viernes, 20 de febrero de 2015

1° Cuaresma, 20 de febrero 2015.



Primera Lectura: del libro del Génesis 9: 8-15
Salmo Responsorial, del salmo 24: Descúbrenos, Señor, tus caminos.
Segunda Lectura: de la primera carta del apóstol Pedro 3: 18-23
Aclamación: No sólo de pan vive el hombre, sino también de toda palabra que sale de la boca de Dios.
Evangelio: Marcos 1: 12-15.

“Invocar al Señor, Él nos escucha, nos libra, nos sostiene”. El domingo pasado nos invitaba a volver al desierto y Él nos precede, ahí nos hablará de un amor más fuerte, más profundo, del que busca y encuentra un espejo completo en que mirarse en oración, en ayuno y en silencio. ¿De qué otra forma encontrará en nosotros su propia forma?

Fuimos testigos de cuatro llamamientos, de la respuesta pronta y libre, de Pedro, Andrés, Juan y Santiago, que no quedó en palabras: “Y dejándolo todo, lo siguieron”. Cruzar la mirada con Jesús, dejar que su voz penetre las entrañas, no tiene otra salida. Por eso suplicamos al Padre: “crecer en el conocimiento de Cristo y llevar una vida más cristiana”.

El tiempo de Cuaresma proporciona, si nos metemos dentro, “que el conocer se trueque en entender cuando es querido”. Descubrir, con ojos nuevos, los signos de la Alianza, la comunión con todas las creaturas, retomar la Creación en nuestras manos, incluidos nosotros, y crecer y crecer, ya sin ninguna amenaza debida a nuestras culpas, bajo un cielo distinto con un arco brillante: Es el Señor que preside nuestros pasos y aleja todo miedo.

Me atrevo a imaginar una leve sonrisa en Jesús, antes de su respuesta, cuando en el salmo clamamos: “Enséñanos, Señor tus caminos”. ¿Qué no lo saben, no han oído que “Yo Soy el Camino, la Verdad y la Vida”? ¡Simplemente caminen, pisen sobre las huellas que he dejado!  ¡Suban al Arca y escapen de la muerte! La entrega de mi Ser por cada uno, asegura su llegada hasta Dios. “Dejen atrás toda inmundicia y acepten el compromiso de vivir con una buna conciencia ante mi Padre”. ¡Resurrección que glorifica!

Volvamos al espejo, al que refleja a todo ser humano que en verdad quiera serlo. La Misión se prepara en el silencio, en profundo contacto con el Padre, en la experiencia viva de ser Hombre, de tener hambre y ser tentado, de ver, en soledad, su ser rasgado, de superarlo todo, con fuerza duplicada en el Espíritu, sin apropiarse nada, para salir después, agradeciendo al Padre su constante presencia, a pregonar la libertad de vida “porque el Reino ha llegado”.

La invitación persiste, acompañando al tiempo y al espacio, y llega, apremiante, hasta nosotros: “Conviértanse y crean en el Evangelio”.

¡No media conversión, sino completa!, ¡ni una fe que se queda esbozada entre los labios!, sino una decisión que mira hacia el futuro, consciente de los riesgos, cada uno, “fijos los ojos en el rumbo que nos diera, ir camino al Amor, simple y desnudo”.

viernes, 13 de febrero de 2015

6º Ordinario, 15 Febrero 2015.



Primera Lectura: del libro del Levítico 13: 1-2, 44-46
Salmo Responsorial, del salmo 31: Perdona, Señor, nuestros pecados.
Segunda Lectura: de la primera carta del apóstol Pablo a los corintios  10: 31 a 11: 1
Aclamación: Un gran profeta ha surgido entre nosotros. Dios ha visitado a su pueblo.
Evangelio: Marcos 1: 40-45.

Peligros verdaderos nos rodean, aunque a veces no queramos verlos: temor y desconfianza en lugar de estrechos lazos que nos unan; egoísmo que clausura la entrada a otros que necesitan un momento de amor, de escucha, de ternura; deshechura interior que nos tortura a pesar de negarla; falta de sinceridad y rectitud que impiden que el Señor encuentre reposo en nuestro ser y nos conceda reposar en el suyo que es fiel compañero y guía seguro. ¡Por eso oramos, pedimos y esperamos, sentirlo siempre cerca, como roca y baluarte que nos defienda de nosotros mismos!

