sábado, 30 de enero de 2021

4° Ordinario, 31 deenero de 2021

Primera lectura: Lectura del libro del Deuteronomio (18,15-20):
Salmo Responsorial,
del Salmo 94: Ojalá escuchen hoy la voz del Señor: «No endurezcan su corazón»
Segunda lectura:
de la primera carta de san Pablo a los Corintios (7,32-35):
Evangelio:
Marcos (1,21-28):



sábado, 23 de enero de 2021

3er Ordinario. 24 enero 2021

Primera lectura: Lectura del libro del profeta Jonás (3,1-5.10)
Salmo Responsorial,
del Salmo: Señor, enséñame tus caminos
Segunda lectura:
de primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios (7,29-31):
Evangelio:
Marcos
1,14-20)



viernes, 15 de enero de 2021

2° Ordinario. 17 enero 2021.-


Primera Lectura:
del primer libro de Samuel 3: 3-10, 19
Salmo Responsorial, del salmo 39:
Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad.
Segunda Lectura: de la primera carta del apóstol Pablo a los corintios  6: 13-15, 17-20

Evangelio: Juan 1, 35-42. 

El Señor ha venido, se ha manifestado al pueblo de Israel, más aún, su Epifanía ilumina a todos los hombres. El esperado, se hace presente en la plenitud de los tiempos. Los que lo reciben, son llamados “hijos de Dios” e invitan a la tierra entera a que entone himnos a su gloria. ¿Se unen nuestras voces a este canto?

Si es así, nos mediremos desde la mirada paternal de Dios y nuestros días transcurrirán en su paz. ¿Qué más desea desear una creatura?

Comenzamos hoy el “ciclo ordinario”; 34 semanas en que seguiremos, paso a paso, las acciones, los dichos, la enseñanza, la voz de Jesucristo. Escucharlo, mirarlo y admirarlo, hará resonar en nosotros su reclamo: ¡Conóceme, acéptame, sígueme! 

La primera lectura es anuncio, ejemplaridad, obediencia en una fe naciente, verdadero abandono, disposición para que el Espíritu del Señor halle morada. Tres veces Samuel se muestra solícito al servicio del sacerdote Elí: “Aquí estoy. ¿Para qué me llamaste”? Tarde, pero al fin Elí comprende que otra Voz es la que llama y en su propuesta abre el camino a la oración cristiana: si otra vez te llama, responde: “Habla, Señor, tu siervo te escucha”. Silencio, interioridad, atención a las mociones; percibir lo inimaginable: ¡Dios de verdad nos habla! Para oírlo necesitamos acallar muchas voces que distorsionan la Voz de la Palabra. “Samuel creció y el Señor estaba con él”. ¡Nacidos para ser portadores de Dios! 

El Salmo acrecienta el compromiso, si brota desde dentro: “Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad”. Reconocemos creaturidad y filiación: “Lo que deseo: tu ley en medio de mi corazón”. Dios ya se ha inclinado hacia nosotros y ha puesto el canto nuevo en nuestros labios; en Cristo aprenderemos la letra y la tonada: “Aquí estoy”.

Aunque el Señor nos hable en otras voces, “de su Voz semejanza”, no basta la inactiva paciencia, nos apremia el salir a su encuentro, soltar las inquietudes, que los pasos persigan al que Juan señalaba como “El Cordero de Dios”, que la inquietud lo alcance y los labios pronuncien, titubeantes, la primera pregunta: “¿Dónde vives, Rabí?”  Su respuesta atañe a todo hombre: “Vengan a ver”, fueron y hallaron la paz y la amistad, la verdad que contagia. 

“Escuchar” significa ponerse a disposición de Dios. “Ver”, no es más que abrir los ojos y responder con fe. “Ir”, es salir de nosotros, dejar el territorio y encaminar la vida hacia donde el Señor quiere. “Seguir”, denota esfuerzo, peregrinar renunciando al propio mapa. “Quedarse” con Jesús es estar en comunión con Él, pedir y permitir la transformación en discípulo para que Él viva en nosotros y su Espíritu nos convierta en ecos creíbles de la Buena Nueva, “miembros vivos de su Cuerpo y Templos del Espíritu para glorificar a Dios con todo nuestro ser.”

sábado, 9 de enero de 2021

Bautismo del Señor, 10 de enero 2021.-


Primera Lectura:
del libro del profeta Isaías 55: 1-11
Salmo Responsorial,
del libro del profeta Isaías
Segunda Lectura: de la primera carta del apóstol Juan 5: 1-9
Evangelio:
Marcos 1: 7-11

Jesús apareció en Galilea cuando el pueblo judío vivía una profunda crisis religiosa. Llevaban mucho tiempo sintiendo la lejanía de Dios. Los cielos estaban «cerrados». Una especie de muro invisible parecía impedir la comunicación de Dios con su pueblo. Nadie era capaz de escuchar su voz. Ya no había profetas. Nadie hablaba impulsado por su Espíritu.

Lo más duro era esa sensación de que Dios los había olvidado. Ya no le preocupaban los problemas de Israel. ¿Por qué permanecía oculto? ¿Por qué estaba tan lejos? Seguramente muchos recordaban la ardiente oración de un antiguo profeta que rezaba así a Dios: «Ojalá rasgaras el cielo y bajases».

