jueves, 23 de mayo de 2019

6° de Pascua, 26 de Mayo, 2019.-


Primera Lectura: del libro de los Hechos de los Apóstoles 15: 1-2, 22-29
Salmo Responsorial, del salmo 66: Que te alaben, Señor, todos los pueblos. Aleluya.
Segunda Lectura: del libro del Apocalipsis 21: 10-14, 22-23
Aclamación: El que me ama, cumplirá mi palabra, dice el Señor, y mi Padre lo amará y vendremos a él.
Evangelio: Juan 14: 23-29.

El júbilo sigue presente, la fuerza de su eco resuena y llega a toda la tierra porque: “¡El Señor, ha redimido a su pueblo!” La Iglesia canta, la comunidad canta, cada corazón agradecido, canta y todos nos sentimos comprometidos a dejar en claro, con nuestras obras, que la alegría es sinceridad y convicción de que Jesús Resucitado  es la raíz, las flores y los frutos de una vida renovada, fraterna y servicial.

La lectura de Hechos de los Apóstoles nos liga a la realidad de la Iglesia, entonces como ahora, constituida por seres humanos, frágiles, a veces temerosos de perder lo adquirido como si fuera posesión en exclusiva.  Aparece un conflicto concreto, surgen altercados, opiniones diversas: “los convertidos del paganismo deben aceptar la Ley de Moisés y el signo que los una al Pueblo elegido, la circuncisión”  Sentimientos y visiones personales contrapuestas, sin duda con buena intención, pero no conforme al Espíritu. Es necesario clarificar que el Evangelio es la Buena Nueva que nos trajo Jesús, quien, sin hacer menos las tradiciones de la Antigua Alianza, las supera, y así, abre el mensaje “a toda raza, lengua, pueblo y nación”. (Apoc. 5: 9-10)

La solución se encuentra en comunidad, en actitud de escucha, en oración, en la experiencia de fe, en la presencia de Dios y de Jesús que han enviado al Espíritu. ¡Actitudes que necesitamos en la Iglesia actual, la que vivimos, la que formamos, pero  abiertos totalmente a la acción de Dios! ¡Que podamos expresar con humildad porque la unción nos viene desde arriba: “El Espíritu Santo y nosotros hemos decidido no imponerles más cargas que las estrictamente necesarias”. Meditábamos el domingo pasado las palabras de la Nueva Creación: “Ahora Yo voy a hacer nuevas todas las cosas”. ¡Señor que aprendamos a discernir con docilidad tus decisiones, y a cumplirlas!

La visión que nos presenta el Apocalipsis, debería llenarnos del fulgor que lo inspira; reafirmar en nosotros la pertenencia a la universalidad de la acción redentora que mira a los cuatro puntos cardinales, que tiene una Única Luz, la de Dios y del Cordero, la que une Antigua y Nueva Alianza, Patriarcas y Apóstoles, todos, sin excepción, fincados en “Cristo, la piedra angular, sobre quien se construye todo lo nuevo y duradero”.

Jesús, continuando su sermón de despedida, insiste, en lo único que perdura: el amor y subraya las consecuencias, aquel que ama: “cumple su palabra” y prosigue con algo que aumenta la profunda alegría: “Mi Padre lo amará, vendremos a él y haremos en él nuestra morada”. ¡Ser morada de Dios, vivir de la vida de Dios Trinitario!

Todavía sube más el tono de alegría: nos deja “Su Paz para que no nos acobardemos”, nos promete estar, no solamente cerca, sino dentro de nosotros con la fuerza del Espíritu Santo Consolador “que nos recordará todo”.

Toda despedida es triste pero Jesús nos pide que nos alegremos porque ha cumplido con la Misión encomendada por el Padre; su ida ya es promesa de regreso: “volveré a su lado”. Con Él, en estos tiempos difíciles que sufrimos como Iglesia, nos sentiremos fuertes para presentarnos, con palabras y obras, como hijos de la Luz y sus fieles discípulos, guiados por el Espíritu que animó, paso a paso, toda su vida.

viernes, 17 de mayo de 2019

5º de Pascua, 19 mayo 2019.-


Primera Lectura: del libro de los Hechos de los Apóstoles 14: 21-27
Salmo Responsorial, del salmo 144: Bendeciré al Señor eternamente. Aleluya.
Segunda Lectura: del libro del Apocalipsis 21: 1-5
Aclamación: Les doy un mandamiento nuevo, dice el Señor, que se amen los unos a los otros, como yo los he amado.
Evangelio: Juan 13: 31-35

Que la novedad hecha cántico, porque hemos dejado que la alegría pascual nos abriera  los ojos de la fe en Cristo Resucitado, llevará a su cumplimiento la promesa del Padre y de su gracia para que abundemos en frutos de vida eterna.

