domingo, 27 de septiembre de 2020

26°. Ord. 27 septiembre 2020.-

Primera Lectura: del libro del profeta Ezequiel 18: 25-28
Sa
lmo Responsorial,
del salmo 24
: Descúbrenos, Señor, tus caminos.
Segunda Lectura:
de la carta del apóstol Pablo a los filipenses 2: 1-11

Evangelio:
Mateo 21: 28-32.



Reconocemos, aceptamos nuestro olvido del Señor, pero más allá   está la confianza en su misericordia, en su inacabable paciencia, comprensión y perdón. ¡Nada que argüir en nuestro favor, nos dejamos en su Corazón y en sus manos! Con humilde sinceridad oramos: “de Ti esperamos la gracia para no desfallecer en el camino hacia Ti”.

¡Somos Israel actualizado! Con qué facilidad buscamos culpables y con qué falta de lógica y de verdad nos atrevemos a señalar al Señor como causa de los males; por eso nos responde con el profeta: “¿No es más bien el proceder de ustedes el injusto?” por más que intentemos ocultar la responsabilidad de nuestros actos, no podremos, las consecuencias nos siguen como sombra: maldad e injusticia, o bien: honradez y justicia. Lo que sale del fondo del corazón moldea nuestra persona. Muy conveniente interrogarnos: ¿cómo deseamos encontrarnos en el momento final?. No podemos engañarnos, sabemos la respuesta: ¡Quiero ser un “sí” en cada instante! Lo que debemos analizar es si la claridad de la percepción nos lleva a la eficacia en la acción.

Con todo el ser deseoso, repitamos lo dicho en el Salmo: “Descúbrenos, Señor, tus caminos, guíanos por la senda de tu doctrina”.

La conciencia creciente, iluminada por el asiduo trato con Jesucristo, haría resplandecer un mundo nuevo, una familia nueva, unas relaciones nuevas, todas ellas haciendo revivir en cada uno de nosotros “los sentimientos de Cristo Jesús”. ¡Esto es el Reino que nos vino a enseñar Jesús! Nada de egoísmos, ni prerrogativas, “hecho uno de tantos”, igualdad en la carne, ejemplaridad en el amor al Padre, en la obediencia, “en el caminar por sus sendas”, en la aceptación plena que supera el temor de la muerte, y, ¡qué muerte!, vivencia exacta de la meta, de la trascendencia, que tanto necesitamos, no tanto por el premio de la gloria, sino por el gozo de estar en consonancia con Dios. Ya Él se encargará de “escribir nuestros nombres en el libro de la Vida”, para que nuestro caminar llegue a su Principio.

La Viña necesita trabajadores; el domingo pasado el Dueño salió a diversas horas y el pago fue desde la Justicia Divina, que rompió nuestra concepción de justicia, y, ¡ojalá!, nos haya hecho pensar lo que son “los caminos de Dios”. Hoy la referencia directa está enfocada a los judíos que ni aceptaron a Juan Bautista ni aceptan a Jesús; pero en ellos estamos involucrados cada uno de nosotros; persiste el llamamiento y, precisamente, a los hijos: “Ve a trabajar a mi viña”. Las respuestas se repiten: “Sí, pero no fue”; respeto y corrección en la respuesta que se quedan en el vacío. El otro: “¡No quiero ir!, pero se arrepintió y fue”; retobo, mal humor, comodidad; flojera…, sin embargo: reflexión, discernimiento y acción.

Resuena Ezequiel y nos remueve la conciencia; resuena la Carta a los Filipenses y sigue resonando allá dentro, cómo escribe en la 2ª Carta a los Corintios (1:19): “Jesucristo no fue un ambiguo sí y no; en Él ha habido únicamente un sí.” Estos son “los sentimientos que hemos de compartir con Cristo Jesús”.

La decisión no es fácil: “¡Qué angosta es la puerta y estrecho es el camino que llevan a la vida, y pocos dan con ellos!” (Mt. 7:14); “No basta con decirme, Señor, Señor, para entrar en el Reino de Dios, hay que poner por obra los designios de mi Padre del cielo.” (Mt. 7: 21) Fortalece el contenido del compromiso San Pablo en 1ª Cor. 4: 20: “Porque Dios no reina cuando se habla, sino cuando se actúa.” ¡Cuánto encierra el verdadero “sí, Señor” !, digámoselo y pidámosle la Gracia y la fuerza para realizarlo ahora que aún tenemos tiempo! “Contigo a mi lado, no vacilaré”. (Salmo 16 (15): 8)

domingo, 20 de septiembre de 2020

25°. Ord. 20 septiembre 2020.-


Primera Lectura:
del libro del profeta Isaías 55: 6-9
Salmo Responsorial,
del salmo 144 
Segunda Lectura:
de la carta del apóstol Pablo a los filipenses 1: 20-24, 27
Evangelio:
Mateo 20: 1-16.

