lunes, 28 de marzo de 2011

4° Cuaresma, 3 Abril 2011

Primera Lectura: del primer libro del profeta Samuel 16: 1, 6 - 7, 10 - 13; 
Salmo Responsorial, del salmo 22: El Señor es mi pastor, nada me faltará.
Segunda Lectura: de la carta del apóstol Pablo a los Efesios 5: 8 - 14; 
Aclamación: Yo soy la luz del mundo, dice el Señor; el que me sigue tendrá la luz de la vida.
Evangelio: Juan 9: 1 - 41. 

A medio camino hacia la Pascua, la Iglesia nos invita a alegrarnos porque se acerca la abundancia del consuelo; porque hemos crecido en el acercamiento a Dios y a nuestros corazones y la alegría, que irradia desde dentro, nos anima a continuar el peregrinaje.

Jesús ya  ha reconciliado a la humanidad entera; de nosotros espera que continuemos preparándonos con fe y entrega a la culminación de esta salvación.

La mirada de Dios penetra los corazones, no se queda en las apariencias. Samuel, al fin ser humano, se deja impresionar por el aspecto y la estatura, pero escucha al Señor y aguarda a que llegue “el más pequeño” para ungirlo. Lo hace “como en secreto”, todavía tendrá que pasar muchas peripecias para guiar a su pueblo; lo que debemos percibir claramente e intentar proyectarlo, pues ya fuimos ungidos, es que a partir de aquel día, el Espíritu del Señor estuvo con David.”  Cómo se afianza la realidad de que “la fuerza de Dios reluce en la debilidad”, y “cuando soy débil, soy fuerte, porque vive en mí la fuerza de Dios”. “No yo, sino la gracia de Dios conmigo”.  

David de pastor de ovejas, será el Pastor que guíe a Israel; Cristo el Buen Pastor nos conduce a verdes praderas, a aguas cristalinas, ilumina nuestro camino por cañadas obscuras, es fiel a sus promesas, llena nuestra copa hasta los bordes, su bondad y su misericordia nos acompañan todos los días de nuestra vida. ¿A quién temeremos si de verdad lo seguimos? 

Ya somos “hijos de la luz, no de las tinieblas, aunque una vez lo fuimos, ya no lo somos, levantémonos pues el mismo Cristo es nuestra Luz”. Mostrémonos como tales con frutos “de bondad, santidad y verdad”,  “cuanto es iluminado por la Luz, se convierte en luz.”. Los cristianos no podemos vivir apagados.

San Juan, en el Evangelio, largo pero ilustrador, nos muestra paso a paso las oposiciones a Cristo, consolador y siempre cercano a los más necesitados. El milagro provoca tensiones y reacciones diferentes: miedo en los padres del ciego, rabia e incredulidad en los fariseos, audacia y valentía en el ciego que ahora no solamente ve las maravillas de la creación, sino que va mucho más allá: “¿Y quién es, Señor, para que yo crea en Él?”, Jesús se le revela con toda claridad: “Ya lo has visto, el que está hablando contigo, ese Es”. La inmediata respuesta del ciego curado por fuera y por dentro, tiene que ser la nuestra: “Creo, Señor”. “Y postrándose lo adoró”.

Reescuchemos con gran atención el final: “Yo he venido para que se definan los campos, para que los ciegos vean y los que ven queden ciegos”. ¿A qué campo pertenecemos? 
 
Pidámosle confiadamente: ¡Señor cura nuestra ceguera, esa, la interior, la de la soberbia, la que no nos deja verte porque nos miramos demasiado a nosotros mismos, la que se fija más en las creaturas que en Ti, Creador y Señor, Amigo y Compañero de nuestro peregrinar hacia Ti! Ya nos has revelado tu amor, que todo nuestro ser te responda como el ciego: “Creo, Señor” y con reverencia agradecida Te adoremos.

lunes, 21 de marzo de 2011

3° Cuaresma, 27 marzo 2011.

Primera Lectura: del libro del  Éxodo. 17: 3 -7
Salmo Responsorial, del salmo 94: Señor, que no seamos sordos a tu voz.
Segunda Lectura: de la carta del apóstol Pablo a los Romanos 5: 1 - 2,  5 - 8
Aclamación: Señor, tú eres el Salvador del mundo. Dame de tu agua viva para que no vuelva a tener sed.
Evangelio: Juan 4: 5 - 42.  

