viernes, 31 de mayo de 2024
9º. Ordinario, 2 Junio 2024.-
viernes, 24 de mayo de 2024
La Santísima Trinodad. 26 mayo 2024*
Primera Lectura: del libro del Deuteronomio 4 32-34
Salmo Responsorial, del salmo 32: Dichoso el pueblo escogido por Dios.
Segunda Lectura: de la carta del apóstol Pablo a los romanos 8: 14-17
Evangelio: Mateo 28: 16-20.
En mar abierto de la revelación, ¿cómo entender que uno más uno más uno, sean igual a uno; la lógica y las matemáticas enmudecen, sólo el amor habla, se explaya y deja al descubierto la intimidad de Dios.
Volúmenes de reflexiones y disquisiciones, incapaces de penetrar el misterio, ese no es el camino para llegar a Dios. Para encontrarnos con Él, la vía es la Fe hecha humildad, sencillez y aceptación, permitir que la palabra hecha carne nos ilumine. Jesucristo, en quien reside la plenitud, al hablarnos de sí mismo, nos descubre al Padre y al ascender a los cielos, el Padre y Él nos envían al consolador, al Espíritu de Verdad que nos confirma en todo lo dicho. ¿Vislumbramos algo del misterio?: el Padre y el Hijo nos envían al Espíritu
Santo; está claro y no está claro pero ¡creemos en quien lo dice!
El intento comparativo que han buscado los santos y los teólogos, queda siempre incompleto. La Santísima Trinidad es como el sol, que es el mismo, pero su luz, sus rayos, su calor, procedentes de Él, ¡son Él!, pero su muestra y sus frutos son diferentes; como la fuente: es manantial, es estanque, es canal por donde corre y empapa y da vida, ¡la misma agua!, en manifestaciones diferentes… ¿qué entendimos de la esencia de Dios? ¡nada! Todo esfuerzo por penetrar lo impenetrable queda trunco.
Diez y nueve siglos mantuvo Israel la fe en un Dios único: “reconoce, pues, y graba en tu corazón que el Señor es el Dios del cielo y de la tierra y que no hay otro”. Fundado en un monoteísmo “monolítico”, para superar la ideología de los pueblos circundantes, pero todavía muy lejano de la realidad que nos trae Jesús al llegar la plenitud de los tiempos. Dios no es ni solitario ni lejano, es compañía, es comunicación, es, en la encantadora frase de San Juan “amor”. Imposible amar en soledad, imposible amar sin compartir, imposible amar sin donarse. ¿Quién podría llegar a la intimidad de Dios, sino “el Espíritu que lo penetra todo”? “Nadie conoce mejor el interior del hombre que el espíritu del hombre que está en el hombre, nadie conoce mejor el interior de Dios que el Espíritu de Dios que es Dios”. Él ha recorrido el velo y como resultado nos entrega la vida íntima revelación de Dios.
“La fe cristiana confiesa que hay un solo Dios, por naturaleza, por substancia y por esencia”. ¿Cuántas veces nos hemos santiguado, cuántas hemos recitado el credo? Y de ese incontable número, ¿cuántas veces nos hemos detenido a considerar lo que hacemos y lo que confesamos? “Dios Padre, Dios Hijo, Dios Espíritu Santo”, tres personas distintas y un solo dios verdadero. Inútil estrujar el pensamiento, es la Fe en el testigo primordial, en Jesús, la que nos da un atisbo y hace estremecer todo el ser al pronunciar la palabra que nos engendra: “Padre”. Comenzamos a entender, de verdad, lo que nos decía
San Pablo: “anhelando que se realice plenamente en nosotros la condición de hijos de Dios”, (rom. 8: 23). Sí, hijos, “herederos y coherederos con cristo”; en la adhesión completa, aunque nos estremezca; “porque si sufrimos con Él, seremos glorificados junto a Él.” Si el temor nos acosa, el Espíritu nos libera para ir por todo el mundo “enseñando a todas las naciones, enseñándoles a cumplir todo cuanto Jesús nos ha mandado”. La misión universal vuelve a relucir, nuestra impotencia nos puede hacer flaquear, pero “en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”, con la certeza de que Jesús estará con nosotros hasta el fin de los siglos, ¡nos arriesgamos!
miércoles, 15 de mayo de 2024
PENTECOSTÉS, mayo 19 2024.
Responsorial, del salmo 103: Envía, Señor, tu Espíritu a renovar la tierra. Aleluya.
La diversidad de dones que el Señor ha derramado en nosotros, que somos su cuerpo, es precisamente para el bien de todos. Imaginemos cómo sería el mundo si permitimos que el espíritu se manifieste plenamente a través de nosotros, los frutos ya nos los describe San Pablo en la Carta a los gálatas, 5: 22- 24: “amor, alegría, paz, tolerancia, agrado, generosidad, lealtad, sencillez, dominio de sí…, contra esto no hay ley que valga…” es un verdadero arremeter contra lo que impide esta floración: nuestro egoísmo, imbatible por nosotros mismos, superable si estamos injertados en Cristo con la fuerza y acción del Espíritu Santo.
