sábado, 31 de diciembre de 2011

Santa María, Madre de Dios. 1° Enero 2012

Primera Lectura: del libro de los Números, 6: 22-27
Salmo Responsorial, del salmo 66: Ten piedad de nosotros, Señor, y bendícenos.
Segunda Lectura: de la carta del apóstol Pablo a los gálatas 4: 4-7
Aclamación: En distintas ocasiones y de muchas maneras habló Dios en el pasado a nuestros padres, por boca de los profetas. Ahora, en estos tiempos, nos ha hablado por medio de su hijo.
Evangelio: Lucas 2: 16-21.
Aclamamos a María, Madre de Dios por haber aceptado, con su “¡fiat!, ser la Madre de Jesús, el Hijo Eterno del Padre, el Engendrado antes de los siglos pero que quiso, conforme al designio de Dios, comenzar a ser lo que nunca había sido: hombre, sin dejar de ser lo que siempre ha sido, es y seguirá siendo: Dios.

María en su fe, en su obediencia, en la confianza sin medida, se convierte en el Puente para que el Salvador, el Mesías anhelado, viva como uno de nosotros, en todo igual, menos en el pecado. Continuamos ante el misterio insondable del Amor de Dios por nosotros, palpamos su cercanía: El invisible, se hace visible en Cristo Jesús.

El acto de fe que tiene como actitudes fundamentales el conocer y el confiar, cree no por la Veracidad de Aquel que lo comunica: María, Madre de Dios, ¿quién podría, desde el proceso “racional”, penetrar esta maravilla?, en verdad “hay razones del corazón que la razón no entiende”, y menos aún si provienen del “Corazón de Dios”.

La Bendición que escuchamos en el Libro de los Números, nos alcanza a todos los que confiamos y queremos confiar en Dios: bendición que va acompañada de multitud de favores, de protección, de sincero interés para que progresemos, pero sobre todo de Paz. Bendición que necesitamos, no solamente para los días aciagos, sino para cada momento de nuestra existencia; ya nos advierte el mismo Señor: “invoquen así mi nombre y Yo los bendeciré”. Nos perdemos en mil vericuetos internos y externos y olvidamos que la salvación la tenemos al alcance del corazón y de los labios.

San Pablo enuncia, sin más: “Al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de una mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que estábamos bajo la ley, a fin de hacernos hijos suyos”. Antes fue promesa de herencia, ahora, en Cristo, por María, ya es realidad; liberados de cualquier atadura para poder decir, sin miedo, con asombro, a Dios: “¡Abba!”, es decir: Padre. De siervos a hijos, de hijos a herederos en virtud de la gratuidad de Dios.

María, que a ejemplo tuyo, sepamos “guardar los recuerdos en el corazón”, eso nos posibilitará, un día, la magnitud de su comprensión; es lo que ha hecho la Iglesia: descubrir en Navidad y en la Pascua, que es en la debilidad donde actúa el poder de Dios. Como los pastores, seamos audaces para proclamar cuanto hemos recibido de parte de Dios en Jesucristo

miércoles, 21 de diciembre de 2011

Natividad del Señor, 25 diciembre 2011.

Primera Lectura: del libro del profeta Isaías 9: 1-3
Salmo Responsorial, del salmo 95: Hoy nos ha nacido el Salvador.
Segunda Lectura: de la primera carta del apóstol Pablo a Tito 2, 11-14.
Aclamación:  Les anuncio una gran alegría: Hoy nos ha nacido el Salvador, que es Cristo, el Señor.
Evangelio: Lucas 2, 1-14

¡El tiempo se ha cumplido! “Tú eres mi Hijo, hoy te engendré Yo”. Luz, Vida, Esperanza, Camino, Verdad, Paz, Guía y podríamos continuar sin parar, enumerando los atributos-realidades que no son de Cristo, son Cristo mismo.
A pesar de tanta confusión o precisamente por ella, la humanidad entera está hambrienta de luz y de verdad, de fraternidad, de gozo, paz y serenidad.
El misterio de la interioridad del hombre dejará de serlo cuando aceptemos el misterio de Dios hecho Hombre que esta noche se nos hace patente y nos invita a recorrer el camino de regreso a la gloria del Padre; entonces dejaremos de ser misterio para nosotros al sumergirnos, inundados de su luz, en el misterio de Dios.
Para cosechar necesitamos haber sembrado, para repartir el botín, debimos haber vencido. Cristo nos provee de semilla abundante, de armas imbatibles para la lucha “que no es contra hombres de carne y hueso, sino contra las estratagemas del diablo, contra los jefes que dominan las tinieblas, contra las fuerzas espirituales del mal”. Revistámonos con ellas: “el cinturón de la verdad, la coraza de la honradez, bien calzados y dispuestos a dar la noticia de la paz, embrazado el escudo de la fe que nos permitirá apagar las flechas incendiarias del enemigo; el casco de salvación y la espada del Espíritu, es decir la Palabra de Dios” (Ef. 6: 12-17), solamente así conseguiremos que su Humanidad engrandezca la nuestra.
¡Increíble: un Niño “ha quebrantado el yugo que nos esclavizaba”! ¿No es absurdo, una vez libres, regresar a las ataduras? Abramos ojos y oídos para escuchar al “Consejero admirable, a Dios poderoso, al Padre amoroso, al Príncipe” que viene a reinar “en la justicia y el derecho para siempre”; ofrezcámosle como trono inicial, la interioridad de nuestro ser.
Hoy todo ha de ser canto, proclamación, alegría y regocijo porque “nos ha nacido el Salvador”. Viene el que ES la Gracia, con Él aprenderemos a vivir en constante religación, a renunciar a los deseos mundanos, a ser sobrios, justos y fieles a Dios, a practicar el bien. Verdaderamente no tenemos excusa si actuamos de otra forma.
Hagámonos, como dice San Ignacio en la contemplación del Nacimiento, “esclavitos indignos” y extasiémonos mirando a las personas, escuchando sus palabras, rumiando en nuestros corazones la grandiosidad en la pequeñez, el incomprensible silencio de “Aquel por quien fueron hechas todas las cosas, y sin Él nada existiría de cuanto existe”. (Jn.1: 3). Pidamos que entre con toda su fuerza y rompa nuestra ansia loca de tener sin tenerlo a Él. Verdaderamente “nos enriqueció con su pobreza”
No podemos menos de unirnos al coro de todo el universo para entonar el Himno de la Gloria, de la Alegría, de la Paz porque Dios en su Hijo Jesucristo, hermano nuestro, ha rehecho nuestros corazones, nuestros ideales y orientado hacia Él nuestras vidas.

lunes, 12 de diciembre de 2011

4º Adviento, 18 Diciembre, 2011.

Primera Lectura: del segundo libro del profeta Samuel 7: 1-5, 8-12, 14, 16
Salmo Responsorial, del salmo 88: Proclamaré sin cesar la misericordia del Señor.
Segunda Lectura: lectura la carta del apóstol Pablo a los romanos 16: 25-27
Aclamación: Yo soy la esclava del Señor; que se cumpla en mí lo que me has dicho.
Evangelio: Lucas 1: 26-38.
 ¿No nos sentimos, como dice el Salmo 63:2: “como tierra agostada, sedienta, sin agua”?, pues repitamos la plegaria-deseo que recitamos en la Antífona de Entrada: “Destilen, cielos, el rocío, que la nubes lluevan al Justo, que se abra la tierra y germine al Salvador”. Oteamos el horizonte y observamos que las nubes están cuajadas de esperanza, que la tierra ya se ha refrescado con el mejor Rocío, que se ha abierto la tierra y está entre nosotros “El Deseado de los collados eternos”: Jesucristo.

