sábado, 24 de febrero de 2024

2°. Cuaresma, 25 febrero 2024.


Primera Lectura:
del libro del Génesis. 22: 1.2, 9-13, 15-18
Salmo Responsorial, del salmo 115:
Siempre confiaré en el Señor.
Segunda Lectura: de la carta del apóstol Pablo a los romanos 8: 31-34
Evangelio: Marcos 9: 2-10

  

 “Recuerda, Señor, que tu ternura y tu misericordia son eternas…” ¿Podría, Quien es todo bondad y cariño, dejarnos en el olvido? Somos nosotros quienes hemos de tenerlo presente. “Con Él a mi lado, jamás vacilaré”, es Él, no yo, “quien derrotará al enemigo”. Proclives a la dispersión, no escuchamos al que está, no solamente junto, sino dentro de nuestro ser; sabedores de ello, le pedimos: “escucharlo en su Hijo y abrir los ojos para contemplar su gloria”. 

 

 Domingo de las paradojas del Amor. Cuando todo navega en mar tranquilo, el conocimiento, la afectividad, la ternura, parecen florecer naturalmente; pero que no se haga presente el sufrimiento, porque perdemos la pisada, nubes negras ocultan la frescura de la anterior mirada, el corazón se vuelve pensativo y amargo, la sonrisa se borra y pinta entre las cejas la interrogante indescifrable. ¿Qué sucede conmigo, con el otro o la otra?, todavía más, ¿dónde quedó el Otro que dice que me ama, me cuida y me protege?  

 

 Es ahora el tiempo propicio, el de volver, otra vez, al silencio que habla e ilumina, de regresar a la actitud de escucha, de atención permanente, de confiar más allá, más lejos todavía.  

 

 Abraham no imaginaba el dolor que venía; mecía entre sus brazos “la promesa hecha carne”, fruto de sus entrañas, constatación palpable de lo que fue promesa. De pronto, la Voz que lo estremece: “Abraham, Abraham”. Su respuesta es segura, resuena pronta y clara “sabe en Quién se ha confiado”: “Aquí estoy”, disponibilidad sin trabas, como la de Samuel: “Habla, Señor, que tu siervo te escucha”.  La paradoja crece, perturba el corazón y la conciencia, pero no la detiene, el hombre da el paso dolorido, de manera inmediata, incomprensible y nos muestra la realidad del que vive “colgado del Señor”. “Toma a tu hijo Isaac, al que tanto amas, vete a la región de Moira y ofrécemelo en sacrificio.”  La angustia hace achicar los huesos, al ser entero. La Fe supera todo cuestionamiento: “no te entiendo Señor, es la promesa, la que Tú me entregaste, ¿y quieres que la mate?” Al Señor no se le piden cuentas, se escucha y ama hasta lo incomprensible. No se trata de un juego, el dolor purifica, aquilata, hace ver lo invisible: “El Señor no abandona a sus fieles”. Sabemos la secuencia, Abraham no la sabía y por ello, por su actitud confiada, nos dice la Carta a los Hebreos: “Se le apuntó en justicia. Pensaba que poderoso es Dios para levantar a los muertos.”  (11: 19), y no fue defraudado. ¿Cuántos Issacs he de sacrificar sabiendo que no detendrás mi brazo? ¡Auméntame la fe!  

 

 Meditando un momento con San Pablo: “¿Qué podrá separarnos del Amordel Mesías?” “Si Dios está a nuestro favor, ¿quién estará en contra nuestra?”. ¿Y todavía dudamos?  

 

 Jesús se Transfigura, nos enseña su Gloria, porque fue el Gran Escucha; es Quien resume todo, porque su vida, paso a paso, fue de agrado del Padre; otra vez el Espejo donde hemos de encontrar, rediviva en nosotros, su figura. 

 

 La Pasión y la Muerte, - vuelve la paradoja -, son camino de Resurrección y de Vida.  

 

  No podemos permanecer en el ocio de la contemplación sin compromisos, asombrada, deleitable y gustosa. Bajemos la montaña y preparemos el diario sacrificio, aunque no lo entendamos, para resucitar. Quizá sigamos preguntando: “¿Qué querrá decir eso de resucitar de entre los muertos?”. Con Abraham respondamos, como nos pide el Padre: “Escuchando”. Ya Dios se encargará de lo que sigue. 


viernes, 16 de febrero de 2024

1°. Cuaresma, 18 febrero 2024.-


Primera Lectura:
del libro del Génesis 9: 8-15
Salmo Responsorial. del salmo 24: Descúbrenos, Señor, tus caminos.
Segunda Lectura: de la primera carta del apóstol Pedro 3: 18-23
Evangelio: Marcos 1: 12-15

“Invocar al Señor, Él nos escucha, nos libra, nos sostiene”.  +Hoy nos pondrá el ejemplo en el desierto y Él nos precede, ahí nos mostrará un amor más fuerte, más profundo, el del que busca y encuentra un espejo completo en que mirarse en oración, en ayuno y en silencio. ¿De qué otra forma encontrará en nosotros su propia forma?  

