jueves, 27 de mayo de 2010

La Santísima Trinidad, mayo 30, 2010.

Primera Lectura: del libro de los Proverbios 8: 22-31
Salmo Responsorial, del Salmo 8: ¡QUé admirable, Señor, es tu poder!
Segunda Lectura: de la carta del apostol San Pablo a los Romanos Rom. 5: 1-5;
Evangelio: Juan 16: 12-15.

“Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo”; el Misterio de Dios que Él mismo nos ha revelado; Misterio que no podríamos ni siquiera imaginar y que nos descubre la profunda Comunicación en la que Dios vive y de la que nos hace partícipes.

Los teólogos se han esforzado por encontrar fórmulas que nos acercaran, al menos un poco, a la misma profundidad de Dios y nos quedamos con conceptos, vinculaciones, procesiones, diferencias y unidad, que poco nos dicen de Aquel que nos sobrepasa.

Nuestro cristianismo es Trinitario, Dios no es solitario, es Familia. Buscamos, desde Jesucristo, hacer referencia a la gran revelación que nos trajo.

¿Quién eres, Señor, cómo eres? La respuesta no nos llena de ideas, Jesús, como lo hizo con sus discípulos, como lo hace con nosotros a través del Evangelio, nos ofrece una vía de contacto existencial, de acercamiento desde la Fe, desde el trato íntimo con Él, porque encontrarnos con Jesús es encontrarnos con el Padre y con el Espíritu Santo.

Es lo que fueron aprendiendo sus discípulos, es lo que nos sigue enseñando, no conceptos fríos e inalcanzables, sino la vivencia diaria, el proceso lento pero profundo, la paciencia y la confianza para aceptar a Dios como Es, imposible de imaginar pero “palpable” a través de sus obras, a través de “su enviado, Jesucristo”. En Él descubrimos la Bondad, la Compasión, la Misericordia y el Amor: “Al Padre nadie lo ha visto nunca, el Hijo Unigénito es quien nos lo ha revelado” (Jn. 1: 18) Jesús nunca actúa sino siguiendo la Voluntad del Padre: “que el mundo sepa que amo al Padre y que cumplo exactamente su encargo”. (Jn. 14: 31) Su testimonio es claro: “Si Yo no hago lo que me encarga mi Padre, no se fíen de mí, pero si lo hago, aunque no se fíen de mí, fíense de mis obras; así sabrán de una vez que el Padre está conmigo y Yo estoy con mi Padre” (Jn.10: 37-38). Que resuenen en nuestros corazones las palabras dirigidas a Felipe: “Quien me ve a mí, está viendo al Padre. ¿No crees que Yo estoy con el Padre y el Padre está conmigo?” (Jn. 14: 9) Aun así, nuestro entendimiento vacila, Señor, ¿cómo podremos comprender?; atendamos y confiemos: “Lo que es imposible para los hombres, es posible para Dios”. (Mt. 19: 26)

Mantengámonos en paz con Dios por mediación de nuestro Señor Jesucristo, con la esperanza que no defrauda, “porque Dios ha infundido en nuestros corazones su amor por medio del Espíritu Santo, que Él mismo nos ha dado”.

El Espíritu que es la Vida de Dios, ese Espíritu prometido y enviado por Jesús, ese Espíritu que está en Jesús es el que nos descubre Quién es Dios.

Jesús Palabra del Padre, nos ilumina para que atisbemos la Vida Trinitaria: Él regresa al Padre y ambos nos envían al Espíritu. “Todo lo que tiene el Padre es mío”, posee todo lo que el Padre posee; “El Espíritu me glorificará, porque primero recibirá de mí lo que les vaya comunicando”. Más íntimo que mi misma intimidad, Guía seguro, si me dejo conducir, a la Verdad Plena.

Al recorrer la Liturgia de la Misa, reconozcamos, confirmemos la presencia Trinitaria, desde el inicio mismo, al santiguarnos, hasta la despedida en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.

