viernes, 28 de febrero de 2020

1° Cuaresma, 1º Marzo 2020.-.


Génesis 2: 7-9, 3: 1-7
Salmo 50;
Carta a los romanos 5: 12-19
Mateo 4: 1-11.

En la Antífona de Entrada volvemos a encontrarnos con la invitación a orar, a invocar, a confiar en el Señor; estoy seguro que lo hacemos cuando “nos llega el agua al cuello”, y eso suena a convencionalismo no es la convicción ardiente de que en verdad necesitamos a Dios, su Palabra, su perdón, su cercanía, la fuerza del Espíritu para realizar lo que pedimos en la oración: “por las prácticas cuaresmales, - oración, obras de misericordia, penitencia, arrepentimiento, ayuno de todo aquello que nos aleje de Él, para que crezcamos en el conocimiento de Jesucristo y llevemos una vida irreprochable.”

El miércoles pasado recordamos nuestro origen: “polvo”, pero, hoy nos muestra el Génesis que es polvo con el Aliento de Dios, con la vida de Dios, con la libertad que nos “asemeja a Él” para poder elegir con toda conciencia el ¡Sí! a su voluntad; ¡Sí! que es camino de felicidad y eternidad.

El salto al capítulo 3°: Tentación y caída, es la historia de la humanidad, es nuestra propia historia; “por el pecado entró la muerte en el mundo”.  ¿Por qué cayeron los primeros hombres, por qué caemos nosotros?, por entrar en diálogo con la tentación, por dejarnos deslumbrar “vio que el árbol era bueno para comer, agradable a la vista y codiciable para alcanzar sabiduría”; pero al margen de Dios. ¿Qué sabiduría?: mirarse “desnudos, enredados en la mentira que los empujará a esconderse de Dios”.  Eso es el pecado: querer ser como Dios, pero sin Dios. ¿A dónde los llevó y a dónde nos lleva? “Ahora es el tiempo oportuno, el tiempo de la conversión”.  Ellos no tuvieron otra oportunidad, ¡nosotros sí.

¿Qué elegimos, ser como el primer Adán o asemejarnos a Cristo?, Él, por su “obediencia “recibimos el don de la Gracia y la Justificación.”  Pienso que poner en la balanza la elección, ya sería una injuria al Señor y a la ejemplar entrega de Jesús. El solo considerarlo nos decidirá a confiar en el Amor y la Misericordia y al seguimiento de Jesús.  Él quiso experimentar en la realidad humana que había asumida, la tentación: “en todo semejante a nosotros, menos en el pecado”, y enseñarnos el modo de proceder ante el tentador: ¡nada de diálogo!, sino tajante y fiel a su Misión, fiel a la voluntad del Padre, lejos de servirse de su filiación divina para provecho propio: “No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que viene de la boca de Dios”.

Sin espectacularidades, imaginemos el “impacto” que habría causado al bajar volando desde el pináculo del Templo, “no tentarás al Señor tu Dios”.  Acepta la sencillez del camino de todo hombre sin querer manejar a Dios. El reconocimiento de que solamente hay un Absoluto, el Padre y ,“que toda creatura es como flor de heno que florece en la mañana y por la tarde parece”, el poder, la riqueza, son realidades efímeras, el Único que permanece es Dios: “¡Retírate, Satanás!”, porque también está escrito: “Adorarás al Señor tu Dios y a Él sólo servirás.”  ¡Cuán diversa la interpretación y la vivencia de la Palabra de Dios!

Pido al Señor que aprendamos esta lección porque las tentaciones seguirán acechándonos; Jesús ya nos trazó el camino: ayuno, oración, cercanía a Dios, confianza, fortaleza y convicción.

Tengamos muy presente la advertencia de San Pedro: “Miren que el demonio, anda como león rugiente, buscando a quién devorar; resístanle firmes en la fe.”  (1ª. 5: 8-9) Y San Pablo: “Fiel es Dios que no permitirá que seamos tentados más allá de nuestras fuerzas. Más aún, nos dará modo para resistir con éxito.”  (1ª. Cor. 10: 13) ¡Ánimo! “que las tribulaciones de este mundo, producirán un imponderable peso de gloria.”  (2ª. Cor. 4: 17-18) Dios es quien nos espera, Él es nuestro premio, ¿qué creatura podría suplantarlo?

domingo, 23 de febrero de 2020

7º Ordinario, 23 febrero 2020.-


Levítico 19: 1-2, 17-18
Salmo 102: El Señor es compasivo y misericordioso
Primera Corintios 3: 16-23;
Mateo. 5: 38-48.

“Cantar al Señor por el bien que nos hace, porque alegra nuestro corazón, porque nos muestra su misericordia”; porque nos revela el último sentido de nuestras vidas: “Sean santos porque Yo soy santo”.

¿Ser santo?, y la pregunta se queda sin respuesta; consideramos la proposición como algo demasiado lejano, ajeno a nuestra cotidianidad, quizá nos dé miedo tomarla en serio por cuanto encierra de compromiso, de dominio del egoísmo, de total apertura al servicio desinteresado, en pocas palabras, por lo que significa amar de verdad. Nos vamos acostumbrando a ese círculo, que consideramos irrompible porque nosotros mismos lo hemos cerrado y hemos impedido que brote, florezca y dé fruto la Palabra de Dios; perdemos el punto de referencia que con toda claridad nos ha expresado la lectura del Levítico, referencia que ilumina el horizonte, que puntualiza el contenido de la santidad: “Habla a la asamblea y diles: sean santos, porque Yo, el Señor, soy santo”. Ahí está la respuesta, la posibilidad, el camino: en Él, no en nosotros. El es el único santo, el único bueno, el “totalmente Otro”, pero desea que el hombre se acerque, que participe de su santidad, que realice lo que fue desde el principio: “Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza”, que vayamos pareciéndonos más y más a Él, superando, con la presencia y la acción del Espíritu,  la realidad de nuestra pequeñez, de nuestras tontas envidias, de nuestras perezas, de nuestros miedos, de nuestra visión meramente terrena, y aceptemos el reto de “amar a los prójimos como a nosotros mismos”. ¡De lograrlo, con su ayuda, otro será el mundo que construyamos!

