miércoles, 24 de febrero de 2016

3º Cuaresma, 28 febrero 2016



Primera Lectura: del libro del Éxodo 3: 1-8,13-15
Salmo Responsorial, del salmo 102: El Señor es compasivo y misericordioso.
Segunda Lectura: de la primera carta del apóstol Pablo a los corintios 10: 1-6, 10-12
Aclamación: Conviértanse, dice el Señor, porque ya está cerca el Reino de los cielos.
Evangelio: Lucas 13: 1-9.

Dijimos al Señor el domingo pasado “Busco tu rostro”, una vez encontrado, no pueden apartarse de él nuestros ojos; hemos hallado amparo en el peligro, ya no estamos solos ni afligidos.

¿Experiencia de transfiguración ya iniciada? No hay que repetirlo mucho, lo sabemos porque está al alcance de la vida: si es importante comenzar, más lo es  perseverar. Con qué atingencia nos advierte Pablo en la segunda lectura: “El que crea que está firme, tenga cuidado de no caer”.

Volvamos al Éxodo: Moisés se adjudicó la empresa de liberar a los israelitas de Egipto, se sentía con privilegios, ajeno a cualquier peligro pues había sido educado en la corte del Faraón. Conocemos el resultado: llevado por un impulso, explicable pero no aceptable, mata al egipcio que maltrataba a un hebreo, sabe que se supo y huye a Madián. Sus ansias de liberador se han apagado, ahora pastorea los rebaños de su suegro. Cuando parece desvanecido el sueño, el Señor nos ofrece la realidad, y llama: voces, signos y tarea. La misión viene de Dios, su propio nombre la precede: “Yo-Soy”, “es quien te envía”.  Ahora sí está Moisés listo para dar fruto, la tierra de su interior ha sido removida, generosamente abonada con la visión de Dios, lleva un fuego que no se apaga; comenzó la transfiguración que llevará consigo trabajos y sinsabores, incomprensiones de propios y extraños, pero con “el brazo extendido de Dios”, cumplirá su tarea. Comprendió el significado de ser instrumento vivo en manos de Dios, venció el miedo y llevó la esperanza de libertad contra todos los signos adversos. Sintió fuertemente la presencia de Dios y la seguridad de su Palabra: No vas solo: “Yo-Soy”, está contigo.

¿Necesitamos todavía convencernos de que el “Señor es compasivo y misericordioso”? Es el mismo Señor quien acompaña nuestro hoy de cada día, saquemos experiencia de todo lo pasado y constatemos que la balanza se inclina siempre de su lado.

El Evangelio llueve posibilidades, corrige desviaciones que pudieron haber surgido en nosotros sobre la realidad de Dios. Nos hace comprender que “las cosas suceden”, pero en él afina Jesús y pone en ruta segura lo que nuestra lógica hubiera deducido equivocadamente: “¿Piensan que lo sucedido a los galileos o a los 18 que perecieron en Siloé, fue por ser más pecadores que el resto que habitaba en Jerusalén? Ciertamente que no; y si ustedes no se arrepienten, perecerán de manera semejante.”

Resuena lo que escuchamos el miércoles de ceniza: “Arrepiéntete y cree en el Evangelio”.
Nos encontramos entre la Misericordia y la Paciencia divinas y la determinación de nuestra libertad. No es suficiente el exuberante follaje de nuestra higuera, el Dueño espera frutos, pero “el viñador”, el Gran Intercesor, no es otro que el mismo Jesús, interviene ante la sentencia: “¡Córtala!, ¿para qué ocupa la tierra inútilmente?”, se ofrece a remover la tierra, a abonarla, a cuidarla y a esperar que reaccione, él sabe la fuerza que la invade.

Ya estamos plantados en medio de la viña, ¡imposible negarlo!, tenemos entre manos el regalo de la vida y de la Gracia; no sabemos cuándo vendrá el Dueño a buscar los frutos, y eso es bueno, pues evita tanto la vana presunción, como el tratar de alargar el tiempo inalargable.

