio: otros necesitaron que les abriera los ojos, que les consolidara las piernas, que reavivara su cuerpo; hoy su palabra “abre” los sentidos que todos necesitamos que nos cure. ”La fe llega por la palabra”, (Rom. 10: 17), ¿cómo escuchar con los oídos tapados? El sordo vive aislado, no sabe del mundo ni del hermano, las señas no le bastan, la soledad lo abraza y lo margina. El mudo o “tartamudo”, tapia la comunicación y aumenta el desamparo. ¡Señor, la sordera y la mudez me acechan, impiden escuchar la invitación y pronunciar el compromiso, devuélveme al mundo y a tu mundo!

Sin saberlo, escuché tu Palabra el día de mi Bautismo: “Effetá”. “Que a su tiempo sepas escuchar su Palabra y profesar la fe, para gloria de Dios Padre”. Ya tocaste mis oídos y mi lengua para que sea capaz de “Anunciar las maravillas que el Señor me ha hecho”, ahora, toca mis ojos y mi corazón. ¡La vida será vida que viene desde Ti y me lleva a encontrar al hermano! Que reconozcamos, juntos: “Todo lo haces bien”, y lo sigues haciendo. ¡Gracias, Jesús, por ser como eres!