martes, 31 de agosto de 2010

23º Ord. 5 septiembre 2010.

Primera Lectura: del libro de la Sabiduría. 9: 13-19
Salmo Responsorial, del salmo89: Tú eres, Señor, nuestro refugio.
Segunda Lectura: de la carta del apósol San Pablo a Filemón 9-10, 12-17
Aclamación:  Señor, mira benignamente a tus siervos y enséñanoscumplir tus mandamientos.
Evangelio: Lucas 14: 25-33.

El Señor, es Justo; de la justicia, no solamente aquella que “da a cada quien lo que le pertenece”, sino que va más allá, de donde proviene la Rectitud misma. Está a nuestro alcance, porque Él ya nos ha mostrado el camino, no podemos contentarnos con conocer y aprobar sus mandatos; una y otra vez nos insiste que escuchar la Palabra y no vivirla, es inútil, nos expondríamos a que nos diga lo que a las vírgenes necias: “No las conozco”, por ello pedimos fuerzas para cumplir su voluntad

La verdadera sabiduría, saboreada, goza con la verdad, el que la busca y acepta se deja poseer por ella y siente ansias por comunicarla. La ciencia, los avances tecnológicos, los descubrimientos ya son fruto de la sabiduría que Dios nos participa, pero todo ello es insuficiente, como nos dice la primera lectura, para “descubrir lo que hay en los cielos”, ésta solamente llega con la luz del Espíritu, porque “el barro hace pesada el alma y entorpece el entendimiento”, pero la que nos abre el camino de trascendencia, “endereza al hombre, para que encuentre lo que agrada al Señor”.

Al detenernos, prudente y sabiamente, a descubrir lo que somos, el salmo nos da los elementos suficientes para adentrarnos en nuestro ser, en la realidad, para que volvamos a insistir en la búsqueda y la recepción, en la aceptación y el compromiso de “saber”: “soy polvo, sueño, leve noche, yerba que se marchita…, pero al abrirnos a la luz del Espíritu, seremos sensatos”. Pletóricos de amor y del Amor, cada mañana, el júbilo, el gozo y la alegría nos acompañarán todos los días. Desde esta perspectiva no cabe el derrotismo, ni el desánimo y mucho menos la angustia: “soy creatura, pero igualmente soy hija, hijo del Padre, hermana y hermano de Jesucristo, morada del Espíritu”, desde esta experiencia comprendemos la petición que Pablo hace a Filemón, y en él a todo ser humano: ve más allá de los límites que traza la sociedad, abre tu corazón y tu casa; la fraternidad, vivida en autenticidad, es el pilar de la auténtica solidaridad

Jesucristo nos quiere seguidores conscientes, Sabiduría y libertad; conocimiento, reflexión y discernimiento para el compromiso; porque el impulso puramente afectivo no tiene la fuerza para aceptar y realizar las condiciones del verdadero discípulo; sus precisiones son radicales, inalcanzables a partir del puro razonamientos, se harán realidad, otra vez, por la iluminación de la sabiduría divina, porque hemos encontrado a Alguien que vive lo que proclama. La ofrenda de Sí mismo, la cruz que continuará siendo “escándalo para los judíos y locura para los paganos” (1ª Cor. 1: 23). La lucidez que lo entrega todo porque su saber llega al motor profundo: al Amor del Padre. Aceptemos la invitación para sentarnos a discernir: ¿mi presupuesto alcanza para terminar la torre?, ¿he sopesado las fuerzas para que el enfrentamiento con “los poderes de las tinieblas” no me venzan?

Como Iglesia, como seres humanos, como cristianos, Señor, que no dejemos a medio construir tu Reino, comenzado en nosotros, contigo a nuestro lado, con la conciencia plena de que eres la Piedra Angular, queremos renovar la decisión de seguirte, de ser discípulos que han sabido elegir “lo que más conduce al fin para que fuimos creados”.

miércoles, 25 de agosto de 2010

22° Ordinario, 29 Agosto, 2010.