Volando por los siglos, nos sentamos a escuchar lo que los sacerdotes explicaban, siguiendo las voces de Moisés y de Aarón: “Si aparecen esas escamas o una mancha brillante, ¡es la lepra!, ese tal será declarado, impuro”. La sentencia lo rompe por completo, lejos de Dios, de su familia, de la comunidad. Condenado a vagar sin esperanza confesando a gritos su impureza; ¿qué horizonte le espera?: su vida está marcada de soledad y de tristeza; seguirá cargando “el fruto del pecado”, nadie podrá acercarse, no volverá a sentir lo que es una caricia, un beso o un abrazo, está maldito y segregado. Ya leíamos el domingo pasado la corrección que hace Yahvé en el libro de Job, la enfermedad no es consecuencia de culpa personal, ni venganza o castigo, sí es clara manifestación de la presencia del mal, reflejo del absurdo querer del hombre, creatura al fin, encumbrarse hasta Dios sin contar con Dios. Esta actitud es la peor de “las lepras” y sólo hay una cura: acercarse a Jesús, humildes y confiados y pedir lo que cualquiera sin la fe, consideraría imposible: “Si Tú quieres, puedes curarme”.

¿Qué aprendimos de Jesús el domingo pasado?, su quehacer cotidiano era curar, sanar, orar, marchar en busca de todos los dolidos, ¿qué otra respuesta cabe esperar de Aquel que ha venido a enseñar con su vida que el amor es más que la ley, que el amor tiene una fuerza enorme que rompe las cadenas y que ese amor fluye de toda su Persona como río impetuoso que limpia cuanto toca y se deja tocar por Él? Escuchemos con alegría su palabra, eterna, que llega hasta nosotros, que no teme acercarse a la impureza cualquiera que ella sea; escuchemos esa voz que nos devuelve a nuestro propio ser, el que salió de sus manos completo, sin mancha, sin arruga, sin torpezas, y, gocemos la vida que renace al decirnos: “¡Sí  quiero: Sana!”  Mirémonos de nuevo, ¡nuevos!

Jesús le pide que no lo cuente a nadie, no quiere que confundan la misión del Mesías y la reduzcan a un poder milagroso, Él viene a algo más, a limpiar toda la suciedad del mundo al precio de su sangre; pero sí le indica que vaya y ofrezca en el templo lo prescrito por la ley para que pueda reintegrarse a la comunidad y a la familia. Pero cuando el don recibido es tan grandioso, ni el corazón ni los labios pueden guardar silencio y “divulgó el hecho por toda la región”.

Igual hemos quedado limpios, porque Él ha querido. Pienso que ahora no nos pide que guardemos el don en lo secreto sino que seamos testigos clamorosos que busquemos, por todos los caminos, encaminar a todos hacia Cristo, que cuantos nos conozcan y a cuantos conozcamos, encuentren en nosotros el gozo compartido de saber orientar cualquier acción para gloria de Dios y en grito silencioso, fincado en cada obra, invitemos a todos a “ser imitadores nuestros como nosotros lo somos de Cristo”.

viernes, 6 de febrero de 2015

5º Ordinario, 8 febrero 2015



Primera Lectura: del libro de Job 7: 1-4, 6-7
Salmo Responsorial, del salmo 146: Alabemos al Señor, nuestro Dios. Aleluya.
Segunda Lectura: de la primera carta de San Pablo a los corintios 9: 16-19, 22-23
Aclamación: Cristo hizo suyas nuestras debilidades y cargó con nuestros dolores.
Evangelio: Marcos 1: 29-39.

La ubicación auténtica del hombre, la que lo hace crecer inmensamente: “¡caer de rodillas ante su Creador!”, saber penetrar la hondura de su ser de creatura y reconocerlo sin rodeos, ¡eso es liberación!, confesar la realidad que engendra una confianza inacabable: “Porque Él es nuestro Dios”.

