Primera Lectura: del libro del profeta
Isaías 65: 18-21
Salmo Responsorial, del salmo 116: Vayan por todo el mundo y
prediquen el Evangelio
Segunda
Lectura: de
la carta a los hebreos 12: 5-7, 11-13
Aclamación: Yo Soy el
Camino, la Verdad y la Vida; nadie va al Padre, si no es por Mí, dice el Señor.
Evangelio: Lucas 13: 22-30.
Pedimos al Señor que nos escuche, como si tuviéramos
que recordárselo; pedimos que nos salve cuando Él ya ha realizado la obra
completa de la salvación, de la cual nadie queda excluido; mejor haríamos en
analizar si, desde la conciencia de nuestra pequeñez, lo invocamos de todo
corazón.
El designio del Señor, lo hemos meditado y rumiado muchas veces es: “que todo hombre se salve y venga al conocimiento de la verdad”.
Igualmente confirmamos que la iniciativa proviene de Él, como plásticamente nos
narra el Profeta: “Yo vendré para reunir
a todas las naciones de toda lengua. Vendrán y verán mi gloria”. Como
confirmación de esta decisión, está el “envío” que escuchamos en el Salmo: “Vayan por todo el mundo y prediquen el
Evangelio”. Mensajeros que anuncien, seres conscientes que escuchen y se
dejen llevar hasta “el monte santo de
Jerusalén”, signo concreto del Reino.
Los caminos y los modos, como la vida de cada ser
humano, son diversos, lo que realmente importa es llegar: caminando, a caballo,
en mulos o camellos, y si hay algún impedimento, en aceptar la ayuda: “en literas”. Somos parte del mundo,
somos integrantes del Reino, somos convocados, y parte esencial de nuestra
misión, porque “ya tenemos el signo”,
es conducir a cuantos encontremos en la vida, hacia el Señor.
Detenernos largo rato a pensar en esto, tiene que
levantarnos el ánimo, nuestro proyecto de vida nace desde Dios, ya está
implantado en nuestro interior, “aceptar haber sido aceptados”, tiene que
darnos bríos para continuar el camino y ser vivos ejemplos para cuantos se
encuentran desorientados, fríos, perdidos. ¡Dios confía en nosotros!, ¿hace
falta algo más? “Grande es su amor hacia
nosotros y su fidelidad dura por siempre”.
El compromiso es grande y, lo hemos experimentado todos
en algunos momentos de la vida: “falta fuerza en la sangre, falta luz en los
ojos”; pero no hay sitio para la angustia ni el desánimo, el Señor se encarga
de invitarnos a reemprender el vuelo. Como Padre, sabe de nuestras
limitaciones, de nuestros desvíos y “nos
corrige”. ¡Con qué sabiduría nos hace reflexionar la Carta a los Hebreos: “El Señor corrige a los que ama. Es cierto
que de momento ninguna corrección nos causa alegría, sino más bien tristeza.
Pero después produce, en los que la recibieron, frutos de paz y de santidad”. Me
incluyo en la confesión: ¡existe todavía tanta soberbia, tanta vana presunción
en nosotros, que dejamos de lado las invitaciones del Señor que lleguen por
todas partes y fundamentalmente, las mociones del Espíritu! La reflexión y,
otra vez, el discernimiento, producirán esos “frutos de paz y de santidad”, no podemos esquivarlo, a eso estamos
llamados.
Jesús, en el Evangelio, no responde directamente a la
pregunta: “¿Es verdad que son pocos los
que se salvan?”, es verdad que la inquietud de cada uno sería que todos
lleguemos al Reino; pero escuchando la proposición de Jesús, volvemos a medir
la necesidad de la introspección y de la acción. Nadie está seguro, nadie tiene
el privilegio, ni como judíos, Pueblo elegido, ni como cristianos, Nuevo Pueblo
de Dios, nos urge medir la respuesta: “Esfuércense
en entrar por la puerta, que es angosta…” No es una transacción comercial, es la
decisión de seguir a Jesús y no a nuestros caprichos e instintos, es vivir, sin
recortarlo, el estar com/pro/met/idos, pues acabaríamos “idos”, seríamos
palabras vanas que nos enfrentarían a consecuencias trágicas: “En verdad no sé quiénes son ustedes,
apártense de Mí, todos ustedes que hacen el mal”.
Nuestro sitio está “preparado”, ¡cuidémoslo con
esmero!, pues, son palabras del mismo Señor: “Muchos vendrán del oriente y del poniente, del norte y del sur, y
participarán en el banquete del Reino”. ¡Señor, no queremos ponernos a
considerar si somos de los primeros o de los últimos, te pedimos nos conserves,
por tu Gracia, en tu Gracia!