Primera Lectura: del libro Sirácide 3: 19-21, 30-31,
Salmo Responsorial, del Salmo 67:Dios da libertad y riqueza a los cautivos
Segunda Lectura: de la carta a los Hebreos 12: 18-19, 22-24
Aclamación: Tomen mi yugo sobre ustedes, dice el Señor, y aprendan de que soy manso y humilde de corazón.

Evangelio: Lucas 14: 1, 7-14.

La antífona de entrada continúa teñida de deseos y parece un eco de la del domingo pasado; ¿será, otra vez, que el convencimiento de que el Señor es Bueno y Clemente, aún no enraiza en nuestros corazones y necesitamos repetirnos más a nosotros que a Dios, que lo necesitamos?

En la oración intentamos abrir, lo más ampliamente posible, nuestro ser para constatar, sin angustias, la realidad de nuestra limitación de creaturas, que no necesita ser expuesta al Señor, que nos conoce mejor de lo que podamos conocernos a nosotros mismos y, con humildad suplicamos aquello que, sin dudar ni poder dudar, nos hará erigirnos como personas y como hijos: su Gracia, su Amor, su Cercanía, y “que podamos perseverar en ella”. Subraya el camino de la felicidad verdadera que anhelamos, no solo hace ocho días, sino cada momento.

Las palabras sabias del Eclesiástico no encajan en la mentalidad de la sociedad en que vivimos: “dádiva, sencillez, - otra vez – humildad”, que contrastan con lo que se ha convertido en el motor del mundo: “posesión sin límites, poder, fama y reconocimiento, sin importar los medios, para conseguirlos”. Parece que hemos olvidado que no somos dueños, sino administradores, de todos los bienes con que el Señor nos ha dotado, olvidamos también que “lo que se pide de un administrador es que sea fiel”, como nos recuerda 1ª. Corintios 4: 2. Mirarnos en nuestro propio espejo y aprender de aquellos que nos rodean y viven con autenticidad esta realidad. Sabemos que no basta con mirar, como no bastó con “oír las palabras de Jesús”, sino que procedamos a hacerlo vida en nosotros, de manera especial en relación a nuestro trato con los demás; ahí se harán lúcidas la dádiva, la sencillez y la humildad. Comprendemos que no es fácil el camino, experimentamos el rechazo espontáneo, desde nuestra naturaleza egoísta, a esas actitudes; imaginamos que la distancia para lograr superarlo es inmensa, por eso la Carta a los Hebreos nos recuerda; “Se han acercado a Dios, se han acercado a Jesús, el mediador de la nueva alianza”, no en el fuego ardiente, no en los truenos ni en la obscuridad, sino en el gozo “de la asamblea de los primogénitos, cuyos nombres están escritos en el cielo”. La senda está trazada por y con la vida de Jesús, con su ejemplo, con su invitación: “Tomen mi yugo, aprendan de Mí que soy manso y humilde de corazón”.

En el Evangelio, Jesús vuelve a movernos el piso; no está en contra de las bellas y constructivas relaciones de familiaridad, de fraternidad, de amistad; sí lo está en contra del exclusivismo, del convencionalismo, de las mentes calculadoras que aguardan reciprocidad y empañan la auténtica dádiva, la apertura de todo lo nuestro hacia los demás y de modo especial, a los más desamparados.

Topamos, de nuevo, con criterios encontrados, los de Jesús y los del “mundo”; los de Jesús y los nuestros: ¿entregar gratuitamente?..., se nubla el entendimiento y se encoge la decisión.

La posibilidad de realización no es fácil, viene inspirada desde arriba, desde la acción alentadora del Espíritu Nuevo, para intentar vivir en plenitud como Dios, como Jesús que “pasó haciendo el bien” (Hech. 10:38), dando y dándose, semilla de la Glorificación con que lo coronó el Padre.

martes, 17 de agosto de 2010

21° Ord. 22 de Agosto 2010.

