miércoles, 30 de diciembre de 2009

Santa María Madre de Dios, 1° enero 2010.

Primera Lectura: del libro de los Números 6: 22-27
Del Salmo 66: Ten piedad de nosotros, Senor, y bendicenos.
Segunda Lectura: de la carta de San Pablo a los Gálatas 4: 4-7
Evangelio: Lucas 2: 16-21.

¿Costumbre, rutina? ¡Aguardamos el 1º de Enero para decir a voces: Feliz Año Nuevo!, si detenemos por un momento el paso y el pensamiento, captamos que “lo nuevo” es cada instante y lo grandioso de la novedad es que, al fijarnos en el tiempo, comprendemos que en sí mismo, mirando el segundero del reloj, “no es, es y deja de ser”, en un paso rítmico e interminable que recorre, acompasado, carátulas y vidas, como un algo que se va, se va y no retorna.

¿Qué novedad es ésta, que no es; esa a la que apenas miro y ya se ha ido? La que señala el camino que acaba y no termina, la que nos hace conscientes de estar viviendo entre la trama del espacio y aquello que llamamos tiempo, magnitudes que estrechan la visión y por lo mismo invitan a romperla porque el latido sigue, porque el horizonte de la esperanza se abre en infinito y urge, no a acelerar el paso, no podemos, ya que él mismo nos lleva hasta el final concreto, desconocido en sí, pero seguro en el encuentro cuando se rompan, en silencio, lo que llamábamos el espacio y el tiempo y comencemos, sin otra referencia externa, a vivir la intensidad total, fuera de miedos, de distancia y relojes, el hacia dónde, que el Señor imprimió, desde el principio, en lo profundo del ser de cada uno. Ésta es la novedad: ¡ya estamos viviendo la Eternidad!

La “bendición de Dios” nos acompaña, “hace resplandecer su rostro sobre nosotros, nos mira con benevolencia y nos concede la paz”. ¿Qué mejor augurio podemos desear par el año que inicia? El mismo Señor nos enseña a invocar su nombre.

“La plenitud de los tiempos”, no hace referencia temporal, indica la maduración progresiva de la historia que ha alcanzado la plenitud necesaria para que Dios, en Cristo, por María, llegue hasta nosotros la filiación divina, en un hermano, en un hombre cuyo nombre nos salva y enaltece: Jesús, el Salvador, Hijo de Dios e Hijo de María. Jesús por Quien y en Quien podemos llamar a Dios ¡Padre!, y ser herederos del Reino que ¡ya está entre nosotros!

Seamos como los pastores: corramos y encontremos a María a José y al Niño y salgamos, con una nueva luz, a proclamar que la salvación ha llegado; ese es el distintivo del cristiano: contemplar, llenarse de Dios en Cristo y en María y promulgar con alegría que ya no somos esclavos sino hijos.

Imitemos también a María, la creyente, la fiel y obediente, la que se da tiempo y da tiempo a Dios “guardando y meditando todas estas maravillas en su corazón”, la discípula excelsa que escucha y pone en práctica la Palabra de Dios.

Antiguamente se celebraba en este día El Santo nombre de Jesús: “El Señor salva”, hoy están unidas las dos festividades: la circuncisión, momento en que se imponía el nombre al nuevo miembro de la comunidad judía, que abarca ahora a la comunidad humana, y la de María, Madre de Dios al haber dado a luz, con la fuerza del Espíritu Santo, al Hijo Unigénito de Dios. Vuelve a relucir la Buena Nueva: “hemos sido transladados de las tinieblas a su luz admirable”.

sábado, 26 de diciembre de 2009

La Sagrada Familia, 27 diciembre 2009.

Primera Lectura: del primer libro del profeta Samuel 1: 20-22, 24-28;
Salmo Responsorial, del Salmo 83:
Segunda Lectura: de la primera carta del apostol San Juan 3: 1-2, 21-24
Evangelio: Lucas 2: 41-52.

Día de la Familia Cristiana, día que nos invita a confrontar los criterios de educación que, constatamos, contradicen los ejemplos de sencillez, acompañamiento, servicio y dedicación a lo cotidiano en bien de la armonía, la comprensión y el verdadero amor, vividos en Nazaret por Jesús, María y José.

