sábado, 30 de junio de 2018

13° Ord., 1º de julio, 2018


Primera Lectura: del libro de la Sabiduría 1: 13-15, 2: 23-24
Salmo Responsorial, del salmo 30:
Segunda Lectura: de la segunda carta del apóstol Pablo a los corintios 8: 7-9, 13-15
Evangelio: Marcos 5: 21-43.

Aplaudimos con júbilo al admirar un espectáculo que nos ha conmovido, que nos ha comunicado plasticidad, armonía, ritmo. ¡Cómo no lo vamos a hacer diariamente, al estar en contacto con la Creación, con la maravilla de nuestro cuerpo, con las incalculables potencias de nuestro espíritu, y reconocer en todo ello la mano providente de Dios! ¡Alegría inacabable de la creatura que siente la presencia del Creador!  En incontables ocasiones hemos meditado el dicho de San Ireneo: “La Gloria de Dios es que el hombre viva y viva feliz”.

Contentos, agradecidos, porque “somos hijos de la luz, porque Él nos ha sacado de las tinieblas del error y nos conduce al esplendor de la verdad”. “No somos hijos de las tinieblas; somos hijos de la luz”.

Lo que Dios hace “está bien hecho”, entonces ¿por qué existen las aflicciones, la enfermedad, la tristeza, la muerte? La Sabiduría divina nos responde con toda claridad: “Dios no hizo la muerte, ni se recrea en la destrucción de los vivientes. Todo lo creó para que subsistiera. Las creaturas del mundo son saludables”. El Señor, el gran ecólogo, el Arquitecto perfecto, el que invita a la Vida, el que goza al ver en cada uno Su propia imagen, no puede ser el origen de lo roto, de lo partido; hemos sido nosotros, al dialogar con la tentación, los introductores del pecado y de la muerte; hemos tergiversado las relaciones paterno-filiales, las fraternas, las racionales y estérilmente buscamos, desde nosotros, el camino del retorno.

¿Por qué la pregunta ancestral sigue acuciándonos si ya tenemos la respuesta?: el pecado, el olvido de Dios, la ausencia de alegría profunda y duradera, vienen por la falta de fe y de caridad, falta de amor concreto y servicial, de no haber hecho nuestro el ejemplo de Jesucristo, “que siendo rico, se hizo pobre por nosotros, para hacernos ricos con su pobreza”. Bien lo clarifica San Pablo: “no se trata de que vivamos en la indigencia, sino en la justicia”, en la equidad, en una fraternidad vivificante; esto implica renuncia personal en bien de los demás, sin ella, será imposible disminuir la pobreza. Hoy, día de las elecciones, seguramente recordamos las promesas de todos los candidatos para erradicar la pobreza; el cómo es el problema y será irresoluble sin la visión de fe que activa la caridad,  la solidaridad,  la unidad que trasciende. Ninguno ha propuesto este horizonte, y sin él, todo quedará en palabras que se van con el viento. La decisión no es fácil, pero sí es posible.

La enfermedad, la muerte, la impotencia, encuentran solución en Jesucristo. “Hija, tu fe te ha curado Vete en paz y queda sana de tu enfermedad.”  Doce años de sufrimiento han quedado borrados. En Jairo un doble paso: acude a Jesús superando obstáculos sociales y posturas religiosas, recordemos que era jefe de la sinagoga: “Mi hija está agonizando. Ven a imponerle las manos para que se cure y viva”. El segundo, el anuncio de que la hija ha muerto, hasta le impide hablar. Es Jesús quien reanima la esperanza: “No temas, basta que tengas fe”.

La incredulidad no es cosa “nueva”, “Se reían de él”. Jesús entra y toma de la mano doce años dormidos y con su amor y su voz, los despierta. Vida, salud y alegría, no pueden ser otras las actitudes de Aquel que dio su vida por nosotros. ¿Crecerán nuestra fe y nuestra confianza en el Señor que vence hasta la misma muerte? 

sábado, 23 de junio de 2018

En la Natividad de San Juan Bautista. 24 Junio del 2018.-


Primera Lectura: del libro del profeta Isaías 49: 1-6
Salmo Responsorial, del salmo 138: Te doy gracias, Señor, porque me has formado maravillosamente.
Segunda Lectura: del libro de los Hechos de los Apóstoles 13: 22-26
Aclamación: Y a ti, niño, te llamarán profeta del Altísimo, porque irás delante del Señor a preparar sus caminos.
Evangelio: Lucas 1: 57-66. 80

“Vino un hombre, enviado por Dios, y su nombre era Juan. Vino para dar testimonio de la luz y prepararle al Señor un pueblo bien dispuesto”.

En la oración pedimos dones abundantes del Espíritu para la Iglesia; pero la Iglesia no es un ente abstracto, somos nosotros, cada uno de nosotros, de manera que al pedir para ella, pedimos para nosotros, para que nos guíe por el camino de la salvación y de la paz.

San Juan Bautista es un prototipo de ser humano que vivió intensamente su vocación, precisamente porque no opuso resistencia a la acción del Espíritu Santo; fue lleno del mismo desde el seno materno, aparece como un Isaías redivivo: “El Señor me llamó desde el vientre de mi madre, cuando aún estaba en el seno de mi madre, Él pronunció mi nombre”.