Jesús, anuncio prometido y realizado; lo hemos conocido y queremos seguirlo conociendo; Como seres eminentemente sensibles, no deja de estrujarnos el contenido de nuestra petición: “que por su Pasión y su Cruz, lleguemos a la gloria de la Resurrección”. La verdad es que su Pasión inició con la Encarnación y prosiguió durante toda su vida mientras convivió con los hombres, y lo sigue haciendo aunque no lo merezcamos. Si a nosotros nos cuesta trabajo la relación interpersonal, maginemos lo que le costó a Él la incomprensión, el desaire, la indiferencia, pero siguió adelante. A base de oración, de contemplarlo y pedirlo, alguna vez llegaremos a aceptar que la muerte es el camino hacia la Resurrección, que “sin efusión de sangre, no hay redención”, (Hebreos 9: 22), y a superar nuestra lógica inmediatista y encerrada para que veamos la claridad del horizonte que supera todo horizonte. Aceptar a Jesús es aceptarlo “todo entero”, sin exclusiones, sin convencionalismos, en la radicalidad de su amor, de su obediencia al Padre, de su entrega ilimitada.

¿Quién sino el Espíritu nos podrá conceder “fuerzas para vivir el Evangelio”? y “dar gloria al Dios infinitamente sabio, por Jesucristo nuestro Señor”.
“Lo que es imposible para los hombres, es posible para Dios, para Dios no hay imposibles” (Mt. 19: 26) ¡Cómo lo constatamos en la lectura del Evangelio de hoy! En María y con ella, pasamos del asombro a la pregunta, a la escucha, a la disponibilidad absoluta de un corazón que no pone trabas a la “invitación del Espíritu”

Culminemos con Ella la preparación de este santo Advenimiento; Ella es el mejor ejemplo, de cuantos desearíamos, para dejarnos en las “manos de Dios”.
La Fe no se basa en la claridad del contenido del comunicado sino en la entera confianza depositada en el Comunicador, y todavía más, cuando nos hace partícipes de la decisión amorosa, compasiva, eficaz de la Trinidad: “El Señor Dios le dará el trono de David su Padre…, el Espíritu te cubrirá con su sombra…, el Santo que nacerá de ti, será llamado Hijo de Dios.”

¡Nuestro Padre Dios se nos entrega en su Hijo Jesucristo!, que nos cubra de nuevo el asombro de lo incomprensible, que, en medio de nuestras tinieblas, se hace Luz; jamás desde nosotros, pero sí en nosotros, si, como lo hizo María, nos atrevemos a decir: “Cúmplase en mí lo que has dicho”.

Que esa “fuerza del Espíritu”, que hemos recordado, nos vuelva atentos escuchas de lo que Dios quiere de cada uno de nosotros, y como María, lo llevemos a cabo.

martes, 6 de diciembre de 2011

3° Adviento, 11 Diciembre 2011.

Primera Lectura: del libro de Isaías 61: 1-2, 10-11
Salmo Responsorial, de Lucas 1: Mi espíritu se alegra en Dios, mi salvador.
Segunda Lectura: de la primera carta del apóstol Pablo a los tesalonicenses  5: 16-24
Aclamación: El Espíritu del Señor está sobre mí. Me ha enviado para anunciar la buena nueva a los pobres.
Evangelio: Juan 1: 6-8, 19-28. 

En medio de la preparación austera del Adviento, hoy escuchamos el grito de Alegría, tanta, que la liturgia sugiere utilizar ornamento color rosa; la razón, la hemos estado viviendo: ¡El Señor está cerca!
“Mira Señor a tu pueblo que espera con fe el nacimiento de tu Hijo…, concédele celebrar este gran misterio con un corazón nuevo y con inmensa alegría”. El Misterio seguirá siendo misterio: ¡Dios hecho hombre!, y, por más que intentemos comprenderlo, jamás lo lograremos, ¡nos sobrepasa! El gozo brota del testimonio Increado del Padre, de Jesús que, viendo junto con el Padre y el Espíritu Santo, la desorientación en que se encontraba la humanidad entera, acepta comenzar a ser lo que nunca había sido: hombre, sin dejar de ser lo que siempre ha sido y será: Dios. “Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo Único, para que todo el que crea en Él tenga vida eterna”, como atestigua el mismo Jesús en Jn. 3: 16. Así se vio realizada la súplica del profeta Isaías: “Cielos, destilen el rocío, nubes derramen al Justo, ábrase la tierra y germine al Salvador, y con Él, florezca la justicia”. (45: 8)
El mismo profeta anuncia lo que acontecerá en Jesús: “El Espíritu del Señor me ha ungido y me ha enviado para anunciar la buena nueva a los pobres, a curar a los de corazón quebrantado, a proclamar el perdón a los cautivos, la libertad a los prisioneros y a pregonar el año de gracia del Señor”. ¿No es esto causa de una profunda y duradera alegría?, ¿quién de nosotros no tiene el corazón quebrantado?, ¿quién no necesita la liberación? La promesa se ha cumplido, los brotes de la Alianza, han aparecido por todas las naciones. “Año de Gracia”, reiterativo, presente, sin término, “para que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento del Señor”.
María nos acompaña y en su cántico encontramos la forma de presentarnos ante nuestro Padre: “Mi espíritu se alegra en Dios mi Salvador”, porque ha reconocido la realidad de su creaturidad y desde ella brilla la fuerza arrasadora del Espíritu, la transformación sin límites, la aceptación de ser aceptada. Esa presencia la invoca Pablo: “Estén alegres, esto es lo que Dios quiere en Cristo Jesús…, no impidan la acción del Espíritu Santo…, disciernan todo, pero quédense con lo bueno”, no viene de ustedes –de nosotros- la capacidad, sino de “Aquel que es fiel y cumplirá la promesa”.
La pregunta que hacen las autoridades a Juan el Bautista, deberíamos hacérnosla a nosotros mismos: “¿Qué dices de ti, quién eres tú?” La honestidad, la verdad que libera, brota espontánea: “Soy la voz del que clama en el desierto”. Nada de atribuciones falsas, todo es ausencia de soberbia; todo es claridad. Sólo soy una voz, pero la Palabra viene detrás, más aún “ya está en medio de ustedes”. Una voz sin palabra es incomprensible, es grito, es alarido, es queja; en cambio, articulada, consciente, como expresión de la Palabra, se transforma en luz, en advertencia, en profundidad y en compromiso. Sólo es posible pronunciarla en total adherencia e identificación con Ella; con la humildad del reconocimiento de su origen, y después, retirarse para que, en el silencio de los interiores, resuene salvadora y santificadora. ¿Somos voces que anuncian y preparan el constante sonar de la Palabra? El Agua del Espíritu, está lista, ¿encontrará dispuestas nuestras almas?

miércoles, 30 de noviembre de 2011

2° de Adviento. 4 Diciembre, 2011.