Una vez más, al quedarnos contemplándonos a nosotros mismos, al sentir la impotencia que nos ata, el Salmo nos indica el sendero ascensional: “El Señor es compasivo y misericordioso…, perdona, cura, colma de amor; nos trata según su Santidad”. Desde Él aprendemos a desterrar la venganza, “el desquite”, “el que me la hace la paga”… ¿qué gozo hemos experimentado al ser absueltos de una culpa?, ¿no podemos propiciar que los demás lo sientan en nuestras relaciones interpersonales? Esto es actuar según Dios, según Cristo: mucho más allá del sentimiento inmediato, de la respuesta nacida de la ira y de la rabia ante una ofensa recibida. Sabemos, hemos constatado, que la violencia engendra violencia; mejor vivamos la seguridad de Jesús: “Dichosos los obradores de paz, porque de ellos es el Reino de los cielos”.

Jesús nos propone algo muy superior, que supera “la lógica que esgrimimos”: “Amen a sus enemigos, hagan el bien a los que les hacen mal, rueguen por los que los persiguen y maltratan…” Sin duda es algo que rechaza la mente, pero que ensancha al corazón; será realizable porque el Espíritu habita en nosotros”, y “viene en ayuda de nuestra debilidad” para “actuar como hijos del Padre Celestial que hace salir el sol sobre buenos y malos, y manda su lluvia sobre justos e injustos”; ser del todo universales como el Padre es universal y abraza a todo ser humano, sin excepción.

El camino hacia nuestro Padre, roto por el pecado, nos lo recuerda Pablo: “Todo es de ustedes, ustedes de Cristo y Cristo es de Dios”.

Jesús, que al venir a nosotros en la Eucaristía, encuentres un Templo digno de Dios.

domingo, 16 de febrero de 2020

6º Ordinario, 16 febrero 2020.-.


Primera Lectura: Eclesiástico 15: 16-21 
Salmo Responsorial, del salmo 118; 
Segunda Lectura: de la primera carta del apóstol Pablo a los corintios 2: 6-10; 
Evangelio: Mateo 5: 17-37.

¿De verdad reflexionamos en lo escuchado el domingo pasado: “sal de la tierra”, faros encendidos que alumbren nuestra vida y la de los demás para que juntos “glorifiquemos al Padre que está en los cielos”? Para ser fieles, constantes, perseverantes, al irnos conociendo, al ir experimentando nuestra flaqueza, aprendemos a afirmar que “Dios es nuestra defensa, roca, fortaleza, baluarte y escudo, guía y compañía”. En Él y sólo en Él encontraremos la rectitud y sinceridad de corazón “que nos haga dignos de esa presencia suya” que nos mantenga como la sal de la tierra y luz encendida.

¡Libertad, cuánto te ansiamos y qué poco te utilizamos rectamente! ¡Qué fácil nos dejamos envolver por el “sensamiento” para encubrir nuestros caprichos y actuar sin detenernos a reflexionar que nuestras decisiones tienen consecuencias que repercuten en la consecución o en la pérdida de la Vida Verdadera! 

“El Señor conoce todas las obras del hombre”, aun aquellas que ignoramos o pretendemos ignorar, por eso recordando el Salmo 19: “De mis pecados ocultos, líbrame, Señor”, y que desde lo profundo de nuestro ser, hagamos viva la experiencia del salmo que recitamos en la liturgia: “Dichoso el que cumple la voluntad del Señor”, en ella está la sabiduría auténtica, la que repele las engañifas de este mundo, la que el Señor Jesús ha traído desde el Padre, la del Espíritu que nos sigue enseñando a buscar y a aquilatar la profundidad de Dios.

Busquemos la voluntad del Padre con la pasión con que lo hizo Jesús, Él va siempre más allá de lo que dicen las leyes. Para encaminarnos hacia ese mundo más humano que Dios quiere para todos, lo importante no es observar simplemente la letra de la ley, sino tratar de ser hombres y mujeres que se parezcan a él.

Quien no mata, cumple la Ley, pero si no arranca de su corazón la agresividad hacia su hermano, no se parece a Dios. Aquel que no comete adulterio, cumple la Ley, pero si desea egoístamente la esposa de su hermano, no se asemeja a Dios. En estas personas reina la Ley, pero no Dios; son observantes, pero no saben amar; viven correctamente, pero no construyen un mundo más humano.

Entendamos las palabras de Jesús: «No he venido a abolir la Ley y los profetas, sino a dar plenitud». No ha venido a echar por tierra el patrimonio legal y religioso del antiguo testamento. Ha venido a «dar plenitud», a ensanchar el horizonte del comportamiento humano, a liberar la vida de los peligros del legalismo.

Nuestro cristianismo será más humano y evangélico cuando vivamos las leyes, normas, preceptos y tradiciones como los vivía Jesús: buscando ese mundo más justo y fraterno que quiere el Padre.

¡Jesús, que al recibirte en la Eucaristía, nos concedas estar abiertos a la acción de ese Espíritu de amor y de servicio, de sinceridad y transparencia que nos enseñaste a través de tu vida!