viernes, 27 de junio de 2014

Fiesta de San Pedro y San Pablo. 29 junio 2014.

Primera Lectura: del libro de los Hechos de los Apóstoles 3: 1-10
Salmo Responsorial, del salmo 18
Segunda Lectura: de la carta del apóstol Pablo a los gálatas 1: 11-20
Evangelio: Juan 21: 15-19.

Celebramos, no el recuerdo sino la presencia de dos pilares de la Iglesia: Pedro: Roca, torbellino, entusiasmo, promesas, fallos, conversión y entrega hasta la muerte en cruz. Pablo: celo incansable, fidelidad y constancia en sus creencias, convencimiento que lo impulsa con todas sus fuerzas a perseguir a los que siguen el Camino, hasta que Jesús hecho Camino, lo envuelve en su luz y lo transforma en incansable Pluma peregrina a la que ni siquiera la espada podrá detener.

Creaturas, tal como nos percibimos a nosotros mismos, llenas de dones, de cualidades, pero también de limitaciones, encuentran a Cristo y se dejan encontrar por Él, por caminos muy diferentes que coincidirán, porque no puede ser de otra forma, en Aquel que los llamó y a Quien ellos aceptaron. ¡Qué variadas son las manifestaciones del Espíritu!

Pedro sigue, así, simplemente sin más a Jesús, si leemos la narración de Mateo: “Vengan y síganme y los haré pescadores de hombres e inmediatamente lo siguieron.”  (4:19-20), estaba con su hermano Andrés; no hay preguntas, no hay proposiciones, seguro si que hubo un profundo intercambio de miradas y eso bastó. Coincide con Marcos. En Lucas precede una experiencia que Pedro asimila rápidamente; el Señor elige su barca para predicar a la orilla del lago, “la fe viene por la predicación”, ¿qué quedó en el interior del pescador?, lo descubrimos después de la invitación que le hace Jesús para que eche las redes y él, a pesar de su experiencia y no haber sacado nada en toda la noche, supera su propio parecer, obedece y en la pesca se encuentra a sí mismo “pescado por el Señor”: “Apártate de mí, Señor, que soy un pecador”, (5: 4-11), Jesús ha tomado posesión de esa interioridad: Lo sosiega: “No temas…, y dejándolo todo lo siguieron”.

Sólo teme a su propia debilidad y la llora arrepentido. Siente confusión ante la pregunta de Jesús: “¿Me amas más que estos?”, la amarga experiencia vivida ha transformado el arrebato en humildad y confianza: “Señor, Tú sabes que te amo”, y, otra vez, sin detenerse a medir consecuencias, acepta el encargo de Cristo: “Apacienta mis ovejas”. Guía a la Comunidad naciente, sufrirás por ella pero ella orará por ti y volverás a ser libre para repartir lo que colma tu corazón. ¡Que pudiéramos decir, como Pedro al paralítico:”Lo que tengo eso te doy, en nombre de Jesús Nazareno, levántate y camina”!

Pablo, viajero incansable, intenso en su entrega, supo discernir y dejar que creciera en él la fuerza del Espíritu, nos deja ver hasta dónde puede llegar un apasionado por Cristo y por el Evangelio: “Vivo yo, ya no yo, sino que Cristo vive en mí”. Nada le importa de este mundo, sus ojos, su mente, su corazón y sus deseos están puestos en la meta final: “Todo lo considero como basura, con tal de ganar a Cristo”. Ejemplo que nos impulsa a anhelar lo que perdura: “Ahora sólo espero la corona merecida, con la que el Señor, justo juez, me premiará aquel día, y no sólo a mí sino a todos los que esperan, con amor, su glorioso advenimiento”.

¡Qué fácil es la conversión auténtica cuando la creatura permite actuar a su Creador y Señor!

Dios siempre está dispuesto, pidamos a Pedro y Pablo su intercesión para que Él nos ayude a disponernos  y a hacer florecer las mociones del Espíritu.  

   

viernes, 20 de junio de 2014

12º ordinario, 22 junio 2014.

Primera Lectura: del libro del profeta Jeremías 20: 10-13
Salmo Responsorial, del salmo 68, Glorifica al Señor, Jerusalén
Segunda Lectura: de la carta de san Pablo a los romanos 5: 12-15
Evangelio: Mateo 10: 26-33.

