Primera Lectura: del primer libro de los Reyes: 8: 41-43
Salmo Responsorial, del salmo 116
Segunda Lectura: de la carta del apóstol Pablo a los gálatas 1: 1-2, 6-10
Evangelio:
Lucas 7: 1-10.
Pedimos
al Señor que nos mire, que tenga piedad y perdone nuestros pecados; ¿podría
mirarnos de otra manera nuestro Dios y Padre?; “de que somos de barro no se olvida” y por eso nuestra súplica: “aparta de nosotros lo que pueda causarnos
algún daño y concédenos lo que sirva de provecho”.
Hay
una estrecha relación entre la oración de Salomón y la admiración de Jesús en
el Evangelio; habremos advertido la Inspiración del Espíritu Santo en la
Escritura; Salomón implora: “cuando un
extranjero, atraído por la fama de tu nombre, venga a orar, escúchalo desde el
cielo y concédele lo que te pida”. ¿Habrá el centurión romano escuchado
este pasaje del Libro de los Reyes?, lo ignoramos, más su forma de proceder nos
descubre un corazón sincero, un espíritu humilde y creyente que descubre lo que
está mucho más allá de la sensibilidad; ha dejado manifiesta la fuerza de la fe
en la palabra; su experiencia lo avala: “yo digo, y obedece el soldado; yo
mando y mi criado lo hace”, y yo soy subalterno, ¿qué no hará tu Palabra?,
basta con que la digas y mi criado quedará sano.
La
aflicción, la angustia el miedo, cuanto nos perturba, si dedicamos un rato a
analizarlo, a profundizar en su realidad, constataremos que la causa es haber
vuelto los ojos hacia otro horizonte y olvidado que es Él quien nos libra de
todo peligro; tan sencillo es recobrar la calma aun en medio de violentas
tempestades interiores o exteriores, como volver la mirada, de nuevo hacia el
Señor, sin aguardar milagros que nos eviten la lucha, pero sí, aunque no lo
consideremos milagro, nos reconforte en el espíritu, en la convicción, en la
fe, al recordar la experiencia que comunica San Pablo en Hechos de los Apóstoles:
“En Él vivimos, nos movemos y existimos”.
(17: 28)
Preguntémonos
con Pablo: ¿qué clase de puente somos para con los que nos rodean, con quienes tenemos
trato cotidiano, con los que encontramos en el camino de la vida?, descubren en
nosotros ejemplo, invitación, ímpetu para desear conocer, dirigirse y confiar
en Dios? No nos respondamos de inmediato, permitamos que la inquietud, si es
que brotó, llegue a nuestro fondo y haga surgir una respuesta sincera y comprometida.
¿Cuántas veces hemos recordado la fe del centurión: “Señor no soy digno de que entres en mi casa…, basta con que digas una
sola palabra”. ¡Ya la has dicho y repetido, la he escuchado, ayúdame a
sentir que la salud total me envuelve y me reanima!, no soy digno, pero sí
necesitado.