miércoles, 15 de mayo de 2024

PENTECOSTÉS, mayo 19 2024.

Primera Lectura: del libro de los Hechos de los Apóstoles 2: 1-11
Salmo
Responsorial
, del salmo  103:
Envía, Señor, tu Espíritu a renovar la tierra. Aleluya.
Segunda Lectura: de la primera carta del apóstol Pablo a los corintios 12: 3-7, 12-13
Evangelio: Juan 20: 19-23.
 
Soñar es fácil, realizar lo soñado requiere esfuerzo, constancia, fe, cercanía con aquel que nos hará capaces de volver realidad lo soñado: la unidad, la fraternidad, la comprensión, la solidaridad, el regreso al respeto por la persona humana con todo lo que esto implica: “renovar la faz de la tierra.”  Reencontramos, una vez más, la esencia de nuestra tarea de hombres y de cristianos, de buscadores, espero, incansables, de la verdad y de la paz. Tarea incansable y a la vez imposible, sin los dones del Espíritu Santo, recibidos o por recibir en la confirmación, que ya tenemos desde el bautismo pero reciben como un nuevo impulso por el Sacramento que corona la iniciación cristiana, a condición de que no se lo impidamos: Sabiduría, Inteligencia, Consejo, Fortaleza, Ciencia, Piedad y Santo Temor de Dios. Cada uno de ellos, como semilla con su propio dinamismo, con su potencial concreto para hacer, en cuanto de nosotros dependa, una sociedad más humana y, por lo tanto, más divina, más conforme al “plan inicial de dios.”  Ya pedía San Pablo, el domingo pasado: “que el señor les ilumine la mente para comprender…”  quien ha comprendido, se ha dejado guiar por el Espíritu, entonces “la boca hablará de lo que está lleno el corazón”, no habrá necesidad de intérpretes porque comunicaremos todo en el lenguaje universal, la que todos entienden: el del amor, el de Jesucristo muerto y resucitado, el que el espíritu imprime en lo más profundo de nuestros seres: “no serán ustedes los que hablen, sino el Espíritu del Padre que habita en ustedes.”  ¿De verdad estamos dispuestos a esta transformación? Si algo queda por purificar, confiemos en que Él lo hará: “nos confirmará en la verdad.”

La diversidad de dones que el Señor ha derramado en nosotros, que somos su cuerpo, es precisamente para el bien de todos. Imaginemos cómo sería el mundo si permitimos que el espíritu se manifieste plenamente a través de nosotros, los frutos ya nos los describe San Pablo en la Carta a los gálatas, 5: 22- 24: “amor, alegría, paz, tolerancia, agrado, generosidad, lealtad, sencillez, dominio de sí…, contra esto no hay ley que valga…”  es un verdadero arremeter contra lo que impide esta floración: nuestro egoísmo, imbatible por nosotros mismos, superable si estamos injertados en Cristo con la fuerza y acción del Espíritu Santo.

¿Qué nos deja Jesús antes de partir? La paz, esa paz que el mundo no puede dar, esa paz que se va extendiendo a través de nuestras obras y que fortalece a los demás; paz que lleva a la alegría, a la profundización de la Fe, en un Jesús más presente todavía que cuando estaba físicamente entre los hombres. Paz que solidifica la pertenencia al Dios Trino porque “queda desatado cuanto nos ataba a nosotros mismos, porque nos hace percibir el perdón y nos prepara a perdonar, porque nos hace recibir, a corazón abierto, la misión recibida desde el Padre por medio de Jesús y consolidada por el Espíritu Santo”.  No permitamos que los bienes de este mundo, buenos en sí, pero a ratos engañosos, nos hagan perder la mirada de transparencia, de gozo y de alegría que anime y haga más grata la vida de los que nos rodean.