Los primeros que escucharon el evangelio de Marcos tuvieron que quedar sorprendidos. Según su relato, al salir de las aguas del Jordán, después de ser bautizado, Jesús «vio rasgarse el cielo» y experimentó que «el Espíritu de Dios bajaba sobre él». Por fin era posible el encuentro con Dios. Sobre la tierra caminaba un hombre lleno del Espíritu de Dios. Se llamaba Jesús y venía de Nazaret.

Ese Espíritu que desciende sobre él es el aliento de Dios, que crea la vida, la fuerza que renueva y cura a los vivientes, el amor que lo transforma todo. Por eso Jesús se dedica a liberar la vida, a curarla y hacerla más humana. Los primeros cristianos no quisieron ser confundidos con los discípulos del Bautista. Ellos se sentían bautizados por Jesús, no con agua, sino con su Espíritu.

Sin ese Espíritu, todo se apaga en el cristianismo. La confianza en Dios desaparece, la fe se debilita. Jesús queda reducido a un personaje del pasado, el Evangelio se convierte en letra muerta, el amor se enfría y la Iglesia no pasa de ser una institución religiosa más.

Sin el Espíritu de Jesús, la libertad se ahoga, la alegría se apaga, la celebración se convierte en costumbre, la comunión se resquebraja. Sin el Espíritu, la misión se olvida, la esperanza muere, los miedos crecen, el seguimiento a Jesús termina en mediocridad religiosa.

Nuestro mayor problema es el olvido de Jesús y el descuido de su Espíritu. Es un error pretender lograr con organización, trabajo, devociones o estrategias pastorales lo que solo puede nacer del Espíritu. Hemos de volver a la raíz, recuperar el Evangelio en toda su frescura y verdad, bautizarnos con el Espíritu de Jesús.

No hemos de engañarnos. Si no nos dejamos reavivar y recrear por ese Espíritu, los cristianos no tenemos nada importante que aportar a la sociedad actual, tan vacía de interioridad, tan incapacitada para el amor solidario y tan necesitada de esperanza.

domingo, 3 de enero de 2021

Epifanía del Señor, 3 enero 2021.--


Primera Lectura:
del libro del profeta Isaías 60: 1-6
Salmo Responsorial,
del salmo 71: Que te adoren, Señor todos los pueblos.  
Segunda Lectura:
de la carta del apóstol Pablo a los efesios 3: 2-3, 5-6
Evangelio:
Mateo 2: 1-12.

Manifestación que llega con potestad, con imperio, pero de dimensiones diametralmente opuestas a los criterios del mundo. “Misterio escondido, pero ahora revelado por el Espíritu”. Misterio de Salvación que abraza a todos los pueblos, a cada hombre en particular, sea de la raza que sea, para hacerlo coheredero de la promesa hecha realidad en Jesucristo.

Si la Luz y la Gloria resplandecen, ¿por qué los seres humanos insistimos en permanecer en las tinieblas, trastabillando, chocando con las personas y las cosas? Descubrir el significado de los signos es vivir en lo concreto, dejar las abstracciones, apresar la realidad y hacerla nuestra, hacernos realidad; “levantar los ojos, mirar a nuestro alrededor, abrir los brazos y el corazón para recibirlos a todos”, llenarnos de la riqueza que nos ofrece el Señor para enriquecer a cuantos encontremos en la vida; convertirnos en signos que guíen y que solamente se detengan ante Jesús, “que habitó entre nosotros”, que vino a reunir a los que estaban dispersos, que nos trae la reconciliación y el sentido de la vida,  toda otra riqueza es efímera.

Epifanía: Dios que sale a nuestro encuentro, que se nos da a conocer, que lleva pacientemente el proceso de “descorrer el velo”, desde los Patriarcas y Profetas, hasta su culminación en Jesucristo quien se implica en nuestra historia y es inicio y plenitud de un Pueblo Nuevo, Primogénito renacido de la muerte, Cabeza del Cuerpo que es la Iglesia, realizador de las promesas que se ensanchan mucho más allá de las fronteras de Israel y abarcan al mundo entero. Celebramos hoy la vocación universal de todo ser humano: ser hijo de Dios, a través del Único Mediador: Jesucristo.

Mateo narra la extrañeza, que llega a la consternación, de Herodes y toda Jerusalén; Jesús es “la piedra angular que han desechado –y siguen desechando-   los constructores”; el temor impera donde la fe no abre el horizontes de la esperanza que trasciende; la astucia busca los modos de mantener lo que cree poseer, sin que le importe el precio mismo de la sangre inocente. De la boca temerosa del rey, brota un camino importante: “Vayan a averiguar cuidadosamente qué hay de ese niño y, cuando lo encuentren, avísenme para que yo también vaya a adorarlo.” Los hombres ansiosos de verdad, siguen su marcha y la Estrella los vuelve a iluminar para encontrar a aquel que da la Luz a la vida. Si miramos con atención, veremos a Dios, no sólo en las estrellas, sino en cada hombre y en cada acontecimiento, y nuestro testimonio de amor, de fe, de valor y esperanza nos convertirá en guías para tantos que no encuentran el sentido de sus vidas.