Primera Lectura: del libro del profeta Isaías 66: 18-21
Salmo Responsorial, del salmo 116: Vayan por todo el mundo y prediquen el Evangelio.
Segunda Lectura: de la carta a los Hebreos 12: 5-7, 11-13
Aclamación: Yo soy el camino, la verdad y la vida; nadie va al Padre, si no es por , dice el Señor.
Evangelio: Lucas 13: 22-30.

Parecería que no hemos comprendido que el Señor siempre está atento a nuestras súplicas, e insistimos en que “nos escuche y nos responda”. Juzgo que lo que nos hace falta es tener abiertos los sentidos, porque el Señor Dios nos habla de mil maneras…; pero seguimos quejándonos, quizá preferiría decir que seguimos insistiendo porque deseamos palpar, casi físicamente, su ayuda y su presencia. 

La respuesta que Él nos da, la hacemos oración y ojalá la hiciéramos efectiva, con su ayuda: “concédenos amar lo que nos mandas y anhelar lo que nos prometes”; dos actitudes que van de la mano y que nos conducirán a superar los guiños que nos hacen las creaturas, a no fiarnos de inmediato en ellas, sino después de un maduro discernimiento, encontremos la paz, la felicidad que permanece; esa que nos impulsa a sortear los obstáculos de esta vida. 

La lectura del profeta Isaías y la lectura del fragmento de San Lucas, abren el sentido universal del mensaje de Dios, y, lógicamente el de Cristo. En ambos encontramos que nadie tiene la prerrogativa de posesión de Dios, Ël es el Señor del universo, desea que todos los hombres encuentren esa felicidad que buscan, muchas veces, a tientas. La verdadera felicidad está en la salvación y ésta necesita el apoyo de todos, “Dios quiso tener necesidad de los hombres”, de toda raza, pueblo y nación, y la elección que ofrece, sin distinción abarca  a todo ser humano: “de los países lejanos y de las islas remotas, ellos darán a conocer mi nombre…, de entre ellos escogeré sacerdotes y levitas”, seres consagrados al servicio del Reino. Esta decisión eterna, la encontramos, ampliada, sin límites, en el Salmo. De una tarea que confía Jesús mismo: “Vayan por todo el mundo y prediquen el Evangelio”, a una petición que nace de la comunidad humana universal: “Que te alaben, Señor, todos los pueblos”; la razón, la única que nos sostiene: “porque su amor hacia nosotros es grande y su fidelidad dura por siempre”. No es Israel, no es, ni siquiera el ámbito de la Iglesia, es el mundo completo lo que el Señor desea abrazar y salvar.  

Ante la pregunta que le hace alguien a Jesús: “¿Son pocos los que se salvan?”, Él , según su costumbre, no responde directamente, invita a penetrar el sentido profundo, invita a superar lo cuantitativo y a adentrarse en lo cualitativo; su proposición hace trastabillar a los “judíos devotos” que creían tener la salvación asegurada con la práctica de ritos y cultos, sin importarle la suerte de los pobres, de los pecadores, de las prostitutas y los publicanos; no se trata de “comprar un seguro”, así su respuesta desconcertó y seguirá desconcertando, ¡qué bueno!: “Esfuércense en  entrar por la puerta angosta, pues muchos tratarán de entrar y no podrán”. No basta con haber oído, con haber leído la Escritura, con haber “conocido” al Mesías; la decisión es rotunda: “No sé quiénes son ustedes”. Conocer y seguir a Jesús nos abrirá la entrada: “Yo soy la puerta; si uno entra por Mí, será salvo”.
  
