Primera Lectura: del libro de los Hechos de los Apóstoles
3: 1-10
Salmo Responsorial, del salmo 18
Segunda Lectura: de la carta del apóstol Pablo a los
gálatas 1: 11-20
Evangelio: Juan 21: 15-19.
Celebramos, no
el recuerdo sino la presencia de dos pilares de la Iglesia: Pedro: Roca,
torbellino, entusiasmo, promesas, fallos, conversión y entrega hasta la muerte
en cruz. Pablo: celo incansable, fidelidad y constancia en sus creencias,
convencimiento que lo impulsa con todas sus fuerzas a perseguir a los que siguen
el Camino, hasta que Jesús hecho Camino, lo envuelve en su luz y lo transforma
en incansable Pluma peregrina a la que ni siquiera la espada podrá detener.
Creaturas, tal
como nos percibimos a nosotros mismos, llenas de dones, de cualidades, pero
también de limitaciones, encuentran a Cristo y se dejan encontrar por Él, por
caminos muy diferentes que coincidirán, porque no puede ser de otra forma, en
Aquel que los llamó y a Quien ellos aceptaron. ¡Qué variadas son las
manifestaciones del Espíritu!
Pedro sigue,
así, simplemente sin más a Jesús, si leemos la narración de Mateo: “Vengan y síganme y los haré pescadores de
hombres e inmediatamente lo siguieron.”
(4:19-20), estaba con su hermano Andrés; no hay preguntas, no hay
proposiciones, seguro si que hubo un profundo intercambio de miradas y eso
bastó. Coincide con Marcos. En Lucas precede una experiencia que Pedro asimila
rápidamente; el Señor elige su barca para predicar a la orilla del lago, “la fe viene por la predicación”, ¿qué
quedó en el interior del pescador?, lo descubrimos después de la invitación que
le hace Jesús para que eche las redes y él, a pesar de su experiencia y no
haber sacado nada en toda la noche, supera su propio parecer, obedece y en la
pesca se encuentra a sí mismo “pescado por el Señor”: “Apártate de mí, Señor, que soy un pecador”, (5: 4-11), Jesús ha
tomado posesión de esa interioridad: Lo sosiega: “No temas…, y dejándolo todo lo siguieron”.
Sólo teme a su
propia debilidad y la llora arrepentido. Siente confusión ante la pregunta de
Jesús: “¿Me amas más que estos?”, la
amarga experiencia vivida ha transformado el arrebato en humildad y confianza: “Señor, Tú sabes que te amo”, y, otra
vez, sin detenerse a medir consecuencias, acepta el encargo de Cristo: “Apacienta mis ovejas”. Guía a la Comunidad naciente,
sufrirás por ella pero ella orará por ti y volverás a ser libre para repartir
lo que colma tu corazón. ¡Que pudiéramos decir, como Pedro al paralítico:”Lo que tengo eso te doy, en nombre de Jesús
Nazareno, levántate y camina”!
Pablo, viajero
incansable, intenso en su entrega, supo discernir y dejar que creciera en él la
fuerza del Espíritu, nos deja ver hasta dónde puede llegar un apasionado por
Cristo y por el Evangelio: “Vivo yo, ya
no yo, sino que Cristo vive en mí”. Nada le importa de este mundo, sus
ojos, su mente, su corazón y sus deseos están puestos en la meta final: “Todo lo considero como basura, con tal de
ganar a Cristo”. Ejemplo que nos impulsa a anhelar lo que perdura: “Ahora sólo espero la corona merecida, con
la que el Señor, justo juez, me premiará aquel día, y no sólo a mí sino a todos
los que esperan, con amor, su glorioso advenimiento”.
¡Qué fácil es
la conversión auténtica cuando la creatura permite actuar a su Creador y Señor!
Dios siempre
está dispuesto, pidamos a Pedro y Pablo su intercesión para que Él nos ayude a
disponernos y a hacer florecer las
mociones del Espíritu.