¡Qué la intimidad de esta presencia crezca a lo largo de lo que nos reste de vida, y al iniciar cada actividad, sean el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo Quienes la presidan!

miércoles, 19 de mayo de 2010

Pentecostés, 23 mayo 2010.

Primera Lectura: Hech. 2: 1-11;
Salmo Responsorial, del salmo 103: Envía, Señor, tu Espíritu a renovar la tierra. Aleluya.
Segunda Lectura: de la 1ª carta de SAn Pablo a los  Corintios 12: 3-7, 12-13
Evangelio: Juan 20: 19-23.

¿Llegaremos a comprender algún día, en esta tierra, el significado del amor de Dios? A partir de la antífona de entrada nos llega la invitación, fuerte, fiel, para que profundicemos esa realidad que va más allá de la limitada inteligencia humana: “El amor de Dios ha sido infundido en nuestros corazones por el Espíritu Santo, que habita en nosotros”. Jesús ha cumplido su palabra: “Les conviene que Yo me vaya; porque si no me voy, no vendrá a ustedes el Paráclito; en cambio, si me voy, Yo se lo enviaré” (Jn. 16: 7) Y lo ha hecho, lo ha enviado a renovar la tierra, a darle la configuración primigenia, tal como salió, como salimos, de “las manos de Dios”; dejémonos habitar, dejémonos conducir, aprendamos a escuchar en el silencio de la profundidad de Dios en nosotros y constataremos que “somos otros” a través del amor y la unidad, de los dones abundantes que nos otorga para que surja una humanidad nueva, “en justicia y santidad verdaderas”. Es Su obra, “no opongamos resistencia al Espíritu que nos selló para el día de la liberación”. (Ef. 4: 30)

San Lucas nos lleva a Jerusalén, es la fiesta judía de Pentecostés, 50 días después de la Pascua, hay una multitud de personas “venidas de todas partes del mundo”. Nos hace testigos del Don del Espíritu Santo como el “Viento de la creación” y el “Hálito divino” que insufló Dios a los primeros hombres, Vida, Fuego, Presencia de Dios en Israel y en el mundo que lleva a cabo el deseo de Cristo: “Fuego he venido a traer a la tierra y qué quiero sino que arda”. (Lc. 12: 49). Fuego que despierta y acucia la comprensión entre los hombres: los sonidos son diferentes, pero la intelección es la misma, todos escuchan “las maravillas de Dios”.

¡Señor, consolídanos en la unidad!, que tratemos de recibir tu regalo, que encuentre en nuestros corazones sitio preparado donde posarse: “Envía, Señor, tu Espíritu a renovar la tierra”.

Precisamente de esa solidaridad, de esa ayuda mutua, de esa colaboración, fruto del Espíritu, nos habla Pablo en el fragmento de la Primera Carta a los Corintios: todos para todos, cualquier cualidad, por pequeña que parezca, la pongamos en acción para el bien común; hay Alguien que nos guía y nos une, más allá de todos nuestros esfuerzos: “El Espíritu que es el mismo”, “Dios que hace todo en todos, es el mismo”. Invitación, tarea, misión, continuidad de un Cristo vivo en nosotros para formar Un solo Cuerpo. ¡Dejémonos impresionar por esta dignación de Dios en Cristo por el Espíritu!

Jesús nos da, con abundancia, la Paz que nos aquieta y nos llena de esperanza. Nos conoce, como conocía a sus Apóstoles, y aun así nos quiere, y repite el envío, no cualquiera, sino el que Él recibió y cumplió: “Cómo el Padre me envió, así los envío a ustedes”. Y vuelve, otra vez, el soplo creador de lo nuevo: “Reciban el Espíritu Santo”, y con Él la seguridad de volver siempre a la amistad del primer encuentro con el Amor que perdona y acepta, que confía y acompaña, que conduce y espera. ¡Haz, Señor, que te aceptemos y contigo, al Padre, al Espíritu, a la Iglesia que te pedimos renueves siempre!

martes, 11 de mayo de 2010

La Ascensión del Señor. 16 Mayo 2010.