Dios Bondad, Dios apertura, Dios siempre a la escucha. ¡Cuántas veces lo hemos experimentado, y, sin embargo, nuestras voces no ascienden con la frecuencia, con la confianza, con la seguridad de ser escuchados! ¡Convéncenos, Señor, de que estás más presto de lo que imaginamos, a oír nuestras súplicas! Hoy te pedimos la gracia de “descubrirte y amarte en cada hermano”; que ilumines el corazón y las entrañas porque, solamente así, lograremos, con tu presencia, alcanzar lo único que debe importarnos en esta vida: ¡llegar hasta Ti!, que eres la Vida Eterna.

 “Buscarte mientras pueda encontrarte”, ¿cómo buscarte si, como nos recuerda San Agustín, yo no existiría si no estuvieras ya en mí? Lo que vivo constantemente es que “tus pensamientos no son los míos”. ¡Ayúdame a estar en sintonía con tus deseos, con la esperanza que has depositado en mí, a reaccionar a tu favor, que es a mi favor, contra tantas mociones que revolotean a mi alrededor, contra la facilidad de ir pasando como sombra por la vida sin dejar huella; a regresar, cada tarde a tu regazo y a reordenar pensamientos y deseos; a la constante conversión y a tu perdón que es paz profunda, que es solaz! “Tus designios son justos y no estás lejos de los que te buscan sinceramente.” ¿Por qué me canso de invocarte? ¿Por qué mi confianza tambalea? ¿No tengo ya suficientes pruebas de que solo no puedo? Muy lejos, de hacer mía la expresión de San Pablo: “para mí, la vida es Cristo y la muerte una ganancia”; sin embargo, arden deseos de tener los deseos “de que sea en vida, sea en muerte, te pertenezco” y de que cuanto realice en Ti y por Ti, tiene repercusión de eternidad!

Cualquier hora es oportuna para ir a “tu viña”. Sin medir el peso del día o del cansancio, con los ojos puestos en Ti, “el Gran Denario”, crecer en el esfuerzo, “que a jornal de gloria no hay trabajo duro”.

Gracias, Señor, por resanar el miedo, por abrir horizontes de ternura, porque das a mis pasos un sentido, porque puedo mirar hacia arriba y encontrarte sonriendo.

Gracias, Señor por ser como eres, por haberme invitado y por seguir confiando en mi respuesta más allá de mis yerros, y olvidos y apatías. 

sábado, 12 de septiembre de 2020

24° Ord. 13 septiembre 2020


Primera Lectura:
del libro del Eclesiástico (Sirácide): 27, 33 - 28, 9
Salmo Responsorial,
del salmo 102: El Señor es compasivo y misericordioso. Segunda Lectura: de la carta del apóstol Pablo a los romanos 14: 7-9 Evangelio: Mateo 18: 21-35.

Esperar en el Señor es haber encontrado el camino de la paz; su mirada de amor y misericordia nos llenará de fuerzas para poder servirle.

El Eclesiástico, como Libro Sapiencial, hace que entremos hasta las más profundas entretelas de nuestro corazón, de nuestra mente. Sin hacer ofensa a nadie, pues todos llevamos, consciente o inconscientemente, heridas, actitudes destructoras que no queremos reconocer; entre ellas, en ocasiones, aun cuando no deseáramos usar la palabra “rencor”, ¿quién no ha sentido rabia, impotencia, ganas de vengarse, de borrar del mapa a quien nos despreció o no escuchó nuestra proposición o, peor aún, se burló de ella? Pensemos un momento, aunque hayan sido segundos los que nos dejamos envolver por ese sentimiento, ¿sirvió de algo?, ¿arregló el problema?, ¿tuvimos la sana audacia y la palabra oportuna para exponer lo que bullía en nuestro interior?. Y,  sobre todo, ¿caímos en la cuenta de que esos pensamientos negativos al único que afectaban era a mi propio ser? El otro ni se dio por enterado de la guerra que vivo internamente y logró, porque se lo permití, quitarme la paz. ¡Cuántas veces hemos meditado aquello de: “nadie te puede hacer perder tu paz, si tú no quieres perderla”! Con qué claridad termina el párrafo que hemos escuchado: “Recuerda la Alianza del Altísimo y pasa por alto las ofensas.”

El Salmo consolida lo que verdaderamente perdura: “El Señor no nos condena para siempre, ni nos gurda rencor perpetuo…, no nos trata como merecen nuestras culpas…, es compasivo como un padre con sus hijos.”

Si desde el punto de vista humano es tan importante que sepamos perdonar, que llevemos y sobrellevemos las flaquezas de nuestros prójimos como ellos llevan las nuestras, cuánto más si proyectamos este perdón con la fuerza de la trascendencia.