Primera Lectura: del libro del profeta Isaías: 40: 1-5, 9-11
Salmo Responsorial, del salmo 84: Muéstranos, Señor, tu misericordia y danos al Salvador.
Segunda Lectura: de la segunda carta del apóstol Pedro 3: 8-14
Aclamación: Preparen el camino del Señor, hagan rectos sus senderos, y todos los hombres verán al Salvador.
Evangelio: Marcos 1: 1-8.
En un rejuego de encuentros, proseguimos la preparación del Adviento para recibir a Aquel que ya vino, que viene cada día, y volverá de manera definitiva.
Hoy, (ayer) 3 de diciembre, celebramos el encuentro de alguien que se unió al Señor y caminó a su lado: san Francisco Xavier; preparó y finalizó su jornada pleno de fidelidad, de amor, de constancia, de creatividad y de entrega; ahora nos aguarda para el estrecho abrazo “Juntos en el Señor”.
Vivió, intensamente lo que hemos pedido al Señor en la oración Colecta: “Que las responsabilidades terrenas no impidan la sintonía del paso hacia el encuentro, y la sabiduría que viene desde el cielo, nos disponga a recibirlo y a participar de su propia vida”. No era otro el deseo que bullía en su corazón y que, con la Sabiduría que llega desde arriba, llevó a la realidad. Ésta le pidió renuncias, oración, superación de desalientos y contrariedades, y lo hizo buscar y encontrar una soledad acompañada por el Amigo fiel que no abandona.
Su meta “Consuelen, consuelen a mi pueblo, háblenle al corazón y díganle que ya terminó el tiempo de su servidumbre”. Su voz resonó en la lejana India y en Japón, se sintió “fuego que enciende otros fuegos”, y no dudó en consumirse para alumbrar a todos.
Con los carismas recibidos, totalmente unido al Señor, Javier, se esmeró en “Llevar la luz de Cristo Nuestro Señor.
Firmeza y decisión en el empeño, sin detenerse a recoger los pedazos de ser regados en el campo. “Aplanó montañas y rellenó valles”, a cuantos quisieron escuchar, les anunció: “Aquí está Dios. Miren que llega el Señor”. Peregrino de eternidad, hizo suya la encomienda de Cristo: “Vayan por todo el mundo y enseñen a todas las naciones”.
El reto está en presente: ¡Iglesia de Cristo, Compañía de Jesús, vuelve a la fuente!, a la oración, al discernimiento, a la creatividad, a la auténtica universalidad…, en una palabra: a la santidad.
Para el Señor el tiempo todo tiempo es propicio, y su paciencia a todos nos abraza. “Confiamos en las promesas del Señor”, confiamos en la certeza de su Reino de justicia, de amor y de paz, y, para ser coherentes, deseamos, personal y comunitariamente, aprender y vivir de verdad: “en todo amar y servir.”.
La advertencia del Bautista encontrará en nosotros terreno propicio: “Preparen el camino del Señor, enderecen sus senderos”, para poder clamar, sin vanagloria: “Detrás de mí viene Otro que es más poderoso que yo”. Así lo realizó Xavier; cuantos lo conocieron, encontraron, detrás de él, a Cristo. ¡Que lo encuentren en nosotros todos aquellos con quienes entremos en contacto!

miércoles, 23 de noviembre de 2011

1º Adviento. 27 Nov. 2011.

Primera Lectura: del libro del profeta Isaías 63: 16-17, 19; 64: 2-7
Salmo Responsorial, del salmo 79:  Señor, muéstranos tu favor y sálvanos.
Segunda Lectura: de la primera carta a los Corintios 1: 3-9
Aclamación: Muéstranos, Señor, tu misericordia y danos tu salvación.
Evangelio: Marcos 13: 33-37. 
 
“Los que esperan en Ti, no quedan defraudados”. Iniciamos el Año Litúrgico con el Adviento, con la esperanza renacida, con el anhelo expectante de quien aguarda al Amigo, al Hermano, al Bienhechor, al Salvador.

Adviento, “tiempo fuerte” de reflexión, de reactivación del interior, de discernimiento, de examen de la coherencia entre fe y actos.
Celebrábamos el domingo pasado la fiesta de Cristo Rey y, sin dudar ni poder dudar, todos querremos estar a su derecha en el juicio de las naciones.

La interrogante personal nos confronta: ¿nos hemos preocupado por las obras de misericordia?, ¿lanzamos el corazón por delante, en bien de “los más insignificantes”? ¿Oteamos el horizonte, el definitivo? Una y otra vez el Señor nos recomienda estar despiertos, preparados, porque la imaginación y el deseo nos pueden engañar y hacernos suponer que la “lejanía del Encuentro” es la que querríamos, cuando éste puede estar ya muy cercano. 

Escuchando al profeta Isaías, la humanidad entera y cada uno de nosotros, nos identificamos con el pueblo de Israel: olvidadizos, alejados, pecadores, desagradecidos, malos administradores de nuestra libertad. Que este reconocer no sea estéril, que se convierta en plegaria: “Vuélvete, por amor a tus siervos, que son tu heredad”. En petición filial que manifiesta una disponibilidad tal, que nos dejemos en manos del Padre, para que nos moldee de nuevo, como el alfarero lo hace con el barro maltrecho. 

Como respuesta de su parte, “ya rasgó los cielos y descendió; ya salió a nuestro encuentro para que practiquemos alegremente sus mandatos”. Partió la historia en dos. Realizó lo prometido por todos los profetas, “volvió sus ojos hacia nosotros y nos ha fortalecido”. ¿Va acorde la nuestra?: “Ya no nos alejaremos de Ti, consérvanos la vida y alabaremos tu poder”. 

Si hemos imitado y revivido el actuar de Israel, tomemos mejor el ejemplo de la comunidad de Corinto que, si conmovió el corazón de Pablo, más habrá “conmovido” el Corazón de Dios.

El Apóstol reconoce que toda gracia, toda paz, llegan desde el Padre por medio de Cristo Jesús; y da rienda suelta a su gozo: “Continuamente agradezco a mi Dios los dones divinos que les ha concedido por medio de Cristo Jesús…, enriquecidos en todo lo que se refiere a la palabra y al conocimiento…, Él los hará permanecer irreprochables hasta el día de su advenimiento.”  

¡Qué  cambio de perspectiva! El que había de venir, ¡ya vino!, y…  ¡volverá! Recordando su primer advenimiento, cuando se hizo uno de nosotros, preparamos el segundo, para hacernos como Él, afianzados “en Dios que es quien nos ha llamado a la unión con su Hijo Jesucristo, y Dios es fiel”.   

Colmados de sus dones, conscientes de la encomienda recibida, fortalecidos, ni más ni menos que con la fidelidad de Dios mismo, permaneceremos despiertos, alerta. Y como el amor no duerme, ni siquiera dormita, al oír sus pasos y escuchar su llamada, cualquiera que sea la hora, “saldremos con alegría al Encuentro del Señor”.

lunes, 14 de noviembre de 2011

34, Fiesta de Cristo Rey, 20 noviembre 2011

Primera Lectura: del libro del profeta Ezequiel 34: 11-12, 15-17:
Salmo Responsorial, del salmo 22: El Señor es mi pastor, nada me faltará.
Segunda Lectura: de la primera carta del apóstol Pablo a los Corintios 15: 20-26, 28
Aclamación: ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor! ¡Bendito el reino que llega, el reino de nuestro padre David!
Evangelio: Mateo 25: 31-46.

Magnitud del Reinado de Jesucristo: “poder, riqueza, sabiduría, fuerza, honor, gloria e imperio”, ponen de manifiesto la victoria conseguida sobre el pecado y la muerte. Siete reconocimientos (número que denota la perfección total) al Cordero Inmolado Realización de lo que Él mismo prometió, cumplió y pedimos poder percibir: “Confíen, Yo he vencido al mundo”. (Jn. 16:33). Victoria que no reluce en todo su esplendor, no porque Jesús haya dejado de hacer lo que el Padre le había encomendado, sino porque nosotros tenemos que completar esa misión, y, no podremos hacerlo si no reina plenamente en cada uno, si aún permanecemos en la esclavitud, si no nos desvivimos en su servicio y alabanza.

