viernes, 30 de diciembre de 2016

Santa María Madre de Dios, 1° enero 2017



Primera Lectura: del libro de los Números 6: 22-27
Salmo Responsorial, del salmo 66: Ten piedad de nosotros, Señor y bendícenos.
Segunda Lectura: de la carta del apóstol Pablo a los gálatas 4: 4-7
Aclamación: En distintas ocasiones y de muchas maneras habló Dios en el pasado a nuestros padres, por boca de los profetas. Ahora, en estos tiempos, nos ha hablado por medio de su Hijo.
Evangelio: Lucas 2: 16-21.

¿Costumbre, rutina? ¡Aguardamos el 1º de Enero para decir a voces: Feliz Año Nuevo!, si detenemos por un momento el paso y el pensamiento, captamos que “lo nuevo” es cada instante y lo grandioso de la novedad es que, al fijarnos en el tiempo, comprendemos que en sí mismo, mirando el segundero del reloj, “no es, es y deja de ser”, en un paso rítmico e interminable que recorre, acompasado, carátulas y vidas, como un algo que se va, se va y no retorna.

¿Qué novedad es ésta, que no es; esa a la que apenas miro y ya se ha ido? La que señala el camino que acaba y no termina, la que nos hace conscientes de estar viviendo entre la trama del espacio y aquello que llamamos tiempo, magnitudes que estrechan la visión y por lo mismo  invitan a romperla porque el latido sigue, porque el horizonte de la esperanza se abre en infinito y urge, no a acelerar el paso, no podemos, ya que él mismo nos lleva hasta el final concreto, desconocido en sí, pero seguro en el encuentro cuando se rompan, en silencio, lo que llamábamos el espacio y el tiempo y comencemos, sin otra referencia externa, a vivir la intensidad total, fuera de miedos, de distancia y relojes, el hacia dónde, que el Señor imprimió, desde el principio, en lo profundo del ser de cada uno. Ésta es la novedad: ¡ya estamos viviendo la Eternidad!

La “bendición de Dios” nos acompaña, “hace resplandecer su rostro sobre nosotros, nos mira con benevolencia y nos concede la paz”. ¿Qué mejor augurio podemos desear para el año que inicia? El mismo Señor nos enseña a invocar su nombre.

“La plenitud de los tiempos”, no hace referencia temporal, indica la maduración progresiva de la historia que ha alcanzado la plenitud necesaria para que Dios, en Cristo, por María, } traiga hasta nosotros la filiación divina, en un hermano, en un hombre cuyo nombre nos salva y enaltece: Jesús, el Salvador, Hijo de Dios e Hijo de María. Jesús por Quien y en Quien podemos llamar a Dios ¡Padre!, y ser herederos del Reino que ¡ya está entre nosotros!

Seamos como los pastores: corramos y encontremos a María a José y al Niño y salgamos, con una nueva luz, a proclamar que la salvación ha llegado; ese es el distintivo del cristiano: contemplar, llenarse de Dios en Cristo y en María y promulgar con alegría que ya no somos esclavos sino hijos.

Imitemos también a María, la creyente, la fiel y obediente, la que se da tiempo y da tiempo a Dios “guardando y meditando todas estas maravillas en su corazón”, la discípula excelsa que escucha y pone en práctica la Palabra de Dios.

Antiguamente se celebraba en este día El Santo nombre de Jesús: “El Señor salva”, hoy están unidas las dos festividades: la circuncisión, momento en que se imponía el nombre al nuevo miembro de la comunidad judía, que abarca ahora a la comunidad humana, y la de María, Madre de Dios al haber dado a luz, con la fuerza del Espíritu Santo, al Hijo Unigénito de Dios. Vuelve a relucir la Buena Nueva: “hemos sido transladados de las tinieblas a su luz admirable”.

jueves, 22 de diciembre de 2016

La Natividad de Nuestro Señor Jesucristo. Misa de media noche.



Primera Lectura: del libro del profeta Isaías 9: 1-3, 5-6
Salmo Responsorial, del salmo 95: Hoy nos ha nacido el Salvador.
Segunda Lectura: de la carta del apóstol Pablo a Tito 2: 11-14
Aclamación: Les anuncio una gran alegría: Hoy nos ha nacido el Salvador, que es Cristo, el Señor.
Evangelio: Lucas 2: 1-14.

¡Alegría, sí, porque el Señor ya ha venido a salvarnos, a traernos la paz que perdura, la que alimenta y alienta el interior! Quien no haya aceptado que necesita la constante ayuda del Espíritu, nunca conocerá lo que es la verdadera alegría.

