martes, 27 de abril de 2010

5º de Pascua, 2 mayo 2010.

Primera Lectura: del libro de los Hechos de los Apóstoles 14: 21-27,
Salmo Responsorial, del salmo 144: Bendeciré al Señor eternamente. Aleluya.
Segunda Lectura: del libro del Apocalipsis 21: 1-5
Evangelio: Juan 13: 31-35.

La novedad hecha cántico, porque hemos dejado que la alegría pascual nos abriera los ojos de la fe en Cristo Resucitado, propicie la experiencia constante de la mirada del Padre que nos confirma en “la verdadera libertad”, y nos ofrece ya, “la herencia eterna”.

Oremos de verdad para que nuestra Fe vaya creciendo; sabemos que es don de Dios pero, juntamente, aceptación nuestra que o se proyecta en las obras o se irá marchitando. Sabemos, aceptamos; mas ¿cuántas veces sin llegar al compromiso personal que envuelva al comunitario y se convierta en misionero? Si nos rodea la “sensación” de Dios, ese hálito experimentable aunque inexplicable, nos ayudará a mirar más allá de lo que vemos y nos proyectaremos como verdaderos hijos.

Pablo y Bernabé la viven, y animan, exhortan a los primeros cristianos a “perseverar en la fe”; a nadie ocultan la realidad que la acompaña: “hay que pasar por muchas tribulaciones para entrar en el Reino de Dios”. No fueron menores las dificultades que ellos enfrentaron a las que enfrentamos nosotros, las superaron con la oración y el ayuno, con la solidaridad y la alegre participación de cuanto Dios había obrado por medio de ellos, fieles seguidores del Espíritu, que inspira a Pablo a afirmar: “Sostengo que los sufrimientos del tiempo presente son cosa de nada comparados con la gloria que va a revelarse reflejada en nosotros” (8: 18). Entusiasmo para compartir con cuantos se encuentran, -nos encontremos-, la presencia y acción de Dios en la comunicación del Evangelio.

“Mi Padre es un trabajador y Yo también trabajo”, (Jn. 5: 17), Dios en acción constante porque la conservación es la creación continuada; Él, sin tener que “mirar al futuro”, nos asegura la realidad final: “un cielo nuevo, una tierra nueva, una nueva Jerusalén, engalanada como una novia”; “Esta es la morada de Dios con los hombres, vivirá con ellos y serán su pueblo”; su promesa abarca al universo sin limitaciones: “Ahora Yo voy a hacer nuevas todas las cosas”.

En el capítulo 13 de San Juan, después del Lavatorio de los pies, comienza el “discurso de despedida”, el testamento de Jesús, la oración sacerdotal. Jesús acepta totalmente su “Ahora”, la de la entrega final que da sentido a la glorificación, sin rodeos, de la muerte como partida, acompañada de la seguridad del regreso: “Hijitos, todavía estaré un poco con ustedes…, pero volveré para llevarlos conmigo para que donde esté Yo, estén también ustedes” (14: 3-4).

Y brotan las palabras desde un corazón profundamente conmovido, las del adiós mientras nos vemos de nuevo, palabras nunca vacías, palabras avaladas por su vida, por su andar “haciendo el bien”, palabras que confirman que el Camino roturado es la verdad y la vida, que ratifican “el mandamiento siempre nuevo” porque junto a nosotros habrá un ser humano concreto en quien hacer luz la Ley Evangélica que, casi a modo de súplica, nos entrega: “Ámense los unos a los otros, como Yo los he amado”. Va mucho más allá del “amar a los demás como me amo a mí mismo”, es cambiar la mirada, la intención, los deseos y poner todo en Cristo que nos amó primero y dejó claro ejemplo de que “el tú” es el que vale, el que da la dimensión definitiva al ser de ser cristianos: “En esto reconocerán que son mis discípulos: en que se aman los unos a los otros”.

La ocasión de vivirlo nos acompaña cada instante. El entonces “Ahora” de Jesús, es el “ahora” nuestro para anunciar con hecho y palabras que el Reino ha triunfado sobre el mal, que la fe es actuante, que la esperanza sigue mirando el horizonte y sabe de “lo nuevo”, que supera angustias y zozobras, que crea comunidad, que une, que procura el mutuo apoyo, que cultiva y que riega, sin perderse en ensueños, “esa morada de Dios entre los hombres” donde todos nos sepamos pertenencia de Dios.