Servicio y alabanza que se traducen en el fiel seguimiento de sus pasos. ¡Con qué claridad lo expresa San Ignacio en los Ejercicios!: “El que quiera venir conmigo ha de ser contento de trabajar como Yo, de velar como Yo, para que siguiéndome en la lucha, me siga después en la victoria”. Lucha, combate, esfuerzo que convenció a San Pablo: “Ahora me alegro de poder sufrir por ustedes, y completo en mi carne lo que falta a los padecimientos de Cristo, para bien de su Cuerpo, que es la Iglesia.” (1ª Col: 1: 24).

¿De verdad deseamos ese cambio de mentalidad, esa orientación nueva, ese descubrir lo que está más allá de los ojos, esa alegría diferente e incomprensible para quienes no han tenido la oportunidad de conocer a Cristo o no han querido darse tiempo para acercarse a Él? La invitación persiste, y, aun cuando la sociedad actual lo ignore, no quiera admitirlo, la desea allá en el fondo, busca con ansiedad entre las creaturas, sin encontrar respuesta. Nosotros hemos sido inconscientes al dejarla en el aire, ¿lo seguiremos siendo? Rehusarnos a aceptarla, vivirla y compartirla, será exponernos a ser tachados de “fementidos caballeros”, en palabras de Ignacio.

Reino que está en el mundo, que lo único que quiere es iluminar al mundo, “y que el mundo no reconoció” (Jn. 1: 10), “pero a cuantos lo recibieron, los hizo capaces de ser hijos de Dios” (Jn. 1: 12) ¡Ciudadanos del Reino!, ¿activos o pasivos?, ¿aguerridos o cobardes temerosos e insensibles? No hay vuelta atrás, ya estamos en camino y “el camino llega por sí mismo hasta su término”. “Voy hacia Dios en Dios, es mi destino, y Dios hacia mi encuentro avanza, en medio de los dos, Camino hecho silencio, el Ser de la Palabra”.

Palabra que ha sido pronunciada y se ha dicho a Sí misma para ser escuchada: “Vengan, benditos de mi Padre y tomen posesión del Reino preparado para ustedes desde antes de la creación del mundo…” ¡Presentes ante Dios, antes de ser! Para llegar al ser que no termina, necesitamos entretejer la trama en los hermanos: “Yo les aseguro que cuanto hicieron con el más insignificante de mis hermanos, conmigo lo hicieron.”

El Reino será allá, aquí comienza. Es la batalla diaria que supera cuanto de egoísmo e indiferencia nos envuelve; que sólo será posible injertados en Cristo, “primicia de los muertos y los resucitados” para, junto con Él, someternos al Padre, “y así Dios será todo en todas las cosas.”

Recordando a San Juan de la Cruz renovaremos bríos: “Al atardecer de la vida te examinarán del Amor.”

jueves, 10 de noviembre de 2011

33º Ordinario, 13 noviembre 2011.

Primera Lectura: del libro de los Proverbios 31: 10-13, 19-20, 30-31
Salmo Responsorial, del salmo 127: Dichoso el que teme al Señor.
Segunda Lectura: de la primeta carta del aopstol Pablo a los Tesalonicenses 5: 1-6
Aclamación:  Permanezcan en mí y yo en ustedes, dice el Señor; el que permanece en mí da fruto abundante.
Evangelio: Mateo 25: 14-30.
La Antífona de Entrada evita que surja en nuestra mente una falsa concepción de Dios, de Él no pueden brotar sino “designios de paz; me invocarán y los escucharé, los libraré de toda esclavitud donde quiera que se encuentren.” ¡Cuántas veces hemos considerado que de la Fuente de Bondad no puede manar sino Bondad!
Nuestra respuesta no puede ser otra que la aceptación de sus mandatos, ellos son las mojoneras del camino para que no nos desviemos, para que encontremos la felicidad, la que perdura, la que, solamente, se consigue en el servicio fiel a su voluntad y en la entrega a los hermanos.
El sendero es fácil si estamos llenos de Dios; cuando encontramos piedras, espinas y abrojos, si prestamos atención, percibimos que nosotros mismos las hemos colocado, de nuestras manos ha salido la mala semilla; todavía es tiempo de escardar, de limpiar, de emparejar. ¿Capacidad para ello? Ya el Señor nos la dio de sobra, lo que no sabemos, recordando a las vírgenes descuidadas, es si nos alcanzarán las horas para entregar los frutos, por eso cualquier demora o exceso de confianza, pueden ser decisivos.
El canto de alabanza a la mujer hacendosa, que entona el Libro de los Proverbios, es un preludio a la parábola que utiliza Jesús; el Salmo, como variaciones sobre el mismo tema: “dichosa la que, con manos hábiles, teje lana y lino, que maneja la rueca, que abre las manos al pobre y desvalido”; talentos recibidos para alegrar la vida de los otros.
“Dichoso el hombre que confía en el Señor”. La bendición de arriba será su compañía y la verá, fecunda, con su mujer al lado. Basta abrir los ojos para encontrar a Dios en todas partes, y con Él encontrar la anhelada felicidad .
San Pablo ha dedicado largas, profundas horas al trato con Jesús; de Él ha aprendido lo que ya meditamos: lo incierto de lo cierto, y, de su amor confiado, porque es conocido, deshace las angustias de aquellos que quisieran saber la precisión del tiempo de llegada del Señor de los cielos. ¿Para qué preocuparse del tiempo cuando éste ya no exista? ¡Es ahora el momento de alejar las tinieblas, de espabilar el sueño, de vivir sobriamente y llenarnos de luz!
No es Dios el que se ha ido; Él no sale de viaje. Entrega los talentos y está a la expectativa. Mira cómo nos miramos las manos enriquecidas con sus dones y, más, con su confianza. Oímos, quedamente, lo que su amor pronuncia: “No son ustedes los que me han elegido a Mí, sino que Yo lo elegí para que vayan y den fruto y ese fruto perdure”. (Jn. 15: 16) Lo recibido es para que el Reino crezca. El don ya fue gratuito, para que haya cosecha se necesitan creatividad y esfuerzo. Temor y ociosidad jamás tendrán cabida, y si acaso aparecieran, están ya condenados.
Una doble mirada, a lo que he hecho y hago, pero con los ojos puestos en Aquel que vive de la entrega; siguiendo sus pisadas evitaré “el ser echado fuera”.
¡Confiaste en mí, Señor, y de ti espero responder a esa confianza!

martes, 1 de noviembre de 2011

32º Ordinario, 6 Noviembre 2011.

Primera Lectura: del libro de la Sabiduría 6:12-16
Salmo Responsorial, del salmo 62: Señor, mi alma tiene sed de ti.
Segunda Lectura: de la primera carta del apóstol Pablo a los tesalonicenses 4: 13-18
Aclamación: Estén preparados, porque no saben a qué hora va a venir el Hijo del hombre.
Evangelio: Mateo 25: 1-13.
¿Cuándo no han llegado hasta el Señor nuestras plegarias? La respuesta es sencilla: cuando hemos cerrado labios y corazón. Sin duda nos acordamos de Dios cuando la necesidad nos aprieta, cuando la tentación ronda incansable, cuando el dolor nos muerde…, es bueno, pero no suficiente, demuestra que hay fe en nuestro corazón, que sabemos a quién acudir en el momento en que el camino se vuelve pesado, cuando no encontramos respuestas en ninguna creatura y menos en nosotros mismos; más parecería un trato convenenciero que una relación amorosa que en serio dejara “en sus manos paternales todas nuestras preocupaciones”.

