jueves, 30 de diciembre de 2021

Santa María, Madre de Dios. 1° enero 2022.-


Primera Lectura:
del libro de los Números, 6: 22-27
Salmo Responsorial
, del salmo 66: Que Dios tenga piedad y nos bendiga

Segunda Lectura:
de la carta del apóstol Pablo a los gálatas 4: 4-7
Evangelio:
Lucas 2: 16-21. 

Aclamamos a María, Madre de Dios por haber aceptado, con su “¡fiat!, ser la Madre de Jesús, el Hijo Eterno del Padre, el Engendrado antes de los siglos pero que quiso, conforme al designio de Dios, comenzar a ser lo que nunca había sido: hombre, sin dejar de ser lo que siempre ha sido, es y seguirá siendo: Dios.

María en su fe, en su obediencia, en la confianza sin medida, se convierte en el Puente para que el Salvador, el Mesías anhelado, viva como uno de nosotros, en todo igual, menos en el pecado. Continuamos ante el misterio insondable del Amor de Dios por nosotros, palpamos su cercanía: El invisible, se hace visible en Cristo Jesús. 

El acto de fe que tiene como actitudes fundamentales el conocer y el confiar, cree no por la claridad del contenido que se le comunica, sino por la Veracidad de Aquel que lo comunica: María, Madre de Dios, ¿quién podría, desde el proceso racional, penetrar esta maravilla?, en verdad “hay razones del corazón que la razón no entiende”, y menos aún si provienen del Corazón de Dios. 

La Bendición que escuchamos en el Libro de los Números, nos alcanza a todos los que confiamos y queremos confiar en Dios: bendición que va acompañada de multitud de favores, de protección, de sincero interés para que progresemos, pero sobre todo de Paz. Bendición que necesitamos, no solamente para los días aciagos, sino para cada momento de nuestra existencia; ya nos advierte el mismo Señor: “invoquen así mi nombre y Yo los bendeciré”. Nos perdemos en mil vericuetos internos y externos y olvidamos que la salvación la tenemos al alcance del corazón y de los labios. 

San Pablo enuncia, sin más: “Al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de una mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que estábamos bajo la ley, a fin de hacernos hijos suyos”. Antes fue promesa de herencia, ahora, en Cristo, por María, ya es realidad; liberados de cualquier atadura para poder decir, sin miedo, con asombro, a Dios: “¡Abba!”, es decir: Padre. De siervos a hijos, de hijos a herederos en virtud de la gratuidad de Dios. 

María, que, a ejemplo tuyo, sepamos “guardar los recuerdos en el corazón”, eso nos posibilitará, un día, la magnitud de su comprensión; es lo que ha hecho la Iglesia: descubrir en Navidad y en la Pascua, que es en la debilidad donde actúa el poder de Dios. Como los pastores, que seamos audaces para proclamar cuanto has recibido y hemos recibido de parte de Dios en Jesucristo.

sábado, 25 de diciembre de 2021

Sagrada Familia, 26 diciembre 2021.-


Primera Lectura:
del primer libro del profeta Samuel 1: 20-22, 24-28

Salmo Responsorial,
del salmo 86

Segunda Lectura:
de la primera carta del apóstol Juan: 3: 1-2, 21-24

Evangelio:
Lucas 2: 41-52.
 

Día de la Familia Cristiana, día que nos invita a confrontar los criterios de educación que, constatamos, contradicen los ejemplos de sencillez, acompañamiento, servicio y dedicación a lo cotidiano en bien de la armonía, la comprensión y el verdadero amor, vividos en Nazaret por Jesús, María y José. 

No se trata de idealizar, de forma abstracta, los valores de la familia; ni siquiera de intentar seguir el modo de vida de la Sagrada Familia. Los tiempos y las épocas cambiantes, piden ahondar en el proyecto familiar entendido y vivido desde el espíritu de Jesús; conforme a ese espíritu surge la exigencia de cuestionar y aun transformar esquemas y costumbres que, quizá, estén arraigados en nuestras familias. El reto es encontrar los modos, para que Dios esté presente en la más pequeña pero verdadera Iglesia. 