Del libro de Job aprendemos, siguiendo la lectura sapiencial y didáctica, como la que encontrábamos en Jonás, ¿qué explicación dar al dolor y al sufrimiento y más cuando envuelven a un hombre justo, al que camina en rectitud y honestidad, al que confiesa todo como es en realidad, venido de Dios, y no acepta apropiarse nada, ni siquiera la salud y la vida? Es verdad que surgen la queja, la incomprensible interrogante, la inútil búsqueda de causas que expliquen la soledad amarga, pues en la confrontación de su interior no encuentra faltas, no hay ausencia de Dios, al contrario, en medio del dolor permanece el anhelo: “Recuerda, Señor, que mi vida es un soplo. Mis ojos no volverán a ver la dicha”. Dios nunca permanece ajeno al que lo invoca, parece que se tarda, pero “amanece el día”, el de Él, que ojalá sea el nuestro, por la aceptación y la confianza, y que nos acompañe hasta el fin de la vida y podamos comprender lo que desde la mirada humana sigue en la obscuridad y la pregunta, y gritar gozosos, porque al fin el Señor nos da la luz, como a Job: “Sé que mi Redentor vive y que con estos ojos, no los de otro, yo mismo lo veré”  (19: 17), ya está actuando, como siempre, “el amor incansable del Señor, que cuida y que protege a quienes en Él ponemos la esperanza”.

La viva percepción de esta esperanza, la que mira con seguridad la resurrección, hace presente, el cántico del salmo: “Alabamos al Señor, nuestro Dios”; ya hemos pensado en la razón última para ello: “porque es hermoso y justo el alabarlo”, mirándolo a Él, y porque “sana, venda y tiende la mano a los humildes”, mirándonos a nosotros; completamos el círculo de partida y de llegada, no perdemos camino, mantenemos los ojos en la brújula – que es misterio de amor -, desde Dios y hacia Dios, pasando por el mundo.

La alabanza se vuelve acción, pues no puede permanecer en el silencio quien se ha sentido llamado y penetrado por Cristo; llamado que hace imposible evadir el compromiso, “¡Ay de mí, si no anuncio el Evangelio!” Vocación desde la gratuidad que sabe que ha de responder en el mismo nivel de gratuidad y por ello se agranda la mirada con alcance universal, con abrazo que abarca a todo hombre, que acepta, alegremente, el ser débil porque “ahí reluce la fuerza de Dios” (2ª Cor. 12:10), ahí se cifra la recompensa, no como paga, sino como fruto del sarmiento adherido a la Vid: participar del Reino.

Marcos nos narra una jornada ordinaria de Jesús: servicio y más servicio, de la madrugada hasta la noche, no para de hacer patente la Buena Nueva: la liberación, el perdón, la compasión, la sanación, acción que abarca a “una, a muchos” y prosigue hasta recorrer  “a toda Galilea”.  Misión que se cumple cada día, sin descansos, sin flojeras, sin desvíos, ¿por qué?, lo hemos escuchado, porque ora, porque constantemente acude al Padre y en la soledad con Él, aprende y comprende el sentido y orientación de esa Voluntad que lo guía: “De madrugada, cuando todavía estaba muy obscuro, se levantó y se fue a un lugar solitario, donde se puso a orar”. Pienso que la pregunta es obvia: ¿buscamos esa voluntad en el silencio que se transforma en Palabra cuando viene desde el Padre?

domingo, 1 de febrero de 2015

4° Ordinario,1º febrero 2015.

Primera Lectura: del libro del Deuteronomio 18: 15-20
Salmo Responsorial, del salmo 94: Señor, que no seamos sordos a tu voz.
Segunda Lectura: de la primera carta a los corintios 7: 32-35
Aclamación: El pueblo que caminaba en tinieblas vio una gran luz. Sobre los que vivían en tierra de sombras una luz resplandeció. 
Evangelio: Marcos 1: 21-28.

Celebrábamos el domingo pasado la conmemoración de la conversión de San Pablo y finalizábamos la octava de oración por la unión de las Iglesias; hoy universalizamos nuestra petición en la Antífona de entrada: “Reúnenos de entre todas las naciones y que nuestra gloria sea el alabarte.”  ¿Cuál es la Gloria del Señor?: “Ámense como Yo los he amado”, y al percibir nuestra impotencia para vivir como Él lo espera, le pedimos nos conceda “amarlo con todo el corazón, pues solamente así podremos “con ese mismo amor, amar a nuestros prójimos.” Sin Él será imposible cumplir su mandamiento.