Oremos de verdad para que nuestra Fe vaya creciendo; sabemos que es don de Dios pero, juntamente, aceptación nuestra que o se proyecta en las obras o se irá marchitando. Sabemos, aceptamos; mas ¿cuántas veces sin llegar al compromiso personal que envuelva al comunitario y se convierta en misionero? Si nos rodea la “sensación” de Dios, ese hálito experimentable aunque inexplicable, nos ayudará a mirar más allá de lo que vemos y nos proyectaremos como verdaderos hijos.

Pablo y Bernabé la viven, y animan, exhortan a los primeros cristianos a “perseverar en la fe”; a nadie ocultan la realidad que la acompaña: “hay que pasar por muchas tribulaciones para entrar en el Reino de Dios”. No fueron menores las dificultades que ellos enfrentaron a las que enfrentamos nosotros, las superaron con la oración y el ayuno, con la solidaridad y la alegre participación  de cuanto Dios había obrado por medio de ellos, fieles seguidores del Espíritu  que inspira a Pablo a afirmar: “Sostengo que los sufrimientos del tiempo presente son cosa de nada comparados con la gloria que va a revelarse reflejada en nosotros” (8: 18). Entusiasmo para compartir con cuantos se encuentran, -nos encontremos-, la presencia y acción de Dios en la comunicación del Evangelio.

“Mi Padre es un trabajador y Yo también trabajo”, (Jn. 5: 17), Dios en acción constante porque la conservación es la creación continuada; Él, sin tener que “mirar al futuro”, nos asegura la realidad final: “un cielo nuevo, una tierra nueva, una nueva Jerusalén, engalanada como una novia”; “Esta es la morada de Dios con los hombres, vivirá con ellos y serán su pueblo”; su promesa abarca al universo sin limitaciones: “Ahora Yo voy a hacer nuevas todas las cosas”.

En el capítulo 13 de San Juan, después del Lavatorio de los pies, narra el “discurso de despedida”, el testamento de Jesús, la oración sacerdotal. Jesús acepta totalmente su “Ahora”, la de la entrega final que da sentido a la glorificación, la muerte como partida pero acompañada de la seguridad del regreso: “Hijitos, todavía estaré un poco con ustedes…, pero volveré para llevarlos conmigo para que donde esté Yo, estén también ustedes” (14: 3-4).

Y brotan las palabras desde un corazón profundamente conmovido, las del adiós mientras nos vemos de nuevo, palabras nunca vacías, palabras avaladas por su vida, por su andar “haciendo el bien”,  palabras que confirman que el Camino roturado es la verdad y la vida, que ratifican “el mandamiento siempre nuevo” porque junto a nosotros habrá un ser humano concreto en quien hacer luz la Ley Evangélica que, casi a modo de súplica, nos entrega: “Ámense los unos a los otros, como Yo los he amado”. Va mucho más allá del “amar a los demás como me amo a mí mismo”, es cambiar la mirada, la intención, los deseos y poner todo en Cristo que nos amó primero y dejó claro ejemplo de que “el tú” es el que vale, el que da la dimensión definitiva al ser de ser cristianos: “En esto reconocerán que son mis discípulos: en que se aman los unos a los otros”.

La ocasión de vivirlo va con nosotros todo el tiempo. El entonces “Ahora” de Jesús, es el “ahora” nuestro para anunciar con hechos y palabras que el Reino ha triunfado sobre el mal, que la fe es actuante, que la esperanza sigue mirando el horizonte y sabe de “lo nuevo”, que supera angustias y zozobras, que crea   comunidad, que une, que procura el mutuo apoyo, que cultiva y que riega, sin perderse en ensueños, “esa morada de Dios entre los hombres” donde todos nos sepamos pertenencia de Dios.

Confiemos en que Jesús, ya vencida la muerte, nos ayude a vencer nuestros temores y a crecer más y más en la fe y en la confianza.

viernes, 10 de mayo de 2019

4° domingo de Pascua, 12 de Mayo del 2019


Primera Lectura: del libro de los  Hechos de los Apóstoles 13: 14, 43-52
Salmo Responsorial, del salmo 99: El Señor es nuestro Dios y nosotros su pueblo. Aleluya.
Segunda Lectura: del libro del Apocalipsis del apóstol Juan7: 9, 14-17
Aclamación: Yo soy el buen pastor, dice el Señor; yo conozco a mis ovejas y ellas me conocen a mí.
Evangelio: Juan 10: 27-30.