A continuación reafirma la invitación universal al banquete del Reino: “Vendrán del oriente y del poniente, del norte y del sur y participarán en el banquete del Reino”. Señor, no sabemos si somos de los primeros o de los últimos, queremos estar contigo a toda hora, en cada momento de nuestras vidas. Mantennos unidos a Ti y sabremos que Tú estas con nosotros.

martes, 10 de agosto de 2010

20°, La Asunción de María, 15 agosto 2010.

Primera Lectura: del libro del Apocalípsis 11: 19, 12: 1-6, 10
Samo Responsorial, del salmo 44: De pie, a tu derecha, está la reina.
Segunda Lectura: de la primera carta del apóstol San pablo a los Corintios 15: 20-27
Aclamación: María fue llevada al cielotodos los ángeles se alegran.
Evangelio: Lucas 1: 39-56.

María, creyente, fiel, Hija y Madre, signo y realidad, constancia de la presencia de Dios en nuestra historia, abogada, mediadora; ejemplo de sencillez, de abandono, de confianza total ante el misterio, de heraldo del Espíritu, de actitud agradecida. Podríamos decir, sin exagerar, mil atributos más de Ella al celebrar la cosecha triunfal de lo que fue sembrando en su vida: Asumpta a los cielos en cuerpo y alma. Crió, guió, acompaño a Jesús desde el momento en que, sin deslumbrarse por el anuncio y la proposición del ángel, pronunció un ¡Sí!, definitivo, hasta ver a su Hijo morir en la Cruz. La segunda, después del Padre, que fue testigo de la Resurrección, que se revistió del gozo y del triunfo, del consuelo y la certeza de que la entrega, sin límites, produce frutos abundantes, eternos.

Inmaculada, Virgen y Madre, verdadera Arca de la Alianza, lazo de unión en amor y en oración desde la primitiva Iglesia, identificada con su Hijo, cuya Palabra meditaba, silenciosamente en su corazón, no podía sino experimentar, la primera, el triunfo sobre la muerte siguiendo los pasos de Jesús.

Si recorremos la Sagrada Escritura, no encontraremos ninguna referencia a esta glorificación de María, pero sí en la Sagrada Tradición, en la devoción y convicción del pueblo creyente que afirmó siempre: la Dormición de María; fundado en la fuerza de la fe del pueblo, Su Santidad Pío XII, en la Constitución “Munificentissmus Deus”, hace pública y universal esta constatación, en la Fiesta de Todos los Santos del 1° de Noviembre de 1950: “Proclamamos, declaramos y definimos ser dogma revelado que la Inmaculada Madre de Dios, siempre Virgen María, consumado el curso de su vida terrena, fue lleva en cuerpo y alma a la gloria celeste”.

¿Quién no quiere lo mejor para su Madre y más si puede dárselo? Ya lo había anunciado Jesús: “Nadie va al Padre si no es por Mí”. (Jn. 14:6) ¿Quién más cerca de Jesús que María? La conclusión es obvia: entregada al servicio, llena del mayor conocimiento íntimo de Jesús que podemos imaginar, recibe la participación en la victoria.

María, portadora y comunicadora del Espíritu, por eso Isabel la reconoce: “Bendita entre las mujeres”, a lo que María responde, desde un corazón agradecido, con ese himno de alabanza que hace resplandecer la grandiosidad de una creatura llena de Dios, no soy yo, es Él: “Mi alma glorifica al Señor y mi espíritu se llena de júbilo en Dios, mi salvador, porque puso sus ojos en la humildad de su esclava”.

Proclama al Dios que Jesús nos fue revelando, el amigo de los pobres, de los sencillos, de los marginados; al Dios misericordioso, lleno de bondad y de una justicia que nos impele a estar con Él y con ellos, “porque los potentados serán derribados y se irán vacíos”.

María es como Jesús: camino evangelizador, anuncio y esperanza de un mundo más justo y más humano. Confiemos, como Ella, que Dios “se acuerda siempre de su misericordia y viene en ayuda de todos sus siervos, sus hijos, sus fieles”.

miércoles, 4 de agosto de 2010

19° Ord. 8 agosto 2010.