Ana, madre de Samuel, ha orado para que el Señor le conceda un hijo; no guarda el gozo para sí misma, acabado el tiempo de la lactancia, va al templo y lo “entrega, lo ofrece para que quede consagrado de por vida al Señor”. Sin duda no es necesario ofrecer a todos para que vivan en el Templo, pero sí, hacernos y hacer conscientes a los hijos de que están, de que estamos, ya consagrados “al servicio de Dios”; de que existe una gran Familia, la humanidad entera, cada ser humano en concreto, que participa de la filiación divina, fruto del amor que nos ha tenido el Padre. El deseo de cualquier padre es ver crecer a sus hijos en los valores que perduran, en los que encaminan, no a una identificación impuesta, sino a una realización aceptada, por reflejo y convicción, para que sepan discernir y elegir lo que erige al ser humano en una persona digna y confiable. Dios no impone, propone y respeta la decisión personal; pero ¡cuánta luz, tiempo de silencio, oración, guía, espejo, son necesarios para captar y realizar el proyecto de Dios para cada uno de ellos, para mí y cada uno de nosotros! 

Jesús no es un muchacho rebelde, sencillamente enseña los modos y caminos; sin duda sabe que causará dolor y angustia en María y José; pero hay Alguien que está por sobre los lazos de la sangre: el Padre, realidad que ellos comprenderán más tarde. 

Jesús los ha abandonado sin avisar; María y José, después de tres días de búsqueda, lo encuentran en el Templo. El reproche es dulce pero verdadero: “Hijo mío, ¿por qué te has portado así con nosotros? Tu padre y yo te hemos estado buscando llenos de angustia”. La respuesta es inesperada: “¿Por qué me buscaban, no sabían que debo ocuparme en las cosas de mi Padre?” Igual que nosotros, “ellos no entendieron”. Ante lo incomprensible, sigamos el ejemplo de María “que conservaba todas estas cosas en su corazón”. 

No ha iniciado Jesús la brecha generacional, ha iluminado la meta, no rompe los lazos familiares, los abre a toda la familia humana; primero está la solidaridad social más fraterna, justa y solidaria, tal como lo quiere el Padre. Regresa a Nazaret “y siguió sujeto a su autoridad”. El Niño, ser humano como nosotros, “crecía en edad, sabiduría y gracia delante de Dios y delante de los hombres”. ¡Que Él conceda a todo niño, a todo joven, a todo adulto, seguir creciendo hasta que seamos semejantes a él!

viernes, 24 de diciembre de 2021

Navidad 2021.-

Primera Lectura: del libro del profeta Isaías 9: 1-3
Salmo Responsorial,
del salmo 95:
Hoy nos ha nacido el Salvador. 

Segunda Lectura:
de la carta del apóstol Pablo a Tito 2: 11-1

Evangelio:
Lucas 2: 1-14.
 

¡El tiempo se ha cumplido! “Tú eres mi Hijo, hoy te engendré Yo”. Luz, Vida, Esperanza, Camino, Verdad, Paz, Guía y podríamos continuar sin parar, enumerando los atributos-realidades que no son de Cristo, son Cristo mismo. 

La humanidad entera está hambrienta de luz y de verdad, de fraternidad, de gozo, paz y serenidad; ¿dónde encontrarla en medio de las tinieblas? 

El misterio del hombre empezará a esclarecerse cuando aceptemos el misterio de Dios hecho Hombre que esta noche se nos hace patente y nos invita a recorrer el camino de regreso a la gloria del Padre; entonces dejaremos de ser misterio para nosotros al dejarnos inundar de la luz del misterio de Dios.  

“El que poco siembra, poco cosecha, el que mucho siembra, cosecha mucho” (2ª. Cor. 9: 6), y para repartir el botín, debemos luchar y vencer. El Señor nos da semilla abundante, nos provee de armas para la lucha “que no es contra hombres de carne y hueso, sino contra las estratagemas del diablo, contra los jefes que dominan las tinieblas, contra las fuerzas espirituales del mal”. Revistámonos con ellas: “el cinturón de la verdad, la coraza de la honradez, bien calzados y dispuestos a dar la noticia de la paz, embrazado el escudo de la fe que nos permitirá apagar las flechas incendiarias del enemigo; el casco de salvación y la espada del Espíritu, es decir la Palabra de Dios” (Ef. 6: 12-17), solamente así conseguiremos que su Humanidad engrandezca la nuestra. 

