jueves, 29 de octubre de 2015

Todos Santos, 1º noviembre, 2015.--.


Primera Lectura: del libro del Apocalipsis 7: 2-4, 9-14
Salmo Responsorial, del salmo 23: Esta es la clase de hombres que te buscan, Señor.
Segunda Lectura: de la primera carta del apóstol Juan 3: 1-3
Aclamación: Vengan a mí todos los que están fatigados y agobiados por la carga,  y Yo los aliviaré, dice el Señor.
Evangelio: Mateo 5: 1-12.

Domingo de alegría que ha nacido y es fecundada por la fe hasta que alcance la plenitud al encontrarnos con Dios. ¡Creo en la resurrección de los muertos y en la Vida Eterna! ¡Creo que existe la verdadera felicidad y que nuestra vida no es “un ¡ay! entre dos nadas”! ¡Creo que el Padre nos creó para que participáramos de su Bondad, de su cariño, de sus abrazos y de su mirada! ¡Creo en la Comunión de los santos, y, en esa Comunión estrecharé a todos mis seres queridos! Crecerá, junto con la alegría, la admiración al encontrar a tantos hombres y mujeres que supieron amar más a los otros que a sí mismos, porque sabiéndolo o sin saberlo, amaron a Dios en Jesucristo presente en cada hombre y mujer a quien amaron, por quien se preocuparon, a quien atendieron y apoyaron. Agradeceré, ya jubiloso, su intercesión por mí cuando aún era peregrino.

Fe perseverante en que la Gracia siempre ha sido y será más fuerte que mis flaquezas y mis inconstancias. Fe en que encontrarás en mí, Señor, “el sello de pertenencia a Ti”, de aceptación de tu Historia en mi historia y que me asegurará, gratuitamente, hacer trascender mi propia historia, porque “la salvación viene de nuestro Dios y del Cordero”.   

Confío que me cuentes “en esa inmensa muchedumbre que nadie puede contar y que hermana para siempre a hombres de todas las naciones y razas, de todo los pueblos y lenguas”. Me has “lavado en tu Sangre”, que en el día señalado, me encuentres  “con el manto blanqueado”, como fruto seguro de tu amor predilecto; no será por mis méritos, Tú y yo lo sabemos, sino por tu misericordia inacabable que perdona, que sana y capacita para que pueda ser “de la clase de hombres que te buscan, Señor”.

Me sé en el camino, porque Tú, Jesús, has abierto el camino que nos conduce al Padre y al conjuntar el texto de san Pablo en Rom. 8: 16, con el que acabo de leer en 1ª Jn. 3: 1-2, se ensancha el corazón; puedo llamar a Dios, sin ningún titubeo: “¡Abba!”, “¡Padre!”, porque Tú intercediste para que el Espíritu residiera en mí y que “no sólo me llame sino que sea hijo”, y si hijo, heredero, coheredero contigo de la gloria “que me haga semejante”, y “poder contemplarlo” –no sé cómo, ya me enseñarás a abrir los ojos- “tal cual Es”. Puesta en Él mi esperanza, seré purificado.

Que ese Espíritu me ayude a rehacer mi escala de valores, a vivir los que Tú me propones para “bien aventurarme”; felicidad y dicha diferentes al programa que acosa desde fuera, el que insiste en el éxito, el tener y el valer por sobre los demás; el tuyo, en cambio, apunta a lo profundo, revuelve las entrañas, porque buscar el Reino es volcarme, por entero, a los otros, deshacerme de mí y caer en la cuenta del presente que afirmas al abrir y cerrar las Bienaventuranzas: “la pobreza de espíritu”,  ya es el Reino; “la constancia en la fidelidad ante las oposiciones”, “ya es  el Reino”. Mi carne se rebela, mi espíritu se aquieta, porque vale más tu Palabra, tu actuar, siempre coherente, que todas las promesas que nacen de este mundo y en él se quedan.