La oración es plática confiada con el Amigo, con quien conoce nuestras necesidades y aguarda, deseoso, que las expongamos confiadamente. No es un monólogo inútil; es la aplicación de la verdadera Sabiduría: el saborear el amor de Dios, el buscarlo con todas nuestras fuerzas, salir a su encuentro y hallarlo siempre a la puerta de nuestras vidas. Esa Sabiduría Encarnada no sólo nos espera sino que vino hasta nosotros: el fruto de ese encuentro conjunta nuestra voluntad con la suya y el resultado es lanzarnos a la trascendencia, a la plenitud y a la paz, en la total posesión de nuestro ser en el suyo. Esto es captar la “benevolencia del Señor”, quiere todo el bien para nosotros; todavía más, coopera, ilumina y guía nuestras decisiones para lograr y realizar el Proyecto de nuestros proyectos: ¡Llegar a Él! “La sed será saciada”, “la añoranza, será realidad”, “la bendición colmada no terminará”, “el júbilo será nuestra túnica, desde los labios nos cubrirá por completo”.
Ciertamente no ignoramos “la suerte de los que se duermen en el Señor”. “Jesús, primicia de los resucitados, nos arrebatará con Él para estar siempre a su lado.” ¿Necesitaríamos alguna consolación mayor? Las palabras están confirmadas por la vida de Aquel que vino para que tuviéramos Vida.
En el Evangelio Jesús nos previene, no es ninguna amenaza, nos hace pisar, con firmeza, nuestra realidad de creaturas: “Estén preparados porque no saben ni el día ni la hora”. Aceptamos la certeza más de la muerte. Realidad que conmueve, que agita el interior, que, quizá sin pensar, quisiéramos borrar del futuro y que, a pesar de todos los esfuerzos, sabemos que está en camino, que nos cruzaremos con ella, pero no nos vencerá…, pues confiamos en tener “aceite para la lámpara” y que ésta se encontrará encendida cuando llegue el Esposo y “entraremos al banquete de bodas”. La seguridad nace de nuestra adhesión a Cristo, quien, como nos dice San Pablo: “como último enemigo, aniquilará –ya aniquiló con su muerte- a la muerte.” (1ª Cor. 15: 26)
La oración, la fidelidad, la cercanía son la previsión para mantenernos encendidos: “Lámpara es tu palabra para mis pasos, luz en mi sendero.” (Salmo 119 (118)): 105).

“El que consulta a Dios, recibirá su enseñanza; el que madruga por él, obtendrá respuesta.” (Eclesiástico 32: 14) San Pedro, con la experiencia viva, nos afianza: “Esta voz, llegada del cielo…, hacen bien en prestarle atención como a lámpara que brilla en la obscuridad, hasta que despunte el día y el lucero nazca en sus corazones”. (2ª Pedro 1: 19). “Quiero estar consciente al preinstante de verte para poner en Ti el consentimiento y repetirte el ¡sí! definitivo”.

miércoles, 26 de octubre de 2011

31º Ordinario, 30 Octubre, 2011.

Primera Lectura: del libro del profeta Malaquías 1: 14, 2: 2, 8-10
Salmo Responsorial, del salmo 130: Señor, consérvame en tu paz.
Segunda Lectura: de la primera carta del apóstol Pablo a ls tesalonicenses 2: 7-9, 13
Aclamación: Su Maestro es uno solo, Cristo, y su Padre es uno solo, el del cielo, dice el Señor.
Evangelio: Mateo 23: 1-12.
“¡Señor, no me abandones!”, exclamamos en la Antífona de Entrada, porque sabemos que son muchas las circunstancias externas e internas, que sin Ti, no podremos superar, y, cada respuesta fallida, esa que se guía por mundanos criterios, por ambiciones desmedidas, por fatales apariencias, por hipocresías, nos impedirá realizar la finalidad innata que tenemos todos los humanos: Servirte y Alabarte, y acabaremos separándonos de Ti y de nosotros mismos, “sumergidos”, paradójicamente, en la detestable superficialidad de dejar pasar, de dejar hacer. ¡Cuán apropiada la Oración Colecta para experimentar que, de verdad, estamos colgados de las manos de nuestro Padre Dios!
Malaquías, aunque lanza la diatriba directamente al grupo sacerdotal, a los descendientes de Leví, porque no actúan de acuerdo a la alianza, involucra a todo el pueblo que ha perdido la conciencia de “filiación divina”, que no vive la fraternidad, que no reconoce su único origen: “¿Acaso no tenemos todos un mismo Padre? ¿No nos ha creado un mismo Dios?” Palabras pronunciadas hace 26 siglos y que tienen tal vigencia que, ojalá, sacudan nuestros interiores y alejen de nosotros la necesidad de preguntarnos: “¿Por qué nos traicionamos como hermanos?” Reflexión que haga brotar, con transparencia, la súplica del Salmo: “Señor, consérvanos en tu paz.” Esa paz dulcificará nuestros ojos, romperá nuestras ansias de grandeza, nos llenará de tranquilidad y de silencio porque esperamos en Ti, Dios nuestro.
Jesús prosigue su viaje hacia Jerusalén, hacia el cumplimiento total de la misión aceptada. Habla a todos, a las multitudes y a los discípulos y continúa desenmascarando a los escribas, a los fariseos, a los doctores de la Ley, no los desacredita, son intérpretes de la Alianza, pero, como eco de Malaquías, les echa en cara lo que más desdice de un servidor de la Palabra: “Dicen una cosa y hacen otra.” Realidad que alcanza, no solamente a los sacerdotes, sino, a todo cristiano, a todo ser humano y, de manera especial, a cuantos detentan autoridad y no la aprovechan para servir sino para ser servidos. Todos los que buscan –buscamos- el parecer y no el ser; la alabanza, la reverencia, los títulos, los privilegios. Todos cuantos, con pasmosa facilidad, enjuiciamos y condenamos, criticamos en los demás lo que deberíamos corregir primero en nosotros; quisiéramos cambiar el mundo sin abandonar nuestra esfera de cristal.
Oremos por todos los sacerdotes, por todos los dirigentes de los pueblos, por los padres de familia para que, a ejemplo de San Pablo, sean –seamos- capaces, no sólo de palabra sino con una acción motivadora y sostenida por el Espíritu, tratar a todos “con la misma ternura con la que una madre estrecha en su regazo a sus pequeños.”
Uno es nuestro Padre: Dios. Uno es nuestro Guía y Maestro: Cristo, y “nosotros todos somos hermanos.” ¿Queremos reensamblar este “mundo roto”, ¿aquí está la pauta!: Abrir nuestro encierro y mirar atentamente la realidad del otro. Como dice, desde su propia experiencia, Ladislaus Boros: “Busqué a Dios y no lo hallé; busqué mi alma y no la encontré; busqué al hermano y encontré a los tres.”

martes, 18 de octubre de 2011

DOMUND, 23 octubre 2011.

Primera Lectura: del libro del profeta Zacarías: 8: 20-23
Salmo Responsorial, del salmo 66
Segunda Lectura: de la carta del apóstol Pablo a los Romanos 10: 9-18
Evangelio: Marcos 16: 15-20.