 ¡Confianza! Es el hilo conductor de la liturgia de este domingo; confianza continuada, firme, que si lo es, será segura aunque el ámbito interior y exterior infundan miedo, por eso sentimos la necesidad de buscarla más allá de las limitaciones y las amenazas, de la debilidad de nuestra naturaleza dejada a sí misma.

 Fe, esperanza, confianza, están íntimamente unidas por el conocimiento de Aquel en cuyas manos hemos dejado nuestro ser, pues nos ha sembrado en su amistad: “A ustedes los he llamado amigos”; nuestras raíces se alimentan de la hondura de Dios, como árboles plantados junto al río,  jamás se secarán, producirán frutos congruentes: respuesta de amor filial y alejamiento aun de lo más mínimo que pudiera empañar esta relación.

 No estamos en la situación de Jeremías, ante una persecución abierta: “Oía el cuchicheo de la gente…, todos esperaban a que tropezara, diciendo: si tropieza y cae, lo venceremos…”, sino ante una más peligrosa: la indiferencia, quizá la burla y el desprecio: ¡Mira estos todavía creen en Dios y en Jesucristo, en que el Espíritu actúa en la Iglesia; creen en la oración y los sacramentos; pobres ilusos!

 ¿Confiamos como Jeremías, oramos como él?, “Señor de los ejércitos que pones a prueba al justo y conoces lo más profundo de los corazones…, a Ti he encomendado mi causa y has salvado la vida de tu pobre de la mano de los malvados”; no queremos invocar al Dios de la venganza, sino de la misericordia, de la luz, del perdón, para que, por nuestra firme adhesión a su voluntad, a ejemplo de Jesucristo, invitemos a los hombres, a todos, a que descubran “que el Señor es bueno”, que la prueba de esa bondad se encarnó en su Hijo que vino a librarnos del pecado y de la muerte, y aun cuando veamos en nuestra sociedad, y aun en nosotros mismos, los delitos, la creciente ruptura de relaciones con Dios y entre los hombres, confiemos que “el don otorgado por la gracia de un solo hombre, Jesucristo, se ha desbordado sobre todos”.

 Jesús, nos  pide tres veces que no temamos: “No teman a los hombres”, la verdad acabará por relucir en todo su esplendor, nada quedará oculto, la Buena Nueva no es pequeño anuncio de una alborada que queda inconclusa, sino realidad de que el Padre nos quiere y nos cuida mucho más que a los pajarillos o a los cabellos de nuestra cabeza; “valemos mucho más que todos los pájaros del mundo”.


 El final del Evangelio de hoy nos hace pensar y volver a pensar si el entretejido de nuestra vida avanza en el camino de la conjunción de Fe, Esperanza y Confianza, si permanece mirando hacia la trascendencia, si nuestra unión a Jesús y la aceptación y vivencia de sus criterios se convierten en la forma cotidiana de los pasos, si con Él superamos los miedos internos y externos…, de ser así, ¡saltaremos de gozo porque  “nos reconocerá ante el Padre que está en los cielos”!  

domingo, 15 de junio de 2014

Santísima Trinidad, 15 junio 2014.

Primera Lectura: del libro del  Éxodo 34: 4-6, 8-9
Salmo Responsorial, del salmo 3, A ti gloria y alabanza por los siglos
Segunda Lectura: de la carta de san Pablo a los corintios 13, 11-13
Evangelio: Juan 3: 16-18.

Celebramos el “misterio” escondido desde los siglos en Dios, pero revelado por Jesucristo y ratificado por el Espíritu Santo. “Misterio”, porque nosotros no podríamos ni imaginarlo, pero que Dios en y por Jesús lo ha manifestado al darnos a conocer “su inmenso amor”.

“Creados a imagen y semejanza de Dios”, (Gén. 1: 26) vemos la llamada y el alcance de nuestra manera de crecer conforme a esa “imagen y semejanza”: Dios no es ni solitario ni lejano; Dios es perfecta y continua Comunicación, convivencia, cordialidad, bondad, entrega. Identidad que es el Hijo Encarnado y Amor que es el Espíritu derramado en nuestros corazones. Amor que se define a Sí mismo: “Compasivo y clemente, paciente, misericordioso y fiel”. ¡Qué lejos estábamos de la Realidad íntima de Dios! ¡Qué agradecidos ahora que se nos ha dado a conocer! “Nadie conoce mejor el interior del hombre que el espíritu del hombre que está en el hombre; nadie conoce mejor el interior de Dios que el Espíritu de Dios que es Dios…” (1ª. Cor. 2: 10-11) Y “nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo lo ha revelado”.  Ya somos poseedores de ese conocimiento, “El que cree en el Hijo, cree en el Padre”, y todavía más: “Cuando les envíe el Espíritu los confirmará en la Verdad que les he enseñado”.   ¡Esta es nuestra Fe que nos gloriamos de profesar en Cristo Jesús, Señor nuestro! Es verdad que Dios Infinito nos sobrepasa y nuestra inteligencia se estremece y se siente tentada a dudar; pero no lo hará porque “sabe en Quién ha puesto su confianza”.