¡La realidad supera nuestra imaginación: un Niño “ha quebrantado el yugo que nos esclavizaba”! Una vez libres, es absurdo regresar a las ataduras. Pidamos tener oídos abiertos para escuchar al “Consejero admirable, a Dios poderoso, al Padre amoroso, al Príncipe” que viene a reinar “en la justicia y el derecho para siempre”; ofrezcámosle  la interioridad de nuestro ser, que ahí comience a reinar. 

Hoy todo es canto, proclamación, alegría y regocijo porque “nos ha nacido el Salvador”. Viene el que ES la Gracia, con Él aprenderemos a vivir religados a Dios, renunciando a los deseos mundanos; aceptaremos ser sobrios, justos y fieles, y a practicar el bien. No hay excusa para actuar de otra forma. 

Intentemos, como invita San Ignacio en la contemplación del Nacimiento, volvernos “esclavitos indignos” y estáticos miremos a las personas, escuchemos sus palabras, rumiemos en nuestros corazones la grandiosidad en la pequeñez, el incomprensible silencio de “Aquel por quien fueron hechas todas las cosas, y sin Él nada existiría de cuanto existe”. (Jn.1: 3). Que llegue, con toda su fuerza, y rompa las ansias locas de tenernos sin tenerlo a Él. ¿Comprendemos, en verdad, que” siendo rico se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza? (2ª. Cor. 8: 9-10)    

No podemos menos de unirnos al coro de todo el universo para entonar el Himno de la Gloria, de la Alegría, de la Paz porque Dios en su Hijo Jesucristo, hermano nuestro, ha rehecho nuestros corazones, nuestros ideales y orientado hacia Él nuestras vidas. 

viernes, 17 de diciembre de 2021

4°.Adviento, 19 diciembre 2021.-


Primera Lectura: del libro del profeta Miqueas 5: 1-4
Salmo Responsorial, del salmo 79:
Señor, muéstranos tu favor y sálvanos.
Segunda Lectura: de la carta a los hebreos 10: 5-10

Evangelio: Lucas 1: 39-45.
 

María es el mejor ejemplo para prepararnos a la venida del Señor; Ella resume lo que tanto hace falta en el mundo de hoy: el sentido, el proceso y la realización de las relaciones interpersonales, principalmente con el Padre, con Jesús, con el Espíritu Santo y entre nosotros. 

María enseñó a Jesús a orar, a buscar y aceptar, como Ella, la voluntad del Padre, a abrirse al misterio de la acción del Espíritu, a descubrir a Dios en el servicio a los demás, a ser puente que expandiera la presencia vivificadora del Espíritu. 

Con precisión le aplicamos las palabras de Isaías que hemos escuchado en la antífona de entrada: “Destilen, cielos, el rocío, y que las nubes lluevan al justo, que se abra la tierra y haga germinar al Salvador”. ¡María, desde tu perturbado silencio ante el anuncio del ángel, desde lo incomprensible para la razón humana, desde la conciencia de tu pequeñez engrandecida, enséñanos a dar el paso que tanto trabajo nos cuesta: “¡Hágase en mí según tu palabra!” ¿De quién sino de ti, pudo aprender Jesús lo que transformó en Vida durante su vida?: “Aquí estoy, Dios mío, vengo para hacer tu voluntad”. Relación filial con el Padre, como lo fue la tuya, desde el principio hasta el fin; en medio de obscuridades, incomprensiones, enjuiciamientos y sinsabores; desde el gozo de dar a luz al que es la Luz y no quedar enceguecida, de sostenerlo, apagado, en tu regazo, hasta volverlo a ver, sin duda, la primera, como una nueva luz, Resucitado, y verte, poco tiempo después, glorificada.   En Jesús, encontramos, en unidad perfecta con el Padre, -misterio que nos rompe-, la decisión de venir y ser como nosotros, de seguir nuestros pasos, paso a paso, y, sin detenerse ante la muerte, revelarnos con su muerte la Vida verdadera: ¡Esto es cumplir, sin desviaciones, la Voluntad del Padre! 

