martes, 23 de marzo de 2010

Domingo de Ramos. 2010.

* Bendición de las palmas: Lc. 19: 28-40

. Por un momento los judíos viven lo que anhelaban: ¡la llegada del Mesías Victorioso! La actitud de Jesús muestra que no es lo que pensaban: “...un rey, apacible, montado en un burro, un burrito, hijo de animal de yugo”, pero no entendieron el mensaje. La emoción del momento fue fugaz, pues esos mismos que ahora lo aclaman: “¡Hosanna!, ¡Viva el Hijo de David! ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor! ¡Hosanna en el cielo!, gritarán días después: “¡Crucifícalo!” Ante el coraje de los fariseos, el Señor responde: “Si estos callaran, las piedras gritarían”.

. Que el Señor fortalezca nuestros corazones para que no nos envuelvan la ingratitud y la superficialidad, y que nuestro júbilo sea porque vamos asimilando, “los sentimientos de Cristo Jesús”.

. Textos de la Misa:
Primera Lectura: del profeta Isaías 50:4-7;
Segunda Lectura: de la carta de San Pablo a los Filipenses 2: 6-11;
Evanegilio de la Pasión: Lucas 22: 14-23, 56.

Es una liturgia larga, pero ¡bien lo merece el Señor y mucho lo necesitamos nosotros! Orar, meditar, contemplar y quedarnos admirados.

. Isaías, en uno de los cuatro cantos del “Sirvo Sufriente”, muchos años antes, nos describe a Jesús. Pablo en la carta a los Filipenses, nos hace recapacitar en el fruto de la obediencia al Padre: el himno cristológico: ese es el camino del amor por nosotros, la causa de su exaltación en la Resurrección. Durante el relato de la Pasión, apliquemos las realidades contempladas. En ella está condensada la confesión fundamental de la fe cristiana: “Jesucristo es el Señor”.

. La oración Colecta, el Prefacio y la oración sobre las Ofrendas nos hacen mantener el ritmo en el mismo tono: por la Pasión, la Cruz y la Muerte, hacia la Resurrección.

Lucas narra lo sucedido. Sorprende la extensión del relato de un solo día de la vida del Señor.

. Acompañemos a Cristo en esta máxima prueba. “No hay amor más grande que dar la vida por los amigos.” (Jn. 15:13)

. Mientras escuchamos, vayamos captando las actitudes de Cristo y las de los personajes que intervienen. ¿Con quiénes nos identificamos y por qué, que hacer para cambiar de actitud?

. En un momento de silencio permitamos que se asienten en nuestro interior las vivencias que el Espíritu haya suscitado.

. Escuchamos la Pasión, en la liturgia dominical, para que nuestros corazones vivan en la semana lo que Cristo hizo por nosotros y para que comprendamos cómo inicia el camino de la Pascua.

. El próximo domingo reviviremos el culmen de esta entrega: “Por eso Dios le dio un nombre sobre todo nombre” (Filip. 2: 9).

. Solamente asemejándonos a Cristo en la entrega lo seguiremos en la resurrección.

. Pidamos esta actitud para recibir el don nuevo de Cristo y de su Espíritu.

lunes, 15 de marzo de 2010

5° de Cuaresma, 21 de Marzo, 2010.

Primera Lectura: del libro del profeta Isaías 43: 16-21;

Salmo Responsorial, del Salmo 125: Grandes cosas has hecho por nosotros, Señor.
Segunda Lectura: de la carta de San Pablo a los Filipenses 3: 7-14
Evangelio: Juan 8: 1-11.

Celebramos el último domingo de Cuaresma, ¿hemos recorrido todos esos días con un ánimo esforzado que ha buscado ansiosamente la conversión interior? ¿Hemos orado, ayunado, propiciado el encuentro cariñoso con los demás? ¿Hemos sido misericordiosos, “lanzando el corazón por delante?

Sin duda, lo digo por experiencia personal, nos ha faltado entusiasmo, atención, interiorización; permitir que la palabra de Dios, en Isaías, nos haga comprender que la mirada, si bien iluminada por el pasado, la dirijamos conscientes hacia el futuro.

No se trata de olvidar “las maravillas que el Señor ha hecho con nosotros”, sino proyectarlas, como un aliciente siempre activo, hacia el porvenir que descubre, si mira con detenimiento, si contemplamos admirados, que el Señor es “siempre nuevo”, que nos invita a descubrir paisajes alentadores, a abrir los oídos internos para poder “escuchar el brote nuevo”, y ver cómo todo cambia: “ríos en el desierto, bestias salvajes que captan y agradecen la delicadeza del Señor”, entonces, desde lo antiguo, vestido de futuro, “proclamaremos las alabanzas de un pueblo que Él se ha formado”.

Damos el salto del sueño y la ilusión, a la realidad: Dios nos ha liberado de lo más peligroso, de nosotros mismos, de nuestra pasividad, del adormecimiento, del temor al sacrificio, de la visión materialista que nos ha hecho tener como necesario lo superfluo, para ser, como escuchábamos el domingo pasado “creaturas nuevas”.