Mi alegría y mi salto de contento, se unirán, para siempre a todos los que en fe caminaron y siguieron tu ejemplo. Lléname de tu Espíritu para que el Padre me acoja como hijo.

jueves, 22 de octubre de 2015

30° Ordinario, 25 octubre 2015.-



Primera Lectura: del libro del profeta Jeremías 31: 7-9
Salmo Responsorial, del salmo 125: Cosas grandes has hecho por nosotros, Señor.
Segunda Lectura: de la carta a los Hebreos 5: 1-6
Aclamación: Jesucristo, nuestro salvador, ha vencido a la muerte y ha hecho resplandecer la vida por medio del Evangelio.
Evangelio: Marcos 0: 40-52.

El hombre es el ser que busca, sabiendo lo que busca. Podemos ir por la vida sin meta precisa, ¿a dónde llegaríamos? La sabiduría popular nos enseña: “el que no sabe es como el que no ve”. Pero aquel que verdaderamente siente la inquietud de llegar, hará lo imposible por encontrar ayuda que lo lleve, aunque no mire, a donde la necesidad interna lo conduce. La confianza en la mano que le tienden, es báculo seguro.

La obscuridad que nos rodea, por dentro y por fuera, nos impide el encuentro que cambie nuestras vidas. ¿Existe, al menos, el deseo que nos pide el Señor: “Busquen continuamente mi presencia”?

La nebulosa experiencia que obscurece el camino, nos hace ser conscientes de lo que pedimos a nuestro Padre Dios: “Aumenta en nosotros la fe, la esperanza y la caridad”, virtudes que orientan directamente la relación contigo, que esclarecen y guían, que enseñan lo profundo y dan lo necesario para amar en concreto cuanto dices y mandas; sólo así obtendremos la realidad del Reino.

“Volver”, implica haber partido, habernos alejado, como Israel, a países lejanos. Ellos vivieron el dolor del exilio, la soledad, el llanto y la añoranza. Nosotros hemos partido sin movernos de sitio, lejos del corazón y los deseos. Ellos escucharon la voz de la promesa que allanó los caminos y dio seguridad a todo paso; aun los ciegos y cojos, junto a esa multitud, encontraron consuelo, porque “El Señor es amigo de su Pueblo”, y  congregó “ a los supervivientes de Israel”, se comportó como Quien es, Padre amoroso. La invitación para nosotros es la misma; la Voz que nos conduce, si queremos oírla, hará que regresemos a la senda segura, donde no tropecemos.

Detrás de la Voz, descubramos a Aquel que la pronuncia, al que no pude sino “hacer maravillas por nosotros”, que nos hace reír, que nos alegra, que nos transforma en admiración para los pueblos, pues nos ha liberado de un cautiverio más cruel que las cadenas. 

El Padre se nos hace presente en Jesucristo, Sacerdote y ofrenda que se entrega a sí mismo por nosotros. Nos sabe desde sí, desde su carne, débil como la nuestra; por eso nos comprende, se apiada y nos consuela; nos enseña a superar los miedos y la muerte. El Padre lo constituye en Único Mediador, “Piedra angular” que todo lo sostiene.

Es el mismo Jesús quien va por el camino de la vida, sus pasos suenan firmes y claros, decididos, de modo que aun los ciegos los distingan. Bartimeo está alerta; la salvación roza su sombra, no la ve, pero el sentido interno, la descubre. El grito de “¡Piedad!”, surgido desde la soledad en que vivía, se escucha más allá de todo ruido. Su insistencia es fe que actúa, no se deja acallar por otras voces que desvíen su deseo de mirar; grita más fuerte: “¡Hijo de David, ten compasión de mí!”.  Jesús, que siempre oye al que con fe lo invoca, se detiene. Él sabe lo que hay en el corazón del hombre, y lo llama. La esperanza del ciego ha crecido, arroja el manto y de un salto camina hacia Jesús dando tropiezos, no le importa, siente cerca el encuentro que cambiará su vida. Pregunta y respuesta van unidas por un lazo invisible que se transforma en luz: “¿Qué quieres que haga por ti?” “Maestro, que pueda ver”. El milagro está hecho; la claridad, venida desde dentro, iluminó sus pasos hacia fuera, lo llenó de alegría y le dio el tono del canto agradecido: “Grandes cosas ha hecho por mi, el Señor”.