En Él y en ti, María, descubrimos que el Espíritu actúa incansable, que está presente y que se irradia y contagia, -porque así es su manera-, desde los corazones que se abrieron una vez a su impulso y jamás se cerraron. 

¡Cómo aprendió Jesús, aun antes de nacer, que el amor es servicio y encuentro consumado! Te acompañó en el viaje y engrandeció a Juan, desde tu seno; revistió a Isabel con el Espíritu y a través de esos labios, te proclamó dichosa. ¡Adviento venturoso que adelanta los frutos! 

Te pedimos, María, sin ser irreverentes, que aprendamos de ti, -que lo viviste intensamente-, aquello que el zorro enseñó al Principito: “Tú eres por los lazos que has creado”. ¡Qué hondos lazos irrompibles ante el deseo del Padre; profunda convivencia con el Verbo Encarnado, que naciendo de ti, te hace Madre de todos; contemplación que por nada se interrumpe, con el Dador de la Vida. Lazos peregrinos que se van alargando con la historia, desde aquella, tu primera visita a Isabel, en busca de los otros; lazos que se prodigan, incesantes, en tus apariciones, en tus voces que insisten en el amor que abraza, en la oración confiada, en el gozo de sabernos, de verdad, hijos tuyos. ¡Enlázanos, Señora, de tal forma que no queramos seguir otros caminos, y como tú, nos aprestemos a recibir a Cristo y a compartir, como Él, con los hermanos, todo lo recibido!

 

sábado, 11 de diciembre de 2021

Ntra. Sra. De Guadalupe. 2021

 

Primera Lectura: del libro del Sirácide (Eclesiástico) 24: 24-31
Salmo Responsorial, del salmo 66: Que te alaben Señor, todos los pueblos.

Segunda Lectura: de la carta del apóstol Pablo a los gálatas 4: 4-7

Evangelio: Lucas 1: 39-48.
 


La Antífona de Entrada nos abre el maravilloso marco del acontecimiento que ya marcó nuestra historia. "Una mujer, vestida del sol, con la luna bajo sus pies y una corona de doce estrellas sobre su cabeza."  Parecería que San Juan en el Apocalipsis preveía lo que sucedería 16 siglos después (1531) ¡Qué maravillosa dignación de Dios al hablarnos con tal claridad a través de los profetas! 

Lo anunciado sucedió en nuestro suelo, en nuestra Patria. La manifestación del cariño de Dios, de su predilección no pueden quedarse como un dato histórico, frío, anecdótico. Nos incita a que respondamos como lo hizo el profeta Samuel: "Habla, Señor, que tu siervo te escucha."  Esta calidad de escucha no se detiene en los oídos,   pasa al corazón y se manifesta en las obras, si es que de verdad queremos "escuchar al Señor" y en nuestro caso, por mediación de María, Hija predilecta que nos transmite esa predilección especial, concreta, tierna, comprometedora. No podemos quedarnos pasivos. 

María, como Juan el Bautista, es heraldo de lo que viene y vino: Jesús el Salvador, la Luz, el Guía, el Maestro, el Pastor que cuida solícito de su rebaño.  

Con ser una fiesta tan significativa para nosotros, María no desea sino ser el puente para que lleguemos a su Hijo, para que nos revistamos de su ejemplo "He aquí la sierva del Señor, hágase en mí según tu palabra."  Que sigamos el gran consejo que nos deja claramente manifestado en el pasaje de las bodas de Caná: "Hagan todo lo que Él les diga."  ¿Puede haber mayor transparencia en su deseo? ¿Qué podrá desear una Madre para sus hijos sino lo mejor, lo que nos conduzca a la paz interior, al camino que todos ansiamos: hacia la felicidad auténtica, sin límites, inacabable? 

