Primera
Lectura: del libro de los Números 11: 25-29
Salmo Responsorial, del salmo 18: Los mandamientos del Señor alegran el corazón.
Segunda Lectura: de la carta del apóstol
Santiago 5: 1-6
Aclamación: Tu palabra, Señor, es la verdad;
santifícanos en verdad.
Evangelio: Marcos 9: 38-43, 45,
47-48.
Con humildad le decimos al Señor: “podrías hacer recaer sobre nosotros tu ira”;
reconocemos la causal: 2hemos pecado y
desobedecido pero ala volver los ojos a la Fuente de Bondad, nos llenan el
consuelo y la esperanza: “haz honor a tu
nombre, trátanos conforme a tu misericordia”. Si nos atoramos en nuestra
realidad de creaturas quizá nos envuelva el miedo, volvemos la mirada al Padre
y regresa la tranquilidad. No abusemos del Amor y del tiempo; el primero, así
con mayúsculas, dura siempre, el segundo, lo sabemos, terminará algún día.
Continuamos preguntándonos sobre el fin y oramos para vivir comprometidos: “que no desfallezcamos en la lucha para
conseguir el Reino prometido”.
¿Quién, sino el Espíritu, podrá ayudarnos a
mirar con claridad, aun a profetizar sin pronunciar palabra, a proyectar y
repartir, a manos y corazón llenos, la constante presencia de Dios en nuestro
mundo? Con Él, aprenderemos a cortar las envidias, a conjuntar esfuerzos por el
bien de los hombres, a ser universales, delicados, cuidadosos, a percibir que
no basta encerrar nuestro ser en la propia conciencia, “aunque no nos acuse”
(1ª. Jn. 3: 20), sino a pensar en los demás, en cuantos nos rodean, para evitar
cualquier ocasión de escándalo o tropiezo.
El Salmo nos alerta, ¿es cierto que la conciencia
no me acusa? Cuidado: ¿qué tan laxa la tengo? Lo sé: no puede un ser consciente engañarse a sí mismo
Pero lo intenta y por ello rogamos al Señor: “¿Quién no falta, Señor, sin advertirlo? De mis pecados ocultos,
líbrame”.
Ya hemos hecho la
prueba, repitámosla: “Tus mandatos,
Señor, alegran el corazón”. Ellos nos guía: “Amarás al Señor
sobre todas las cosas y a tu prójimo como a ti mismo” (Mc. 12: 31). Absoluto
sólo hay Uno, todo lo creado es relativo; absolutizar una creatura, la que sea,
es desviar el camino sin medir consecuencias; es dejarnos encandilar por una
estrella y olvidarnos del Sol. El clamor de aquellos que hemos postergado nos
ensordecerá. Ojalá no recordemos, demasiado tarde, lo que advierte el Apóstol
Santiago, en 2: 13: “En el juicio no
habrá misericordia para quien actuó sin misericordia”.
¿Cuántas veces
habremos oído la Palabra?, ¿nos ha santificado en la verdad? Jesús, el nuevo
Moisés, acorde siempre a la acción liberadora, reubica a sus discípulos: “El Espíritu, como el viento, sopla donde
quiere y va donde quiere”, (Jn. 3 8), déjenlo obrar, Él une, no divide; ni
Yo tengo la exclusiva, he venido a repartirlo para que todos se salven. Por
otra parte, ¡piensen!: “Todo aquel que no
está contra nosotros, está a nuestro favor”.
¿Hemos entendido el contenido del Reino, aun cuando
no lo haya explicitado como tal en palabras, Jesucristo, pero sí en sus
obras? “Que todos los hombres reconozcan
a Dios como Padre y se amen como hermanos”.
¿Pueden nuestras manos, con obras de injusticia; nuestros
pies, por caminos obscuros y egoístas;
nuestros ojos, con miradas turbias de
avaricia y de malos deseos, herir a los hermanos? ¡Cortémoslos!, no físicamente, nada
remediarías, Vamos al fondo de las intenciones y purifiquémoslos
¡El Reino vale más que todas las posesiones de la
tierra!, lo contrario será la frustración total y sin salida.