¿Qué nos deja Jesús antes de partir? La paz, esa paz que el mundo no puede dar, esa paz que se va extendiendo a través de nuestras obras y que fortalece a los demás; paz que lleva a la alegría, a la profundización de la Fe, en un Jesús más presente todavía que cuando estaba físicamente entre los hombres. Paz que solidifica la pertenencia al Dios Trino porque “queda desatado cuanto nos ataba a nosotros mismos, porque nos hace percibir el perdón y nos prepara a perdonar, porque nos hace recibir, a corazón abierto, la misión recibida desde el Padre por medio de Jesús y consolidada por el Espíritu Santo”. No permitamos que los bienes de este mundo, buenos en sí, pero a ratos engañosos, nos hagan perder la mirada de transparencia, de gozo y de alegría que anime y haga más grata la vida de los que nos rodean.
Recordemos cómo define San Pedro a Jesús en su caminar por el mundo: “pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él.” (Hechos 10: 38) ¿En algo se va pareciendo nuestro proceder al suyo? ¿Percibimos esa misma presencia del Espíritu de Dios, de Jesucristo, en nosotros? Si no comenzamos ya, probablemente no tengamos tiempo para hacerlo… no hagamos esperar el “Espíritu que ha sido derramado en nuestros corazones.”
jueves, 9 de mayo de 2024
La Ascensión del Señor, 12 de mayo, 2024
Es bueno “mirar al cielo”, pero con los pies en la tierra. Aprender a ser, como nos dice San Gregorio: “hombres intramundanos y supramundanos a la vez”. Entre las creaturas, especialmente entre los hombres, a ejemplo de Jesús, sin huir contrariedades, molestias, incluso la muerte, porque vislumbramos, más aún, sabemos que “su triunfo es nuestra victoria, pues a donde llegó él, nuestra cabeza, tenemos la seguridad de llegar nosotros, que somos su cuerpo.” Esta es la forma de ser lo que somos para llegar a ser lo que seremos; ahora aquí en la entrega incondicional al reino; después allá, adonde Cristo nos ha precedido.
Camino al monte de la ascensión, el Señor Jesús refuerza nuestra confianza: “aguarden a que se cumpla la promesa del padre…, dentro de pocos días serán bautizados en el Espíritu Santo”. Hemos aprendido, en la lectura de la sagrada escritura y en la experiencia personal, que “Dios es fiel a sus promesas”; ésta también la cumplió y la sigue cumpliendo, “iluminando nuestras mentes para que comprendamos cuál es la esperanza a la que hemos sido llamados, la rica herencia que Dios da a los que son suyos.” ¿Aprenderemos a confiar “en la eficacia de su fuerza poderosa”? Convocados a ser uno en cristo para participar de su plenitud.
Como respuesta a la pregunta que le hacen los discípulos: “Señor, ¿ahora sí vas a restablecer la soberanía de Israel?”, imagino a Cristo esbozando una sonrisa comprensiva, no en balde ha sido un ser totalmente intramundano, ha convivido con los hombres, les ha abierto su corazón y no han aprendido a “mirar hacia arriba”. ¿Qué clase de reino esperan todavía? ¿La riqueza, el poder, el engrandecimiento? ¡Qué pronto han olvidado aquella lección cuando discutían ente ellos sobre ¿Quién era el mayor? “No sea así entre ustedes, porque el que se ensalza será humillado y el que se humilla será ensalzado”. Ni lo que, sin duda, supieron que respondió a Pilatos: “mi reino no es de este mundo”. Ya les y nos enviará al Espíritu para comprender cuanto les y nos ha dicho. De su mismo Espíritu brotará la fortaleza para cumplir la encomienda: “serán mis testigos hasta los últimos rincones de la tierra.” Los ángeles los sacan del asombro y les confirman que “ese mismo Jesús que los ha dejado para subir al cielo, volverá, como lo han visto alejarse”. ¡Revivamos con fe lo que diariamente decimos en la misa!: “que vivamos libres de pecado y protegidos de toda perturbación, mientras esperamos la venida gloriosa de Nuestro Salvador Jesucristo”.
Sin dejar de mirar al cielo, es hora de volver a los hombres y de anunciar la buena nueva; es la hora de la iglesia, es nuestra hora de “ir y enseñar a todas las naciones”. Su palabra ya es promesa cumplida: “yo estaré con ustedes, todos los días, hasta el fin del mundo”.
La pléyade ejemplar de los que le han sido fieles, nos anima, aunque no hagamos milagros, ni curemos enfermos, ni expulsemos demonios. Aunque nos digan que vamos en sentido contrario, que es una utopía creer en el amor y en la bondad, en el servicio desinteresado, en la fraternidad universal y el mundo nos grite que abramos los ojos y veamos el mal, el odio y la violencia que persisten, mostremos con las obras que el señor “actúa con nosotros” y afirma nuestros pasos. ¡Alguien que vale la pena, nos espera, preparemos el encuentro final ya desde ahora!