Confiemos en que Jesús, ya vencida la muerte, nos ayude a vencer nuestros temores y a crecer más y más en la fe y en la confianza.

martes, 20 de abril de 2010

4° de Pascua, 25 Abril 2010.

Primera Lectura: del libro de los Hechos de los Apóstoles13: 14, 43-52;
Salmo Responsorial, del Salmo 99: El Señor es nuestro Dios y nosotros su pueblo. Aleluya
Segunda Lectura: del libro del Apocalipsis 7: 9, 14-17;
Evangelio: Juan 10: 27-30.

Debe seguir creciendo el gozo de una Pascua vivida en la esperanza, con la certeza iluminada por la fe, que experimenta la verdad del amor constante, la prueba de que el Señor ha resucitado y nos guía para “que el pequeño rebaño llegue seguro a donde está su Pastor resucitado”, deseo que se hace oración.

Jesús es el Hijo y vive y reina con el Padre y el Espíritu Santo; el Misterio de la Santísima Trinidad, la gran Revelación que nos trae Jesucristo. Si reflexionamos en cuántas ocasiones invocamos a la Trinidad, de manera especial durante la celebración de la Eucaristía, seremos más conscientes de la participación de la íntima comunicación divina hacia la cual marchamos cada segundo, para ser como Cristo: “Del Padre salí y vuelvo al Padre”, (Jn. 16: 28)

La petición del mismo Jesús nos anima y confirma: “Padre, quiero que a donde esté Yo, estén también ellos conmigo y contemplen esa gloria que Tú me has dado, porque me amabas ya antes que el mundo existiera”. (Jn. 17: 24)

Los Apóstoles han escuchado con atención, han aprendido y han retenido la Palabra y la misión encomendada: “Así nos lo ha ordenado el Señor, cuando dijo: Yo te he puesto como luz de los paganos, para que lleves la salvación hasta los últimos rincones de la tierra”. De manera semejante al Señor: van a los suyos y ellos no los reciben; el pueblo de Israel es el destinatario inicial, pero al “rechazar la Palabra y no juzgarse digno de ella,” la luz toma otro rumbo, se hace brillante para los paganos y en ellos, para toda la humanidad a la que nos unimos cantando: “El Señor es nuestro Dios y nosotros su pueblo”. Al escuchar el gozo de nuestros corazones, Pablo y Bernabé “no tendrán que sacudirse el polvo de los pies como testimonio contra nosotros”.

Formemos parte activa de la visión apocalíptica de San Juan, que no puede ser más clara: “Una muchedumbre que nadie podía contar; individuos de todas las naciones y razas, de todos los pueblos y lenguas”, de parte de Dios no hay exclusiones; De parte de nosotros, que suba la oración confiada para que no haya hombres que se cierren al llamamiento de fraternidad y de paz, que saboreemos, todos, con anticipación la vida que nos aguarda junto al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, junto a todos aquellos que queremos y ya han emprendido el viaje a la Patria, y porque “no amaron tanto la vida que temieran la muerte y por eso ahora reinan eternamente”. La Promesa ya se ha cumplido en Cristo y en nuestros hermanos, en Él confiamos para que se realice en nosotros: “No habrá hambre ni sed, ni sol abrasador, ni llanto, ni tristeza ni angustia, porque el Señor será nuestro Pastor que nos conduce a las fuentes de agua viva”. Que el Señor, llene nuestros corazones de fe y esperanza, porque sin ellas, será vano todo esfuerzo.

Las palabras de Jesús en el Evangelio, renuevan el llamamiento y el triple proceso, que se convertirá en reciprocidad: conocer, escuchar y seguir. El Buen Pastor no es sólo una imagen, es la Realidad que, con la Gracia, pone a nuestro alcance la única seguridad imperecedera, la ansiada felicidad, la que perdurará más allá del tiempo y del espacio: “estar en manos de Cristo y saber que nadie nos podrá arrebatar de ellas”; y todavía más, “en las manos del Padre, que es superior a todos, y menos aún habrá quien intente arrebatarnos”.