Primera Lectura : Hechos de los Apóstoles 1: 1-11
Salmo Responsorial, del salmo 46: Entre voces de júbilo Dios asciende a su trono. Aleluya.
Segunda Lectura: de la carta a los Hebreos 9: 24-28, 10: 19-23
Evangelio: Lucas 24: 46-53.

En este día de la Ascensión, Jesús realiza lo que nos dice el Salmo 19: 6:“Salió como un héroe, contento a recorrer su camino”; llega a la meta, entra en la Gloria que tenía desde antes de la Creación.

La oración nos recuerda la petición que hicimos, como Iglesia, el domingo del Buen Pastor, que se realice lo que nos ofreció: para que donde Él esté, estemos también nosotros: Cabeza y Cuerpo Místico unidos de modo inseparable y eterno

En el libro de los Hechos de los apóstoles, San Lucas expresa brevemente, el último adiós de Jesús. En la dedicación a Teófilo, afirma que ha escrito “todo lo que Jesús hizo y enseñó hasta el día en que ascendió al cielo”. Tiene muy presentes los momentos en que “Jesús dio numerosas pruebas de que estaba vivo”, sigue reinando el ambiente de la Pascua. La instrucción es muy sencilla: “Aguarden a que se cumpla la promesa de mi Padre, y sean bautizados en el Espíritu Santo”. De verdad lo necesitaban, como lo necesitamos nosotros, para que enderece las mentes y superemos lo material, que, ni por asomo se nos ocurra preguntar: “Señor, ¿ahora sí vas a restablecer la soberanía de Israel?”, que aprendamos a ver, como Él, los designios del Padre, que aprendamos a confiar, como Él, en las decisiones del Padre. La respuesta de Jesús a sus discípulos, los y nos deja con la misma incógnita: “A ustedes no les toca conocer el tiempo y hora que el Padre ha determinado con su autoridad; pero el Espíritu Santo cuando descienda sobre ustedes, los llenará de fortaleza y serán mis testigos hasta los últimos rincones de la tierra.” Mejor atiendan a la misión que les encomiendo; ¡los necesito activos! Con intensa mirada de fe no alegramos con el triunfo del Señor y cantamos desde lo más profundo el Salmo: “Entre voces de júbilo, Dios asciende a su trono. Aleluya”

El Sacerdocio de Cristo confirma la Nueva Alianza. La presencia de la Nueva Creación que hemos recordado los dos domingos anteriores en la lectura del Apocalipsis, ya es realidad: “Cristo se ofreció una sola vez para quitar los pecados de todos…, nos abrió un camino nuevo y viviente a través del velo, que es su propio cuerpo”. Por eso estamos seguros, “al frente de la casa de Dios, tenemos un sacerdote incomparable”, y podremos acercarnos con sinceridad, con una conciencia limpia, con esperanza inquebrantable, porque sabemos que las promesas de Dios ya se cumplieron, lo que nos falta es revestirnos de ellas.

Jesús se va, pero antes de su partida, les refresca la memoria para que no olviden lo que Él ha cumplido: Todo lo ha realizado como “El Hijo amado del Padre”: sembrar sin interrupción, dar un Amor sin límites, el dolor en su pasión, la angustia real de la muerte, el logro victorioso de la resurrección y ahora “la vuelta al Padre”. Jesús es la plenitud de la Revelación; su Persona y su doctrina no pueden separarse.

Se eleva, los y nos bendice, ha terminado su tiempo en el mundo, desde el Padre enviará al Consolador, al que es “la Fuerza de lo alto” que los y nos hará capaces de ser testigos fidedignos de que Cristo “Es el Señor”. El tiempo de la Iglesia ha comenzado con los mejores auspicios, regresemos alabando con gozo al Padre, Él nos ayudará, con ese Espíritu, a continuar la misión que comenzó el Hijo.

martes, 4 de mayo de 2010

6° de Pascua, 9 de Mayo, 2010.

