Primera Lectura: del libro de los Hechos de los
Apóstoles 9: 26-31
Salmo Responsorial, del salmo 21: Bendito sea el Señor. Aleluya.
Segunda Lectura: de la primera carta del apóstol Juan
3: 18-24
Aclamación: Permanezcan en mí y yo en ustedes, dice el
Señor; el que permanece en mí, da fruto abundante.
Evangelio: Juan 15: 1-8.
Continuemos
cantando las maravillas del Señor, la realidad de su victoria envuelve a toda
la tierra. Había dicho a sus discípulos:
“Un poquito y no me verán y otro poquito
y me volverán a ver”. A nosotros nos ha tocado el tiempo de “verlo” en la creación entera, en la
presencia constante de su acción a través del Espíritu Consolador, en el crecer
de la Iglesia,
en la confirmación de la fe, en la multiplicación de aquellos que han creído y
se entregan a difundir la Buena Nueva,
a ser testigos de la
Resurrección y del inefable Amor que nos demuestra.
Algo
extraña la petición de la Iglesia en la
Oración Colecta; pide “que nos mire con
amor de Padre”, ¿es que podría mirarnos de otra forma?; más bien pedirle
que en verdad lo miremos con ojos de
hijos y así tendríamos el cambio de
horizonte, el que nos lleva más allá de lo inmediato y nos libera de ataduras
terrenas, para hacernos, si no merecedores , porque, ¿quién podría merecer la
herencia eterna?, sí capaces de “ser
semejantes a Él, porque lo veremos cara a cara”, como nos recuerda San
Juan.
La
presencia de Dios, el haberse encontrado con Él, en Jesús, infundió valor a
Pedro para proclamar, superando todo miedo, su confesión de fe; ahora la vemos
actuando en San Pablo, con ella supera suspicacias, rechazos iniciales,
desconfianzas y, el antes enemigo, ahora “habla
con valentía, en el nombre de Jesús”. Consideremos un momento la verdad de
las palabras de Cristo: “lo que es
imposible para los hombres, es posible para Dios”. El punto de partida para
la conversión, para que la posibilidad se vuelva realidad es: dejarnos guiar
por el Espíritu; “Él es quien consolida
en la fidelidad”. Fidelidad que nace
en la conciencia honesta y recta, la que vive en el sí, sin reticencias, la que
no solamente dice de amor y se queda en palabras, sino que va más allá y lo
realiza.
Tentaciones,
embates, flaquezas, nos pueden hacer perder la mirada de hijos, otra vez el
Señor, por boca de San Juan, nos reanima: “Dios
es más grande que nuestra conciencia”; Él mismo nos ayudará a permanecer en
Él, para que Él permanezca en nosotros.
La
viña y los cuidados requeridos para que dé frutos buenos, eran conocidos por
todos los coetáneos de Jesús. La comparación les entra por los ojos, renueva la
experiencia, miran la poda y prevén la floración pujante.
Cristo
se apropia todo el panorama: “Yo soy la
vid, mi Padre el viñador, ustedes los sarmientos”. Cortar lo innecesario,
¡es necesario!, pero más necesario aún: ¡permanecer unidos al tronco que
alimenta! ¿Es complicado sacar las conclusiones?
¡Cómo
necesitamos que Cristo nos grabe su palabra, con fuego ardiente en nuestros
interiores: “Sin Mí no pueden hacer nada”!
Con Él, en cambio, daremos gloria al Padre y manifestaremos al mundo cómo han
de ser los verdaderos hijos.
¡Señor,
corta y ayúdame a cortar todo lo que me sobra!