Primera Lectura: del libro del Deuteronomio 6: 2-6
Salmo Responsorial, del salmo 17: Yo te amo, Señor, tú eres mi fuerza.
Segunda Lectura: de la catta a los Hebreos 7: 23-28
Aclamación: El que me ama cumplirá mi palabra y mi Padre lo
amará y haremos en él nuestra morada, dice el Señor.
Evangelio: Marcos 12: 28-34.
Ni que Tú te alejes, ni que yo me aleje; te necesito para tratar
de comprenderte, de comprenderme y de comprender a los demás; sin Ti
será imposible penetrar el alcance de tu mandamiento, porque en
uno los reúnes todos: vertical y horizontal, todos en Ti y Tú
en todos; El resto, es consecuencia que brota, que desborda, que fecunda
la vida.
“¡Atrápame, Señor! ¡Átame fuerte!,
que mis pasos no puedan más la huída y mi mano a tu mano quede asida
más allá del dolor y de la muerte.” Son muchas las tentaciones de olvidarte, de perderte y perderme,
me envuelve la ceguera y no te miro ni a Ti ni a los demás. Obstáculos
que llegan desde dentro y de fuera, multiplican tropiezos; la meta es
superarlos, pero sin Ti, sin mi ser en mí mismo, sin los hermanos,
se volverá utopía.
En el Deuteronomio nos recuerdas que eres el Único Principio,
el Fundamento, la Causa Primordial que ha de estar en presente todo
el tiempo, el precepto que guía, el “Shema Israel”, colgado en cada puerta
y la memoria: “Escucha, Israel: El Señor nuestro Dios, es el único Señor; amarás
al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas
tus fuerzas. Guarda en tu corazón los mandamientos que hoy te he transmitido”.
Nuestra naturaleza lo percibe, sabe que el ser le fue entregado, que
la única forma de volver al principio es encontrarte para cerrar el
círculo y hallar la paz con todos.
¿Por qué el olvido constante y repetido? ¿Dónde quedó
el amor que fortifica? ¿Quién podrá suplantarlo? Nos sentimos
cansados y vacíos, la multitud de las creaturas jamás podrá
romper la soledad del hombre.
Tú entiendes, Señor, los pasos vacilantes, los nudillos que
tocan en las casas sin eco de ternura y las ansias de llenarnos de emociones
y cosas que se acaban. Haznos capaces de mirar esa Luz que trasciende,
a Jesucristo que salva a todos, el único inocente que se entregó
de una vez para siempre y es la puerta abierta para el acceso al Reino.
Su Sacerdocio, recibido de Ti, envuelve a todo hombre, y en él lo purifica.
Con la experiencia viva de sentirnos amados, entonamos el canto de alegría: “Yo
te amo, Señor, Tú eres mi fuerza”.
Regresando al inicio: Jesús engloba, el par de mandamientos;
reducción increíble, ya no 613 que había en la Tradición hebrea.
El “Shema Israel”, pide en reciprocidad lo dicho en el Levítico: “Amarás
a tu prójimo como a ti mismo” (19: 18), y concluye: “No hay ningún mandamiento mayor que éstos”.
Dejemos convencernos para poder decir con el escriba: “¡Tienes
razón, Señor!”, y que Jesús añada esas palabras que resuenen
adentro, que nos llenen de paz y de confianza porque miramos seguro
el horizonte, el cercano y el último: “No estás lejos del Reino de Dios”.
Las preguntas, aun antes de enunciarlas, ya las ha respondido:
Busca a Dios en el hombre y te hallarás con Él entre las manos, junto
a ti mismo y a tu hermano.