Fuimos testigos de la curación interna y externa del leproso, aprendimos lo que es la auténtica fe, la que confía plenamente en Jesús, dejarnos tocar por Él y experimentar el gozo de la transformación
externa e interna.

El tiempo de Cuaresma proporciona, si nos metemos dentro, “que el conocer se trueque en entender cuando es querido”. Descubrir, con ojos nuevos, los signos de la Alianza, la comunión con todas las creaturas, retomar la Creación en nuestras manos, incluidos nosotros, y crecer y crecer, ya sin ninguna amenaza debida a nuestras culpas, bajo un cielo distinto con un arco brillante: Es el Señor que preside nuestros pasos y aleja todo miedo. 

Me atrevo a imaginar una leve sonrisa en Jesús, antes de su respuesta, cuando en el salmo clamamos: “Descúbrenos, Señor tus caminos”. ¿Qué no lo saben, no han oído que “Yo Soy el Camino, la Verdad y la Vida”? ¡Simplemente caminen, pisen sobre las huellas que he dejado! ¡Suban al Arca y escapen de la muerte! La entrega de mi Ser por cada uno, asegura su llegada hasta Dios. “Dejen atrás toda inmundicia y acepten el compromiso de vivir con una buna conciencia ante mi Padre”. ¡Resurrección que glorifica!  


Volvamos al espejo, al que refleja a todo ser humano que en verdad quiera serlo. La Misión se prepara en el silencio, en profundo contacto con el Padre, en la experiencia viva de ser Hombre, de tener hambre y ser tentado, de ver, en soledad, su ser rasgado, de superarlo todo, con fuerza duplicada en el Espíritu, sin apropiarse nada, para salir después, agradeciendo al Padre su constante presencia, a pregonar la libertad de
vida “porque el Reino ha llegado”. 

La invitación persiste, acompañando al tiempo y al espacio, y llega, apremiante, hasta nosotros: “Conviértanse y crean en el Evangelio”. ¡No media conversión, sino completa!, ¡ni una fe que se queda esbozada entre los labios!, sino una decisión que mira hacia el futuro, consciente de los riesgos, cada uno, “fijos los ojos en el rumbo que me diera, ir camino al Amor, simple y desnudo”.

sábado, 10 de febrero de 2024

6° ordinario, 11 febrero 2024.- ciclo B


Primera Lectura:
del libro del Levítico 13: 1-2, 44-46
Salmo Responsorial, del salmo 31: Perdona, Señor, nuestros pecados.
Segunda Lectura: de la primera carta del apóstol Pablo a los corintios 10: 31 a 11: 1
Evangelio: Marcos 1: 40-45.
 
Peligros verdaderos nos rodean, aunque a veces no queramos verlos: temor y desconfianza en lugar de estrechos lazos que nos unan; egoísmo que clausura la entrada a otros que necesitan un momento de amor, de escucha, de ternura; deshechura interior que nos tortura a pesar de negarlo; falta de sinceridad y rectitud que impiden que el Señor encuentre reposo en nuestro ser y nos conceda reposar en el suyo, que es fiel compañero y guía seguro.

¡Por eso oramos, pedimos y esperamos, sentirlo siempre cerca, como roca y baluarte que nos salve de nosotros mismos. Volando por los siglos, nos sentamos a escuchar lo que los sacerdotes explicaban, siguiendo las voces de Moisés y de Aarón: “Si aparecen esas escamas o una mancha brillante, ¡es la lepra!, ese tal será declarado impuro”. La sentencia lo rompe por completo, lejos de Dios, de su familia, de la comunidad. Condenado a vagar sin esperanza confesando a gritos su impureza; ¿qué horizonte le espera?: su vida está transida de soledad y de tristeza; seguirá cargando “el fruto del pecado”, nadie podrá acercarse, no volverá a sentir una caricia, un beso o un abrazo, está maldito y segregado. Ya leíamos el domingo pasado la corrección que hace Yahvé en el libro de Job, la enfermedad no es consecuencia de culpa personal, ni venganza o castigo, sí es clara manifestación de la presencia del mal, reflejo del absurdo querer del hombre, creatura al fin, encumbrarse hasta Dios sin contar con Dios. Esta actitud es la peor de las lepras y sólo hay una cura: acercarse a Jesús, humildes y confiados y pedir lo que cualquiera sin la fe, consideraría imposible: “Si Tú quieres, puedes curarme”.

¿Qué aprendimos de Jesús el domingo pasado?, su quehacer cotidiano era curar, sanar, orar, marchar en busca de todos los dolidos, ¿qué otra respuesta cabe esperar de Aquel que ha venido a enseñar con su vida que el amor es más que la ley, que el amor tiene una fuerza enorme que rompe las cadenas y que ese amor fluye de toda su Persona como río impetuoso que limpia cuanto toca y se deja tocar por Él? Escuchemos con alegría su palabra eterna, que llega hasta nosotros, que no teme acercarse a la impureza cualquiera que ella sea; escuchemos esa voz que nos devuelve a nuestro propio ser, el que salió de sus manos completo, sin mancha, sin arruga, sin torpezas, y, gocemos la vida que renace al decirnos: “¡Sí quiero: Sana!” Miremos como recién nacidos.
 