Ilumina, Señor, a tanto Bartimeo que vaga por el mundo sin sentido; nosotros como él, te suplicamos: ¡Que veamos, Señor tus maravillas, y por encima de ellas, a Ti mismo!

viernes, 16 de octubre de 2015

DOMUND, 18 octubre 2015.



Primera Lectura: del libro del profeta Isaías 53: 10-11
Salmo Responsorial, del salmo 32: Muéstrate bondadoso con nosotros, Señor.
Segunda Lectura: de la carta a los Hebreos 4: 14-16
Aclamación: Jesucristo vino a servir y a dar su vida por la salvación de todos.
Evangelio: Mc. 10: 35-45.

Domingo de las Misiones, liturgia que insiste en la total actitud de servicio activo, sincero, universal, desinteresado; confianza en la plegaria, “porque el Señor responde”, porque, en plásticas comparaciones nos recuerda que el Señor nos cuida, nos guía, nos protege, y asegura su ayuda para que nuestra voluntad aprenda la docilidad, y otra vez, el servicio. 

El pequeño fragmente del Cántico del Siervo de Yahvé que leemos en Isaías, referido a un personaje desconocido pero perfectamente aplicable a Jesús, ya que anuncia, muchos años antes, lo que fue la total realidad en la entrega del Señor por nosotros, que lo sabemos y quizá por “sabido” no lo dejamos penetrar hasta el fondo de nuestra alma para que nos sacuda de agradecimiento: “con sus sufrimientos justificará mi siervo a muchos, cargando con los pecados de ellos”, ejemplaridad de amor y de servicio, ya nos contamos entre los justificados… ¿Cómo decimos en el Salmo: “muéstrate bondadoso con nosotros, Señor”?, ¿podemos esperar más muestras de su bondad?  Más elementos nos da la Carta a los Hebreos: Jesús, Hijo de Dios, ha querido ser igual a nosotros,  ningún ser humano podrá decir que ha sufrido más que Él, y Él sin merecerlo; verdadero sacerdote que no ofrece sacrificios extraños sino que se entrega a Sí mismo;  identificado con nosotros nos muestra el camino para encontrar la gracia en el momento oportuno; ¡otro vivo ejemplo de servicio! 

Sin duda habremos escuchado ese dicho: “el que no vive para servir, no sirve para vivir”, lo aceptamos, lo repetimos, admiramos a los que lo realizan, sería bueno preguntarnos que tanto lo bajamos a nuestra realidad; contemplemos a Jesús que no se contenta con palabras, que va hasta el extremo de lo que predica y se adjudica, sin vacilaciones: “El Hijo del hombre vino a servir y a dar su vida por la redención de todos”; no lo comprendieron los discípulos aturdidos por el deseo del poder como estrado del éxito, del encumbramiento y  del aplauso. Juan y Santiago “no saben lo que piden”, se han quedado en sí mismos; igual los otros 10, enojados y, sin duda, envidiosos…, lejos del Corazón de Cristo…, al igual que nosotros. ¡Ilústranos, Señor, que entendamos y aceptemos tus proyectos tan opuestos a nuestra idolatría! 

Tenemos mil ejemplos de los que te han tomado en serio y han sacrificado y lo siguen haciendo. “el bienpasar” y las comodidades, su patria, su lengua y su cultura para dar a conocer la alegría del Evangelio, aun a precio de su sangre; bendícelos y bendícenos.