sábado, 27 de junio de 2020

13°. Ord. 28 junio 2020.-


Primera Lectura: del segundo libro de los Reyes 4: 8-11, 14-16
Salmo Responsorial, del salmo 88: Proclamaré sin cesar la misericordia del Señor.
Segunda Lectura: de la carta del apóstol Pablo a los romanos 6: 3-4, 8-11
Evangelio: Mateo 10: 37-42.

“Aclamar al Señor con gritos de júbilo”, alegría que nace de sabernos “hijos de la luz”, conscientes de que la presencia y la actuación de la Gracia nos mantendrá “alejados de las tinieblas del error y permanecer en el esplendor de la verdad”. Preguntémonos, con sinceridad, si existe algo que más nos interese, y al descubrir que somos y queremos ser sinceros, se acrecentará el júbilo; y si aún faltara profundidad en nuestro interior por vivir el esplendor de la verdad, ahora es ocasión propicia para pedir, más y más, sentirnos “hijos de la luz”.

La liturgia de hoy nos presenta variaciones sobre la actitud de apertura, de acogida, de hospitalidad, de aprender a “ver a Dios en todas las cosas y a todas las cosas en Dios”.

Eliseo es un profeta itinerante, pasa con cierta regularidad por la ciudad de Sunem; una mujer distinguida le insiste en que se hospede en su casa, él acepta; los esposos no contentos con ofrecerle comida, deciden construir una modesta habitación donde repose. El agradecimiento nace de manera espontánea y Eliseo pregunta a su criado qué hacer por aquellas personas tan amables; éste le pinta el panorama que ha descubierto: “No tienen hijos y el marido es anciano”.
Capta el “hombre de Dios” y, desde su enorme confianza en Yahvé, llama a la mujer y le promete algo que ya no podían esperar humanamente: “El año que viene, por estas mismas fechas, tendrás un hijo en tus brazos”. Definitivamente la recompensa que viene de Dios, supera toda expectativa: Quienes han dado hospedaje gratuitamente, tendrán descendencia; es la bendición que llega de arriba. Seguro que cantaron con todo entusiasmo el salmo que deberíamos recitar con mayor frecuencia y con plena conciencia: “Proclamaré sin cesar la misericordia del Señor”.

San Pablo nos insta a un “hospedaje” de mayor nivel, somos nosotros los itinerantes que no tenemos, desde nosotros, donde reposar y es Cristo quien nos invita a ser “injertados en Él”; no en una habitación pasajera, sino en la Casa que nos ofrece la Vida permanente. Ya, por su gratuita elección, hemos recibido el Bautismo: sumergidos con Él para resucitar con Él, –siguiendo la comparación- “muertos al pecado, vivamos para Dios, en Cristo Jesús”. La vida nueva la ha comenzado Él en nosotros y contamos con Él para continuarla.

Jesús no puede dejar de recordarnos la radicalidad del Evangelio, de nuestro compromiso, de la aceptación de que todo es relativo, y, que el Padre y Él, en unión con el Espíritu Santo, son, ES, el único Absoluto, y el camino para demostrarlo, -entendámoslo o no- es la Cruz, no como sufrimiento, sino como seguimiento, como “pérdida que es la ganancia final”. Para intentar comprender, de alguna forma, lo que nos parece demasiado difícil, no tenemos otra instancia más que pedir que “esa Luz, de la que somos hijos”, ilumine nuestras carencias y enderece nuestras elecciones.

Toda creatura es reflejo de la bondad de Dios, nuestros más cercanos, nuestra misma vida, cada ser humano y de manera especial “los más pequeños”. Recibir con sinceridad y alegría a cuantos encontremos en la vida, ¡creámosle al Señor!, es recibir a Cristo y recibir al Padre. No pensemos en la recompensa, vivamos, ¡ya!, la verdadera liberación que nos conduzca a encontrar, experiencialmente, a Dios en todas las cosas y a todas en Él.   

sábado, 20 de junio de 2020

12°. Ord. 21 junio 2020.-


Primera Lectura: del libro del profeta Jeremías 20: 10-13
Salmo Responsorial, del salmo 68: Escúchame, Señor, porque eres bueno.
Segunda Lectura: de la carta del apóstol Pablo a los romanos 5: 12-15
Evangelio: Mateo 10: 26-33. 

¡Confianza! Es el hilo conductor de la liturgia de este domingo; confianza continuada, firme, que si lo es, será segura, aunque el ámbito interior y exterior infundan miedo, por eso sentimos la necesidad de buscarla más allá de las limitaciones y las amenazas, de la debilidad de nuestra naturaleza dejada a sí misma.

Fe, esperanza, confianza, están íntimamente unidas por el conocimiento de Aquel en cuyas manos hemos dejado nuestro ser, pues nos ha sembrado en su amistad: “A ustedes los he llamado amigos”; nuestras raíces se alimentan de la hondura de Dios, como árboles plantados junto al río, jamás se secarán, producirán frutos congruentes: respuesta de amor filial y alejamiento aun de lo más mínimo que pudiera empañar esta relación.