Recordemos cómo define San Pedro a Jesús en su caminar por el mundo: “pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él.”   (Hechos 10: 38)  ¿En algo se va pareciendo nuestro proceder al suyo? ¿Percibimos esa misma presencia del Espíritu de Dios, de Jesucristo, en nosotros? Si no comenzamos ya, probablemente no tengamos tiempo para hacerlo…  no hagamos esperar el “Espíritu que ha sido derramado en nuestros corazones.”

jueves, 9 de mayo de 2024

La Ascensión del Señor, 12 de mayo, 2024


Primera Lectura:
del libro de los Hechos de los Apóstoles 1: 1-11
Salmo Responsorial, del salmo 46: Entre voces de júbilo, Dios asciende a su trono. Aleluya.
Segunda Lectura: de la carta del apóstol Pablo a los efesios 4: 1-13
Evangelio: Marcos 16: 15-20

Es bueno “mirar al cielo”, pero con los pies en la tierra. Aprender a ser, como nos dice San Gregorio: “hombres intramundanos y supramundanos a la vez”. Entre las creaturas, especialmente entre los hombres, a ejemplo de Jesús, sin huir contrariedades, molestias, incluso la muerte, porque vislumbramos, más aún, sabemos que “su triunfo es nuestra victoria, pues a donde llegó él, nuestra cabeza, tenemos la seguridad de llegar nosotros, que somos su cuerpo.” Esta es la forma de ser lo que somos para llegar a ser lo que seremos; ahora aquí en la entrega incondicional al reino; después allá, adonde Cristo nos ha precedido.

Camino al monte de la ascensión, el Señor Jesús refuerza nuestra confianza: “aguarden a que se cumpla la promesa del padre…, dentro de pocos días serán bautizados en el Espíritu Santo”. Hemos aprendido, en la lectura de la sagrada escritura y en la experiencia personal, que “Dios es fiel a sus promesas”; ésta también la cumplió y la sigue cumpliendo, “iluminando nuestras mentes para que comprendamos cuál es la esperanza a la que hemos sido llamados, la rica herencia que Dios da a los que son suyos.”  ¿Aprenderemos a confiar “en la eficacia de su fuerza poderosa”? Convocados a ser uno en cristo para participar de su plenitud.

Como respuesta a la pregunta que le hacen los discípulos: “Señor, ¿ahora sí vas a restablecer la soberanía de Israel?”, imagino a Cristo esbozando una sonrisa comprensiva, no en balde ha sido un ser totalmente intramundano, ha convivido con los hombres, les ha abierto su corazón y no han aprendido a “mirar hacia arriba”. ¿Qué clase de reino esperan todavía? ¿La riqueza, el poder, el engrandecimiento? ¡Qué pronto han olvidado aquella lección cuando discutían ente ellos sobre ¿Quién era el mayor? “No sea así entre ustedes, porque el que se ensalza será humillado y el que se humilla será ensalzado”. Ni lo que, sin duda, supieron que respondió a Pilatos: “mi reino no es de este mundo”. Ya les y nos enviará al Espíritu para comprender cuanto les y nos ha dicho. De su mismo Espíritu brotará la fortaleza para cumplir la encomienda: “serán mis testigos hasta los últimos rincones de la tierra.”  Los ángeles los sacan del asombro y les confirman que “ese mismo Jesús que los ha dejado para subir al cielo, volverá, como lo han visto alejarse”. ¡Revivamos con fe lo que diariamente decimos en la misa!: “que vivamos libres de pecado y protegidos de toda perturbación, mientras esperamos la venida gloriosa de Nuestro Salvador Jesucristo”.

Sin dejar de mirar al cielo, es hora de volver a los hombres y de anunciar la buena nueva; es la hora de la iglesia, es nuestra hora de “ir y enseñar a todas las naciones”. Su palabra ya es promesa cumplida: “yo estaré con ustedes, todos los días, hasta el fin del mundo”.