La conclusión tiene que hacer crecer, inconmensurable, el asombro al escuchar de labios del mismo Jesús, la proclamación de su identidad con el Padre: “Somos Uno”, y la consecuencia: quiere que estemos con Ellos para siempre.

martes, 13 de abril de 2010

3° de Pascua, 18 abril 2010.

Primera Lectura: del libro de los Hechos de los Apóstoles 5: 27-32, 4’-41
Salmo Responsorial, del salmo 29: Te alabaré, Señor, eternamente. Aleluya.
Segunda Lectura: del libro del Apocalipsis 5: 11-14
Evangelio: Juan 21: 1-19.

Himno que nace de la aceptación de lo que ya ha ido más allá de lo imaginable: El Señor ha resucitado; ¡sí!, no es otro, es el mismo que pendió de la Cruz, murió, fue traspasado, sepultado y “custodiado para que no desapareciera”, y ahora está vivo, por eso: “Aclamen al Señor todos los habitantes de la tierra, canten, denle gracias”. Su actuar sigue en presente, su ejemplo sigue invitando a superar toda tristeza, a renovar los bríos que, sabemos de sobra, no pueden provenir de nosotros, como lo supieron los Apóstoles, sino del Espíritu que llena toda la tierra, que fortalece, anima y provoca a “obedecer a Dios antes que a los hombres”, a exponernos al rechazo, al sufrimiento, y a aceptarlo todo con “la felicidad de haber padecido por el nombre de Jesús”. Van y vamos guiados por el primer Testigo, el mismo “Espíritu que Dios da a quienes lo obedecen”. ¡Vaya que te necesitamos! ¡Ven y planifícanos!

La visión de Juan confirma a Jesús como el Mediador, el acceso al Padre, la Realidad y no sólo la figura del Cordero cuya sangre nos ha redimidos, digno de recibirlo todo: “el poder, la riqueza, la sabiduría, la fuerza, el honor, la gloria y la alabanza”. Tras la ardua lucha la victoria completa.: el Padre “ha rehabilitado al Ajusticiado”, pone de manifiesto lo que su Voz nos ha transmitido en el Bautismo y en la Transfiguración: “Éste es mi Hijo muy amado, ¡escúchenlo!” Escucharlo y seguirlo es vivir lo que nos ha conseguido: “la dignidad de ser hijos de Dios”.

En el Evangelio encontramos a Pedro y otros seis discípulos de regreso a su diario quehacer, lo que sabían pescar. ¿Recordarían las palabras de Jesús?, “Cuando me vaya les enviaré al Espíritu Santo; Él les confirmará cuanto les he dicho”.

Pasan una noche frustrante que engendra el mal humor, la respuesta cortante a un desconocido que amable les pregunta: “¿Han pescado algo?”, “¡No; la invitación que sigue, desata un proceso que quizá sí recuerden: “Lancen las redes a la derecha…”: palabra que resuena con eco interior, indicación precisa que hace olvidar la fatiga, obediencia que ha aprendido y… el regreso del signo que descifra con claridad el significado: “¡Es el Señor!”. En la playa, los sorprende la delicadeza de Jesús: pan y pescado preparados: “Vengan a almorzar”. Y traigan de lo suyo; cercanía que desborda.

Al finalizar el desayuno, relucen la sutileza y el respeto propios de Jesús: “¿Simón, hijo de Juan, me amas más que estos? ¡Tres preguntas! Las respuestas, son ahora mesuradas! Tres veces confirma Jesús a Pedro en el amor y en la misión: “Apacienta mis ovejas, apacienta mis corderos”.

Recordamos ahora, vivimos la respuesta que le dimos y tratamos de darle a Jesús al preguntarnos: “¿Quién dices que Soy Yo”? Y ¿ante la actual? “¿Me amas más que estos?”

Me acojo a la última respuesta de Pedro: “Tú lo sabes todo”, Tú sabes que quiero amarte.

De nuevo en contacto

Después de la pausa por las "vacaciones" de Semana Santa y Pascua del buen Federico Brehm seguimos compartiendo la Palabra de Dios que alimenta, acompaña, fortalece, ilumina, guía... al que se deje tocar.

Estatua de San Ignacio de Loyola, Instituto Cultural Tampico, donde actualmente P. Fritz presta su servicio.