“Tener los ojos puestos en el Señor”, no ocasionalmente, sino como fruto que se desgrana de la Opción Fundamental: con Dios, que baja, de manera lógica, a iluminar nuestras actitudes: nuestra postura ante nosotros mismos, ante el mundo, y, obviamente, ante el Señor; mirarlo, experimentarlo, es el camino cierto para librarnos de todo peligro. Con este modo de ver, no puede haber aflicción ni soledad. Nos sentimos perdidos, sedientos, ¿dónde buscamos al Guía, dónde buscamos el “agua viva”? Con pasmosa facilidad olvidamos, como los israelitas, las maravillas que el Señor ha hecho por nosotros y llegamos a preguntarle y a preguntarnos: “¿Está o no está el Señor en medio de nosotros?” Pedimos pruebas, entramos en discusión, que eso significan Masá y Meribá; constatamos, tristemente, que nuestra Opción por Él no es decidida, convencida, confiada.

El Señor, paciente y amoroso, hace brotar agua de la roca y al mismo tiempo, que el pueblo pase, de la murmuración, a la confianza: de verdad el Señor está con nosotros. ¡Cómo necesitamos abrir los ojos y mantenerlos fijos en el Señor! ¡Abrir los oídos para “no ser sordos a su voz”! Ojalá resonara fuerte la indicación del Padre, que escuchábamos el domingo pasado: “Éste es mi Hijo en quien tengo todas mis complacencias, escúchenlo”. Está y sigue estando como Palabra viva, como Guía seguro, como Camino y Verdad. La Alianza ha sido sellada, inquebrantable porque Cristo es el Mediador, renovemos nuestra adhesión por medio de la fe. 

La justificación, la liberación, la filiación, como nos dice San Pablo, ha sido ofrecida y realizada por Jesús; Él nos abre la puerta de la gracia, y al venir de Dios “no defrauda”, porque la esperanza nos llega por “el amor que ha infundido en nuestros corazones por medio del Espíritu Santo”, nueva oportunidad para preguntarnos si creemos y gustamos este don. Cada uno de los hombres, todos nosotros, éramos incapaces de salir del pecado, pero el Dios de perdón y misericordia nos da la prueba más clara: “Cristo murió por nosotros cuando aún éramos pecadores”; ¡cómo no va a resonar en nuestro interior la palabra misma de Jesús: “Nadie tiene más amor que el que da la vida por sus amigos” (Jn. 15: 13). ¡Firme columna para robustecer nuestra Opción Fundamental!, a nosotros nos ha llamado “amigos”. (Jn. 15: 15), ¿deseamos serlo de verdad? 

Como la samaritana, estamos sedientos; hemos buscado la felicidad, la realización, la vida, por senderos equivocados, ¡no la hemos encontrado!, perdura la sed, buscamos siempre más allá de lo que tenemos. La samaritana no lo sabe, nosotros lo sabemos, se ha encontrado con la Fuente de agua viva; su actitud inicial es de extrañeza, luego de cierta agresión, pasa a la curiosidad ante la respuesta de Jesús: “Si conocieras el don de Dios y quién es el que te pide de beber, tú le pedirías a él, y él te daría agua viva”; no comprende, hay en su pregunta un dejo de mofa, se ha quedado en lo inmediato y reacciona en ese mismo nivel: “Dame de esa agua para que no tenga que venir hasta acá a buscarla”. Siente escozor ante la propuesta de Jesús, la confrontación la hace trastabillar y cambia el giro: “Veo que eres profeta…”, y prosigue: “¿Dónde hay que dar culto a Dios?”. Jesús abre su corazón fiel a su misión: “He venido a salvar lo que estaba perdido”, (Lc. 19: 10) y le revela su identidad: ¿el Mesías?, “Soy Yo, el que habla contigo”. Corrobora Jesús lo que había dicho antes: “Los que quieran dar culto verdadero, adorarán al Padre en espíritu y en verdad”. 

¿Está o no está el Señor con nosotros? La samaritana corrió  a participar su maravilloso encuentro personal con Dios, su proceder incita a todos a buscar ese mismo fruto y a constatar que de verdad existe “un manantial de agua que salta hasta la vida eterna”.