El cristianismo o es Trinitario o no es cristianismo. “La Gracia de nuestro Señor Jesucristo, el Amor del Padre y la Comunión del Espíritu Santo, están siempre con nosotros”.   Nos santiguamos Trinitariamente, todas nuestras oraciones finalizan con la invocación Trinitaria, Glorificamos, juntamente, al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, creemos en el Padre, el Hijo y el Espíritu vivificador, hemos sido bautizados en el nombre de Dios Trino y Uno, nuestra despedida del día y de la vida está cobijada por el Padre Creador, por el Hijo Salvador, por el Espíritu santificador.


Alentadora, fortalecedora, comprometedora es nuestra aceptación porque está fundada, no en razonamientos humanos, sino en la Palabra Verdad y Promesa, que se ha cumplido y nos ha liberado; en el Amor Trinitario hecho “carne” como la nuestra en Cristo Jesús para que podamos recibir la herencia imperecedera de Aquel a quien confiadamente llamamos “¡Abba!”, “Padre”.  

jueves, 5 de junio de 2014

Pentecostés, 8 de junio de 2014.

Primera Lectura: del libro de los Hechos de los Apóstoles 2: 1-11
Salmo Responsorial, del salmo 103: Envía, Señor, tu Espíritu a renovar la tierra. 
Segunda Lectura: de la primera carta del apóstol Pablo a los corintios 12: 3-7, 12-13
Aclamación: Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor. 
Evangelio: Juan 20: 19-23.

Concluye, hoy, el Tiempo Pascual, desde la “Pascua Florida”, llegamos a la “Pascua Granada”. “No sólo es de flores la fiesta, sino Flor de Fruto es ésta”. Cristo regresó al Padre; reconoció, con toda la fuerza de su Verdad que “todo estaba cumplido”, en lo que a Él se refería. Conforta a sus discípulos con esa presencia intermitente y repite, una y otra vez, que la promesa pronunciada, se cumplirá: “De aquí a pocos días serán bautizados en Espíritu Santo y en Fuego”.

Viento y fuego que rompen las ataduras de la timidez y la desesperanza, que construyen un lenguaje nuevo, que trastocan la confusión de Babel, que dejan atónitos a los oyentes y los congrega en el gozo de escuchar, en su propia lengua, “las maravillas del Señor”.  La lista de 15 países diferentes anuncia la universalidad del llamamiento a la Esperanza, a la Verdad, a la Comunión.

La consolidación de la Iglesia está sellada e inicia su acción; exactamente la misma que Jesús ha llevado a plenitud en su entrega sin límites: la Buena Nueva, el perdón, la unión con el Padre a través del mismo Espíritu. “No son ustedes los que me han elegido, sino que yo los he elegido para que vayan y den fruto y ese fruto perdure”. “No tengan miedo, el Padre pondrá en sus bocas las palabras exactas que no podrán rebatir los adversarios.”  

Que nuestra oración haya estado colmada de confianza al recitar el Salmo: Ahí está, verdaderamente, la única posibilidad de cambio: “Envía Señor tu Espíritu a renovar la tierra.”  ¿Qué nos responderá el Señor?: Ya lo envié y continúa presente, ¡déjenlo actuar! Él es Quien conjuntará la diversidad de miembros, como lo hizo en la primera comunidad cristiana, para que sean Un solo Cuerpo en Cristo Jesús. Dones al por mayor, pero una sola finalidad: el bien común. En serio necesitamos esta fuerza que viene desde arriba para que anide en nuestros corazones. ¡Es tan profundo nuestro aislamiento egoísta, nuestra falta de audacia y valentía para dar una respuesta digna, que únicamente Él nos comunicará, la convicción, hecha acción, para decir: “Jesús Es el Señor”!