“Sea en vida, sea en muerte, somos del Señor.”  ¿Lo somos de verdad? El Aleluya resume cuanto hemos percibido de Jesús y lo que Él espera de nosotros: amor sin cortapisas, sin condiciones, reflejando en hechos, en concreción que alivia, en comprensión y en uno de los pilares de su Revelación: el perdón.

Activos en pedirlo, remisos en darlo; ¿hacemos conciencia de cómo esperamos encontrar al Padre?

sábado, 5 de septiembre de 2020

23°. Ord. 6 sept. 2020.-


Primera Lectura:
del libro del profeta Ezequiel 33: 7-9
Salmo Responsorial,
del salmo 94: Señor, que no seamos sordos a tu voz.
Segunda Lectura: de la carta del apóstol Pablo a los romanos 13: 8-10 Evangelio: Mateo 18: 15-20


Reconocer la justicia, la verdad, la rectitud, aun en un tiempo tan desbordado de subjetivismo, deberíamos aceptar que, racional y primariamente, debería ser lo normal; de hecho correspondería al proceder de una naturaleza humana bien hecha por Dios Creador y Padre: “Y vio Dios todo lo que había hecho, y era  muy bueno”, (Gén 1: 31) Si estamos tan bien hechos, ¿por qué nos encontramos, a veces, quizá más de las que quisiéramos, tan mal aprovechados?  Por ello, en el imprescindible viaje a nuestro interior, en el intento de crecer coherentes con esa maravillosa creación de Dios, descubrimos la necesidad de reconocernos anhelantes de perdón y de fuerzas, de amor y de confianza, de apoyo y de sostén para que, en nuestra libertad, obremos “libremente en justicia, verdad y rectitud”.

Pidamos al Espíritu Santo nos guíe con su luz para que comprendamos y ubiquemos lo que su Palabra nos ha comunicado por medio del profeta Ezequiel y de San Pablo y que Jesús, Palabra Encarnada, nos pide en el Evangelio; con tales acompañantes se hará realidad lo que proclamamos juntos al responder al Salmo: “Señor, que no seamos sordos a tu voz”.

El punto de partida lo marca el primer renglón del párrafo que oímos de la carta a los Romanos: “Hermanos: No tengan con nadie otra deuda que la del amor mutuo, porque el que ama al prójimo, ha cumplido ya toda la ley…” Volviendo con esta perspectiva a lo que el Señor Dios dice a Ezequiel, queda de manifiesto que no se trata de enjuiciar ni condenar a nadie, sino de mirar con verdadero amor, con un deseo enorme de que la salvación se realice en todo ser humano, y todo ello porque hemos “escuchado” previamente al Señor, que nos revela, sin excepción, haber sido “constituidos centinelas para la casa de Israel”; misión que acompaña a todos los hombres y mujeres que nos queremos interesar vivamente por el bien de los demás; lejos de cualquier crítica vana, deseosos de comunicar, con el corazón en la mano, el camino que lleva a la vida porque lo vamos experimentando. ¡Qué gran responsabilidad velar celosamente por el bien profundo de los otros! ¡Qué responsabilidad ser espejos que ejemplifiquen el verdadero uso de la libertad! No es el Señor quien amenaza, no es Él quien condena, recordemos lo que dice Jesús: “Yo no he venido a llamar a los justos sino a los pecadores” (Mt. 9:13), y lo que dice San Ireneo: “La gloria de Dios es que el hombre viva”, son nuestras decisiones desquiciadas las que impidan que esa gloria se manifieste y que esa salvación sea efectiva y universal.

Llamar con nuestra vida a la Vida. Hacer Comunidad que atraiga, que ore, que ruegue, que afiance, que se preocupe por todos; aquí está el verdadero poder de “atar y desatar”, no solamente concedido a Pedro sino a la Comunidad, para atar con los lazos del amor y la comprensión, para desatar del mal. Reflexionemos sinceramente sobre el regalo del Sacramento de la Reconciliación, lo necesitamos y, quizá, lo hemos olvidado.

Sentimos que hay situaciones que nos desbordan, que nos hacen mascar la impotencia, si en verdad le creyéramos a Cristo, no cejaríamos en la oración: “si se ponen de acuerdo en pedir algo, sea lo que fuere, mi Padre celestial se lo concederá; donde dos o tres se reúnen en mi nombre, ahí estoy yo en medio de ellos”. ¡Creámosle, está deseoso de escuchar las voces y los corazones en armonía, los deseos de vivir, juntos, el Evangelio!


¡Señor, ilumina, todavía más a la humanidad, Tú sabes lo que necesitamos; ilumina a nuestro país, ilumina a nuestras familias, ¡ilumina a nuestra Comunidad!