Pedir que el Señor nos visite, que nos conceda tener la experiencia de su presencia en el mundo y en nuestro propio ser. Quizá nos hayamos acostumbrado a celebrar la Navidad, a vivir con la expectativa de la Noche Buena, del encuentro con la familia, con algunos cantos que nos recuerden la infancia y hagan vibrar los corazones de los pequeños que nos acompañen, pro la atmósfera que respiramos en la sociedad haya apagado el auténtico ánimo navideño, el asombro creciente que debería habitar cada sonrisa, cada abrazo, cada apretón de manos, el encanto de romper las envolturas y descubrir el regalo que esconden y gozar con lo que detrás de él se esconde…, encontrar el significado del signo y desde ahí escalar las nubes en un creciente agradecimiento hasta Aquel de quien todo bien desciende y que nos ha enviado al Sumo Bien, su Hijo Jesús y en él nos ha hecho hijos suyos.

Salir de las tinieblas y admirar la luz que nos circunda, agradecer la verdadera libertad y pronunciar, convencidos, los nombres que trascienden: “Consejero admirable”, “Dios poderoso”, Padre sempiterno”, “Príncipe de la paz”, “porque con Él la gracia de Dios se ha manifestado para salvación de todos los hombres”; responsables de las consecuencias de esa Gracia, vivir como pueblo pertenencia de Dios, entregados a practicar el bien. ¡Eso sí será la verdadera alegría, la que viene desde dentro, por el nacimiento del Señor!

Nos sentiremos nombrados en el cántico de los ángeles al escuchar que la Gloria de Dios abraza a los hombres de buena voluntad.

jueves, 15 de diciembre de 2016

4°Adviento, 18 Diciembre. 2016.--

Primera Lectura: del libro del profeta Isaías 7: 10-14
Salmo Responsorial, del salmo 23: Ya llega el Señor, el Rey de la Gloria.
Segunda Lectura: de la carta del apóstol Pablo a los romanos 1: 1-7
Aclamación: He aquí que la Virgen concebirá y dará a luz a un hijo, y le pondrán el nombre de Emmanuel, que quiere decir Dios-con-nosotros.
Evangelio: Mateo 1: 18-24.

Ha llegado el tiempo prometido: el universo entero se alegra y lo muestra: cielos, nubes, tierra, todo se abre para recibir al Salvador; la preparación inmediata se acerca al término, ¿faltará algo más cercano a nosotros mismos, a nuestro interior, a nuestro acercamiento “salvador” para ser como Él, salvadores?

El compromiso ha ido creciendo, al menos en el conocimiento, pidámosle que englobe a la decisión de no solamente esperarlo sino recibirlo y precisamente en los demás. La ejemplaridad que nos deja cada una de sus huellas, está patente: Encarnación, Nacimiento, Entrega incondicional a la Voluntad del Padre, Pasión, Muerte; únicamente siguiéndolo paso a paso, llegaremos a la Gloria de la Resurrección: promesa, consuelo y realidad.

“La virgen concebirá y dará a luz un hijo y le pondrán el nombre de Emmanuel, que significa Dios-con-nosotros.” 

Siglos de espera esperanzada con la seguridad que da la Palabra del Padre, que, al contemplarla realizada, nos impulsa a reconocer: “Ya llega el Señor, el rey de la gloria.” Llegó para quedarse; vino para que experimentáramos intensamente la libertad en la aceptación del compromiso de “proclamar el Evangelio”, de vivir de su Palabra en la meditación y el conocimiento de las Escrituras; de llenarnos diariamente del asombro de lo inconcebible: Dios Hombre como yo, Jesucristo Hijo de Dios para que yo también lo sea; Jesucristo “Camino, Verdad y Vida”, único acceso al Padre: “Nadie va al Padre si no es por Mí.”  Y para que no ponga reparos, se hace “pobre, débil y pequeño como yo”, para que comprenda que soy “llamado a pertenecer a Cristo Jesús”, de quien provienen “la Gracia y la Paz de Dios nuestro Padre”. Sólo así celebraremos el Misterio, el Amor, la cercanía, “la vocación a la que hemos sido llamados.”

San Mateo, en el Evangelio, nos descubre tres interioridades de las que necesitamos aprender para superar incógnitas, angustias, mensajes que parecerían incomprensibles: “Jesucristo que no se aferra a su dignidad de Dios y se hace uno de nosotros.”  

María, que acepta ser ese puente maravilloso que une a la humanidad con Dios, mediante una respuesta, considerada humanamente, impensable: Virgen y Madre; fe que deslumbra y conforta.

José: “hombre justo”, dubitativo, desconcertado ante  la realidad que se le presenta, pero al estar lleno de Dios, da el paso más allá de la lógica, accede y recibe lo más maravilloso que ni siquiera podía imaginar: a Jesús y a María. ¡Qué incomparable compañía! 

En estos últimos días antes de celebrar la Navidad, con la fuerza del Espíritu, esmerémonos en prepararnos para el Encuentro de Jesús, María y José; que la fiesta exterior brote de la alegría interior que la guíe y la pinte con los mejores colores: Paz y Alegría sin límites.