El saludo de Jesús a sus discípulos:”La paz esté con ustedes”, lleva consigo algo sumamente importante para nuestras vidas: ¡el perdón! Perdón y purificación que Él nos otorga para que hagamos lo mismo.

Reitera “el envío”, la misión y tarea: que seamos cristos vivos, consoladores y amigos, nos miremos y tratemos como hermanos “para que el mundo crea”.


Oremos al Espíritu: “Concede a aquellos que ponen en ti su fe y su confianza, tus siete sagrados dones. Danos virtudes y méritos, danos una buena muerte y contigo el gozo eterno.”

domingo, 1 de junio de 2014

La Ascensión del Señor, 1º. Junio 2014.

Primera Lectura: del libro de los Hechos de los Apóstoles 1: 1-11
Salmo Responsorial, del salmo 46
Segunda Lectura: de la carta del apóstol Pablo a los Ef. 4: 1-13
Evangelio: Marcos Mc. 16: 15-20.

La antífona de entrada nos anticipa el fin del relato que leímos en Hechos de los Apóstoles: no podemos quedarnos inmóviles “mirando al cielo”, con un sabor amargo de separación y despedida, y menos aún con un corazón frustrado porque nada de lo  que esperábamos ha sido como lo esperábamos. ¿Cuánto de visión terrena existe en el trato con Cristo, vamos penetrando en la totalidad del Misterio de Jesús, con una mirada pobre pero que se esclarecerá con la llegada del Espíritu Santo? Mirada que no se inició con la llamada del mismo Jesús a los discípulos y a cada uno de nosotros, sino desde el instante de su Encarnación, lo escondido de su vida oculta, sus andares por la tierra anunciando el Reino, su Pasión, su Muerte, su Resurrección y ahora, su glorificación: “nadie sube al cielo excepto el que bajó del cielo”. (Jn. 3: 13) Verdaderamente ahora “Todo está cumplido”, (Jn. 19: 30).

En el camino que finalizará con su despedida, el Señor instruye a los discípulos, y como siempre, en ellos a nosotros; igual que ellos, necesitamos crecer en la fe, mirar más allá de los anhelos terrenos, sentir que la debilidad propia de nuestra naturaleza es capaz de ser fortalecida: “Aguarden a que se cumpla la promesa del Padre…, dentro de pocos días serán bautizados en el Espíritu Santo”. De sobra sabemos que “Dios es fiel a sus promesas”; ésta la sigue cumpliendo, en la Iglesia, en los Sacramentos, en la Eucaristía. El Espíritu de Dios, que es Dios, como el Padre y Jesucristo, está presente, la Santísima Trinidad, nos guía, nos conduce y nos ilumina continuamente. De verdad necesitamos la luz del Espíritu par seguir confiando “en la eficacia de su fuerza poderosa”. Llamados a ser uno en Cristo para que se cumpla su Palabra: “en Él nuestra alegría será plena”.

Ayúdanos, Señor, a comprender lo que dijiste en ese largo “testamento” preñado de sentido de trascendencia, de cariño y de entrega: “Si me amaran, se alegrarían conmigo de que me vaya al Padre, porque el Padre es mayor que yo”. (Jn. 14: 28) Aceptar tu realidad humana como la nuestra y nuestra vocación de eternidad, como la tuya. La exhortación de Pablo nos hace pisar la realidad para llegar a la Realidad: “llevar una vida digna del llamamiento que hemos recibido; humildes, amables, comprensivos, - simplemente como Tú -, unidos en el amor y en la certeza de que el Espíritu nos conjunta para formar un solo cuerpo”.

Tú sí puedes decir: “me voy pero me quedo”; ya no hay fronteras terrenas ni limitaciones espaciales, te nos entregas a todos y tu llamamiento persiste, incesante, de modo que no exista quien no haya escuchado de Ti y del Reino. Lo sabemos pero nos lo recuerdas: ha llegado la hora de la Iglesia, Tú quisiste tener necesidad de los hombres y nos sentimos, debemos sentirnos contentos porque, desde Ti, todas nuestras acciones cobran sentido, tienen horizonte y se encaminan a la meta que ya lograste en Ti y para todos.


Te pedimos que sigas reforzando la fe de la Iglesia, la nuestra y que tengamos los ojos abiertos para constatar que “actúas con nosotros y confirmas la predicación”; en verdad no te pedimos milagros, sino que nos conviertas a cada uno en un milagro de tu presencia en el mundo.