domingo, 9 de julio de 2017

14° Ord. 9 julio 2017.-



Primera Lectura: del libro del profeta Zacarías 9: 9-10
Salmo Responsorial, del salmo 144: Acuérdate, Señor, de tu misericordia.
Segunda Lectura: de la carta del apóstol Pablo a los romanos 8: 9, 11-13
Aclamación: Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has revelado los misterios del Reino a la gente sencilla.
Evangelio: Mateo 11: 25-30.

  Meditar lo agradable, anima, fortalece, entusiasma; ¿con qué frecuencia recordamos “los dones del amor del Señor”? No es necesario hacerlo en una iglesia., es posible siempre, en el templo de nuestra interioridad: “Ustedes son templos de Dios”, y más consolador lo que el mismo Jesús asegura: “El que me ama, guardará mis mandamientos, vendremos a él y haremos en él nuestra morada”. Recordar los dones  es  tener presente al dador de los dones, y, al hacerlo, conocemos y reconocemos su bondad, su compasión, su misericordia, su amor y brotará, espontánea, la alabanza; bendeciremos al Señor, “diremos bien” de Él, como él lo hace de nosotros.

   Liturgia de la alegría y el reposo. ¿Qué mayor alegría que sabernos libres de la esclavitud del pecado?  Ya la anuncia Zacarías: “Mira tu Rey viene a ti, justo y victorioso, humilde y montado en un burrito”, arco que se abre aquí y se cerrará en el Domingo de Ramos en el que veremos a Jesús, no con esplendor ni montando un caballo, sino en un burrito,  descalificando los poderes terrenales, los carros y los arcos, para trocar el poder que subyuga por el que lleva a la paz y ofrece un reposo que no termina: la felicidad eterna.

   No aceptar a Cristo, vivir al margen de su mensaje, (¡cuántos lo hacemos “de manera callada”!), es sencillamente no tener el Espíritu de Cristo, y “continuar sujetos al desorden egoísta que hace del desorden regla de conducta”. Con tristeza nos vemos envueltos en ese desorden; con tristeza y angustia constatamos que la humanidad, nuestra sociedad, y nosotros con ellas, nos movemos en ese “desorden egoísta”, que nubla la visión, cierra el horizonte y priva de la paz, de la felicidad y del reposo. ¿Qué luz nos ofrece, el cambio?, “si el Espíritu del Padre, que resucitó a Jesús de entre los muertos, habita en nosotros”, ese mismo Espíritu “dará vida a nuestros cuerpos mortales”, inicio, sin fin, de esa alegría y reposo tan anhelados.

   Mateo nos permite contemplar a Jesús que da libre curso a lo que llena su corazón: ora lo que vive y vive lo que ora; dejémonos impresionar por su actitud, sus palabras, su ejemplo, su invitación.

   ¿Consideramos la oración como dimensión importante en nuestro diario caminar? Jesús la hace en medio de la actividad; oración filial, intensa, cimentada en la unidad del Padre con el Hijo; brota de la riqueza de su vida interior en constante relación con el Padre. “¡Da gracias!”,  reconoce y alaba. ¡Cuánto por aprender! Son los” sencillos” quienes comprenderán “estas cosas”: la unidad del Padre y el Hijo, la divinidad de Jesús, la realidad de que sólo Él es Camino para ir al Padre. Esto es incomprensible para “los sabios y entendidos”, para quienes buscan un “dios” a la medida de su comodidad, de su razón y piden pruebas “lógicas”. Una vez más, ¿confiamos en la acción del Espíritu de Dios en nosotros?