Domingo de las misiones, “del envío, de la participación más plena de lo que vino a traer Jesús a la tierra: la Buena Nueva de la paz, de la fraternidad, de la salvación, del Reino”. “Padre, como Tú me enviaste al mundo, así los envío Yo”. (Jn. 17: 18)
  
¿A qué los envía y nos envía?, “a contar a los pueblos la gloria de Dios, a que todas las naciones conozcan las maravillas del Señor…” Los Apóstoles y la Primera Comunidad cristiana cumplieron, hasta el derramamiento de su propia sangre, esta misión. Verdaderamente cayeron en la cuenta como pedimos al Señor que ocurra con nosotros, que estaban y hora estamos llamados a trabajar por la salvación de todos, que cooperemos para que se realice el “sueño” de Dios: una sola familia y una humanidad nueva en Cristo”.

Ya sabemos cómo surge inmediata, la, si no oposición, sí la ansiedad por encontrar la respuesta al ¿cómo? Sigamos al Espíritu que inspira a Zacarías: “los habitantes de una ciudad dirán a los de otra: vayamos a orar ante el Señor”. Es comunicación, es oráculo, es profecía; sin duda el pueblo respondió, se sintió invitado, comprendió lo que significaba ser “elegidos del Señor” y se convirtieron en guías; sus obras iluminaban, invitaban y convencían: “diez hombres de cada lengua tomarán por el manto a un judío: queremos ir contigo, hemos oído que Dios está con ustedes”. No es simple repetición del oráculo, es apropiación del contenido a nuestra realidad personal, comunitaria, social, es pregunta que toca nuestro interior para que respondamos con autenticidad: ¿soy de los que llevan a los demás a adorar al Señor porque soy luz que ilumina, sal que sazona, camino que conduce?, esto es participar del envío que ya hizo y sigue haciendo Cristo a la Iglesia entera, para que se reconquiste y sea –seamos- capaces de conquistar el mundo entero para que forme parte activa, íntima, del Reino del Padre; ¡qué gozo el que un día podamos todos escuchar desde todos los rincones de la tierra: “Dios está con nosotros”!
  
En el fragmento de la Carta a los Romanos: Pablo nos entrega un completo análisis del acto de fe y de la evangelización que lo hace posible: la fe es principio de salvación, por adhesión interna y, consecuentemente, por confesión externa, no es un acto individualista y solitario, es una actitud manifiesta que construye comunidad; imposible sin saber en Quién se cree, por ello el conocimiento llega por la predicación y ésta, con la fuerza del mismo Cristo hace posible la apertura del corazón que superará la tentación de endurecimiento. Se nos hace presente la petición reiterada durante la segunda semana de Ejercicios: “conocimiento interno de mi Señor Jesucristo que por mí se hace hombre, para que más lo ame y lo siga”, conocer el bien es quererlo de inmediato, conocer al Sumo Bien ya es poseerlo porque nos arrebatará de tal forma que nada ni nadie podrá separarnos de Él. ¿Cómo no comunicar esta experiencia de paz y de plenitud, así nos convertiremos en “mensajeros que recorren los montes para llevar la buena noticia”.
  
Unámonos a la Iglesia misionera con nuestra oración, nuestra acción de gracias y con nuestros dones que ayuden a tantos que, lejos de su patria, esparcen la semilla de Cristo.

martes, 11 de octubre de 2011

29º Ordinario, 16 Octubre 2011

Primera Lectura: del libro del profeta Isaías 45: 1, 4-6
Salmo Responsorial, del salmo 95:  Cantemos la grandeza del Señor.
Segunda Lectura: de la primera carta del apóstol Pablo a los tesalonisences 1, 1-5
Aclamación: Iluminen al mundo con la luz del Evangelio reflejada en su vida.
Evangelio: Mateo 22: 15-21.       

La Antífona de entrada hace que nos interroguemos si, en el diario caminar, ponemos las condiciones para que se realice esa causal: “Te invoco porque Tú me respondes”. ¿Al orar, nos sentimos cobijados por el Señor? Si encontramos una respuesta afirmativa, ¡buena señal!, nuestra voluntad va encaminada para que, “quitando toda afección desordenada”, seamos cera moldeable y “le sirvamos de todo corazón.”

Su Palabra, su Gracia, nos ha preparado para reconocerlo como el Único Dios, no desde un monoteísmo estático, sino alerta para admirar y admirarnos de su presencia en nuestro mundo, interno y externo.

Ciro el persa, no lo conocía; sin duda dotado de una naturaleza sensible a las mociones del Espíritu, percibió, sin saberlo, y lo más admirable, actuó como “ungido del Señor a quien ha tomado de la mano”, para ser instrumento de liberación para su pueblo Israel. Lo que Dios dice de Ciro, lo dice de cada ser humano, lo dice de mí: “te llamé por tu nombre, te di título de honor, aunque tú no me conocieras”. ¿No fue Él quien nos llamó a la existencia y nos dio el mejor título: “hijos de Dios”? ¿Ha habido alguien que lo conociera primero? ¿Regresamos “a Dios lo que es de Dios”? ¿Proclamamos, de palabra y de obra, que “Él es el Señor y no hay otro”? Misión que nos engrandece al aceptarla y vivirla en plenitud, “para ser en Ti, como al principio era”. Con esta actitud, ferviente y convencida, cobra toda su fuerza el Salmo: “Cantemos la grandeza del Señor”.

Pablo, en el escrito más antiguo del Nuevo Testamento (hacia el año 51), enaltece el sentido de Iglesia “congregados por Dios Padre y por Jesucristo, el Señor”. Además expresa el camino imperdible para vivir según Dios: “las obras que manifiestan la fe, los trabajos emprendidos por el amor, la perseverancia que da la esperanza. Todo es posible “con la fuerza del Espíritu Santo que produce abundantes frutos”. ¡Sintamos cómo el Señor “nos cuida como a la niña de sus ojos”!

En el Evangelio Jesús enfrenta, con maestría, no podía ser de otra forma, las acechanzas, las envidias, las trampas. Fariseos y herodianos, enemigos entre sí, se alían para “hacerlo caer y poder acusarlo”. Una duda, una ambigüedad de parte de Jesús, y saldrían triunfantes. Un “sí” al tributo al César, lo alinearía entre los colaboracionistas. Un “no”, entre los revolucionarios…, piensan que no tiene salida; pero nunca quisieron entender con Quién trataban.

La frase de Jesús quizá sea de las más conocidas, mas su mirada, su enseñanza van mucho más lejos. La moneda es necesaria para las transacciones pasajeras, la imagen del César en ella, intenta la absolutización de la creatura y la postergación de Dios, (triste gran absurdo que nos envuelve).

¡Vayan, vayamos al interior!, ni condena ni sacraliza las relaciones económicas, sino que las sitúa en el terreno que les corresponde: medio de organización. La claridad reluce; la contextualiación, ubica, la creaturidad, comprende: “A Dios lo que es de Dios”, y como todos somos suyos, nosotros sí que no tenemos salida…

lunes, 3 de octubre de 2011

28º Ordinario, 9 de Octubre, 2011.

Primera Lectura: del libro del profeta Isaías 25: 6-10
Salmo Responsorial, del salmo 22:  Habitaré en la casa del Señor oda la vida.
Segunda Lectura: de la carta del apótol Pablo a los filipenses 4: 12-14, 19-20
Aclamación: Que el Padre de nuestro Señor Jesucristo ilumine nuestras mentes para que podamos comprender cuál es la esperanza que nos da su llamamiento.
Evangelio: Mateo 22: 1-14. 