No estamos en la situación de Jeremías, ante una persecución abierta: “Oía el cuchicheo de la gente…, todos esperaban a que tropezara, diciendo: si tropieza y cae, lo venceremos…”, sino ante una más peligrosa: la indiferencia, quizá la burla y el desprecio: ¡Mira estos todavía creen en Dios y en Jesucristo, en que el Espíritu actúa en la Iglesia; creen en la oración y los sacramentos; pobres ilusos!

¿Confiamos como Jeremías, oramos como él?, “Señor de los ejércitos que pones a prueba al justo y conoces lo más profundo de los corazones…, a Ti he encomendado mi causa y has salvado la vida de tu pobre de la mano de los malvados”; no queremos invocar al Dios de la venganza, sino de la misericordiade la luz, del perdón, para que, por nuestra firme adhesión a su voluntad, a ejemplo de Jesucristo, invitemos a los hombres, a todos, a que descubran “que el Señor es bueno”, que la prueba de esa bondad se encarnó en su Hijo que vino a librarnos del pecado y de la muerte, y aun cuando veamos en nuestra sociedad, y aun en nosotros mismos, los delitos, la creciente ruptura de relaciones con Dios y entre los hombres, confiemos que “el don otorgado por la gracia de un solo hombre, Jesucristo, se ha desbordado sobre todos”.

Jesús, nos pide tres veces que no temamos: “No teman a los hombres”, la verdad acabará por relucir en todo su esplendor, nada quedará oculto, la Buena Nueva no es pequeño anuncio de una alborada que queda inconclusa, sino realidad de que el Padre nos quiere y nos cuida mucho más que a los pajarillos o a los cabellos de nuestra cabeza; “valemos mucho más que todos los pájaros del mundo”.

El final del Evangelio de hoy nos hace pensar y volver a pensar si el entretejido de nuestra vida avanza en el camino de la conjunción de Fe, Esperanza y Confianza, si permanece mirando hacia la trascendencia, si nuestra unión a Jesús y la aceptación y vivencia de sus criterios se convierten en la forma cotidiana de los pasos, si con Él superamos los miedos internos y externos…, de ser así, ¡saltaremos de gozo porque  “nos reconocerá ante el Padre que está en los cielos”! 

domingo, 14 de junio de 2020

11°. Ord. 14 junio 2020.-

Primera Lectura: del libro del Éxodo 19: 2-6

Salmo Responsorial, del salmo 99

Segunda Lectura: de la carta del apóstol Pablo a los romanos 5: 6-11

Evangelio: Mateo 9: 36-10:8


“Oye, Señor, mi voz…, ven en mi ayuda”, clamamos en la antífona de entrada y completamos perfectamente en la oración: “porque sin tu ayuda, nada puede nuestra humana debilidad”; si en verdad sacamos a flor esa experiencia, soy débil,  no cesará mi boca, nuestra boca, de llamar al Señor, y seremos capaces de tratar de cumplir siempre su voluntad.



¿De dónde nace la confianza para invocar el nombre del Señor?, de Él mismo, de su bondad, de la fuerza que nos comunica y nos llena de esperanza; definitivamente, ¿qué pueblo pudo jamás escuchar la predilección del mismo Dios?, y nosotros somos ese pueblo “su especial tesoro entre todos los pueblos”; palabras del Éxodo que nos hacen recordar la Carta de San Pedro: “Pueblo de reyes, sacerdocio real, nación consagrada, pueblo de su propiedad”, así, nuestro ser entero, sentirá lo que es el cobijo de Dios, ¿nos animaríamos a desear más?



Insiste en el mismo renglón el estribillo del Salmo, como para que esa verdad ilumine siempre nuestros pasos: “El Señor es nuestro Dios y nosotros su pueblo”. Reconozcamos que somos suyos; ya contamos con su gracia para guardar la Alianza.



Pablo en el fragmento de la Carta a los Romanos, ahonda todavía más: ¿cómo no vamos a ser agradecidos, profundamente agradecidos, y recordemos que el agradecimiento es la memoria del corazón, si “cuando todavía éramos pecadores, Cristo murió por nosotros”? No tenemos hacia dónde desviar la mirada, en todo lugar encontramos la misericordia y el amor de Dios por nosotros, el perdón y la misericordia nos arropan: ¡Gracias, Señor!



Definitivamente el Reino de Dios no está cerca,  está dentro de nosotros… ¡qué maravilla!



En el Evangelio continuamos escuchando la misma melodía: Jesús se compadece de las multitudes y lo sigue hacendó, porque en aquel entonces al igual que ahora: estaban y estamos extenuados y desamparados como ovejas sin pastor”; nuestro mundo continúa necesitando trabajadores en los campos de Dios: Señor, danos sacerdotes santos según tu corazón, que alienten y alimenten a tu  pueblo, que lo sanen y lo santifiquen con  y por la acción del Espíritu Santo; así como elegiste a los doce, sigue desgranando nombres que se alisten bajo tu bandera y, discerniendo tu mensaje, ahora sí vayan a tierra de paganos, de hombres y mujeres hambrientos de verdad y de vida, y sepan comunicar la luz que viene de tu Palabra.