Primera Lectura: del libro del profeta Jeremías 20, 7-9
Salmo Responsorial, del salmo 62: Señor, mi alma tiene sed de ti.
Segunda Lectura: de la carta del apóstol Pablo a los Romanos 12: 1-2
Aclamación: Que el Padre de nuestro Señor Jesucristo ilumine nuestras mentes para que podamos comprender cuál es la esperanza que nos da su llamamiento.
Evangelio: Mateo 16: 21-27
Le pedíamos al Señor, en la Antífona de entrada del domingo pasado que “nos escuche y nos responda”, ahora le “explicamos” la razón de nuestra esperanza, “porque lo invocamos sin cesar y sabemos que Él es Bueno y clemente y no niega su amor al que lo invoca.” Preguntémonos, con sencillez, pero con verdad, si hemos hecho hábito en nuestras vidas la recomendación del Señor: “Oren sin intermisión”, si es verdad, no tardaremos en reconocer la voz del Señor que nos indique cuál es el camino a seguir.
¡Cómo nos parecemos a Jeremías!: han venido y seguirán llegando ratos de desolación, de tiniebla, de prueba y, como a él nos asalta la tentación de abandonarlo todo. En él nos vemos retratados, preferimos lo fácil, nos da miedo el rechazo, la persecución, la burla. Me entiendo y nos entiendo, el camino va de subida, es pedregoso, perdemos de vista a Aquel que nos ha elegido y nos espera y, de súbito, parecería que encontramos el remedio: “Ya no me acordaré del Señor ni hablaré en su nombre.” Pero como al Profeta, el Lebrel del cielo nos persigue, nos “seduce” y ¡ojalá nos dejemos seducir! Esa es la experiencia profunda de Dios, ese “fuego ardiente” que por más que nuestra naturaleza se esfuerce por rechazarlo, no puede. Por supuesto que el Señor responde, lo que sucede es que, lamentablemente, nos da miedo escucharlo.
Que el Salmo brote del corazón a los labios y, mirándonos incapaces, supliquemos con todas nuestras fuerzas: “Señor, mi alma tiene sed de Ti.” Soy, somos, dejados a nosotros mismos: “suelo reseco, tierra árida, sin agua” La añoranza de la naturaleza nos enseña vivamente: ¡Cómo desaparece el agua del primer agucero por las grietas resquebrajadas! ¡Cómo va a las profundidades y renueva la vida y pronto hace aparecer los brotes!
Los brotes nacidos del Agua Viva no pueden ser otros que el “verdadero culto”, criterios nuevos, pensamiento y acción transformados para vivir conforme a la voluntad de Dios, buscando y realizando lo que le agrada, lo perfecto. Lograrlo, no es mérito nuestro, es presencia del “fuego que viene de arriba”: “Que el Padre de nuestro Señor Jesucristo ilumine nuestras mentes para que podamos comprender cuál es la esperanza a que hemos sido llamados.”
Jeremías, Pedro, cada uno de nosotros, estamos urgidos de esta luz para “pensar según Dios”, para aceptar lo inaceptable, por incomprensible, a nuestros ojos, a nuestros deseos, a nuestros planes: La Pasión y Muerte, el seguimiento fiel del discípulo para llegar a la Resurrección. Nos aterra lo primero porque perdemos de vista lo último.
Jesús verdaderamente se molesta e increpa a Pedro de manera inusitada: “¡Apártate de mí, Satanás y no intentes hacerme tropezar en mi camino…” ¡Contraste de visiones y de determinación! “Tú piensas según los hombres”, “Yo no he venido sino a hacer la Voluntad del Padre que me envió…, mi alimento es hacer la Voluntad del Padre”. “Padre si es posible, pase de mí este cáliz, pero no se haga mi voluntad sino la tuya.”
Toda su vida fue obediencia y adhesión y no puede ser otra la forma de seguir a Jesús: “El que quiera venir conmigo, que renuncie a sí mismo, tome su cruz y me siga.”
Jesús, la paradoja viviente: “El que salve su vida, la perderá, pero el que la pierda por mí, la salvará”. Ábrenos, Señor, el entendimiento y el corazón, no tanto para que te entendamos sino para que te amemos y te sigamos; no para “recibir” algo por nuestras obras, sino para recibirte a Ti en la plenitud de la Gloria del Padre.