En la Eucaristía, en la meditación de la Palabra, encontraremos la fuerza para participar a todos que verdaderamente Dios está con nosotros.

jueves, 17 de marzo de 2011

2° de Cuaresma, 20 marzo 2011.

Primera Lectura: del libro del Génesis 12: 1-4; 
Salmo Responsorial, del salmo 32: Señor, ten misericordia de nosotros.
Segunda Lectura: de la  2ª carta del apóstol Pablo a Timoteo 1: 8-10
Aclamación:  En el esplendor de la nube se oyó la voz del Padre, que decía: “Este es mi Hijo amado:escúchenlo”.
Evangelio: Mateo 17: 1-9. 

“Busco tu rostro, Señor”, ¿sale del fondo de nuestro corazón esta aseveración, va más allá de las palabras y se convierte en acción continua? Él nunca se “nos esconde”, está patente en la creación, en nuestro interior, en el rostro de cada hombre, por difícil que nos sea comprenderlo; ¿buscamos con ansia de encontrar? El modo y el camino nos los deja muy claros, ¿por qué retrasamos el Encuentro?  

La liturgia de hoy gira, toda ella, en torno a la respuesta de Fe. De Fe, así con mayúsculas, la que implica un salto, un desasimiento al que muchas veces no estamos dispuestos, implica la aventura de salir de nuestros propios criterios, para que, desde el conocimiento, un conocimiento que no es inmediatamente perceptible en la integridad de su contenido, porque se trata del “totalmente Otro”, surja la confianza y podamos actuar con la determinación que impulsó a Abraham, que ha sostenido a tantos hombres y mujeres a través de la historia, a dejar las seguridades inmediatas, que pensamos que son auténticas porque podemos palparlas y a lanzarnos “a la tierra que Yo te mostraré”. Abraham vive colgado de la esperanza, de la promesa porque ha comprendido Quién es el que lo llama; todo es futuro, nada es inmediatamente evidente, ni la tierra ni la descendencia, éstas se cumplirán en Jesucristo, plenitud de la revelación, más allá de limitaciones geográficas, no es “una tierra”, es el Reino, es la Patria definitiva.  

“Abraham partió, como se lo había ordenado el Señor”, llamamiento que no proviene de sus méritos, exactamente igual nos llama a nosotros, no por nuestros méritos, sino, como escuchamos en la Carta a Timoteo, “porque Él lo dispuso gratuitamente”; ¿ya iniciamos el peregrinaje o preferimos quedarnos en un inmovilismo estéril, aferrados a lo que pensamos que tenemos ya como posesión? Aquí puede estar la causa del por qué retrasamos el Encuentro.  

El don ha sido por medio de Cristo Jesús, en su manifestación, en su fidelidad, conseguido por la totalidad de su vida y específicamente porque “con su muerte destruyó nuestra muerte” y hace brillar la luz de la vida y de la inmortalidad por medio del Evangelio, que tememos escuchar y hacer vida, porque no acabamos de percibir lo que oiremos en el Prefacio: “que la pasión es el camino de la resurrección”; preferimos una contemplación agradable, lejana del compromiso que “exprime nuestro egoísmo”; oír la invitación que viene del Padre: “Éste es mi Hijo muy amado, en quien tengo puestas mis complacencias; escúchenlo”, aunque de momento nos haga caer en tierra “llenos de un gran temor”, al abrir los ojos, los oídos y el corazón, nos encontraremos con la voz cálida, con la palmada cariñosa de Jesús que nos anima: “Levántense y no teman”, mediten y crean en lo que han visto: la seguridad del resplandor de la vida que espera a toda la humanidad: “el Hijo del hombre y todos, resucitaremos de entre los muertos”. 
 
No tenemos la limitación que Jesús impuso a los tres discípulos, ahora nuestra misión, fruto de la Fe, es dar testimonio del Resucitado, con palabras y obras, en un seguimiento decidido, que supera cualquier dificultad con la fuerza del Espíritu, y mostrar, en realidad, que hemos escuchado al Padre y su Palabra.

jueves, 10 de marzo de 2011

1° Cuaresma, 13 marzo. 2011.