Primera Lectura: del libro de los Hechos de los Apóstoles 15: 1-2, 22-29
Salmo Responsorial, del salmo 66: Que te alaben, Señor, todos los pueblos. Aleluya.
Segunda Lectura: del libro del Apocalipsis 21: 10-14, 22-23
Evangelio: Juan 14: 23-29.

El júbilo sigue presente, la fuerza de su eco resuena y llega a toda la tierra porque: “¡El Señor, ha redimido a su pueblo!” La Iglesia canta, la comunidad canta, cada corazón agradecido, canta y todos nos sentimos comprometidos a dejar en claro, con nuestras obras, que la alegría es sinceridad y convicción de que Jesús Resucitado es la raíz, las flores y los frutos de una vida renovada, fraterna y servicial.

La lectura de Hechos de los Apóstoles nos liga a la realidad de la Iglesia, entonces como ahora, constituida por seres humanos, frágiles, a veces temerosos de perder lo adquirido como si fuera posesión en exclusiva. Aparece un conflicto concreto, surgen altercados, opiniones diversas: “los convertidos del paganismo deben aceptar la Ley de Moisés y el signo que los una al Pueblo elegido, la circuncisión” Sentimientos y visiones personales contrapuestas, sin duda con buena intención, pero no conforme al Espíritu. Es necesario clarificar que el Evangelio es la Buena Nueva que nos trajo Jesús, quien, sin hacer menos las tradiciones de la Antigua Alianza, las supera, y así, abre el mensaje “a toda raza, lengua, pueblo y nación”. (Apoc. 5: 9-10)

La solución se encuentra en comunidad, en actitud de escucha, en oración, en la experiencia de fe, en la presencia de Dios y de Jesús que han enviado al Espíritu. ¡Actitudes que necesitamos en la Iglesia actual, la que vivimos, la que formamos, pero abiertos totalmente a la acción de Dios! ¡Que podamos expresar con humildad porque la unción nos viene desde arriba: “El Espíritu Santo y nosotros hemos decidido no imponerles más cargas que las estrictamente necesarias”. Meditábamos el domingo pasado las palabras de la Nueva Creación: “Ahora Yo voy a hacer nuevas todas las cosas”. ¡Señor que aprendamos a discernir con docilidad tus decisiones, y a cumplirlas!

La visión que nos presenta el Apocalipsis, debería llenarnos del fulgor que lo inspira; reafirmar en nosotros la pertenencia a la universalidad de la acción redentora que mira a los cuatro puntos cardinales, que tiene una Única Luz, la de Dios y del Cordero, la que une Antigua y Nueva Alianza, Patriarcas y Apóstoles, todos, sin excepción, fincados en “Cristo, la piedra angular, sobre quien se construye todo lo nuevo y duradero”.

Jesús, continuando su sermón de despedida, insiste, en lo único que perdura: el amor y subraya las consecuencias, aquel que ama: “cumple su palabra” y prosigue con algo que aumenta la profunda alegría: “Mi Padre lo amará, vendremos a él y haremos en él nuestra morada”. ¡Ser morada de Dios, vivir de la vida de Dios Trinitario!

Todavía sube más el tono de alegría: nos deja “Su Paz para que no nos acobardemos”, nos promete estar, no solamente cerca, sino dentro de nosotros con la fuerza del Espíritu Santo Consolador “que nos recordará todo”.

Toda despedida es triste pero Jesús nos pide que nos alegremos porque ha cumplido con la Misión encomendada por el Padre; su ida ya es promesa de regreso: “volveré a su lado”. Con Él, en estos tiempos difíciles que sufrimos como Iglesia, nos sentiremos fuertes para presentarnos, con palabras y obras, como hijos de la Luz y sus fieles discípulos, guiados por el Espíritu que animó, paso a paso, toda su vida.