No se trata de idealizar, de forma abstracta, los valores de la familia; ni siquiera de intentar seguir el modo de vida de la Sagrada Familia. Los tiempos y las épocas cambiantes, piden ahondar en el proyecto familiar entendido y vivido desde el espíritu de Jesús; conforme a ese espíritu surge la exigencia de cuestionar y aun transformar esquemas y costumbres que, quizá, estén arraigados en nuestras familias. El reto es encontrar los modos, para que Dios esté presente en la más pequeña pero verdadera Iglesia.

Ana, madre de Samuel, ha orado para que el Señor le conceda un hijo; no guarda el gozo para sí misma, acabado el tiempo de la lactancia, va al templo y lo “entrega”, “lo ofrece para que quede consagrado de por vida al Señor”. Sin duda no es necesario “ofrecer a todos para que vivan en el Templo”, pero sí, hacernos y hacer conscientes a los hijos de que están, de que estamos, ya consagrados “al servicio de Dios”; de que existe una gran Familia, la humanidad entera, cada ser humano en concreto, que participa de la filiación divina, fruto “del amor que nos ha tenido el Padre”. El deseo de cualquier padre es ver crecer a sus hijos en los valores que perduran, en los que encaminan, no a una identificación impuesta, sino a una realización aceptada, por reflejo y convicción, para que sepan discernir y elegir lo que erige al ser humano en una persona digna y confiable. Dios no impone, propone y respeta la decisión personal; pero ¡cuánta luz, tiempo de silencio, oración, guía, espejo, son necesarios para captar y realizar el proyecto de Dios para cada uno de ellos, para mí y cada uno de nosotros!

Jesús no es “un muchacho rebelde”, sencillamente enseña los modos y caminos; sin duda sabe que causará dolor y angustia en María y José; pero hay Alguien que está por sobre los lazos de la sangre: el Padre, realidad que ellos comprenderán mucho más tarde.

Jesús los ha abandonado sin avisar; María y José, después de tres días de búsqueda, lo encuentran en el Templo. El reproche es dulce pero verdadero: “Hijo mío, ¿por qué te has portado así con nosotros? Tu padre y yo te hemos estado buscando llenos de angustia”. La respuesta es inesperada: “¿Por qué me buscaban, no sabían que debo ocuparme en las cosas de mi Padre?” Igual que nosotros, “ellos no entendieron”. Ante lo incomprensible, sigamos el ejemplo de María “que conservaba todas estas cosas en su corazón”.

No ha iniciado Jesús la brecha generacional, ha iluminado la meta, no rompe los lazos familiares, los abre a toda la familia humana; primero está la solidaridad social más fraterna, justa y solidaria, tal como lo quiere el Padre. Regresa a Nazaret “y siguió sujeto a su autoridad”. El Niño, ser humano como nosotros, “crecía en edad, sabiduría y gracia delante de Dios y delante de los hombres”. ¡Que Él conceda a todo niño, a todo joven, a todo adulto, seguir creciendo “hasta que seamos semejantes a él”.

lunes, 21 de diciembre de 2009

Natividad del Señor, Misa de media noche, 25 diciembre 2009.

Primera lectura: del libro del profeta Isaías 9: 1-3
Salmo responsorial, del Salmo 95: Hoy nos ha nacido el Salvador.
Segunda Lectura: de la carta de San Pablo a Tito 2: 11-14
Evangelio: Lucas 2: 1-14.

¡El tiempo se ha cumplido! “Tú eres mi Hijo, hoy te engendré Yo”. Luz, Vida, Esperanza, Camino, Verdad, Paz, Guía y podríamos continuar sin parar, enumerando los atributos-realidades que no son de Cristo, son Cristo mismo.

La humanidad entera está hambrienta de luz y de verdad, de fraternidad, de gozo, paz y serenidad; ¿dónde encontrarla en medio de las tinieblas?

El misterio del hombre empezará a esclarecerse cuando aceptemos el misterio de Dios hecho Hombre que esta noche se nos hace patente y nos invita a recorrer el camino de regreso a la gloria del Padre; entonces dejaremos de ser misterio para nosotros al dejarnos inundar de la luz del misterio de Dios.

