miércoles, 29 de febrero de 2012

2° Cuaresma, 4 Marzo, 2012

Primera Lectura: del libro del Génesis 22: 1.2, 9-13, 15-18
Salmo Responsorial, del salmo 115: Siempre confiaré en el Señor.
Segunda Lectura: de la carta del apóstol Pablo a los romanos 8: 31-34
Aclamación: En el esplendor de la nube se oyó la voz del Padre, que decía: “Este es mi Hijo amado: escúchenlo”.
Evangelio: Mateo 9: 2-10. 

“Recuerda, Señor, que tu ternura y tu misericordia son eternas…” ¿Podría, Quien es todo bondad y cariño, dejarnos en el olvido? Somos nosotros quienes hemos de tenerlo presente. “Con Él a mi lado, jamás vacilaré”, es Él, no yo, “quien derrotará al enemigo”. Proclives a la dispersión, no escuchamos al que está, no solamente junto, sino dentro de nuestro ser; sabedores de ello, le pedimos: “escucharlo en su Hijo y abrir los ojos para contemplar su gloria”.

Domingo de las paradojas del Amor. Cuando todo navega en mar tranquilo, el conocimiento, la afectividad, la ternura, parecen florecer naturalmente; pero que no se haga presente el sufrimiento, porque perdemos la pisada, nubes negras ocultan la frescura de la anterior mirada, el corazón se vuelve pensativo y amargo, la sonrisa se borra y pinta entre las cejas la interrogante indescifrable. ¿Qué sucede conmigo, con el otro o la otra?, todavía más, ¿dónde quedó el Otro que dice que me ama, me cuida y me protege?

Es ahora el tiempo propicio, el de volver, otra vez, al silencio que habla y que ilumina, de regresar a la actitud de escucha, de atención permanente, de confiar más allá, más lejos todavía.

Abraham no imaginaba el dolor que venía; mecía entre sus brazos “la promesa hecha carne”, fruto de sus entrañas, constatación palpable de lo que fue esperanza. De pronto, la Voz que lo estremece: “Abraham, Abraham”. Su respuesta es segura, resuena pronta y clara “sabe en Quién se ha confiado”: “Aquí estoy”, disponibilidad sin trabas, como la de Samuel: “Habla, Señor, que tu siervo te escucha”. La paradoja crece, perturba el corazón y la conciencia, pero no se detiene, da el paso dolorido, de manera inmediata, incomprensible y nos muestra la realidad del que vive “colgado del Señor”. “Toma a tu hijo Isaac, al que tanto amas, vete a la región de Moira y ofrécemelo en sacrificio.” La angustia hace achicar los huesos, al ser entero. La Fe supera todo cuestionamiento: “no te entiendo Señor, es la promesa, la que Tú me entregaste, ¿y quieres que la mate?” Al Señor no se le piden cuentas, se  escucha y ama hasta lo incomprensible. No se trata de un juego, el dolor purifica, aquilata, hace ver lo invisible: “El Señor no abandona a sus fieles”. Sabemos la secuencia, Abraham no la sabía y por ello, por su actitud confiada, nos dice la Carta a los Hebreos: “Se le apuntó en justicia. Pensaba que poderoso es Dios para levantar a los muertos.” (11: 19), y no fue defraudado. ¿Cuántos Issacs he de sacrificar sabiendo que no detendrás mi brazo? ¡Auméntame la fe!

Meditando un momento con San Pablo: “¿Qué podrá separarnos del Amor del Mesías?” “Si Dios está a nuestro favor, ¿quién estará en contra nuestra?”. ¿Y todavía dudamos? 

Jesús se Transfigura, nos enseña su Gloria, porque fue el Gran Escucha; es Quien resume todo, porque su vida, paso a paso, fue de agrado del Padre; otra vez el Espejo donde hemos de encontrar, rediviva en nosotros, su figura.

La Pasión y la Muerte, - vuelve la paradoja -, son camino de Resurrección y de Vida.

No podemos permanecer en el ocio de la contemplación sin compromisos, asombrada, deleitable y gustosa. Bajemos la montaña y preparemos el diario sacrificio, aunque no lo entendamos, para resucitar. Quizá sigamos preguntando: “¿Qué querrá decir eso de resucitar de entre los muertos?”. Con Abraham respondamos, como nos pide el Padre: ¡“Escuchando”!. Ya Él se encargará de lo que sigue.

miércoles, 22 de febrero de 2012

1° Cuaresma, 26 febrero, 2012.

Primera Lectura: del libro del Génesis: 9: 8-15
Salmo Reponsorial, del salmo 24:
Descúbrenos, Señor, tus caminos.
Segunda Lectura: de la pirmera carta del apóstol Pedro 3: 18-23
Aclamación: No sólo de pan vive el hombre, sino también de toda palabra que sale de la boca de Dios.
Evangelio: Marcos 1: 12-15. 