Lo escuchado en el Libro del Sirácide, aunque aplicado a la Sabiduría, perfectamente cuadra con María: "Vengan a mí los que me aman y aliméntense de mis frutos; Yo soy la Madre del Amor hermoso, del conocimiento y de la santa esperanza. En mí están todos los caminos de la verdad, de la esperanza, de la virtud."  La respuesta personal y comunitaria está en nuestro corazón, en nuestras manos. El camino está señalado, pero necesitamos recorrerlo: la meta nos la muestra Ella misma, como escuchamos en el Evangelio de San Lucas: "Presurosa se encaminó a las montañas de Judea", para ayudar, asistir, acompañar, servir a su prima Santa Isabel. El gozo de sabernos llenos de Dios, impulsados verdaderamente por el Espíritu nos llevará a estar siempre disponibles a servir, a comprender, a ofrecer lo mejor de nosotros para los demás. 

Probablemente sentimos que es una tarea pesada, a ratos difícil; traigamos a la memoria las palabras de María a Juan Diego, a cada uno de nosotros: "¿No estoy yo aquí que soy tu Madre, no estás en mi regazo?"  Ella nos obtendrá las Gracias que necesitamos para crecer como personas, pero sobre todo como cristianos; no en balde San Bernardo la llama: "La Omnipotencia suplicante."  Con Ella, vamos seguros. 

El horizonte de nuestras vidas se abre hacia adelante, pidámosle a María ser fieles siguiendo sus consejos y su ejemplo.

sábado, 4 de diciembre de 2021

2°. Adviento, 5 diciembre 2021.-


Primera Lectura:
del libro del profeta Baruc: 5: 1-9; 

Salmo Responsorial, del salmo 126: Grandes cosas has hecho por nosotros, Señor

Segunda Lectura: de la carta del apóstol Pablo a los filipenses 1:4-6, 8-11

Evangelio: Lucas 3: 1-6.
 

“Sólo el silencio germinal contiene la plenitud de la Palabra exacta”. ¡Necesitamos la quietud interior para escucharla! Probablemente el desierto nos dé miedo. “Subo por el silencio con el peligro de encontrarme a mí mismo”. Danos, Señor, la sabiduría que discierne, que enseña a concentrarnos, que aparta distracciones y encuentra la Fuente de la Vida, ahí, donde todo parece sequedad estéril.

 

La voz de Yahvé, desde la voz humana del profeta Baruc, alegra nuestra historia, ésta que se nos muestra dura, carente de sentido para muchos, alejado de la fraternidad y del servicio, rodeado de temores, sobresaltos y angustias. Nos suena a sueño inalcanzable: “Vístete para siempre con el esplendor de la gloria que Dios te da; alégrate, pues tus hijos, que salieron como esclavos, volverán como príncipes”. Él pone la creación a nuestras plantas, allana los caminos, ordena a los árboles que nos cubran con su sombra, y el mismo Señor es nuestro Pastor. “Nos escoltará con su misericordia”, hasta que reinen la justicia y la paz. De la esclavitud a la libertad porque hemos aprendido a “levantar los ojos, a constatar que Dios siempre se acuerda de nosotros”. 

 

¿Cuántas veces no habremos repetido lo cantado en el Salmo: “Grandes cosas has hecho por nosotros, Señor”?, y lo maravilloso es que las sigues haciendo. ¡Ábrenos los ojos internos y externos para que nos alegremos, con el corazón y los brazos levantados porque vemos tu amor, tu misericordia y tu presencia, y ayúdanos a enseñar a los demás a mirar y a agradecer porque contigo todo cambia: el desierto ya es río, las lágrimas se han ido y vuelven las sonrisas! La espera, en el Adviento, se transforma en esperanza llena de luz, de paz y de armonía. ¡Eres Tú quien se acerca a nuestra carne, en Jesucristo tu Hijo y nuestro Hermano!

 

Queremos revivir el gozo con el que Pablo se siente unido a los filipenses; “Siempre pido por ustedes”, el lazo es palpable: la “alegría, porque han colaborado conmigo en la causa del Evangelio”. Estar plantados en Cristo Jesús, fortalece y anima, porque “Quien comenzó en nosotros su obra, la irá perfeccionando siempre”. El cómo, lo sabemos: crecer en “el conocimiento y la sensibilidad espiritual”, para dar “frutos que permanezcan para siempre”. 

