Primera Lectura: del libro del Deuteronomio 4 32-34
Salmo Responsorial, del salmo 32: Dichoso el pueblo
escogido por Dios.
Segunda Lectura: de la carta del apóstol Pablo a los romanos 8: 14-17
Aclamación: Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo. Al
Dios que es,que era y que
vendrá.
Evangelio: Mateo 28: 16-20.
¡En mar abierto
de la Revelación!: ¿cómo entender que uno más uno más uno, igual
a UNO; la lógica y las matemáticas enmudecen, sólo el Amor habla,
se explaya y deja al descubierto la intimidad de Dios.
Volúmenes de
reflexiones y disquisiciones, incapaces de penetrar el misterio, ese
no es el camino para llegar a Dios. Para encontrarnos con Él, la vía
es la Fe hecha humildad, sencillez y aceptación Permitir que
la Palabra hecha Carne nos ilumine. Jesucristo, en quien reside la Plenitud,
al hablarnos de Sí mismo, nos descubre al Padre y al ascender a los
cielos, el Padre y Él nos envían al Consolador, al Espíritu de Verdad
que nos confirma en todo lo nos ha dicho. ¿Vislumbramos algo del misterio?:
El Padre y el Hijo nos envían al Espíritu Santo; está claro y no
está claro pero ¡creemos en Quien lo dice!
El intento comparativo
que han buscado los Santos y los teólogos, queda siempre incompleto.
La Santísima Trinidad es como el sol, que es el mismo, pero su luz,
sus rayos, su calor, procedentes de él, ¡son él!, pero su muestra
y sus frutos son diferentes; como la fuente: es manantial, es estanque,
es canal por donde corre y empapa y da vida, ¡la misma agua!, en manifestaciones
diferentes… ¿Qué entendimos de la esencia de Dios? ¡Nada! Todo
esfuerzo por penetrar lo impenetrable queda trunco.
Diez y nueve
siglos mantuvo Israel la Fe en un Dios Único: “Reconoce, pues, y graba en tu corazón que el Señor es el Dios
del cielo y de la tierra y que no hay otro”. Fundado en un
monoteísmo “monolítico”, para superar la ideología de los pueblos
circundantes, pero todavía muy lejano de la realidad que nos trae Jesús
al llegar la plenitud de los tiempos. Dios no es ni solitario ni lejano,
es compañía, es comunicación, es, en la encantadora frase de San
Juan “Amor”.
Imposible amar en soledad, imposible Amar sin compartir, imposible Amar
sin donarse. ¿Quién podría penetrar la intimidad de Dios, sino “El Espíritu que
lo penetra todo”? “Nadie conoce mejor el interior del hombre que el espíritu del
hombre que está en el hombre, nadie conoce mejor el interior de Dios
que el Espíritu de Dios que es Dios”.(1ª. Cor. 1: 10-11) Él ha recorrido
el velo y como resultado nos entrega la Vida íntima Revelación
de Dios.
“La fe cristiana
confiesa que hay un solo Dios, por naturaleza, por substancia y por
esencia”. (Catecismo Católico, n. 200) ¿Cuántas veces nos
hemos santiguado, cuántas hemos recitado el Credo? Y de ese incontable
número, ¿cuántas veces nos hemos detenido a considerar lo que hacemos
y lo que confesamos? “Dios Padre, Dios Hijo, Dios Espíritu Santo”,
Tres Personas distintas y un solo Dios verdadero. Inútil estrujar el
pensamiento, es la Fe en el Testigo Primordial, en Jesús, la que nos
da un atisbo y hace estremecer todo el ser al pronunciar la Palabra
que nos engendra: “Padre”. Comenzamos a entender, de verdad, lo que nos decía
San Pablo: “anhelando
que se realice plenamente en nosotros la condición de hijos de Dios”,
(Rom. 8: 23). Si hijos, “herederos y coherederos con Cristo”; en la adhesión completa,
aunque nos estremezca; “porque si sufrimos con Él, seremos glorificados junto a Él.”
Si el temor nos acosa, el Espíritu nos libera para ir por todo el mundo “enseñando a todas
las naciones, enseñándoles a cumplir todo cuanto Jesús nos ha mandado.”
La misión universal vuelve a relucir, nuestra impotencia nos puede
hacer flaquear, pero “en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”,
con la certeza de que Jesús estará con nosotros hasta el fin de los
siglos, ¡nos arriesgamos!