   “Aprendan de Mí que soy manso y humilde de corazón, y encontrarán reposo, porque mi yugo es suave y mi carga es ligera”. Jesús no oculta que el camino es arduo, pero posible. Él va delante y nos promete, Palabra de Dios, que “dará alivio a los fatigados y agobiados”, hagámosle caso. Pidamos ser sinceros con Él y con nosotros mismos.

sábado, 1 de julio de 2017

13° Ordinario, 2 julio 2017.-

Primera Lectura: del segundo libro de los Reyes 4: 8-11, 14-16
Salmo Responsorial, del salmo 88: Proclamaré sin cesar la misericordia del Señor
Segunda Lectura: de la carta del apóstol Pablo a los romanos 6: 3-4, 8-11;
Aclamación: Ustedes son linaje escogido, sacerdocio real, nación consagrada a Dios, para que proclamen las obras maravillosas de aquel que los llamó de las tinieblas a su luz admirable.
Evangelio: Mateo  10: 37-42.

 “Aclamar al Señor con gritos de júbilo”, alegría que nace de sabernos “hijos de la luz”, conscientes de que la presencia y la actuación de la Gracia nos mantendrá “alejados de las tinieblas del error y permanecer en el esplendor de la verdad”. Preguntémonos, con sinceridad, si existe algo que más nos interese, y al descubrir que somos y queremos ser sinceros, se acrecentará el júbilo; y si aún faltara profundidad en nuestro interior por vivir el esplendor de la verdad, ahora es ocasión propicia para pedir, más y más, sentirnos “hijos de la luz”.

La liturgia de hoy nos presenta variaciones sobre la actitud de apertura, de acogida, de hospitalidad, de aprender a “ver a Dios en todas las cosas y a todas las cosas en Dios”.

Eliseo es un profeta itinerante, pasa con cierta regularidad por la ciudad de Sunem; una mujer distinguida le insiste en que se hospede en su casa, él acepta; los esposos no contentos con ofrecerle comida, deciden construir una modesta habitación donde repose. El agradecimiento nace de manera espontánea y Eliseo pregunta a su criado qué hacer por aquellas personas tan amables; éste le pinta el panorama que ha descubierto: “No tienen hijos y el marido es anciano”.
Capta el “hombre de Dios” y, desde su enorme confianza en Yahvé, llama a la mujer y le promete algo que ya no podían esperar humanamente: “El año que viene, por estas mismas fechas, tendrás un hijo en tus brazos”. Definitivamente la recompensa que viene de Dios, supera toda expectativa: Quienes han dado hospedaje gratuitamente, tendrán descendencia; es la bendición que llega de arriba. Seguro que cantaron con todo entusiasmo el salmo que deberíamos recitar con mayor frecuencia y con plena conciencia: “Proclamaré sin cesar la misericordia del Señor”.

San Pablo nos insta a un “hospedaje” de mayor nivel, somos nosotros los itinerantes que no tenemos, desde nosotros, donde reposar y es Cristo quien nos invita a ser “injertados en Él”; no en una habitación pasajera, sino en la Casa que nos ofrece la Vida permanente. Ya, por su gratuita elección, hemos recibido el Bautismo: sumergidos con Él  para resucitar con Él, –siguiendo la comparación- “muertos al pecado, vivamos para Dios, en Cristo Jesús”. La vida nueva la ha comenzado Él en nosotros y contamos con Él para continuarla.

Jesús no puede dejar de recordarnos la radicalidad del Evangelio, de nuestro compromiso, de la aceptación de que todo es relativo, y, que el Padre y Él, en unión con el Espíritu Santo, son, ES, el único Absoluto, y el camino para demostrarlo, -entendámoslo o no- es la Cruz, no como sufrimiento, sino como seguimiento, como “pérdida que es la ganancia final”. Para intentar comprender, de alguna forma, lo que nos parece “demasiado difícil”, no tenemos otra instancia más que pedir que “esa Luz, de la que somos hijos”, ilumine nuestras carencias y enderece nuestras elecciones.


Toda creatura es reflejo de la bondad de Dios, nuestros más cercanos, nuestra misma vida, cada ser humano y de manera especial “los más pequeños”. Recibir con sinceridad y alegría a cuantos encontremos en la vida, ¡creámosle al Señor!, es recibir a Cristo y recibir al Padre. No pensemos en la recompensa, vivamos, ¡ya!, la verdadera liberación que nos conduzca a encontrar, experiencialmente, a Dios en todas las cosas y a todas en Él.