martes, 24 de noviembre de 2015

1º de Adviento, 29 noviembre, 2015



Primera Lectura: del libro del profeta Jeremías 33: 14-16
Salmo Responsorial, del salmo 24; A ti, Señor, levanto mi alma.
Segunda Lectura: de la primera carta de Pablo a los Tesalonicenses 3:12, 4: 2
Aclamación: Muéstranos, Señor, tu misericordia y danos tu salvación.
Evangelio: Lucas 21: 25-28, 34-36.

¡Adviento!, el Señor que ya vino, llega ahora  nuevamente, el Dios siempre presente que se pone a nuestro alcance en Jesucristo. Quiere que analicemos el sentido cristiano del tiempo y de la historia.
 
En cuantos caminaron por las sendas de la verdad y la justicia encontramos ejemplares preclaros de los que “levantaron sus almas hacia Dios, y no se vieron defraudados”.  Oraron y todo  les fue concedido, no sólo despertar, sino salir al encuentro de Cristo, por eso ahora reinan con Él eternamente.

Jeremías anima a la confianza; de parte del Señor, anuncia lo que se cumplirá: “nacer y renacer del retoño pujante”, que continúa abriendo caminos de justicia hasta que reine la paz.

El avanzar no es fácil, los enemigos son poderosos. En el entonces del profeta, Nabucodonosor asediaba a Jerusalén; en nuestro entonces la mirada de la fe parece tambalearse; pero Dios es fiel y “los que esperan en Él no se verán defraudados”. Cierto que a la victoria, la precede la lucha, pero qué diferencia de armas a armas y de victoria a victoria; allá, escudos, lanzas,  espadas y flechas tras una muralla fortificada, más que con piedras, con la fe en Yahvé.  Nosotros: escuchamos la exhortación de Pablo a los Tesalonicenses y nos revestimos de la mirada del cristiano, la que tienen  los que ven hacia el futuro: “conserven sus corazones irreprochables en la santidad ante Dios, nuestro Padre, hasta el día en que venga nuestro Señor Jesús, en compañía de todos sus santos”.  
           
Ésta es la actitud, la única, que mantendrá llenos de paz y de esperanza nuestros corazones, la que, ante los vaticinios estremecedores del final de los tiempos, nos hará fijarnos con mayor atención en las palabras de Jesús mismo: “levanten las cabezas porque se acerca su liberación”, lo profetizado por Jeremías llegará a su total cumplimiento: “El Señor es nuestra justicia”.

Alejados de cuanto nos aleje de Él, “velando en oración, podamos comparecer, seguros, ante el Hijo del hombre”.   “Estando el Señor a mi lado, jamás vacilaré”.

viernes, 20 de noviembre de 2015

Cristo Rey. 22 Octubre 2015.--



Primera Lectura: del libro del profeta Daniel 7: 13-14
Salmo Responsorial, del salmo 92: Señor, Tú eres nuestro rey.
Segunda Lectura: del libro del Apocalipsis del apóstol Juan 1: 5-8
Aclamación: ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Bendito el reino que llega, el reino de nuestro padre David! 
Evangelio: Juan 18: 33-37.

Festividad de Cristo Rey del Universo; ¡qué lejos está ese universo de reconocerlo como su Rey y su Señor!
 La Antífona de Entrada nos recuerda las atribuciones totalmente merecidas por El Cordero Inmolado, porque murió para abrirnos el Reino junto al Padre. Hay tantos que no lo aceptan, y por eso pedimos “que toda creatura, liberada de la esclavitud, sirva a tu majestad y te alabe eternamente.” 

En el libro de Daniel, han ido desfilando, previamente, las bestias derrotadas, ahora aparece “uno como hijo de hombre que viene entre las nubes del cielo”, uno como nosotros pero que viene desde Dios a traernos la Buena Nueva para que al escucharla, todas las naciones y pueblos le sirvan; la razón está clara: “su poder es eterno, su reino jamás será destruido”. Un poder que es servicio, un reino que todos anhelamos, que lo tenemos a la mano y que nos pasa inadvertido, porque así lo queremos…, porque pide sinceridad y justicia, sencillez y humildad, pide una mirada trascendente que traspase las nubes de nuestro “no saber” y acepte lo que va más allá del pensar intramundano, puramente sensible y egoísta que no sabe del servir y entregarse gratuitamente.

Ir mucho más allá de nuestro yo, dejar que se conmuevan las entrañas, pedir que las decisiones se enderecen; que no temamos mirar y admirar “al Traspasado” y en Él y desde Él continuar hasta poder descubrir lo que hay detrás: “Alfa y Omega, principio y fin, el que Es, que Era y ha de venir”, el centro y resumen de toda la existencia, el que nos colma de paz y de esperanza, el Señor Todopoderoso. ¿Quién podrá comprender toda su profundidad? Jesús mismo nos entrega la respuesta: comprenderán los limpios de corazón, los que trabajan por la paz y la justicia, los que se abren a los demás, los que escuchan y perdonan, los que viven la alegría del Evangelio y dan testimonio con sus vidas de aquello en lo que creen. ¡Fácil es decirlo y recitarlo, imposible, sin Él, el realizarlo!