La Antífona de entrada nos prepara para constatar la universalidad del amor de Dios, que, al serlo, nos incluye a todos; “en Dios no hay acepción de personas”, (Hechos 10: 34; Rom. 2: 4; Gál. 2: 6; Santiago 2: 1), su perdón y su misericordia, son como Él, inagotables; por eso brota en nosotros, seamos como seamos, algo que sobrepasa la esperanza: ¡la certeza! Mi Padre bueno, me ama, me comprende, me acoge, me invita, me proporciona el vestido de fiesta, me espera para acompañarme, para enseñarme, para inspirarme la concreción exacta de mi respuesta a Él en el amor y en el servicio a los demás, a todos, como Él: sin peros, sin condiciones excluyentes. ¡No es una utopía! “Todo lo puedo en Aquel que me conforta”.  
El Profeta nos confirma: “El Señor del universo, preparará un festín con platillos suculentos para todos los pueblos”. Un banquete es momento de convivencia, de amistad, de cercanía; eso es lo que nos prometió y ya cumplió, más aún, sigue invitándonos a la claridad, a la alegría, a la plenitud. En verdad “¡Aquí está nuestro Dios!”   ¡Cómo no repetir convencidos: “El Señor es mi Pastor, nada me puede faltar”! Nos conduce a los mejores prados, a las aguas más cristalinas, a su propio Corazón traspasado de donde manan “ríos que saltan hasta la vida eterna”.  
Manifestación clara de esa apertura infinita de Dios: la acción del Espíritu Santo en el Concilio Vaticano II, todavía por vivirse plenamente: Iglesia, luz del mundo, Iglesia Ecuménica, Iglesia en diálogo con todos, Iglesia continuadora de la Revelación, Iglesia de la libertad y el crecimiento, Iglesia, estandarte de Cristo Vivo. ¿Queremos más pruebas del amor de Dios, de la predilección por los hombres, de la esperanza que sigue teniendo en cada uno de nosotros? Imposible asistir al “Banquete de Bodas” sino en Iglesia, en comunidad, en mutua aceptación, en apoyo constante, vestidos y “revestidos de Cristo” (Gál. 3: 27) 
Jesús, como verdadero hombre, sabe lo que significa un banquete y más un banquete de bodas; se refiere a “las suyas con la humanidad entera”, por eso invita a todos.  
Con la misma claridad con que lo hizo el domingo pasado, echa en cara a los sumos sacerdotes y a los ancianos las consecuencias del rechazo de los profetas enviados a preparar el Reino. Cabe preguntarnos si de alguna forma los reencarnamos al vivir una fe anclada en la aceptación solamente intelectual, encerrada, temerosa del compromiso. ¿Qué  tan rápido salimos a los cruces de los caminos a invitar, a cuantos encontremos, al Banquete? Nuestras acciones hablan por nosotros, ¿vamos con entusiasmo, sabedores del significado del convite?, ¿ayudamos a proporcionarles “el vestido de fiesta”
Estar “adentro” no necesariamente implica el quedarse, por eso, volviendo a San Pablo, que nuestra actitud convencida sea: “Todo lo puedo en Aquel que me conforta”.

miércoles, 28 de septiembre de 2011

27º Domingo Ordinario, 2 de Octubre 2011

Primera Lectura: del libro del profeta Isaías 3: 1-7
Salmo Responsorial, del salmo 79:  La viña del Señor es la casa de Israel.
Segunda Lectura: de la carta del apóstol Pablo a los Filipenses 4: 6-9
AclamaciónYo los he elegido del mundo, dice el Señor, para que vayan y den fruto, y su fruto permanezca.
Evagelio: Mateo  21: 33-43.

¡Somos hechura de Dios y Él no hace seres a medias; estamos muy bien hechos, aunque a ratos, tristemente, mal aprovechados! “Y vio Dios que todo lo que había hecho estaba muy bien hecho”, y nosotros: ¡corona de la Creación! Simplemente detenernos a considerar esta realidad, tratando de dejarnos impresionar por la gratuidad, por la delicadeza, por ser, de verdad “imagen y semejanza de Dios”, debe de exultar nuestro corazón y cantar a voz en cuello: “Eres el Señor del Universo.”

Nuestro “desaprovechar”  cuanto nos ha concedido Dios, nos insta a pedir perdón y juntamente a solicitarle que Él, que todo lo penetra, hasta lo más íntimo de nuestra intimidad, nos conceda “aquellas gracias que necesitamos y ni siquiera sabemos expresar”, sabedores que “el Espíritu intercede por nosotros con gemidos inenarrable por los consagrados para que actuemos como Dios quiere”. (Rom. 8: 27-28)

Tercer domingo que nos encontramos con la viña. Recordemos para situarnos: el dueño sale, a través del día a contratar trabajadores: el pago no es conforme a lo trabajado, sino según la largueza y bondad del Señor de la viña. El siguiente: ya no son jornaleros sin los hijos los invitados a colaborar; las respuestas dispares, la conclusión, que el mismo Jesús ha dejado a los escribas y fariseos, “cumplió el que fue”. ¿Algo hemos adelantado en el proceso de discernimiento, de reflexión, de superación del egoísmo? ¿Al menos tenemos, en frase de San Ignacio: “los deseos de tener los deseos” de que nuestro “ya voy, Señor”, se vuelva realidad?   

El canto de Isaías a la Viña, “la casa de Israel”, nos hace regresar a la primera consideración: la delicadeza, el amor, la ternura de Dios para con su Pueblo, y, extensivamente, para cada ser humano: “¿Qué más pude hacer por ti, que Yo no lo hiciera? Esperaba que dieras uvas buenas y las diste agrias”. Esmero, “trabajo”, confianza en la respuesta de Israel, en la respuesta de la humanidad, en mi respuesta; ¡Dios, respetuoso y expectante! Los resultados, lamentables, trágicos, destructivos: en lugar de “justicia y derecho”, “violencia y lamentos.” La “reacción” de Yahvé, nos admira, nos desconcierta: “derribaré la tapia, la arrasaré, será pisoteada, se convertirá en erial…”, y en verdad el Reino del Norte y luego Jerusalén fueron sometidos a la esclavitud y deportados por los asirios. ¡Hasta dónde nos llevan las consecuencias del olvido, de la negación al amor! ¿Tenemos que llegar a los límites para elevar el corazón y pedirle: “Señor, vuelve tus ojos, contempla la viña que plantaste, visítala…, ya no nos alejaremos de ti, míranos con bondad y estaremos a salvo.” 

Jesús retoma el canto a la viña, recorre la historia: los profetas enviados, fueron asesinados, la súplica del Salmo ha sido olvidada, el rechazo violento al Hijo, se acerca cada vez más, será sacado fuera de la viña y morirá más allá de las murallas de Jerusalén.

La pregunta directa a los sumos sacerdotes y a los ancianos no puede tener sino una respuesta: “Dará muerte terrible a esos desalmados, y arrendará la viña a otros viñadores que le entreguen frutos a su tiempo.” Pensamiento lineal y acorde que Jesús utiliza para que reflexionen y reflexionemos: ¿descartamos la Piedra Angular o construimos sobre ella? ¿Dejaremos que el Reino nos sea arrebatado o intentaremos, con todo nuestro empeño, y, seguros de que Él “nos dará las gracias que necesitamos y ni siquiera sabemos expresar”, para producir los frutos “de justicia y de derecho”? 

La delicadeza de Dios sigue en presente, y seguirá, si no se lo impedimos: “Que la paz de Dios, que sobrepasa toda inteligencia, custodie nuestros corazones y pensamientos en Cristo Jesús… busquemos lo verdadero, lo noble, lo justo, lo puro, lo amable y el Dios de la paz estará con nosotros.”
 
