miércoles, 20 de marzo de 2013

Domingo de Ramos, 24 marzo de 2013

La Oración de la Bendición, nos advierte la profundidad del gozo inicial: el por qué de las Palmas: La Alegría de acompañar a Jesucristo, nuestro Rey y Señor, nos permita reunirnos con Él en la Jerusalén celestial. 
 
Supuestamente nos hemos preparado con la oración que es la que nos puede dar el verdadero conocimiento para acompañar a Jesús; con las obras de misericordia que han abierto nuestros corazones a los hermanos; con el dominio de nuestras pasiones; con alguna clase de ayuno, especialmente el que espera el mismo Dios: "que tengas compasión con el huérfano, la viuda y el forastero..." 
 
El Pueblo sí había abierto los ojos ante las maravillas que realizaba Jesús, pero más aún a la convicción con que hablaba y actuaba. Sin duda soñaron con el Mesías libertador, guerrero poderoso, caudillo invencible..., y la emoción que se desborda les impide ver la verdadera grandiosidad del Rey paradójicamente "montado en un burrito."  Con sencillez, pero con inquebrantable honestidad, preguntémonos ¿qué clase de Mesías esperamos?  Si es al Jesús que hemos ido conociendo por los Evangelios, no correremos el riesgo del desengaño labrado por vanas ilusiones. Confirmemos nuestro deseo de recibir y "recordar cuanto se había escrito de Él." 
 
Pidamos al Padre Celestial que nos ayude a comprender y a aceptar la verdadera humanidad de Cristo. Él es "el primogénito de toda creatura y nuestra meta es tratar de conformarnos a su imagen."

MISA. 
El Profeta Isaías, el Salmo, el fragmento de la Carta a los Filipenses nos habrán desconcertado, si no hemos purificado la "falsa imagen de Mesías" que, quizá, aguardábamos.

Jesús es el Siervo Sufriente, es el Escucha preferido del Padre, es el Hijo Amado en quien tiene sus complacencias y ahora lo contemplamos "como desecho de los hombres, sin figura, sin rostro, abatido y humillado, crucificado y muerto...",  pero no perdamos la perspectiva: "El Señor me ayuda y por eso no quedaré confundido." La glorificación, imposible dejar de percibirlo, viene por la obediencia al misterioso designio del Padre, a lo que es "locura para los paganos y escándalo para los judíos." 

La meta gloriosa, sin dejar de ser incomprensible, es que precisamente por eso "Dios lo exaltó sobre todas las cosas y le dio un nombre sobre todo nombre, para que al nombre de Jesús se doble toda rodilla...". 

Hemos escuchado el relato de la Pasión según el Evangelio de San Marcos. Hagamos un largo y respetuoso silencio en nuestro interior; volvamos a recorrerla mentalmente y digámonos con convicción: Por mí va el Señor a la Pasión, a la Muerte, al fracaso humano...  ¿Cuál es el grito que surge de mi consideración?  ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor!  O, "¡¡Crucifícalo!" porque me impide vivir según mi parecer, desaparécelo para que no "torture mi conciencia".

Dejémonos envolver por el asombro y por ese Amor que no tiene límites y ofrezcamos a Dios un espíritu "contrito y humillado, agradecido y comprometido."

domingo, 17 de marzo de 2013

Domingo 5° de Cuaresma, 17 de Marzo, 2013

Primera Lectura: del libro del profera Isaías 43: 16-21
Salmo  Responsorial, salmo 125: Grandes cosas has hecho por nosotros, Señor.
Segunda Lectura: de la carta del apóstol Pablo a los filipenses 3: 7-14
Aclamación: Todavía es tiempo, dice el Señor. Arrepiéntanse de todo corazón y vuélvanse a mí, que soy compasivo y misericordioso.
Evangelio: Juan 8: 1-11. 

“Señor, sálvame de gente sin piedad, del injusto y el malvado…”, ¿de quién le pido al Señor que me salve?: del más injusto y malvado, del “pequeño ególatra y ateo” que llevo dentro de mí. Apenas creíble, pero cierto: soy mi peor enemigo, con quien solapadamente hago las paces, los arreglos, las connivencias, a quien concedo todas las prerrogativas, a quien excuso, y, más cuando percibo con claridad lo que el Señor espera de mí. ¡Con qué atención y profundidad necesito la experiencia de liberación!

Es la última semana de Cuaresma, ¿hubo, en verdad, ayuno, oración y misericordia? ¿Qué puedo decirle al que penetra los secretos del corazón? No cabe el engaño, lo único sensato es reconocer, apropiarme de la Palabra que salva, que renueva, que purifica, que “abre caminos en el desierto y hace correr ríos en tierras áridas”. Con la conciencia y el oído atentos para escuchar “lo nuevo que brota”, y permitirle que me ayude a olvidar lo pasado y abrirme al futuro esperanzador, a la primavera en la que resurge la vida. 

No es sueño, es realidad: “El Señor me hace volver del cautiverio”, me propone liberarme de mí mismo, de todo aquello que me apesga a lo perecedero, de lo inútil, de lo que he convertido en necesario sabiendo que era prescindible; solamente así podré entonar el salmo: “Grandes cosas ha hecho por mí el Señor”.