El gozo persiste, el Señor ha resucitado, la expresión no puede ser otra que la alabanza y el reconocimiento al experimentar que el amor que todo lo inició, sigue presente.

La oración nos adelanta el Evangelio: “que el pequeño rebaño llegue seguro a donde está su Pastor resucitado”. Jesús nos ha revelado lo que jamás mente alguna hubiera podido imaginar y que es fundamento del cristianismo: Ese Pastor es el Hijo y vive y reina con el padre y el Espíritu Santo. Detengámonos un momento y reflexionemos en cuántas ocasiones reconocemos a la Trinidad; ojalá lo hagamos de manera consciente; es el Misterio, la participación de esa íntima comunicación divina hacia la cual marchamos cada segundo, para completar, como lo hizo Cristo, todo el camino: “Del Padre salí y vuelvo al Padre”. Jesús ya ha orado por nosotros: “Padre, quiero que a donde esté Yo, estén también aquellos que me confiaste”. Puerta segura, Voz que guía y abarca a todos los hombres como lo atestiguan Pablo y Bernabé: “Así nos lo ha ordenado el Señor, cuando dijo: Yo te he puesto como luz de los paganos, para que lleves la salvación hasta los últimos rincones de la tierra”. Esa luz brilló, pero los hombres no la han reconocido; brilla aún y nos ilumina, “que no tenga que sacudirse el polvo de los pies como testimonio contra nosotros”. Por eso, al recordar el Salmo, pidamos la convicción de lo que hemos dicho: “El Señor es nuestro Dios y nosotros su pueblo”.

El  Apocalipsis, en medio de toda la simbología, confirma la universalidad del deseo de salvación que viene desde el Padre en Jesucristo, “el Cordero degollado”. La visión no puede ser más clara: “Muchedumbre que nadie podía contar; individuos de todas las naciones y razas, de todos los pueblos y lenguas”, ¿quién queda excluido?, de parte de Dios: ¡nadie!, de parte de nosotros, los hombres, los que se cierren – nos cerremos - al llamamiento, a la invitación, a la entrega; los temerosos que no vivan –vivamos -, como lo hicieron los que alaban, con vestiduras blancas, blanqueadas en la Sangre del Cordero, que “no amaron tanto la vida que temieran la muerte y por eso ahora reinan eternamente”. ¿De verdad tenemos y vivimos un proyecto de  vida que mire hacia La Vida?  ¿Captamos la verdad que nos espera? ¡Resurrección y Paz! “No habrá hambre ni sed, ni sol abrasador, ni llanto, ni tristeza ni angustia, porque el Señor será nuestro Pastor que nos conduce a las fuentes de agua viva”. ¡Señor, llena nuestros corazones de fe y esperanza, sin ellas, será vano todo esfuerzo!

En el pequeñísimo fragmento del Evangelio de San Juan, revive el llamamiento y la necesidad que todos experimentamos, de conocer, escuchar y seguir a Jesús. No es una simple imagen bucólica, es la comparación que está al alcance de todos los que se oponían a Jesús y a la aceptación de su procedencia y misión. Jesús responde a la interrogante: ¿Eres Tú el Mesías?, y reprocha la incredulidad de quienes no quieren reconocerlo; reprocha el rechazo voluntario, reprocha la negativa de los que no quieren escuchar su voz, y acoge a aquellos  que verdaderamente escuchan y creen; estos entrarán en una estrecha comunicación con El, lo conocerán y de ese conocimiento crecerán, de manera natural, el amor y el seguimiento.

Al recordar y rumiar sus palabras, dejemos que el corazón se esponje, analice y constate si hemos sabido “escuchar, conocer, seguir, ser conocidos y conducidos” ¿De Quién nos fiamos? “De Aquel que ha dado su vida por nosotros y no permitirá que nadie nos arrebate de su mano”. ¿Puede haber otro fundamento más firme para nuestra fe?

viernes, 3 de mayo de 2019

3° Pascua, 5 de mayo 2019.-.


Primera Lectura: del libro de los Hechos de los Apóstoles 5: 27-32, 40.41
Salmo Responsorial, del salmo 29: Te alabaré, Señor, eternamente. Aleluya.
Segunda Lectura: del libro del Apocalipsis del apóstol Juan 5: 11-14
Aclamación: Ha resucitado Cristo, que creó todas las cosas y se compadeció de todos los hombres.
Evangelio: Juan 21: 1-19.