“Invocar al Señor, Él nos escucha, nos libra, nos sostiene”. El domingo pasado, en la lectura de Isaías, nos invitaba a volver al desierto y Él nos precede, ahí nos hablará de un amor más fuerte, más profundo, del que busca y encuentra un espejo completo en que mirarse en oración, en ayuno y en silencio. ¿De qué otra forma encontrará en nosotros su propia forma?  

Fuimos testigos de la curación interna y externa del paralítico, aprendimos lo que es la auténtica caridad: llevar hasta Cristo al que no tiene fuerzas para ir, y convencernos de que en ocasiones seremos la parte activa y en otras la pasiva, “dejarnos llevar”, saber escuchar, aprender a aprender de los demás y de nuestra parte, darnos a conocer como seguidores de Cristo, como personas que en verdad tienen la fe puesta en Él. 

El tiempo de Cuaresma proporciona, si nos metemos dentro, “que el conocer se trueque en entender cuando es querido”. Descubrir, con ojos nuevos, los signos de la Alianza, la comunión con todas las creaturas, retomar la Creación en nuestras manos, incluidos nosotros, y crecer y crecer, ya sin ninguna amenaza debida a nuestras culpas, bajo un cielo distinto con un arco brillante: Es el Señor que preside nuestros pasos y aleja todo miedo. 

Me atrevo a imaginar una leve sonrisa en Jesús, antes de su respuesta, cuando en el salmo clamamos: “Enséñanos, Señor tus caminos”. ¿Qué no lo saben, no han oído que “Yo Soy el Camino, la Verdad y la Vida”? ¡Simplemente caminen, pisen sobre las huellas que he dejado!  ¡Suban al Arca y escapen de la muerte! La entrega de mi Ser por cada uno, asegura su llegada hasta Dios. “Dejen atrás toda inmundicia y acepten el compromiso de vivir con una buna conciencia ante mi Padre”. ¡Resurrección que glorifica!  

Volvamos al espejo, al que refleja a todo ser humano que en verdad quiera serlo. La Misión se prepara en el silencio, en profundo contacto con el Padre, en la experiencia viva de ser Hombre, de tener hambre y ser tentado, de ver, en soledad, su ser rasgado, de superarlo todo, con fuerza duplicada en el Espíritu, sin apropiarse nada, para salir después, agradeciendo al Padre su constante presencia, a pregonar la libertad de vida “porque el Reino ha llegado”. 

La invitación persiste, acompañando al tiempo y al espacio, y llega, apremiante, hasta nosotros: “Conviértanse y crean en el Evangelio”. 

¡No media conversión, sino completa!, ¡ni una fe que se queda esbozada entre los labios!, sino una decisión que mira hacia el futuro, consciente de los riesgos, cada uno, “fijos los ojos en el rumbo que nos diera, ir camino al Amor, simple y desnudo”.

miércoles, 15 de febrero de 2012

7° Ordinario, 19 febrero, 2012.

Primera Lectura: del libro del profeta Isaías 43: 18-18, 21-22, 24-25
Salmo Resposorial, del salmo 40:Sáname, Señor,pues he pecado contra ti.
Segunda Lectura: de la segunda carta del apóstol Pablo a los corintios 1: 18-22
Aclamación:El Señor me ha enviado para anunciar a los pobres la buena nueva y proclamar la liberación a los cautivos.
Evangelio: Marcos 2: 1-12. 

Liturgia de perdón, liturgia de reestructuración del hombre integral, salud que nos abraza, por eso “confiamos en el Señor, por el bien que nos ha hecho”. Reconocer es un primer paso, agradecer y actuar se siguen consecuentes: “docilidad a las inspiraciones – que son constantes -, para hacer siempre la voluntad del Señor.” 

Cierto absurdo rencor contra nosotros, inconfesado pero presente, tristeza y desánimo por haber hecho añicos nuestros planes, resultan actitudes morbosas que destruyen; oigamos lo que pide el Señor: “No recuerden lo pasado ni piensen en lo antiguo, Yo voy a realizar algo nuevo”. ¡Atención, silencio que atesora! “¿No está brotando? ¿No lo notan?” Ecología que sintoniza con la naturaleza: ¡Qué maravilla captar a la tierra que revive, sentir la savia que sube y reverdece, refrescar los oídos con murmullos del agua y la vista con desiertos que cubre la maleza! “¿No lo notan?” Todo recuerda a Dios, a Él  conduce. No hemos atendido, y, resarcir nuestro ser, es imposible; pero no para Él: “Por amor a Mí mismo he borrado tus crímenes y no quiero acordarme de tus faltas.”

El Bien desciende desde arriba, como lluvia temprana, que limpia y que da vida. La única propuesta que llega a nuestros labios: la petición confiada: “Sánanos, Señor, hemos pecado”.  