Panorama difícil que arredra y estremece, por ello oramos fuerte y confiadamente: “Ven en nuestra ayuda para que podamos vivir y actuar siempre con aquel amor que impulsó a tu Hijo a entregarse por nosotros”. ¿De dónde sino de Él podremos obtener la gracia y la convicción para decir, a ejemplo de Pablo: “Nada vale la pena en comparación con el bien supremo que consiste en conocer a Cristo Jesús. Por su amor he renunciado a todo y lo considero como basura con tal de ganar a Cristo y vivir unido a Él”? ¿Dónde encontrar el ánimo y la decisión “para compartir sus sufrimientos y asemejarnos a Él en su muerte con la esperanza de resucitar de entre los muertos”? El que corre en el estadio tiene la mira puesta en la meta, ¿cuál es la nuestra? Ojala podamos afirmar, con hechos, que es “el trofeo al que Dios, por medio de Jesús, nos llama desde el cielo”. Es obra de la gracia el querer y el cumplir; una vez más “Dejémonos reconciliar con Dios”, de Él viene la abundante misericordia.

Jesús mismo nos da la prueba del amor y del perdón. No le importa que hayamos caído sino que nos esforcemos por levantarnos. No mira nuestro pasado sino que nos abre a nuestro futuro. Las transgresiones, los yerros, los pecados, quedan borrados porque “no quiere la muerte del pecador sino que se convierta y viva”.

El pasaje que hemos leído nos anima: “El Hijo del hombre no ha venido a condenar sino a perdonar”. No se desentiende del mal, lo purifica. No se escuda en la dureza de la ley, la supera. Con una tierna dureza a todos nos confronta: “El que esté sin pecado, que tire la primera piedra”, y deja que su palabra remueva la realidad personal; “los acusadores comenzaron a escabullirse, empezando por los más viejos”, el silencio, otorga…

Sintamos sobre nosotros la mirada que limpia, que reconoce el mal, pero renueva: “Yo tampoco te condeno. Vete y no vuelvas a pecar”. Perdón que compromete y que invita a vivir con la esperanza puesta en el futuro. “Aún es tiempo, conviértanse y crean en el Evangelio”.

martes, 9 de marzo de 2010

4º Cuaresma, 14 de marzo, 2010.

Primera Lectura: del libro de Josué 5: 9, 10-12
Salmo Responsorial, del Salmo 33: Haz la prueba y verás qué bueno es el Señor.
Segunda Lectura: de la segunda carta del apóstol San Pablo a los Corintios 5: 17-21
Evangelio: Lucas 15: 1-3, 11-32.

“Alégrate, Jerusalén y todos los que la aman. Regocíjense”. Cántico de enorme alegría en medio de la austeridad del camino cuaresmal. Encontramos lo que hemos buscado: “El rostro del Señor”. Continuemos andando para sentir intensamente que el resultado es claro: “Hicimos la prueba y vimos qué bueno es el Señor”; sacudimos las hojas y aparecieron los frutos, no por méritos propios sino por la acción mediadora de Aquel “que nos reconcilió con Dios: Jesucristo”.

El pueblo de Israel llevaba tatuadas en las entrañas, las maravillas que el Señor Dios fue manifestando para que se viera “liberado del oprobio”. La libertad ansiada, la posesión dichosa, la promesa cumplida, lo sacia de frutos nuevos; la Pascua, “el paso del Señor”, sigue con él, su presencia jamás terminará.

Israel olvidó, los hombres olvidamos, Dios, en cambio nos tiene entre sus manos y “escucha el clamor de los pobres y los libra de todas sus angustias”. ¿Hasta cuándo obraremos en consonancia con la fe que pronuncian los labios?, por eso suplicamos, pedimos con urgencia: “concédenos prepararnos con fe viva y entrega generosa a celebrar las fiestas de la Pascua”.

La reconciliación, aun cuando comience desde una profunda actitud reflexiva sobre el vacío en que nos ha dejado un camino sin rumbo, no obtiene el fruto anhelado sino por Cristo; en Él, y sólo en Él, podemos “abandonar lo viejo” y ser “creaturas nuevas”.

Magnífica oportunidad para aceptar nuestra realidad de pecadores y acudir a Aquel que nos devuelve la paz; de Dios viene la invitación que se hace presente en el Sacramento – hoy tan olvidado – de la confesión; releamos las palabras de Pablo: “Dios reconcilió al mundo consigo y renunció a tomar en cuenta los pecados de los hombres, y a nosotros nos confirió el mensaje de la reconciliación…, es como si Dios mismo los exhortara a ustedes”, e invoca el nombre por el que somos salvados: “En nombre de Cristo les pedimos que se dejen reconciliar con Dios”. Espontánea llega a mi mente la frase de mi hermano en uno de sus últimos poemas: “¡Déjame que me atrapes!”