Cada uno de nosotros es nuevo un Isaías, un nuevo Juan. Si Dios no nos hubiera “pronunciado”, jamás hubiéramos llegado a la existencia y ¡eh aquí que ya somos! Es bueno considerar que la vocación toma su altura desde Aquel que convoca, que llama, que designa, que invita y ese Aquel es El Señor: “No te hubiera creado si no te hubiera amado antes”.  De modo que no podemos escudarnos en una cómoda ignorancia, ni en la inútil queja: “es que ellos eran santos”; no lo eran, se hicieron en el servicio de Dios, en la entrega al pueblo, en la clara manifestación del mensaje recibido: “Te voy a convertir en luz de las naciones para que mi salvación llegue hasta los confines de la tierra”.

La vida, condición esencial del envío, no la tenemos desde nosotros, la recibimos. Don encantador, pero riesgoso porque podemos llenarla de grises opacos, o de negrura informe e impedir que brille con la fuerza y el vigor de entrelazados colores de Arcoíris tal como Él nos la dio.

Recordar el inició abre el horizonte a lo que sigue: Si vine desde Él, a Él me debo. He recibido en préstamo todo cuanto poseo y he de aprender a actuar como aquellos que saben lo que tienen y de dónde proviene.

Los antiguos profetas, todos, vivieron de esperanza, de futuro escondido en las manos de Dios. Gozaron su presencia desde dentro, viviendo de una fe que nos conmueve, anima e ilumina. Juan fue el postrero, el inmediato, el gozne entre ambos testamentos.  Preguntado resolvió las incógnitas: “¿Eres Tú el que ha de venir o esperamos a otro?”  Habiendo bautizado a Cristo no tuvo el gozo de convivirlo. Creyendo completó su misión: “Yo soy la voz, detrás de mí ya viene la Palabra” y calló para siempre entregando su vida en un silencio incomprensible.

domingo, 17 de junio de 2018

11° Ordinario, 17 Junio, 2018.-


Primera Lectura: del libro del profeta Ezequiel 17: 22-24
Salmo Responsorial, del salmo 91: ¡Qué bueno es darte gracias Señor!
Segunda Lectura: de la segunda carta del apóstol Pablo a los corintios 5: 6-10
Aclamación: La semilla es la palabra de Dios y el sembrador es Cristo; todo aquel que lo encuentra vivirá para siempre.
Evangelio: Marcos 4: 26-34.

Necesitamos un momento de reposo, de atención a nuestro entorno, el de dentro y el de fuera; preguntarnos qué luce en nuestra vida: ¿consolación, paz y entusiasmo o bien tristeza, lejanía, abulia y desesperanza que entume? El Señor está atento, no se le ocultan los pasos que damos, sean hacia Él o solamente hacia nosotros, estos en un olvido lastimoso e inútil. La oración que enciende la confianza, que anima a la aventura del salto hacia el vacío, - sabemos que no hay vacío -, ya que “el Señor escucha nuestras voces y clamores y llega en nuestra ayuda, sin jamás rechazarnos”, consolida la fe que ilumina el qué y el para qué, el hacia dónde de nuestras decisiones; ¿qué tan fuerte es el grito?, ¿atraviesa las nubes, supera sequedades y aprende a aguardar como la tierra “las lluvias tempranas y las tardías”? (Santiago 5: 8) ¿Nos insta a crecer en el Señor  de donde viene nuestra fuerza, pues somos conscientes de que “sin su gracia nada puede nuestra humana debilidad”?

Dejemos revivir en nosotros la presencia del Espíritu, la inhabitarían de la Trinidad, la de Jesús, intimidad, realidad que al venir a nosotros, como alimento, convertido en pan y vino que nos nutre e intenta transformarnos en retoños que crezcan y florezcan, que den sombra y cobijo, en primer lugar a nuestros seres y que inviten a todos al sosiego, la paz y el descanso. Su promesa conforta, no es voz al viento: “Yo, el Señor, lo he dicho y lo haré”. Si la historia es “la maestra de la vida”, en frase de Cicerón, repasemos la nuestra, la de Israel, la de la humanidad entera y analicemos los resultados. No encontraremos mejor respuesta que la del Salmo: “¡Qué bueno es darte gracias, Señor!” Nos harás “capaces de dar fruto en la vejez, frondosos y lozanos”.

Que la inquietud se esfume, el consuelo amanezca y el Señor nos convenza de que nunca está lejos de nosotros. Aceptamos nuestro ser de peregrinos  desterrados camino de la Patria. Preparemos desde ahora el encuentro y tengamos presentes las palabras de la Carta a los Hebreos, que explicitan lo dicho por Pablo a los Corintios: “Por cuanto es destino de cada hombre morir una vez, y luego un juicio, así también el Mesías se ofreció una sola vez, para quitar los pecados de tantos; la segunda vez, ya sin relación con el pecado, se manifestará a los que lo aguardan para salvarlos”. (9: 27-28) La gracia y nuestra adhesión a Cristo, harán que “la misericordia triunfe sobre el juicio”.

Es fácil entender cuando el Señor explica: Nos dio ya un dinamismo que duerme en la semilla, pidamos que despierte, que germine, que dé fruto; que seamos pacientes porque el Espíritu “enterrado en nosotros”, prosigue su tarea; los tallos, las espigas y los granos, conformes a su ritmo, sin que sepamos cómo, pero estando dispuestos, llegarán a su tiempo.

La fe, ya lo sabemos, es un regalo, pero trigo y cizaña crecen juntos, esforcémonos para que el riego llegue abundante al primero y, con mucha prudencia, tratemos de ayudar al Señor, a arrancar la segunda; Él mismo Jesús nos advierte que la empresa no es simple, (Mt. 13:29) hay peligro de convertir el campo en yermo. ¡Señor para no tener que arrancar hierba mala, ayúdame a no sembrarla!