Jesús nos desconcierta, después de la multi0licación de los panes huye ante el deseo popular de nombrarlo Rey y ahora, ante Pilato, acepta que es Rey: “Tú lo has dicho. Soy Rey. Yo nací y vine al mundo para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la Verdad, escucha mi voz”. La paradoja crece y nos asombra; ¡en qué circunstancias acepta la realeza!: maniatado, despreciado, a punto de ser condenado, sin amigos, sin nadie que lo defienda… Su testimonio es claro: Testigo de la Verdad, porque sabe lo que dice y dice lo que sabe aun cuando eso lo lleve a la muerte. Nos ofrece un resumen de su vida: “Mi alimento es hacer la Voluntad de Aquel que me envió”, y, “He venido para que el mundo tenga vida”; ojalá su congruencia total nos arrebate y nos anime a decirle, temblorosamente: queremos escuchar tu Verdad, escucharte a Ti que eres el Camino, la Verdad y la Vida, y contigo, “primogénito de entre los muertos y soberano de los reyes de la tierra”, llegar a ese “Reino que no acaba, reino de la verdad y de la vida, reino de la santidad y de la gracia, reino de la justicia, del amor y de la paz”, ¡reino que inicia aquí entre los hermanos!         


viernes, 13 de noviembre de 2015

33º Ordinario, 15 noviembre 2015.--


Primera Lectura: Daniel 12: 1-3
Salmo Responsorial, del salmo 14: Enséñanos, Señor, el camino de la vida.
Segunda Lectura: de la carta a los Hebreos 10: 11-14, 18
Aclamación: Velen y oren, para que puedan presentarse sin temor ante el Hijo del hombre.
Evangelio: Marcos 13: 24-32.

El Señor nos responde a la súplica que elevamos el domingo anterior, sus palabras transpiran bondad: “Yo tengo designios de paz, no de aflicción”, pero la condición persiste: Si me invocan “los escucharé y los libraré de toda esclavitud”. De parte de Él: seguridad asertiva que aguarda de nosotros que purifiquemos la condición “si”, para pasar del murmullo apenas perceptible, a la acción que acepta el compromiso: “con tu ayuda cumpliremos tus mandatos y podremos encontrar lo que, una y otra vez anhelamos: la felicidad verdadera”

Con sencillez confieso que me admiro de mí mismo, no con la admiración que deslumbra y alienta por haber encontrado esa luz perseguida, sino porque, habiendo meditado y pedido, creyendo estar perfectamente convencido, no crece en mí la respuesta esperada, la que no pone límites, la que acepta el abrazo, la que confía en el Padre.

Daniel, profeta apocalíptico, me avisa: ¡El tiempo que no cabalga en la esperanza, trota vacío! Ya no tienes pasado, ni siquiera presente, estás lanzado, de manera constante, hacia el futuro; considera el segundo que vives, lo ves y ya no es, lo mismo pasa con todos los que siguen: ¡sin ser, dejan de ser apenas siendo! ¿Persigo un despertar amanecido, aun cercado de angustia? ¿Quisiera permanecer en polvo o convertirme en resplandor eterno?

El dilema del ser, que es el mío, que no puedo traspasar a nadie, que me compete, que seguirá la ruta que le indique, que pende de la ilusión alimentada con el querer de Dios sobre mi vida, para considerar todas las opciones, y elegir la única que llega a completar el círculo: ¡Salí de Dios y a Él regreso! El estribillo del salmo, me recuerda: “Enséñanos, Señor, el camino de la vida”. Enseñanza que no se aprenda el tono solamente, sino que lo vuelva paso duradero.

Vuelvo los ojos a Jesús, el Centro de todo cuanto existe; me lleno de su decisión inquebrantable; confío en su entrega que nos abraza a todos y asegura la victoria final, más allá del pecado y de la muerte. Le pido que resuene en mí, de manera creciente, lo que San Pablo expresa: “El justo vivirá de la fe” (Rom. 1: 17).

Todo lo que comienza, tiene un fin, y yo, creatura entre creaturas, debo de estar atento al brote de la higuera y distinguir los tiempos de la espera; al fruto que se anuncia, preceden circunstancias que estremecen y aterran, pero hay una Voz que todo lo supera, la que convoca a los hombres al momento del triunfo de la Palabra que permanece siempre.

 ¿Cuándo será el momento decisivo? Lo incierto de lo cierto es lo más cierto, por eso regreso a la expresión paulina: “El justo vivirá de la fe” y pido estar tan afincado en ella, que a cualquier hora que escuche la llamada, pueda extender las alas del encuentro.