 

San Lucas nos ubica en el tiempo y la historia: se ha escuchado la Voz que anuncia la Palabra. Reaparecen el desierto, la meditación, el silencio, el arrepentimiento que mide el horizonte y recibe la Paz que viene desde arriba, con el gozo consciente de sabernos amados.

 

Abajar las colinas y rellenar los valles, vernos a los ojos, todos a la misma altura, es la única forma de preparar el Reino para que a todos llegue “la salvación de Dios”.

viernes, 26 de noviembre de 2021

1°. Adviento, 28 noviembre 2021.-


Primera Lectura:
del libro del profeta Jeremías 33: 14-16
Salmo Responsorial,
del salmo 24: Descúbrenos, Señor, tus caminos.
Segunda Lectura:
de la primera carta del apóstol Pablo a los Tesalonicenses 3: 12, 4:2
Evangelio:
Lucas 21: 25-28, 33-36 

El Señor vino, se fue, se quedó y volverá; es el Dios presente a nuestro alcance en Jesucristo; constatarlo es fácil si nos zambullimos en el sentido cristiano del tiempo y de la historia. Iniciamos, con el Adviento, el Ciclo C del tiempo litúrgico en el que nos guiará el Evangelio de San Lucas. Hoy, con gran atingencia, nos enseña a mirar ese tiempo y esa historia; ya ha sucedido el asedio y la destrucción de Jerusalén, la comunidad cristiana siente que la esperanza se esfuma, el pesimismo crece, el futuro, si siempre ha sido incierto, parecería más; ¿qué queda por venir?

Regresemos a la antífona de entrada y dejémonos inundar por esa luz: “A Ti, Señor, levanto mi alma; Dios mío, en Ti confío, no quede yo defraudado”. Confianza que inicia en nuestro interior, que va aprendiendo a discernir, que no se amedrenta por cataclismos futuros, sino que analiza hacia dónde orientar nuestra vida. Por ello se eleva nuestra petición: “Despierta en nosotros el deseo de prepararnos a la venida de Cristo”, ignoramos el cuándo y el cómo; pero sabemos que lo encontraremos al fin del camino de la vida.

Junto con la petición, el compromiso, la acción que se abre hacia los demás a través de las obras de misericordia, éstas surgirán como respuesta acorde con nuestro despertar. Cada día, “el día” está más cerca, como expresa mi hermano Mauricio en alguno de sus poemas: “Cada paso me acerca al momento del abrazo”, no es imaginación de un futurible, sino la realidad que vamos construyendo con fundamento en la Palabra que leímos en Jeremías: “Se acercan los días en que cumpliré mi promesa”. ¿Anhelamos abrazarnos a Él como “vástagos santos que nos hará crecer en justicia y en derecho” para abrir caminos hasta que reine la paz?

Aceptemos la advertencia de Pablo a los Tesalonicenses y revistámonos de la mirada del cristianismo siempre nuevo, “conserven sus corazones irreprochables en la santidad ante Dios, nuestro Padre, hasta el día en que venga nuestro Señor Jesús, en compañía de todos sus santos”. 

La actitud convencida de esperanza, recordando que el que nada espera, nada obtiene, nos hará profundizar en las palabras de Jesús mismo: “levanten las cabezas porque se acerca su liberación”.

A continuación, el mismo Jesús nos indica el complemento para que la preparación sea efectiva: “velen, pues, y hagan oración continuamente, para que puedan escapar de todo lo que ha de suceder, - escapar de la falsa seguridad que pudiera envolvernos si nos encerramos en nosotros mismos – y comparezcan seguros ante el Hijo del hombre”. 

Pidamos a Cristo, quien en la Eucaristía, condensa el perenne significado del Amor, nos ayude a mantener la visión completa de la Misión que realizó en total obediencia al Padre: desde su Encarnación, Nacimiento, anuncio de la Buena Nueva en su Vida Pública, su Pasión, Muerte y Resurrección, y nos “haga rebosar de amor mutuo y hacia todos los demás”, que podamos completar como él: “como el que yo les tengo a ustedes”, y festejar, con esperanza creciente, el culmen del Adviento en Navidad y a planear, con una visión renovada, la gracia de un Año Nuevo en el que toda decisión esté presidida por su presencia.