Ya Pablo, el domingo pasado, nos compartía su experiencia en el fragmento de la 2ª. Carta a los Corintios: “El que vive según Cristo, es una creatura nueva, para él todo lo viejo ha pasado. Ya todo es nuevo”; ahora la concreción es tajante: “todo es basura con tal de ganar a Cristo y estar con Él”. Experimentar desde ahora “la fuerza de la resurrección”. Ignoro cuánto camino me separe del encuentro, pero como Pablo, deseo mantener la vista en el horizonte, “lanzarme adelante, en busca de la meta, del trofeo al que Dios me llama en Cristo Jesús.”   

¿Quién, sino el mismo Jesús, será el apoyo? En el pasaje de Juan que hemos escuchado, lo encontramos claro, valiente, decidido, duro, misericordioso y tierno. ¡Qué contraste entre la mezquindad de corazones que condenan y la delicadeza de Jesús; entre la dureza de la ley invocada de forma inapelable y la comprensión de Aquel que “no ha venido a condenar sino a perdonar”!

La insistencia de los fariseos no lo intranquiliza, se agacha y se pone a escribir en la tierra, pareciera ignorarlos…, tratan de poner a prueba el amor de Dios por todos, mujeres y hombres, no entienden que Él nos y nos mira siempre con perspectiva de futuro. Jesús nos muestra al Padre, se incorpora y con una sencillez que los asombra, les dice: “Aquel de ustedes que esté sin pecado, que arroje la primera piedra”. De acusadores se han convertido en acusados. La confrontación con la conciencia personal hace que las piedras caigan y la escena quede desierta, solamente Jesús y la mujer: “¿Nadie te ha condenado?” “Nadie, Señor”. Y aflora la fuente de Bondad: “Tampoco Yo te condeno. Vete en paz y no vuelvas a pecar”.

De un presente que había perdido su sentido, a un futuro lleno de esperanza…, así es Dios. 

jueves, 7 de marzo de 2013

4º Cuaresma, 10 de marzo, 2013.

Primera Lectura: del libro de Josué 5: 9, 10-12
Salmo Responsorial, del salmo 33: Haz la prueba y verás qué bueno es el Señor.
Segunda Lectura: de la segunda carta del apóstol Pablo a los corintios 5: 17-21
Tu hermano estaba muerto y ha vuelto a la vida.
Evangelio: Lucas 15: 1-3, 11-32.

¡Domingo de la Alegría!, y no debe extrañarnos: el cántico de entrada: “Alégrate, Jerusalén y todos los que la aman. Regocíjense”. Es la continuación de lo que hemos intentado seguir: “Buscamos el rostro del Señor, pusimos en él nuestros ojos y quedamos reconfortados”, ahora sentimos la alegría del perdón, de la misericordia de la transfiguración que empuja desde dentro para que nuestras vidas no se queden en estériles hojas, sino que den fruto, y fruto que perdure.

Aquello que vale la pena repetir, ¡repitámoslo!: el deseo de volver a Él, la capacidad de arrepentimiento, de rencuentro vital, el que procede de la iniciativa de Dios quien no se cansa de buscarnos, de esperarnos, de salir a nuestro paso, haya sido cual haya sido nuestro pasado; Él aguarda el momento oportuno, - Dios no puede ser de otra forma -, en que nuestro ser, después de haber experimentado el vacío, despierte a la ansiedad del amor que no tiene fin.

Lo recordamos y pedimos en la oración: “Tú que has reconciliado contigo a la humanidad entera, por medio de tu Hijo”, enséñanos a “dejarnos reconciliar contigo”; que nos deslumbremos por Ti en Él, que se hizo uno de nosotros, revestido de la carne de pecado, para llevarnos de regreso a tu lado, para que unidos a Él, recibamos la salvación, la única que purifica y justifica, la que “nos hace creaturas  nuevas”, la que planta la alegría que perdura.

¿Cuántas veces habremos leído, escuchado, meditado la parábola del hijo pródigo?, cada uno conoce su proceso interno y sabe con qué personaje se ha identificado…, probablemente nos habremos sentido, las más de las veces ese “hijo pródigo”, inquieto, egoísta, superficial, desesperado por aprovechar, ¡ya!, lo mejor posible la ocasión, sin importarle nada más que el yo, el capricho, el instante. Ojalá, como a él, la ruptura de las ilusiones, la soledad y la tristeza, nos hayan impulsado a revivir las alegrías, la seguridad, el gozo de la casa del padre, y a emprender el retorno, revestidos del arrepentimiento y la humildad para encontrarnos con Quien ya sabíamos: ¡El Padre!, Él ni siquiera permite que finalicemos nuestra confesión: “Ya no soy digno…”, y se hace uno con nosotros en el abrazo de perdón, de reconciliación, de recreación de nuestro yo, el nuevo, el que viene de Él; ¡ésta es la alegría que fructifica!

Jesús nos enseñó a rezar, a encontrarnos con lo inimaginable, a superar la antigua “visión de un Dios lejano y terrible”, y puso desde sus labios en los nuestros la palabra más reconfortante y segura: “¡Padre!”; no quiso quedarse en las palabras, y ahora nos muestra el corazón de Dios, del Padre que sale cada tarde a otear el horizonte en espera del hijo, que sabe, desde dentro, que el amor no se acaba, que el cariño y el reconocimiento afloran con certeza y que el encuentro con un “yo” desposeído, ausente de sí mismo, lejano del afecto y la ternura, reorientará los pasos que desanden lo andado, para mirarse entero, nuevamente, en los ojos de quien siempre lo ha querido.

¡Señor, concédenos encontrarnos, al mirarte a los ojos, reflejados en ellos!