Primera Lectura: del libro del Profeta Zacarías 9: 9-10
Salmo Responsorial, del salmo 144: Proclamaré sin cesar la misericordia del Señor.
Segunda Lectura: de la carta del apóstol Pablo a los romanos 8: 9, 11-13
Evangelio: Mateo 11: 25-30
Meditar lo agradable, anima, fortalece, entusiasma; ¿con qué frecuencia recordamos “los dones del amor del Señor”? No es necesario hacerlo en una iglesia., es posible siempre, en el templo de nuestra interioridad: “Ustedes son templos de Dios”, y más consolador lo que el mismo Jesús asegura: “El que me ama, guardará mis mandamientos, vendremos a él y haremos en él nuestra morada”. Recordar los dones es tener presente al dador de los dones, y, al hacerlo, conocemos y reconocemos su bondad, su compasión, su misericordia, su amor y brotará, espontánea, la alabanza; bendeciremos al Señor, “diremos bien” de Él, como él lo hace de nosotros.
Liturgia de la alegría y el reposo. ¿Qué mayor alegría que sabernos libres de la esclavitud del pecado? Ya la anuncia Zacarías: “Mira tu Rey viene a ti, justo y victorioso, humilde y montado en un burrito”, arco que se abre aquí y se cerrará en el Domingo de Ramos en el que veremos a Jesús, no con esplendor ni montando un caballo, sino en un burrito, descalificando los poderes terrenales, los carros y los arcos, para trocar el poder que subyuga por el que lleva a la paz y ofrece un reposo que no termina: la felicidad eterna.
No aceptar a Cristo, vivir al margen de su mensaje, (¡cuántos lo hacemos “de manera callada”!), es sencillamente no tener el Espíritu de Cristo, y “continuar sujetos al desorden egoísta que hace del desorden regla de conducta”. Con tristeza nos vemos envueltos en ese desorden; con tristeza y angustia constatamos que la humanidad, nuestra sociedad, y nosotros con ellas, nos movemos en ese “desorden egoísta”, que nubla la visión, cierra el horizonte y priva de la paz, de la felicidad y del reposo. ¿Qué luz nos ofrece, el cambio?, “si el Espíritu del Padre, que resucitó a Jesús de entre los muertos, habita en nosotros”, ese mismo Espíritu “dará vida a nuestros cuerpos mortales”, inicio, sin fin, de esa alegría y reposo tan anhelados.
Mateo nos permite contemplar a Jesús que da libre curso a lo que llena su corazón: ora lo que vive y vive lo que ora; dejémonos impresionar por su actitud, sus palabras, su ejemplo, su invitación.
¿Consideramos la oración como dimensión importante en nuestro diario caminar? Jesús la hace en medio de la actividad; oración filial, intensa, cimentada en la unidad del Padre con el Hijo; brota de la riqueza de su vida interior en constante relación con el Padre. “¡Da gracias!”, reconoce y alaba. ¡Cuánto por aprender! Son los” sencillos” quienes comprenderán “estas cosas”: la unidad del Padre y el Hijo, la divinidad de Jesús, la realidad de que sólo Él es Camino para ir al Padre. Esto es incomprensible para “los sabios y entendidos”, para quienes buscan un “dios” a la medida de su comodidad, de su razón y piden pruebas “lógicas”. Una vez más, ¿confiamos en la acción del Espíritu de Dios en nosotros?
“Aprendan de Mí que soy manso y humilde de corazón, y encontrarán reposo, porque mi yugo es suave y mi carga es ligera”. Jesús no oculta que el camino es arduo, pero posible. Él va delante y nos promete, Palabra de Dios, que “dará alivio a los fatigados y agobiados”, hagámosle caso. Pidamos ser sinceros con Él y con nosotros mismos.