 

sábado, 20 de noviembre de 2021

Cristo Rey, 21 noviembre 2021.-


Primera Lectura:
del libro del profeta Daniel 7: 13-14
Salmo Responsorial,
del salmo 92: Señor, Tú eres nuestro rey.
Segunda Lectura:
del libro del Apocalipsis 1: 5-8
Evangelio:
Juan 18: 33-37. 

Es el domingo de la indescifrable paradoja desde nuestra limitación, comprensible, pero, ojalá, aceptada y vivida, desde la visión de Cristo, desde el Amor del Padre hecho palpable por nosotros en la entrega total del Hijo. 

En la Antífona de Entrada leemos las atribuciones que solamente es digno de recibir El Cordero Inmolado, precisamente porque murió para abrirnos el Reino junto al Padre. No todos lo han captado ni aceptado, por ello pedimos “que toda creatura, liberada de la esclavitud, sirva a su majestad y la alabe eternamente.”  

En el libro de Daniel, han ido desfilando, previamente, las bestias derrotadas, ahora aparece “uno como hijo de hombre que viene entre las nubes del cielo”, uno como nosotros pero que viene desde Dios a traernos la Buena Nueva para que, al escucharlo, todas las naciones y pueblos le sirvan; la razón está clara: “su poder es eterno, su reino jamás será destruido”. Un poder que es servicio, un reino que todos anhelamos, que lo tenemos a la mano y que nos pasa inadvertido, porque así lo queremos…, porque pide sinceridad y justicia, sencillez y humildad, una mirada trascendente que traspase las nubes de nuestro “no saber” y acepte lo que va más allá del pensar intramundano, puramente sensible y egoísta que no sabe del poder para servir y entregar gratuitamente.

Entendemos que todo se basa en la Fe, y ¡cómo necesitamos que se acreciente!, que mueva las entrañas y guíe las decisiones; que mire y admire al Traspasado, y en Él y desde Él, continúe hasta poder barruntar lo que detrás de Él se le descubre: “Alfa y Omega, principio y fin, el que Es, que Era y ha de venir”, el centro y resumen de toda la existencia, el que nos colma de paz y de esperanza, el Señor Todopoderoso. ¿Quién podrá comprender toda su profundidad? La respuesta Jesús nos la ha entregado: los limpios de corazón, los que trabajan por la paz y la justicia, los que se abren a los demás, los que escuchan y perdonan, los que viven la alegría del Evangelio y dan testimonio con sus vidas de aquello en lo que creen. ¡Fácil es decirlo y recitarlo, imposible, sin Él, de realizarlo!

Jesús nos desconcierta, ha huido ante el deseo popular de nombrarlo Rey y ahora, ante Pilato, se proclama Rey: “Tú lo has dicho. Soy Rey. Yo nací y vine al mundo para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la Verdad, escucha mi voz”. La paradoja crece y nos asombra; ¡en qué circunstancias acepta la realeza!: maniatado, despreciado, a punto de ser condenado, sin amigos, sin nadie que lo defienda… Su testimonio es claro: Testigo de la Verdad, porque sabe lo que dice y dice lo que sabe aun cuando eso lo lleve a la muerte. Nos ofrece un resumen de su vida: “Mi alimento es hacer la Voluntad de Aquel que me envió”, y, “He venido para que el mundo tenga vida”; ojalá su congruencia total nos arrebate y nos anime a decirle, temblorosamente: queremos escuchar tu Verdad, escucharte a Ti que eres el Camino, la Verdad y la Vida, y contigo, “primogénito de entre los muertos y soberano de los reyes de la tierra”,llegar a ese “Reino que no acaba, reino de la verdad y de la vida, reino de la santidad y de la gracia, reino de la justicia, del amor y de la paz”, ¡reino que inicia aquí entre los hermanos!