Infinidad de veces hemos intentado “imaginar” el ser de Dios. Jesús, en la parábola que nos narra San Lucas, nos enseña “lo que ha aprendido del Padre”. Creador, sí, Absoluto, sí, pero coherente con su creación: respeta nuestra libertad de “hijos pródigos” que pensamos que la libertad total es el camino de la felicidad, que los límites anulan la verdad de nuestro ser, que la vida es una y hay que disfrutarla…, y aguarda, paciente, el resultado de nuestra experiencia: el sabor de la lejanía, de la soledad, del hambre, del ansia de cariño. Atisba el horizonte para salir al encuentro de la silueta que arrastra, penosamente, su existencia; los abrazos y besos, el vestido, las sandalias, el anillo y la fiesta, nos hablan más que las palabras, de la ternura, el cariño y el corazón ardiente. ¡Aún es tiempo de volver y de fundirnos entre sus brazos!

Quizá “el hijo pródigo” no escuchó lo que dijo a su hermano: “Era necesario hacer fiesta y regocijarnos, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y lo hemos encontrado”. ¿Nos resuena que el “estar” del hermano mayor no basta si no se ha abierto al amor?

Ignoramos si el menor se quedó en la casa, ignoramos si el mayor entró a la fiesta, lo que no podemos ignorar es el Amor del Padre que a todos nos invita, más aún, nos ruega que vivamos en fiesta, y si es necesario, que seamos la causa de la fiesta.

martes, 2 de marzo de 2010

3º Cuaresma, 7 Marzo 2010.

Primera Lectura: del libro del Éxodo 3: 1-8,13-15
Salmo Responsorial, del Salmo 102: El Señor es compasivo y misreicordioso
Segunda Lectura: de la primera carta del apostol San Pablo a los Corintios 10: 1-6, 10-12
Evangelio: Lucas 13: 1-9.

“Mírame, Dios mío y ten piedad de mí”; la soledad y la aflicción nos empujan a la desolación, a la tristeza, al obscurecimiento del horizonte… ¿Qué nos responde el Señor, no qué nos respondería, sino en presente, ahora, en nuestro momento concreto? “Conozco sus sufrimientos, he oído sus quejas…, he descendido para librarlos”.

Dios es “fuego que transforma pero no consume”, necesitamos acercarnos para que su llama nos abrase, darnos la oportunidad, aun cuando fuera por mera curiosidad, para que el misterio nos invada, para escuchar y aprender el nombre de Dios: “Yo Soy”. Aquel “que Es, que Era y que Vendrá”, (Apoc. 1: 8), sale a nuestro encuentro; una vez más constatamos que la iniciativa parte de Él, que el llamamiento y la misión vienen de Él, que es un Dios presente, cercano, que acompaña, guía e instruye. Para escucharlo necesitamos quitarnos “las sandalias”, ésta es la verdadera humildad y el reconocimiento de nuestra creaturidad, despojarnos de todo lo que pueda impedir su actuar, su elección, verdaderamente, “dejar a Dios ser Dios”, sin tratar de imponerle nuestro paso, nuestra limitación, nuestro temor; dejarle expresarse desde nuestros balbuceos, y confiar en que su grandeza nos hará capaces de lo que considerábamos imposible desde nuestra perspectiva.

Moisés se había considerado liberador, confió en sus propias fuerzas y fracasó; huyó y olvidó los primeros impulsos, pero el Señor Dios le hace recordar y le confiere, desde el fuego, la fuerza para que lleve a cabo la misión que había soñado; la ilusión del hombre se ha trocado en acción de Dios. ¡Aceptar, libre y confiadamente, ser portadores de la libertad que el Señor ofrece, sin detenernos a pensar en las dificultades y oposiciones que, propios y extraños, levanten contra nosotros! Repetirnos íntimamente: “No teman Yo estoy con ustedes”.

En el Evangelio, Jesús nos hace reflexionar sobre dos realidades trágicas, históricas: la represión brutal de Herodes y el derrumbamiento de la torre de Siloé; el mal no puede provenir de Dios, Él no castiga, sí nos advierte de las consecuencias, tanto de las que provienen de la libertad errada del hombre, como de la violencia desatada de la naturaleza. Nos hace comprender que “las cosas suceden”, pero afina y orienta lo que nuestra lógica hubiera deducido equivocadamente: “¿Piensan que lo sucedido a los galileos o a los 18 que perecieron en Siloé, fue por ser más pecadores que el resto que habitaba en Jerusalén? Ciertamente que no; y si ustedes no se arrepienten, perecerán de manera semejante.” Nuestros actos y decisiones van delineando nuestro camino, lo externo, lejos de nuestro alcance, vuelve a presentarse como “signo” que hemos de discernir. A los habitantes de Haití, de Chalco, de Chile, no podemos considerarlos “más pecadores”; mirarnos en el espejo y volvamos a escuchar la invitación: “Arrepiéntete y cree en el Evangelio”.

La otra realidad: ¡ya somos higuera plantada en el campo de Dios!, no basta con producir frondoso follaje, el Dueño busca frutos y frutos que perduren; aún es tiempo y más con tal intercesor, Jesús, que intercede constantemente ante el Padre: “No la cortes, aflojaré la tierra, la abonaré para ver si da fruto. Si no, el próximo año la cortaré”. ¡No sabemos ni el día ni la hora; sí sabemos que el camino ya está trazado hacia la eternidad! ¡Señor Jesús, contigo podré dar frutos!