“Aclamen al Señor todos los habitantes de la tierra, canten, denle gracias”. Llamado a todos los hombres para que reconozcamos en Jesús, al Señor; Jesús el Crucificado y ahora Resucitado, el que fue fiel en el sufrimiento, la tragedia y el fracaso, ahora ha sido glorificado y es el Mediador, la puerta de acceso al Padre, el Cordero degollado por cuya sangre hemos sido redimidos, el que merece todo: “poder, riqueza, sabiduría, fuerza, honor, gloria y alabanza”, siete que significa plenitud. La lucha fue ardua, la victoria es completa. ¿Percibimos la realidad Humano Divina de Jesucristo? “El Padre ha rehabilitado al Ajusticiado”, nos deja en claro lo que manifestó en el Bautismo y la Transfiguración: “Éste es mi Hijo muy amado, ¡escúchenlo!” ¿Nos dejamos convencer por el Espíritu que de verdad vale la pena escucharlo? Él reconquistó para nosotros “la dignidad de ser hijos de Dios”.

Sin duda hemos pasado, como los Apóstoles, momentos negros, de inseguridad, de desesperanza, de miedo y ofuscación. Veámoslos actuar con una valentía que saben que no proviene de ellos sino del Espíritu que fortalece la fe y llena de audacia, que pone en sus labios las palabras exactas. Les han prohibido hablar en nombre de Jesús, pero ellos arguyen con razones perfectamente entendibles para el sumo sacerdote y el sanedrín y válidas para todos los tiempos: “Primero hay que obedecer a Dios y luego a los hombres”.  El breve y conciso discurso que culmina en la confesión de que Jesús el Señor, da testimonio, de que “cuantos lo obedezcan, recibirán también  al Espíritu Santo”, La reacción, incomprensible, del sanedrín, ante la impotencia de refutar tal testimonio, es acudir a la violencia que amedrente: “los mandaron azotar y volvieron a prohibirles que hablaran en nombre de Jesús”. ¡Ser fiel a Jesús, es exponerse! Los Apóstoles van comprendiendo, en carne propia lo que eso significa, “para que siguiéndome en la lucha, me sigan, después en la victoria”. Sin fe, sin un interior lleno del Espíritu, será imposible entender que “se hayan retirado felices de haber padecido esos ultrajes por el nombre de Jesús”. La reflexión inmediata, se impone: ¿estamos preparados para esto? ¿Creemos, confiamos porque sabemos que el Señor está con nosotros y su Espíritu nos colma? Ser testigos, con palabras y con obras, de Cristo Resucitado es nuestra misión en una sociedad tan fría y descreída como la que confrontaron los Apóstoles.

El Apocalipsis nos invita a reconsiderar la importancia del culto de adoración a Jesús, en especial a Jesucristo en la Eucaristía; ¡Ahí está, presente, cercano! La Iglesia es comunidad que predica, pero al mismo tiempo, ora y adora.

En breve referencia al Evangelio, todavía aguardando, (si es que recordaban las palabras de Cristo: “Cuando me vaya les enviaré al Espíritu Santo; Él les confirmará cuanto les he dicho”), regresan a lo que saben hacer: pescar. Una noche frustrante que hace aparecer el mal humor ante la pregunta de “un desconocido”: “¿Han pescado algo?”, “¡No!” Hemos escuchado el relato: palabra, indicación, obediencia y ¡lo inesperado! El signo lleva consigo el significado para quien ha aprendido a ver: “¡Es el Señor!” Al llegar a la playa con la red a reventar de peces, los espera la delicadeza de Jesús: ha preparado pan y pescado: “Vengan a almorzar”. Y la colaboración que espera de todos: “Traigan algunos pescados de los que acaban de pescar”. ¡Cariño y cercanía que se desbordan! Sabían sin saber que lo sabían!

Luego, con la sutileza y respeto propios de Jesús: “¿Simón, hijo de Juan, me amas más que estos? ¡Tres preguntas, tres respuestas, ahora mesuradas!  Tres veces confirma Jesús a Pedro en el amor y en la misión: “Apacienta mis ovejas, apacienta mis corderos”.

¿Qué le respondimos al Señor cuando nos preguntó: “Quién dices que Soy Yo”? ¿Qué le respondemos ahora? “¿Me amas más que estos?”

En Jesús no caben rencores ni reproches, todo en Él es perdón, invitación a la confianza, promesa segura de cercanía. “Los que crean en Él, recibirán el Espíritu Santo”.