Primera Lectura: del libro del Génesis 2: 7-9, 3: 1-7
Salmo Responsorial, del salmo 50: Misericordia, Señor, hemos pecado.
Segunda Lectura: de la carta del apóstol Pablo a los Romanos 5: 12-19
Aclamación: No sólo de pan vive el hombre, sino también de toda palabra que sale de la boca de Dios.
Evangelio: Mateo 4: 1-11. 

En la Antífona de Entrada volvemos a encontrarnos con la invitación a orar, a invocar, a confiar en el Señor; seguro que lo hacemos cuando la angustia nos cerca y no encontramos salida, pero eso es convencionalismo no convicción ardiente de que en verdad necesitamos a Dios, su Palabra, su perdón, su cercanía, la fuerza del Espíritu para realizar lo que pedimos en la oración: “por las prácticas cuaresmales, - oración, obras de misericordia, penitencia, arrepentimiento, ayuno de todo aquello que nos aleje de Él, crezcamos en el conocimiento de Jesucristo y llevemos una vida más cristiana.”

El miércoles pasado recordamos nuestro origen: “polvo”, pero, hoy nos muestra el Génesis que es polvo con el Aliento de Dios, con la vida de Dios, con la libertad que nos “asemeja a Él” para poder elegir con toda conciencia el ¡Sí! a su voluntad; ¡Sí! que es camino de felicidad y eternidad.

El salto al capítulo 3°, tentación y caída, es la historia de la humanidad, es nuestra propia historia; “por el pecado entró la muerte en el mundo”. ¿Por qué cayeron los primeros hombres, por qué caemos nosotros?, por seguir el camino del deslumbramiento, por entrar en diálogo con la tentación, porque “vemos que el árbol es bueno para comer, agradable a la vista y codiciable para alcanzar sabiduría”; pero al margen de Dios, de sus preceptos, de la obediencia que le debemos como creaturas e hijos. ¿Qué sabiduría alcanzamos? Mirarnos “desnudos, enredados en la mentira que nos empuja a escondernos de Dios”. Eso es el pecado: querer ser como Dios, pero sin Dios. ¿A dónde nos lleva? “Ahora es el tiempo oportuno, el tiempo de la conversión”. ¡Cuántos no han tenido la oportunidad, ¡nosotros la tenemos!

¿Qué  elegimos, ser como el primer Adán, o asemejarnos a Cristo, el nuevo Adán? Por su “obediencia”, ¡a qué precio!, “recibimos el don de la Gracia y la Justificación.” Poner en la balanza la elección, ya es una injuria al Señor y a la ejemplar entrega de Jesús. El solo considerarlo nos decidirá a confiar en el Amor y la Misericordia y al seguir, en serio, a Jesús.  Él quiso experimentar en la realidad humana que había asumida, la tentación: “en todo semejante a nosotros, menos en el pecado”, y enseñarnos el modo de proceder ante el tentador: ¡nada de diálogo!, sino tajante y fiel a su Misión, fiel a la voluntad del Padre, lejos de servirse de su filiación divina para provecho propio: “No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que viene de la boca de Dios.” Sin espectacularidades, imaginemos el “impacto” que habría causado al bajar volando desde la cornisa del Templo, “no tentarás al Señor tu Dios”.  Acepta la sencillez del camino de todo hombre sin “querer manejar a Dios”. El reconocimiento de que solamente hay un Absoluto, el Padre y “que toda creatura es como flor de heno que florece en la mañana y por la tarde no parece”,  el poder y la riqueza, son realidades efímeras, el Único que permanece es Dios: “¡Retírate, Satanás!”, porque también está escrito: “Adorarás al Señor tu Dios y a Él sólo servirás.”  ¡Cuán intensa y profunda es en Jesús la interpretación y la vivencia de la Palabra de Dios!

Pidamos al Señor aprender esta lección, porque las tentaciones seguirán acechándonos; Jesús ya nos trazó el camino: ayuno, oración, cercanía a Dios, confianza, fortaleza y convicción.