Jesús le pide que no lo cuente a nadie, no quiere que confundan la misión del Mesías y la reduzcan a un poder milagroso, Él viene a algo más, a limpiar toda la suciedad del mundo al precio de su sangre; pero sí le indica que vaya y ofrezca en el templo lo prescrito por la ley para que pueda reintegrarse a la comunidad y a la familia. Pero cuando el don recibido es tan grandioso, ni el corazón ni los labios pueden guardar silencio y “divulgó el hecho por toda la región”.

Igual hemos quedado limpios, porque Él ha querido. Pienso que ahora no nos pide que guardemos el don en lo secreto sino que seamos testigos clamorosos que busquemos, por todos los caminos, encaminar a todos hacia Cristo, que cuantos nos conozcan y a cuantos conozcamos, encuentren en nosotros el gozo compartido de saber orientar cualquier acción para gloria de Dios y en grito silencioso, fincado en cada obra, invitemos a todos a “ser imitadores nuestros como nosotros lo somos de Cristo”.

jueves, 1 de febrero de 2024

5°. Ord. 4 febrero 2024


Primera Lectura:
del libro de Job 7: 1-4, 6-7
Salmo Responsorial, del salmo 140: Alabemos al Señor, nuestro Dios.
Segunda Lectura: de la primera carta del apóstol Pablo a los corintios  9: 16-19, 22-23
Evangelio: Mateo 1: 29-39

Desde esta realidad concreta, en muchos aspectos desconcertante, donde brotan la interrogación y el sufrimiento, con una fe que todo lo supere, hagamos como la Antífona de entrada nos invita: “Entremos y adoremos de rodillas al Señor, creador nuestro, porque Él es nuestro Dios.”  En Él están nuestra esperanza y nuestra fuerza; si buscamos solamente en nosotros la salida, entraremos a un callejón obscuro.  

¿Qué vemos en el mundo, en nuestro México, en la región que habitamos?: Violencia, fraternidad quebrada, brújulas locas. Esta experiencia que golpea el interior inerme, nos fuerza, al palpar esta niebla, a orar con fervor a nuestro Padre: “Que tu amor incansable nos cuide y nos proteja, porque hemos puesto en Ti, nuestra esperanza.” De ninguna manera es tomar el camino fácil, no es pasotismo que se desentiende; es todo lo contrario, ya que confiamos “en el amor incansable de nuestro Creador”, aceptamos, con ello, el compromiso de caminar a su lado, de mirar a hombres y criaturas, como Él los mira: de ser, todos los días, cristianos nuevos que sienten, como Pablo, el ansia de la vida verdadera, la que tiene por carril a Jesucristo: “¡Ay de mí si no anuncio el Evangelio!”   

Sabemos que no basta la palabra, no basta con gritar a voz en cuello que Cristo vive y que nos aguarda. Para reunir las piezas y ayudar a los hombres a rehacerse, es preciso “hacerse todo a todos a fin de ganarlos a todos”. Debilidad con debilidad es fortaleza por ser de donde viene. ¡Qué luz esplendorosa brillaría del ser de cada uno, si el faro que alumbrara cada paso fuera este!: “¡Todo lo hago por el Evangelio!” La recompensa viene por sí sola: Estar injertados en Cristo, para siempre. 

El realismo de Job nos atenaza, el hombre justo que tiene al sufrimiento como “compañero inseparable de jornadas”; el hombre que se pinta y nos pinta en la ardua batalla, que no encuentra sosiego, que cuenta los meses de infortunio y las horas de la noche, una a una, aguardando las luces de la aurora: “¿Cuándo será de día?” Parecería que la dicha hubiera huido de sus ojos y la esperanza desaparecido; pero no flaquea, la fe en Dios va hasta el extremo del soplo de la vida: “Sé que mi Redentor vive y que con
estos ojos, no los de otro, yo mismo lo veré.” (19: 17) ¡La resurrección está presente! 

Marcos, después de haber mostrado la autoridad de Jesús como Maestro y dejado en claro que ha venido a combatir al maligno, ahora, en una especie de sumario, un tanto hiperbólico, nos deja ver otra faceta: la de taumaturgo. Dios, en Jesús, está de nuestro lado para luchar contra el mal y el sufrimiento: primero una acción familiar: cura a la suegra de Pedro y ésta, de inmediato “se puso a servirles”, ¡gratitud activa! Luego “el pueblo que se apiña” y regresa a casa alborozado, limpio de demonios y de males.  

Después el Señor desaparece: “salió y se fue a un lugar solitario, donde se puso a orar.” ¡Lección que profundiza! Para anunciar la Buena Nueva: imprescindible el contacto con el Padre. ¿Captamos el camino de la cura de todos nuestros males? Jesús, en el silencio, se refuerza: “No hablo por mí mismo, lo que he escuchado del Padre es lo que digo” (Jn. 12: 49). Nuestra misión se nutre de la escucha de Aquel que sigue hablando y si le hacemos caso, partiremos con Cristo a “predicar el Evangelio a todo el mundo.”