Ya no es la Viña la arrasada, sino Cristo Jesús que se dejó arrastrar hasta la Cruz y con su muerte nos dio nueva vida. “No he venido a destruir sino a construir.” ¡Constrúyenos, Señor!

lunes, 19 de septiembre de 2011

26º Ordinario, 25 septiembre, 2011.

Primera Lectura: del libro del profeta Ezquiel 18: 25-28
Salmo Responsorial, del salmo 24:  Descúbrenos, Señor,tus caminos.
Segunda Lectura: de la carta del apóstol Pablo a los Filipenses 2: 1-11
Aclamación: Mis ovejas escuchan mi voz, dice el Señor; yo las conozco y ellas me siguen.
Evangelio: Mateo 21: 29-32. 

Reconocemos, aceptamos nuestro olvido del Señor, pero más allá   está la confianza en su misericordia, en su inacabable paciencia, comprensión y perdón. ¡Nada que argüir en nuestro favor, nos dejamos en su Corazón y en sus manos! Con humilde sinceridad oramos: “de Ti esperamos la gracia para no desfallecer en el camino hacia Ti”.

¡Somos Israel actualizado! Con qué  facilidad buscamos culpables y con qué falta de lógica y de verdad nos atrevemos a señalar al Señor como causa de los males; por eso nos responde con el profeta: “¿No es más bien el proceder de ustedes el injusto?” por más que intentemos ocultar la responsabilidad de nuestros actos, no podremos, las consecuencias nos siguen como sombra: maldad e injusticia, o bien: honradez y justicia. Lo que sale del fondo del corazón moldea nuestra persona. Muy conveniente interrogarnos: ¿cómo deseamos encontrarnos en el momento final?. No podemos engañarnos, sabemos la respuesta: ¡Quiero ser un “sí” en cada instante! Lo que  debemos analizar es si la claridad de la percepción nos lleva a la eficacia en la acción.

Con todo el ser deseoso, repitamos lo dicho en el Salmo: “Descúbrenos, Señor, tus caminos, guíanos por la senda de tu doctrina”.

La conciencia creciente, iluminada por el asiduo trato con Jesucristo, haría resplandecer un mundo nuevo, una familia nueva, unas relaciones nuevas, todas ellas haciendo revivir en cada uno de nosotros “los sentimientos de Cristo Jesús”. ¡Esto es el Reino que nos vino a enseñar Jesús! Nada de egoísmos, ni prerrogativas, “hecho uno de tantos”, igualdad en la carne, ejemplaridad en el amor al Padre, en la obediencia, “en el caminar por sus sendas”, en la aceptación plena que supera el temor de la muerte, y, ¡qué muerte!, vivencia exacta de la meta, de la trascendencia, que tanto necesitamos, no tanto por el premio de la gloria, sino por el gozo de estar en consonancia con Dios. Ya Él se encargará de “escribir nuestros nombres en el libro de la Vida”, para que nuestro caminar llegue a su Principio.

La Viña necesita trabajadores; el domingo pasado el Dueño salió a diversas horas y el pago fue desde la Justicia Divina, que rompió nuestra concepción de justicia, y, ¡ojalá!, nos haya hecho pensar lo que son “los caminos de Dios”. Hoy la referencia directa está enfocada a los judíos que ni aceptaron a Juan Bautista ni aceptan a Jesús; pero en ellos estamos involucrados cada uno de nosotros; persiste el llamamiento y, precisamente, a los hijos: “Ve a trabajar a mi viña”. Las respuestas se repiten: “Sí, pero no fue”; respeto y corrección en la respuesta que se quedan en el vacío. El otro: “¡No quiero ir!, pero se arrepintió y fue”;  retobo, mal humor, comodidad; flojera…, sin embargo: reflexión, discernimiento y acción.

Resuena Ezequiel y nos remueve la conciencia; resuena la Carta a los Filipenses y sigue resonando allá dentro,  cómo escribe en la 2ª Carta a los Corintios (1:19): “Jesucristo no fue un ambiguo sí y no; en Él ha habido únicamente un sí.” Estos son “los sentimientos que hemos de compartir con Cristo Jesús”. 

La decisión no es fácil: “¡Qué angosta es la puerta y estrecho es el camino que llevan a la vida, y pocos dan con ellos!” (Mt. 7:14); “No basta con decirme, Señor, Señor, para entrar en el Reino de Dios, hay que poner por obra los designios de mi Padre del cielo.” (Mt. 7: 21)  Fortalece el contenido del compromiso San Pablo en 1ª Cor. 4: 20: “Porque Dios no reina cuando se habla, sino cuando se actúa.” ¡Cuánto encierra el verdadero “sí, Señor”!, digámoselo y pidámosle la Gracia y la fuerza para realizarlo ahora que aún tenemos tiempo! “Contigo a mi lado, no vacilaré”. (Salmo 16 (15): 8)

miércoles, 14 de septiembre de 2011

25º Ordinario, 18 Septiembre, 2011

Primera Lectura: del libro Isaías 55: 6-9
Salmo Responsorial, del salmo 144: Bendeciré al Señor eternamente.
Segunda Lectura: de la carta del apóstol Pablo a los Filipenses 1: 20-24, 27
Aclamación: Abre, Señor, nuestros corazones para que comprendamos las palabras de tu Hijo.
Evangelio: Mateo 20: 1-16 

Dios Bondad, Dios apertura, Dios siempre a la escucha. ¡Cuántas veces lo hemos experimentado, y, sin embargo, nuestras voces no ascienden con la frecuencia, con la confianza, con la seguridad de ser escuchados! ¡Convéncenos, Señor, de que estás más presto de lo que imaginamos, a oír nuestras súplicas! Hoy te pedimos la gracia de “descubrirte y amarte en cada hermano”; que ilumines el corazón y las entrañas porque, solamente así, lograremos, con tu presencia, alcanzar lo único que debe importarnos en esta vida: ¡llegar hasta Ti!, que eres la Vida Eterna. 

“Buscarte mientras pueda encontrarte”, ¿cómo buscarte si, como nos recuerda San Agustín, yo no existiría si no estuvieras ya en mí? Lo que vivo constantemente es que “tus pensamientos no son los míos”. ¡Ayúdame a estar en sintonía con tus deseos, con la esperanza que has depositado en mí, a reaccionar a tu favor, que es a mi favor, contra tantas mociones que revolotean a mi alrededor, contra la facilidad de ir pasando como sombra por la vida sin dejar huella; a regresar, cada tarde a tu regazo y a reordenar pensamientos y deseos; a la constante conversión y a tu perdón que es paz profunda, que es solaz! “Tus designios son justos y no estás lejos de los que te buscan sinceramente.” ¿Por qué me canso de invocarte? ¿Por qué mi confianza tambalea? ¿No tengo ya suficientes pruebas de que solo no puedo? ¡Muy lejos, de hacer mía la expresión de San Pablo: “para mí, la vida es Cristo y la muerte una ganancia”!; sin embargo arden deseos de tener los deseos “de que sea en vida, sea en muerte, te pertenezco” y de que cuanto realice en Ti y por Ti, tiene repercusión de eternidad. 

Cualquier hora es oportuna para ir a “tu viña”. Sin medir el peso del día o del cansancio, con los ojos puestos en Ti, “el Gran Denario”, crecer en el esfuerzo, “que a jornal de gloria no hay trabajo duro”. 

Gracias, Señor, por resanar el miedo, por abrir horizontes de ternura, porque das a mis pasos un sentido, porque puedo mirar hacia arriba y encontrarte sonriendo. 

Gracias, Señor por ser como eres, por haberme invitado y por seguir confiando en mi respuesta más allá de mis yerros, y olvidos y apatías.