Salmo Responsorial, del salmo 117: La piedra que desecharon los constructores es ahora la piedra angular.
Segunda Lectura: de la priemera carta del apóstol Juan 3: -2
Aclamación: Yo soy el buen pastor, dice el Señor; yo conozco a
mis ovejas y ellas me conocen a mí.
Evangelio: Juan 10:
11-18.
Deben de persistir
el gozo y la alabanza al Señor, la maravilla de su amor llena toda
la tierra y en ella, nuestros corazones. Su “poder” no aterra sino
que tranquiliza, pacifica; no es el poder del “mundo”, sino el poder
del amor el que lo precede, lo guía y nos guía a la cercanía, a la
unión, al Reino, a la plenitud del Espíritu.
Reencontramos
esa plenitud del Espíritu, como fuente de vida en el caminar audaz
y decidido de la primitiva Comunidad cristiana, y hoy, concretamente,
en Pedro quien culmina su profesión de fe en Jesucristo. Clarifica,
sin apropiarse lo que es del Señor; ha curado al paralítico en el
nombre de Aquel que es “la piedra angular, el desechado, el crucificado”, Jesús “resucitado de
entre los muertos”, en cuyo nombre, y sólo en Él, encontramos
todos la salvación. Sabe Pedro, deduce, por las miradas que lo cercan,
cuál puede ser el desenlace; pero no se arredra. Casi de inmediato
vendrán las amenazas, los azotes, pero todo lo envuelve en el gozo
de poder participar en los padecimientos de Cristo. ¡Cómo se acordaría
de las palabras del Maestro: “La verdad los hará libres”! La Verdad que incomoda, revuelve,
trastoca los “valores del mundo” cómodamente aceptados, y pide
la apertura, la conversión. No hay otro camino que el de Cristo.
De nuevo bullen
en nuestro interior, sentimientos encontrados: ¿fe y confianza, lucidez
para proclamar la Verdad?, o ¿temor al cambio, miedo a las consecuencias,
preferencia por la posición adquirida que pensamos nos asegura en el
“tener”, pero que impide nuestro correr hacia el “ser”? Tenemos
mucho para reflexionar personal, familiar, comunitaria y socialmente;
discernir para decidir. El Salmo nos anima: “Te damos gracias, Señor, porque eres Bueno, porque tu misericordia
es eterna. Más vale refugiarse en el Señor que poner en los hombres
la confianza”. Ni estamos solos ni luchamos por una utopía;
el Señor nos precede, ¿le creemos?
¿Deseamos más
luz? San Juan la enciende: “Miren cuánto amor nos ha tenido el Padre, pues no sólo nos llamamos
hijos de Dios, sino que lo somos”. ¿Nos considera “el mundo”
como suyos? Entonces no reflejamos la imagen del Hijo rechazado; nuestras
obras no van conforme al Reino, no hacen ruido que despierte y que avive
las conciencias, ni siquiera las nuestras. Ese no es el camino para
encontrarnos con el Señor “cara a cara, ni ser semejantes a Él”. Quedarnos contemplando
nuestra debilidad, a nada nos conduce; la Gracia y el tiempo están
de nuestro lado, ¡partamos decididos!
Jesús, el Buen
Pastor, jamás detuvo el paso; ni siquiera ante la misma muerte; siguió
siempre adelante, no descuida a ninguno, quiere acoger a todos, no cesa
de llamarnos. Él sabe dónde están las aguas cristalinas y el abundante
pasto, el banquete exquisito y la paz duradera, el sendero seguro y
el triunfo sobre el lobo.
Lo sabe todo
porque ha escuchado al Padre; reconoce su voz y nos la entrega. La verdad,
suena “triste”: “Doy la vida por mis ovejas” ¡y hay tantas sordas, porque
hay muchas otras vocees que las aturden y les impiden percibir la que
dice cariño, seguridad y paz y vida eterna!
Su súplica-deseo: “a todas las dispersas
es necesario que las traiga para que haya un solo rebaño y un
solo Pastor”, tiene que resonarnos hasta el fondo y, desde
ahí, confiados en su voz hecha Palabra, nos atrevamos a decirle: ¡Escuché
tu llamada, aquí estoy, Señor, quiero seguirte!