“El que poco siembra, poco cosecha, el que mucho siembra, cosecha mucho” (2ª. Cor. 9: 6), y para repartir el botín, debemos luchar y vencer. El Señor nos da semilla abundante, nos provee de armas para la lucha “que no es contra hombres de carne y hueso, sino contra las estratagemas del diablo, contra los jefes que dominan las tinieblas, contra las fuerzas espirituales del mal”. Revistámonos con ellas: “el cinturón de la verdad, la coraza de la honradez, bien calzados y dispuestos a dar la noticia de la paz, embrazado el escudo de la fe que nos permitirá apagar las flechas incendiarias del enemigo; el casco de salvación y la espada del Espíritu, es decir la Palabra de Dios” (Ef. 6: 12-17), solamente así conseguiremos que su Humanidad engrandezca la nuestra.

¡La realidad supera nuestra imaginación: un Niño “ha quebrantado el yugo que nos esclavizaba”! Una vez libres, es absurdo regresar a las ataduras. Pidamos tener oídos abiertos para escuchar al “Consejero admirable, a Dios poderoso, al Padre amoroso, al Príncipe” que viene a reinar “en la justicia y el derecho para siempre”; ofrezcámosle la interioridad de nuestro ser, que ahí comience a reinar.

Hoy todo es canto, proclamación, alegría y regocijo porque “nos ha nacido el Salvador”. Viene el que ES la Gracia, con Él aprenderemos a vivir religados a Dios, renunciando a los deseos mundanos; aceptaremos ser sobrios, justos y fieles, y a practicar el bien. No hay excusa para actuar de otra forma.

Intentemos, como invita San Ignacio en la contemplación del Nacimiento, volvernos “esclavitos indignos” y extáticos miremos a las personas, escuchemos sus palabras, rumiemos en nuestros corazones la grandiosidad en la pequeñez, el incomprensible silencio de “Aquel por quien fueron hechas todas las cosas, y sin Él nada existiría de cuanto existe”. (Jn.1: 3). Que llegue, con toda su fuerza, y rompa las ansias locas de tenernos sin tenerlo a Él. ¿Comprendemos, en verdad, que” siendo rico se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza?” (2ª. Cor. 8: 9-10)

No podemos menos de unirnos al coro de todo el universo para entonar el Himno de la Gloria, de la Alegría, de la Paz porque Dios en su Hijo Jesucristo, hermano nuestro, ha rehecho nuestros corazones, nuestros ideales y orientado hacia Él nuestras vidas.

martes, 15 de diciembre de 2009

4º Adviento, 20 Diciembre 2009

Primera Lectura: del libro del profeta Miqueas 5: 1-4
Salmo Responsorial, del Salmo 79: Señor, muéstranos tu favor y sálvanos.
Segunda Lectura: de la carta a los Hebreos 10: 5-10
Evangelio: Lucas 1: 39-45.

Todas las creaturas están a la expectativa, lo capta y anuncia Isaías, lo hemos escuchado en la antífona de entrada: “Destilen, cielos, el rocío, y que las nubes lluevan al justo, que se abra la tierra y haga germinar al Salvador”. Hoy el profeta Miqueas retoma el grito de esperanza: la luz que desvanece las tinieblas de un horizonte obscuro lleno de corrupción e injusticia, y “se remonta a los tiempos antiguos”, tan antiguos como la Eternidad de Dios y nos descubre su designio de paz y de unidad, el que estuvo desde el inicio de la creación, y se manifestará en todo su esplendor “cuando dé a luz la que ha de dar a luz”.

Siete siglos después se cumple la promesa: Jesús, el Buen Pastor, guiará a su pueblo, a toda la humanidad, “con la fuerza y majestad de Dios”; fuerza y majestad totalmente distintas a las que imaginamos los hombres: “De ti, Belén de Efrata, pequeña entre las aldeas de Judá, de ti saldrá el jefe de Israel”. Desde el silencio aparece el retoño, ya expresará Jesús: “El Reino de Dios no aparece con ostentación, ni podrán decir: míralo aquí o allí; porque, miren, ¡dentro de ustedes está!” (Lc. 17: 20-21) De la misma forma llega Él, se hace uno con nosotros en una aldea perdida, humilde, olvidada. “No quisiste víctimas ni ofrendas; en cambio, me has dado un cuerpo. Aquí estoy, Dios mío; vengo para hacer tu voluntad”. Los antiguos sacrificios se han suprimido y Cristo nos enseña a vivir según la voluntad del Padre, y con la ofrenda de su propio cuerpo, en una Alianza nueva y eterna, “quedamos santificados”.