¡Danos, Señor la conversión sincera y continuada, que tu Amor hecho acción, conforte y reconforte nuestra debilidad y queme nuestras culpas!

martes, 16 de febrero de 2016

2º Cuaresma, 21 febrero 2016.-



Primera Lectura: del libro del Géneris 15: 5-12, 17-18
Salmo Responsorial, del salmo 26: El Señor es mi luz y mi salvación.
Segunda Lectura: de la carta del apóstol Pablo a los filipenses 3: 17 a 4: 1
Aclamación: En el esplendor de la nube se oyó la voz del Padre, que decía: “Éste es mi Hijo amado; escúchenlo”.
Evangelio: Lucas 9: 28-36.

¿De Quién está ansioso nuestro corazón?, ¿a Quién deseamos encontrar?; depende de la búsqueda. ¿Podríamos confesar con el Salmo: “Busco tu rostro, Señor no me lo escondas”?

Supongo y espero que nuestra respuesta sea afirmativa, pero ¿qué rostro del Señor buscamos?, ¿con qué ojos, con qué intención?

En la oración explicitamos el deseo: “alimenta nuestra fe con tu Palabra y purifica los ojos de nuestro espíritu…solamente así seremos capaces de contemplar tu gloria y colmarnos de alegría”.

No se trata de un Dios “imaginado” a nuestro gusto, a nuestra conveniencia, un Dios al que le pedimos que “se apiade” de nosotros y haga nuestra voluntad; ¡cuánto lo hemos distorsionado! Busquemos el verdadero rostro de Dios en Cristo, el Único Mediador, “por quien obtenemos la redención, el perdón, el que nos hace visible al Padre” (Col 1:15-17), el que no se arredra ante el encargo recibido: para poder realizarlo hace espacios largos para estar con Él, para orar, para clarificar su propio interior después de haber oído las respuestas de sus discípulos, las que no huyen del compromiso y también la inspirada a Pedro por el Padre: “Tú eres el Mesías de Dios”; Jesús necesita del retiro para reafirmar su “Ser de Dios” y continuar su ascensión hasta la plenitud.

La promesa hecha por Yahvé a Abram: “Así será tu descendencia”, incontable como las estrellas, como las arenas, se convierte en realidad en Jesucristo: “Te daré en heredad todos los reinos de la tierra”, “Le ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra”, y la de Pablo: “Al nombre de Cristo se doble toda rodilla en el cielo, en la tierra y en los abismos y todos confiesen que Jesucristo es el Señor”. “De su Plenitud todos hemos recibido gracia sobre gracia”.

No es la tierra prometida la que nos espera como fruto de la Plenitud de Cristo, sino que ya somos “ciudadanos del cielo, de donde esperamos la venida de nuestro salvador, Jesucristo. Él transformará nuestro cuerpo glorioso, en  cuerpo glorioso como el suyo.” ¡Mantengámonos fieles en el Señor!

¡Qué humilde y sano orgullo poder decir, con Pablo y con tantos otros que se mantuvieron fieles, que vivieron colgados de Dios, que creyeron, confiaron y actuaron conforme al único modelo: “Sean imitadores míos como yo lo soy de Cristo”!

Segundo domingo de Cuaresma, iluminado por la Transfiguración, por el destello divino en la humanidad de Cristo, que nos deja entrever la gloria que nos aguarda, pero a la vez, la necesidad de bajar del monte fortalecidos por la contemplación y la experiencia vivida de Dios cercano, que invita con claridad a que “Escuchemos” y, consecuentemente, sigamos a Jesús, “el Hijo, el escogido”.

Con Pedro, Juan y Santiago captamos la unidad total de la Escritura que desemboca en el que ha sido fiel comunicador de la tradición oral: Elías; escuchemos la conversación: “Hablaban de la muerte que le esperaba en Jerusalén”.

Por más que deseáramos hacernos un “dios a nuestra medida”, Él se encarga de corregir nuestras cómodas desviaciones; a la gloria se llega por la muerte y la resurrección y el corazón se prepara en la oración, en la soledad y el silencio, venciendo el sueño y las fantasías infantiles.

Cristo nos da la definitiva interpretación de la historia y de nuestra historia, nos interpela personal y comunitariamente y, como siempre, precede con el ejemplo, aunque sea repetitivo: sólo sus pasos hacen camino y es el que lleva a la Plenitud en comunión con el Padre, por la acción del Espíritu Santo.