Para situarnos en la primera lectura: Dios se ha comunicado por medio de prodigios y señales al Pueblo de Israel, éste ha experimentado de cerca su presencia, especialmente en el Sinaí y todavía tiembla: “No queremos volver a oír la voz del Señor nuestro Dios, ni volver a ver otra vez ese gran fuego, pues no queremos morir.” La imagen inmediata que aún los estremece, les impide percibir al Dios Justo, Bueno y Compasivo,  y piden un intermediario, alguien que hable en el nombre del Señor, a un Profeta como Moisés. Dios, complaciente, lo acepta y en esta aceptación envuelve la promesa del Gran Intermediario: Jesucristo quien será no sólo portador de la palabra, sino La Palabra misma. Lo anunciado por Moisés, sigue vigente: “A quien no escuche las palabras que él pronuncie  en mi nombre, yo le pediré cuentas”.

¡Con qué necesidad pedimos en el Salmo!: “Señor, que no seamos sordos a tu voz.” Conscientes, aceptamos que el saber compromete; pero si no sabemos de Ti, ¿qué sabremos del mundo y de nosotros? En cambio, teniéndote en el centro de la vida, “Aclamaremos al Dios que nos salva; nos acercaremos con júbilo y sin miedo”. La visión ha cambiado, el gozo se acrecienta porque “Tú eres nuestro Dios y nosotros tu pueblo”. Esta verdad vibrante hará imposible que el corazón se endurezca.

El domingo pasado San Pablo advertía: “El tiempo apremia” y “este mundo que vemos es pasajero”; congruente a su palabra va su ejemplo: “Vivir constantemente y sin distracciones en la presencia del Señor, tal como conviene”. En Corinto sonó a sorpresa, y aun ahora sigue sonando, la invitación al celibato, a la virginidad, precisamente para “vivir sin preocupaciones, ocupados en las cosas del Señor”. Entendámoslo bien: la vocación es personal, el camino de realización se multiplica, ni la más mínima sombra de desprecio por el matrimonio; es otra vía de santificación y crecimiento, lo que importa es “vivirla en presencia del Señor”.

En el Evangelio, San Marcos, después de narrarnos la vocación de los primeros discípulos, presenta, escuetamente, como suele, pero con precisión, a Jesús Maestro. Entra en la sinagoga y “se pone a enseñarles”. Para eso ha venido y lo cumple. De inmediato resuena la primera lectura: “Haré surgir de en medio de ustedes un Profeta”. Los presentes lo oyen y se admiran. En ese mismo sitio ha habido muchas voces, pero ahora encuentran la Palabra, de ahí su exclamación: “Habla como quien tiene autoridad y no como los escribas”.

Los maestros de la Ley, hacían referencia a maestros anteriores, Jesús no necesita eso, su fundamento es el Autor de la Ley y de la Alianza; es la Escritura viva: porque “aprendió a escuchar” y eso transmite: “Lo que el Padre me enseñó, es lo que digo”. (Jn. 8:28)  “Les doy a conocer todo lo que le he oído al Padre”. (Jn. 15: 15) y vuelve a resonarnos la primera lectura: “A quien no escuche las palabras que él pronuncie en mi nombre, yo le pediré cuentas” ¡.Señor, haznos escuchas!

Una última referencia: dice San Agustín “los demonios también creen y tiemblan”, reconocen, ya tarde, al Señor: “Ya sé quién eres: el Santo de Dios”. Jesús lo calla y lo expulsa. El demonio, con violencia, se retira; un rumor estupefacto se levanta: “¿Qué es esto? ¿Qué nueva doctrina es esta? Este hombre tiene autoridad para mandar a los espíritus inmundos y le obedecen.”


Te pedimos, Señor, que expulses a los “demonios” que nos cercan y que nuestros corazones tengan siempre presente lo que hace tantos años nos recuerda el Concilio Vaticano II: “Acompañen la oración a la lectura de la Sagrada Escritura, porque a Él hablamos cuando oramos, y a Él oímos cuando leemos las palabras divinas”. (Dei Verbum # 25)