Contemplemos la escena que presenta San Lucas, toda ella se centra en dos mujeres que van a ser madres, los varones adultos están ausentes, los pequeños, ocultos a los ojos, se hacen presentes en la participación del gozo en el Espíritu Santo. Ejemplo del encuentro que estamos preparando.

María lleva en sí al que es la alegría del Padre, de los ángeles, de cuantos quieran ser como Ella que ha sabido escuchar y confiar: “Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”, actitud preaprendida de Jesús, Hijo de Dios e Hijo suyo; proclamación de una fe que, de inmediato, se manifiesta en los actos: “María se encaminó presurosa a un pueblo de las montañas de Judea, y saludó a Isabel”. Servicio, atención, delicadeza, claros signos de la presencia de Jesús a quien ya lleva en su seno y que provoca el salto de gozo de Juan Bautista, que llena del Espíritu a Isabel y le inspira la primera Bienaventuranza: “Dichosa tú que has creído, bendita entre todas las mujeres, bendito el fruto de tu vientre”. Bienaventuranza que seguimos proclamando en el Ave María.

Que la pregunta de Isabel, hecha asombro, se repita desde nuestro interior: “¿Quién soy yo, para que la Madre de mi Señor venga a verme?” María, la primera evangelizadora, la portadora de la Buena Nueva, el Arco de la Alianza, nos trae a Jesús y nos lleva hacia Él, recibirla es recibirlo. Aceptemos la fuerza del Espíritu, que ambos nos comunican; destrabe nuestros labios y anunciemos, con fe entusiasmada, la promesa y el cumplimiento de la salvación.

martes, 8 de diciembre de 2009

3º Adviento, 13 Diciembre 2009

Primera Lectura: Sofonías 3: 14-18;

Salmo Responsorial, del Salmo 12: El Señor es mi Dios y mi Salvador.
Segunda Lectura: de la carta de San Pablo a los Filipenses: 4: 4-7
Evangelio: Lucas 3: 10-18.

“¡Estén siempre alegres en el Señor; se lo repito, estén alegres. El Señor está cerca!” Alegría plena, espera esperanzada que superó lo esperado, porque, “El Señor está no solamente cerca”, sino ya en medio de la humanidad, dentro de nosotros, hecho nuestra carne.

Alegría, que cambia el morado y se viste de rosa. No cesan la reflexión ni el recorrer los caminos del arrepentimiento; es fiesta adelantada porque el corazón y el ánimo proclaman el reencuentro, la confianza y el sentido del gozo que se prolonga más allá de una fecha, que supera nuestros estrechos límites espaciotemporales, lanza fuera el temor y el desfallecimiento, reconoce mucho más que el perdón y mira la realidad iluminada por una luz que no podríamos imaginar desde nuestro ser pequeño: ¡soy, somos cada uno, para Dios: “gozo y complacencia”! ¿Aceptamos, aun rodeados de imperfecciones y de olvido, “ser causa de la alegría de Dios”? ¡El asombro de tal Luz nos deslumbra y enaltece! Amados desde siempre, elegidos, creados, redimidos y adoptados, ¿ensombreceremos esa alegría divina?

En el fragmento que escuchamos de la Carta a los Filipenses, encontramos el eco de la antífona de entrada y vuelve a insistir en que estemos alegres porque el Señor todo lo llena. Es una alegría que llega como flor mañanera y con sólo mirarla, se iluminan los ojos, el corazón y el deseo de ser benevolentes, de reflejar el Amor recibido y ser agradecidos por la Paz que nos llega de manera gratuita y “sobrepasa toda inteligencia”.

Con esta actitud consciente, a ejemplo de María, aceptamos el don con decisión irrevocable de no perderlo nunca y de esmerarnos en darlo a conocer por nuestras obras.

Participemos de la “expectación” del pueblo hebreo y presentemos “en toda ocasión nuestras peticiones a Dios, en la oración y la súplica”, para que en todos los hombres renazca la esperanza de un mundo más humano, más hermano “que ponga su corazón y pensamientos en Cristo Jesús”. Empresa nada fácil, pero recordemos que “para Dios nada es imposible”.