Contemplando lo que nos espera, no desesperaremos de los que nos sucede en el lapso que aún nos separa y llevaremos a los demás, por la experiencia, una vida “transfigurada”.

miércoles, 10 de febrero de 2016

1° Cuaresma, 14 febrero 2016.-



Primera Lectura: del libro del Deuteronomio 26: 4-10
Salmo Responsorial, del salmo 90: Está conmigo, Señor, en la tribulación
Segunda Lectura: de la carta del apóstol Pablo a los romanos 10: 8-13
Evangelio: Lucas 4: 1-13.

Comenzamos el miércoles un tiempo “fuerte”, la Cuaresma, el largo y profundo acompañamiento de Jesús hasta la Resurrección, sin que podamos dejar de lado lo que la precede: la Pasión y la Muerte.

Tiempo de invocación, de meditación, de reorientación de lo que confesamos son los valores que dirigen nuestras vidas; tiempo de crecer, más y más, en el conocimiento de Jesucristo para ajustar nuestros pasos a su ejemplo; tiempo de gracia y de perdón; tiempo de sincera conversión, de penitencia, de arrepentimiento, de gratitud porque el Señor nos deja ver claro el camino ascensional, no exento de dificultades y tentaciones, pero que lleva a la victoria sobre el demonio, la soberbia y la temporalidad.

Las lecturas nos proponen una confesión de fe, un “credo” activo, vivido, histórico, comprometedor, que no se contenta con una aceptación de verdades expresadas verbalmente a nivel ideológico-dogmático, sino que arranca de la experiencia de un Dios que actúa, que está cerca, que libera, que promete y que cumple, y espera, paciente, en reciprocidad, una respuesta libre, total y convencida.

En el Deuteronomio Moisés dicta la pauta, de parte de Yahvé: “Cuando presentes tus ofrendas…, dirás: mi padre fue un arameo errante…, bajó a Egipto, ahí nos esclavizaron y oprimieron; pero el Señor nos sacó con mano fuerte y brazo extendido.” La experiencia de vida, la circunstancia adversa, la imposibilidad, hacen palpar la pequeñez del hombre, de todo hombre; recibir la libertad “de” esa servidumbre, impulsa a ejercitar la libertad “para” aceptar la Alianza y entonces sí, con todo el ser: “adorar al Señor”. Que prosiga, como constante latido, el reconocimiento que nos vuelve grandes: “Tú eres mi Dios, en Ti confío”. No es una abstracción, es la realidad entre las manos.

Ahí está, al alcance del corazón y de la boca: “Declarar que Jesús es El Señor”. Declarar es haber comprendido y aceptado que la salvación viene de Dios a través del único Mediador que es Cristo, que recibimos su mensaje y queremos llevarlo a la práctica; hacerlo, nos asegura “que seremos salvados por Él”.

El proceso es mirarlo y admirarlo en su proceder; hombre como nosotros, está sometido a la tentación. El ejemplo a seguir: días de ayuno, de oración, de contacto con el Padre, aprendamos que solamente de ahí vendrá la fuerza, la firmeza, la victoria; tentación que a todos nos acosa: lo material, lo económico, el consumismo;  ante ella, la reacción tajante: “No sólo de pan vive el hombre sino de toda palabra que viene de la boca de Dios”.

Tentación de poder, de riqueza, de influencia, de lograr el fin sin importar los medios: Vuelve la claridad nacida del amor al Padre: “Adorarás al Señor tu Dios y a Él solo servirás”. Los ídolos que nos engañan, caen por tierra. ¿Al fin comprenderemos?

Lo espectacular, lo que, sin duda, convencería a la sociedad ansiosa de signos especiales; Jesús, el Hijo en quien el Padre tiene todas sus complacencias porque vive según su Voluntad, lo destroza: “No tentarás al Señor tu Dios”.

Las culturas cambian, el tentador se adecua a las nuevas circunstancias, y según ellas, sigue poniendo tropiezos; es fuerte, nos cerca de mentiras, de vanas ilusiones, nos incita a lo fácil, lo agradable, lo placentero…, a veces nos sentimos desprotegidos, es el momento de afirmar nuestra fe: “Fiel es Dios que no permitirá que seamos tentados más allá de nuestras fuerzas”.

Mil veces lo hemos dicho, hagámoslo ahora más concientes: “No nos dejes caer en la tentación, mas líbranos de todo ma. Amén.”