Tengamos muy presente la advertencia de San Pedro: “Miren que el demonio, anda como león rugiente, buscando a quién devorar; resístanle firmes en la fe.”  (1ª. 5: 8-9) Y San Pablo: “Fiel es Dios que no permitirá que seamos tentados más allá de nuestras fuerzas. Más aún, nos dará modo para resistir con éxito.” (1ª. Cor. 10: 13) ¡Ánimo! “que las tribulaciones de este mundo, producirán un imponderable peso de gloria.” (2ª. Cor. 4: 17-18)  Dios es quien nos espera, Él es nuestro premio, ¿qué creatura podría suplantarlo? 

martes, 1 de marzo de 2011

9° Ordinario. 6 marzo, 2011.


Primera Lectura: del libro del Deuteronomio 11: 18, 26-28, 32;
Salmo Responsorial, del salmo 30:Sé tú, Señor,mi fortaleza y mi refugio.
Segunda Lectura: de la carta del apóstil Pablo a los Romanos 3: 21-25, 28
Aclamación: Yo soy la vid y ustedes los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante.
Evangelio: Mateo 7: 21-27.

“Los ojos, puestos en el Señor”, para mirar que nos mira y al percibirlo, se aleje de nosotros la soledad y la aflicción.

Su Providencia orienta nuestro camino; ella, si se lo permitimos, apartará de nosotros todo mal y nos concederá todo bien. ¡Nos equivocamos tan fácilmente! Esgrimimos pseudo razones, tan subjetivas, para aquietar nuestra conciencia, que hasta llegamos a creer que estamos en lo cierto, cuando en realidad, en las disyuntivas, nuestra elección ha olvidado “poner los ojos en el Señor”.  Cuán distinto sería nuestro proceder si viviéramos, conscientemente, lo expresado en el Salmo: “Sé, Tú, Señor,  mi fortaleza y mi refugio”.

Las lecturas son variaciones sobre el mismo tema: la relación entre la manifiesta voluntad de Dios y la libre decisión de nuestra parte. ¡Libertad!, enorme don, que, el primero que la respeta, es Dios mismo. Por ella nos tomamos en nuestras manos y decidimos, y el Señor acepta tanto nuestro ¡sí!, como nuestro ¡no!, y las consecuencias que se siguen. Él propone, nosotros elegimos; de Él parte la iniciativa, la respuesta es nuestra, ¿la pronunciamos con “los ojos puestos en el Señor”? Libres, sí, pero como creaturas y como hijos, con la conciencia de pertenencia compartida: le pertenecemos y nos pertenecemos; libres para poder amar y para poder comprometernos en reciprocidad al don recibido, que florece en los actos acordes al AMOR, así, con mayúsculas, y no se queda en exclamaciones estériles, llenas de asombro y agradecimiento, pero ayunas de obras. “La bendición, si obedecen los mandatos del Señor…” Esos “mandatos”, de ninguna manera coartan nuestro ser, más bien lo enmarcan, lo iluminan para que construyamos “sobre roca y no sobre arena.” 

Paradójica conjunción, la única que asegura nuestros pasos: ¡Libres para obedecer! ¡Libres para aceptar! ¡Libres para creer en la gratuidad de la salvación por Cristo y decididos a proyectar esa fe en cada decisión concreta. Santiago Apóstol  nos ayuda a descifrarla: “Muéstrame tu fe sin obras que yo por mis obras te mostraré mi fe” (2: 18).

Al tener “nuestros ojos puestos en el Señor”, aprenderemos a mirar como Él, y, sólo así, podremos descubrirlo en los demás, para servirlos. Cada ser humano “es mi hermano”; henchido el corazón con esta Fe, con la fuerza del Espíritu que ha sido derramado en nuestro interior, buscaremos no el “tener éxito”, sino “dar frutos que permanezcan para siempre”: “Tuve hambre y me dieron de comer, tuve sed y me dieron de beber…, y lo que sigue y sabemos de memoria, preparados, con su Gracia, para escuchar en el momento que El decida:: “¡Vengan, benditos de mi Padre…!”  

Aceptamos nuestra fragilidad y nuestra inconstancia, por ello repetimos el Salmo: “Sé, Tú, Señor, mi fortaleza y mi refugio”.  Contigo, “aunque venga la lluvia, bajen las crecientes y se desaten los vientos”, no sucumbiré.

Confiemos en que el Señor nos ayudará a elegir lo correcto y a permanecer en ello..