Si entusiasma la voz de Juan Bautista, ¿qué no hará la Palabra? La voz responde con claridad a la pregunta “¿qué debemos hacer?”: exhorta a compartir lo que se tiene, a vivir en justicia, a no abusar de nadie. La Palabra lo resumirá todo en la Ley Evangélica: “Ámense los unos a los otros como Yo los he amado”. (Jn. 13: 34) No basta el agua, precisamos del fuego del Espíritu para cumplir su mandato, y el mismo Jesús nos lo ha traído y junto con el Padre, nos lo ha enviado, ¡ésta es la Buena Nueva!

Cuando llegue el momento de la siega, si hemos permanecido fieles al Espíritu, nos encontraremos con Cristo en el Granero, alejados de la paja que consume el fuego.

viernes, 4 de diciembre de 2009

2º Adviento. 6 dic. 2009

Primera Lectura: del libro del profete Baruc 5: 1-9;

Salmo Responsorial, del Salmo 125: Grandes cosas haz hecho por nosotros, Señor.
Segunda Lectura: de la carta de San Pablo a los Filipenses 1: 4-6, 8-11
Evagelio: Lucas 3: 1-6

“Sólo el silencio germinal contiene la plenitud de la Palabra exacta”. ¡Necesitamos la quietud interior para escucharla! Probablemente el desierto nos dé miedo. “Subo por el silencio con el peligro de encontrarme a mí mismo”. Danos, Señor, la sabiduría que discierne, que enseña a concentrarnos, que aparta distracciones y encuentra “la Fuente de la Vida”, ahí, donde todo parece sequedad estéril.

La voz de Yahvé, desde la voz humana del profeta Baruc, alegra nuestra historia, ésta que se nos muestra dura, carente de sentido para muchos, alejada de la fraternidad y del servicio, rodeada de temores, sobresaltos y angustias. Nos suena a sueño inalcanzable: “Vístete para siempre con el esplendor de la gloria que Dios te da; alégrate, pues tus hijos, que salieron como esclavos, volverán como príncipes”. Él pone la creación a nuestro servicio, allana los caminos, ordena a los árboles que nos cubran con su sombra, y el mismo Señor es nuestro Pastor. “Nos escoltará con su misericordia”, hasta que reinen la justicia y la paz. De la esclavitud a la libertad porque hemos aprendido a “levantar los ojos, a constatar que Dios siempre se acuerda de nosotros”.

¿Cuántas veces no habremos repetido lo cantado en el Salmo: “Grandes cosas has hecho por nosotros, Señor”?, y lo maravilloso es que las sigues haciendo. ¡Ábrenos los ojos internos y externos para que nos alegremos, con el corazón y los brazos levantados porque vemos tu amor, tu misericordia y tu presencia, y ayúdanos a enseñar a los demás a mirar y a agradecer porque contigo todo cambia: el desierto ya es río, las lágrimas se han ido y vuelven las sonrisas! La espera, en el Adviento, se transforma en esperanza llena de luz, de paz y de armonía. ¡Eres Tú quien se acerca a nuestra carne, en Jesucristo tu Hijo y nuestro Hermano!

Queremos revivir el gozo con el que Pablo se siente unido a los filipenses; “Siempre pido por ustedes”, el lazo es palpable: la “alegría, porque han colaborado conmigo en la causa del Evangelio”. Estar plantados en Cristo Jesús, fortalece y anima, porque “Quien comenzó en nosotros su obra, la irá perfeccionando siempre”. El cómo, lo sabemos: crecer en “el conocimiento y la sensibilidad espiritual”, para dar “frutos que permanezcan para siempre”.

San Lucas nos ubica en el tiempo y la historia: se ha escuchado la Voz que anuncia la Palabra. Reaparecen el desierto, la meditación, el silencio, el arrepentimiento que mide el horizonte y recibe la Paz que viene desde arriba, con el gozo consciente de sabernos amados.

Abajar las colinas y rellenar los valles, vernos a los ojos, todos a la misma altura, es la única forma de preparar el Reino para que a todos llegue “la salvación de Dios”.