Primera Lectura: del libro de la Sabiduría 18: 6-9
Salmo Responsorial, del salmo 32: Dichoso el pueblo elegido por Dios.
Segunda Lectura: de la carta a los Hebreos. 11: 1-2, 8-19
Aclamación antes del Evangelio: Estén preparados, porque no saben a qué hora va a venir el Hijo del hombre.

Evangelio: Lucas 12: 32-48.
Antífona de la Comunión: Alaba, Jerusalén, al Señorporque te alimenta con lo mejor de su trigo.

La antífona de entrada pide al Señor que “no olvide su Alianza”; ¿cómo puede olvidar esa Alianza que es Nueva y Eterna? Desde el inicio de la Eucaristía pensamos y examinamos si nuestras voces lo buscan en serio, con avidez, con ahínco, “como tierra desierta reseca y sin agua”, si experimentamos la necesidad de Dios, si escuchamos desde dentro: “mi alma me dice que te busque y buscándote estoy”, o nos vamos contentando con cumplir lo aprendido sin profundizar más en cuanto significa el compromiso de “crecer con un corazón nuevo, con corazón de hijos” que buscan la manera de complacer, por amor, al Padre en el servicio a los hermanos, en la fe y la confianza, con la seguridad puesta en la Patria lejana, pero ya presente porque la vamos construyendo, siguiendo el ejemplo de Jesucristo, en la obediencia activa, en el desposeimiento para participar, a cuantos podamos, de los bienes espirituales y temporales, con una convicción que supera la lógica aprendida y practicada por nosotros y nuestra sociedad, y que nos hace “entender claramente que vamos en busca de una patria, no añoramos lo perecedero sino una Patria mejor”.

Sin angelismos, aceptando nuestra realidad de creaturas e intentando hacer realidad lo que la Carta a los Hebreos define e ilumina: “La Fe, forma de poseer, ya desde ahora, lo que se espera y conocer realidades que no se ven”.

Poseer lo que no tenemos, conocer lo que no vemos, suena a utopía, a irrealidad, a imposibilidad, a absurdez, a los oídos, a los ojos, al proceso “normal” de este mundo, que nos tachará de insensatos y soñadores; sin embargo es el camino; “la Fe, nos dice Santo Tomás es ´menos cierta´ que el conocimiento, porque las verdades de la fe, trascienden el conocimiento del hombre”; aceptamos humildemente el misterio y procedemos con la seguridad de Abraham que salió de su pueblo “sin saber a dónde iba”, que esperó “contra toda esperanza”, al hijo de la Promesa, que fue más lejos todavía: “dispuesto a sacrificarlo”, porque pensaba en efecto “que Dios tiene poder hasta para resucitar a los muertos”. No poseía, poseyó, entregó y recuperó; reconocemos que, con todo derecho, mere el título de “padre de los creyentes”; se aventuró y fue “bienaventurado”.

Jesús, en el Evangelio, vuelve a insistir en el mismo punto que el domingo pasado, con una previa y tierna advertencia: “no temas rebañito mío”, tienes tesoros aquí, úsalos para que tu corazón encuentre un tesoro mejor: “vende tus bienes, reparte, comparte, sé solidario, vigila, sé fiel, administra lo que se te ha dado, conoce a tu Señor y cumple, a toda hora teniendo en cuenta a los demás”.

Jesús se está retratando, no nos pide sino lo que ha vivido: “alerta y con la luz siempre encendida”, sin sombra de temor porque sabe que lo ha dado todo, lo ha entregado todo, y, por eso, lo recibirá todo.

Señor, sabemos que nunca estaremos suficientemente preparados, pero al conocer tu paso por el mundo, por nuestra, por mi historia, la fuerza de Cristo y del Espíritu nos ayudará a dar buena cuenta de cuanto nos has confiado.