Vivir entrelazando el ¡sí! y el ¡no!, es atar al Espíritu, tachar la pertenencia e impedir el “Amén”; cerrar el horizonte de esperanza, romper la garantía y continuar vagando, desnudos, por la vida. ¡Cuánto desgasto inútil!  

La ambigüedad no es propia de los seres que aman. Un ¡Sí!, audaz y sostenido, como Cristo lo fue y lo sigue siendo, hará de nuestras vidas faro resplandeciente que invite a mucha gente a dejar las tinieblas, a vestirse de luz y a cantar con nosotros “todo el bien recibido”. 

Pobres, convalecientes y cautivos – no entre barrotes sino en egolatría -, esperan la Palabra que libera; aprender a esbozarla, y luego, pronunciarla por entero. Es Cristo, quien, siempre al lado de los hombres, se acerca con ternura, penetra los secretos y ensalza la fe que fortifica: “Viendo la fe de aquellos hombres”, - la caridad que carga con los otros, comunidad que hermana -, devuelve el brillo al alma y luego sana el cuerpo; reintegra al hombre a su esplendor primero.  

El milagro está hecho. La esperanza se alarga y consolida: “El Hijo del hombre tiene poder en la tierra para perdonar los pecados”. Una vez más el asombro se apodera de todos los presentes: “¡Nunca habíamos visto cosa igual!”  

¡Señor, yo soy un paralítico, aunque oculte el camastro! ¡Necesito a los otros! ¡Te necesito a Ti! Si no quiero moverme, incita a que me lleven y haz que lo acepte. Llegar a tu presencia, siempre presente, devolverá la paz a mis entrañas, todavía más, las que están más adentro y me darás las fuerzas para decirte: “Amén”.

martes, 7 de febrero de 2012

6°Ord. 12 feb. 2012.

Primera Lectura: del libro del Levítico 13: 1-2, 44-46
Salmo Responsorial, del salmo 31: Perdona, Señor, nuestros pecados.
Segunda Lectura: de la primera carta del apóstol Pablo a los corintios 10: 31 a 11: 1
Aclamación: Un gran profeta ha surgido entre nosotros. Dios ha visitado a su pueblo.
Evangelio: Marcos 1: 40-45.
Refugio, fuerza, fortaleza y guía, ¿es Ese el Dios que me acompaña?, ¿es Él a quien invoco y le abro el corazón para que more y lo llene de rectitud sincera? Entonces sí aprendí la lección del silencio y de la escucha que me enseñó Jesús, hace ocho días; con Él, no temeré la lepra del pecado. Si ésta retornara, con humilde confianza, le rogaré de nuevo: Señor, ¿quieres sanarme? Aunque me encuentre rasgado y nauseabundo, escucharé la voz que tranquiliza: “Sí quiero, queda sano”.
Me siento a saborear el gozo que me embarga a mi regreso de este encuentro, limpio mi ser completo, y a Él mismo le pido la constancia para mostrarme, a toda hora, digno del Padre.
Entendamos la mente del Levítico, sentencia que segrega del trato afable con Dios y con los hombres. El leproso lleva a cuestas el fruto del mal y del pecado, no es digno ni de ser mirado; toda caricia huye de su lado; vagará por el mundo, la cabeza rapada, cubierto de jirones y gritando a los vientos que está contaminado. Las cuevas apartadas albergarán su llanto en soledad amarga y sin consuelo. ¿Sentimos lo que ese desdichado? La realidad molesta, nos molesta; quizá nos preguntemos: ¿es tan dura la Ley?, ¿no hay misericordia? No nos desesperemos, sigamos entendiendo la Escritura: el pueblo va creciendo en la fe y la comprensión, todavía es niño y necesita de muchas andaderas. El mal, el sufrimiento, la tristeza, no son directamente consecuencias de la repulsa personal a Dios; venimos arrastrando el resultado de un hecho histórico social que todo lo rompió; pero no quedó así, llegó Jesús, el hombre sin pecado, quien, con su ser maltrecho y traspasado, crucificó la deuda en el madero y nos volvió, limpios, al camino que conduce al Padre. No tuvo miedo de tocar las llagas, todavía más: arrancó todo aquello que nos mancha y se envolvió con ello, borró toda deuda con su sangre, para dejarnos libres y sin trabas.
Al mirar todo esto, y mirarnos por dentro, la súplica sube hasta los cielos:”Perdona, Señor, nuestros pecados”. Lo hizo y continua dispuesto: “Sí quiero, queda sano”. ¿Corremos a contar sus maravillas? ¿Nos ofrecemos a nosotros mismos como sacrificio para ser purificados? ¡Qué gozo para Él si a todos les dijéramos: “¡Sean imitadores míos como yo lo soy de Cristo!”