La pléyade ejemplar de los que le han sido fieles, nos anima, aunque no hagamos milagros, ni curemos enfermos, ni expulsemos demonios. Aunque nos digan que vamos en sentido contrario, que es una utopía creer en el amor y en la bondad, en el servicio desinteresado, en la fraternidad universal y el mundo nos grite que abramos los ojos y veamos el mal, el odio y la violencia que persisten, mostremos con las obras que el señor “actúa con nosotros” y afirma nuestros pasos. ¡Alguien que vale la pena, nos espera, preparemos el encuentro final ya desde ahora!

    

 

domingo, 5 de mayo de 2024

6º DE PASCUA, 5 de mayo 2024.-


Primera Lectura:
del libro de los
Hechos de los Apóstoles 15: 25-26, 34-35, 44-4
8
Salmo Responsorial, del salmo 97: El Señor nos ha mostrado su amor y su lealtad. Aleluya.
Segunda Lectura: de la primera carta del apóstol Juan 4: 7-10
Evangelio: Juan 15: 9 - 17
 
“Voces de júbilo” llenan nuestras vidas. El júbilo nos llega por la victoria de Jesús, nuestro hermano, nuestro ejemplo, nuestro camino; esa alegría debe perdurar siempre, es el fruto de la paz que nos vino a traer para que se haga efectiva en la transformación de nuestras vidas, a tal grado que nadie tenga que preguntarnos si somos discípulos de cristo, porque lo captarán mirando nuestras obras: “hechas a la luz para gloria del padre”.
 
 Alegría que viene del espíritu, ese “soplo universal” que inspira a todo ser humano: “dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad”. Indecible la sorpresa de pedro al ser testigo de que el espíritu santo descendía sobre los paganos. Comprendió, en toda su grandeza que “la palabra de dios no está encadenada”. Recordó que “el espíritu va donde quiere, no lo ves, como al viento, pero sientes sus efectos.”  Ahí estaba, actuando frente a él y escuchando cómo aquellos hombres “proclamaban las grandezas de dios”. ¿quién puede oponerse al espíritu? ¡lástima que nos resistamos a su ímpetu, a sus mociones y no nos presentemos como instrumentos listos para transformar el mundo! Bajo la luz de dios todo cambia de aspecto, todo brilla, todo es bello, todo es posible…, ¡aun nuestra conversión!
 
El salmo continúa animándonos a la alegría. ¿quién no estará alegre al ver cómo el señor nos ha mostrado, nos muestra y nos seguirá mostrando su amor y su lealtad? La revelación sigue en presente, faltan oídos que la escuchen y corazones que le den albergue. Abramos el interior y dejemos que nos inunde, con toda su potencia, la realidad que tanto ansiamos: el amor, motor incansable, fuerza transformadora que alimenta lo que, a la mirada puramente racional e inmediata le parece imposible: “amarnos los unos a los otros”, simplemente para ser como dios, porque “dios es amor”. Con él y desde él se limpiarán los ojos, se olvidarán heridas y rencores, se ensanchará el horizonte y, de verdad, constataremos que todo es bello. Trataremos de reproducir en cada ser humano, más aún en cada creatura, lo que ese amor ha hecho de nosotros: existir y crecer. 
 
Probablemente, Jesús, no nos pida la vida de una manera cruenta, como él la ofreció al padre por nosotros, pero sí la actitud bondadosa, amable, servicial, pronta y atenta, la del amigo de ojos transparentes, la que no esconde engaños, la que confía y comunica cuanto el señor le ha hecho percibir de su presencia, como el mismo Jesús en relación al Padre. 
 
Esto es vivir en el amor y en la apertura, es el seguir el rastro de sus huellas, es cumplir su mandato y estar constantemente agradecidos porque puso su morada entre nosotros
 
“No son ustedes los que me han elegido, soy Yo quien los ha elegido y los he destinado para que vayan y den fruto y su fruto permanezca”. Desde la eternidad fue hecha la elección, se ha concretado en un momento exacto: este, en el que somos y seguimos siendo. Es tiempo de revisar los frutos y preguntarnos, simplemente, ante él, si están maduros.